Un oscuro fin de verano (21 page)

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Authors: Inger Wolf

Tags: #Intriga, Policíaco

—Pero os habéis llevado un sinfín de palmaditas en el hombro —insistió Jacob—. Estamos entre los más avanzados del mundo, ¿no?

Lisa asintió mientras removía los calamares que tenía delante. Por un instante sintió que regresaba esa náusea que antaño parecía un factor constante en su vida. Continuó:

—Hemos invertido muchísimo tiempo en desarticular redes, y a veces las condenas de los pedófilos duran menos de lo que hemos tardado en atraparlos. Poco antes de venir aquí intervine en el peor caso al que me he enfrentado en mi vida.

—¿Ese que se llamaba
Selandia?

—No, otro. En realidad era un asunto pequeño en comparación con otros, pero para mí fue la gota que colmó el vaso.

Jacob bebió un sorbo de vino y le sostuvo la mirada para crear un ambiente de intimidad.

—Pero ¿no sigues trabajando en eso?

Ella esbozó una sonrisa llena de sarcasmo.

—Soy una persona muy competente con una gran experiencia porque he estado metida en eso mucho tiempo. Todos hemos superado unos estudios superiores muy exigentes y muchos entrenamientos, y hemos asistido a varios cursos de informática forense en Estados Unidos. He tenido que amenazar con dimitir para conseguir este trabajo. Agersund sabe que lo tengo completamente atravesado y que es mejor que no tiente mucho a la suerte, así que ahora ese tipo de casos sólo ocupa un diez por ciento de mi tiempo.

—Entonces cambiamos de tema. A ver si adivinas de qué película es esta frase.

—¿Cuál? —pregunto.

—«Nine million terrorists ni ilic world and 1 gotta kill one with feet smaller than my sister».

—¿Vas a empezar ahora tú también?

—No me digas que no lo sabes —la chinchó.

—Claro que sí. A ver si me viene.

Tomaron filete de ternera y una deliciosa mousse de chocolate mientras Jacob animaba la velada con anécdotas de sus dos sobrinos adolescentes y sus escapadas que la hicieron reír de buena gana. Le habló también de su primer año en Seguridad Ciudadana, de la época que pasó en las unidades de intervención policial y de su larga relación con una compañera.

—¿Y has vuelto a ir a Croacia después de la guerra? –preguntó ella.

—Sí, estuve el año pasado. Fui en coche y pasé varias semanas dando vueltas por ahí, viendo sitios que no había visitado.

—¿Y qué tal?

—Raro. Yo recordaba un paisaje urbano descolorido envuelto en la nube de humo de los restos del comunismo y ahora resulta que las calles están llenas de elegantes coches nuevos, los tranvías van tapizados de anuncios de teléfonos móviles y los ciber—cafés florecen por doquier. Se han dado una prisa extraordinaria en arreglar los efectos de la guerra en muchas zonas, como si pretendiesen borrar su recuerdo.

—Supongo que es lo más natural, ¿no?

—Sí, claro —contestó Jacob—, pero no parece tan natural cuando hablas del tema con ellos. Cuando se trata de su propio papel en todo aquello es como si hubiese un agujero negro, como si les fallase la memoria. Cuando reconquistaron la zona durante la Operación Tormenta en 1995, se mostraron despiadados. He visto con mis propios ojos a soldados croatas que acababan con los civiles serbios fugitivos y les quemaban las casas. Por eso luego no han querido entregar a nadie a La Haya, en su mundo no existen los criminales de guerra, sólo los héroes. Ellos no hacían sino recuperar lo que creían suyo.

—Pero eso es algo que ocurrió en el ejército, no se puede juzgar por ello al resto de los croatas —objetó Lisa.

—No, pero permitieron que ocurriese. Todo empieza cuando dejas de hablar con el florista de la esquina porque su origen es diferente, porque el antagonismo lleva años infiltrándose a través de los medios, y un buen día ese florista, como en toda psicología de guerra, se convierte en el malo según la maquinaria propagandística. Denuncias a tu vecino. Hay tanta gente que carga con algo en la conciencia que ya no tienen ganas de hablar de aquella época.

—No parecen entusiasmarte demasiado.

Jacob empujó el plato y apoyó los codos en la mesa.

—Al contrario, es un país muy hermoso. No creo que fueran ningún caso especial ni que sean peores que otros europeos.

—¿Cómo lo lleva Trokic? —se interesó Lisa.

—No es un tema que se pueda tratar con él, tiene una carga emocional demasiado fuerte a causa de lo que pasó con su familia.

—Tampoco pensaba hacerlo.

Permanecieron un rato allí sentados.

—Bruce Willis —dijo ella de pronto.

—¿Qué?


La jungla de cristal I
… la frase de la película.

Jacob sonrió.

—Aja. Pues acabas de ganarte una señora cerveza, vamos al Waxies.

Dejaron el dinero sobre la mesa y se adentraron en el fresco de la noche.

—No he ido nunca.

—¿En serio? ¿Llevo aquí menos de una semana y tengo que enseñarte los sitios que valen la pena?


Well, take me there
—dijo Lisa.

Él rompió a reír y se quedó mirándola con aire burlón.

—¿Cómo tengo que interpretar ese
take me
, como un llévame o como un tómame?

Sintió que enrojecía por primera vez en muchos años y le dio un manotazo sin poder evitar que asomara a sus labios una sonrisa.

Y él fue muy rápido: se adueñó de su mano y después de su brazo, de su nuca y de su boca. La cogió del pelo y se lo revolvió con cariño.

—Mejor vamos a otro sitio.

Ya era noche cerrada cuando se despertó. Confusa. Tenía la garganta seca y alargó el brazo hacia la mesilla en busca del vaso de agua en un gesto automático. Jacob dormía estirado y desnudo, con el edredón medio caído. Sintió una punzada en el vientre al pensar en él, en su cuerpo desnudo junto a ella, tan perfecto que no podía dejar de devorar ávidamente con los ojos sus formas angulosas sobre la sábana. La había hecho suya, la había recorrido con sus besos, largo rato. La había despertado con la lengua, la había tocado como nadie en muchos años. Y ella se había entregado sintiendo que su hondo deseo se saciaba y encontraba la paz.

Se bebió medio vaso y se acostó junto al hombre dormido que tenía al lado. Desprendía un suave y agradable aroma a loción de afeitar. Deslizó la mano por sus caderas presionando levemente en los puntos adecuados hasta que le oyó hacer en sueños ruiditos de satisfacción y la buscó a tientas con el brazo.

Capítulo 47
27 de septiembre

El médico jefe estaba regando las plantas cuando Lisa entró en su despacho.

—Flores de la pasión —dijo.

—Muy bonitas.

—Era la planta favorita de mi mujer, siempre tenía unas cuantas. Siéntense, por favor.

La inspectora sonrió educadamente y acercó su silla a la mesa a la vez que Jacob.

—Sentimos presentarnos así en pleno sábado, pero ayer recibimos cierta información que ha dado pie a más preguntas.

—No tienen por qué disculparse, estaba aquí de todas maneras.

Lisa titubeó; se preguntaba, como siempre, hasta dónde podía desvelar los detalles de la investigación.

—Tenemos motivos para pensar que los últimos experimentos de Christoffer escondían algo muy valioso, a lo que hay que añadir que ha desaparecido, al parecer robado, un informe de casa de su hermana. Necesitamos saber quién conocía su trabajo en profundidad —explicó Jacob.

—Pero, de ser cierto, eso sería una catástrofe —jadeó Albrecht—. Si supieran todo lo que hemos invertido en esa investigación… Ya sólo en ratas… Las importamos de Estados Unidos, ratas estresadas; así nos ahorramos el tiempo de estresarlas nosotros hasta un nivel aceptable. Pero ese tipo de resultados no son una lectura al alcance de cualquiera y, además, habría que comprobar la validez de los experimentos descritos.

Se restregó la frente y añadió:

—Aunque supongo que no sería más que un mero trámite, porque Christoffer era muy meticuloso.

—¿Existe alguna relación entre todo esto y las investigaciones de Søren Mikkelsen? Sabemos que apuntan en otra dirección, pero no sería impensable que…

Albrecht dio un paso atrás.

—¿Sospechan de Søren? Porque me cuesta creer que…

—No exactamente, pero tenemos que excluir a todas las personas del círculo de Anna Kiehl y Christoffer Holm –contestó Jacob con una sonrisa de lo más diplomática.

—Bueno, sí; al fin y al cabo sus campos de estudio están tan relacionados que conoce bien el tema, claro.

—Y ¿nadie del hospital ha hecho comentarios al respecto?

—No que yo sepa. He de reconocer que me extraña mucho que Christoffer descubriera algo y no lo compartiese con nosotros, no es de muy buen gusto guardarse semejantes resultados, pero supongo que tendría sus razones.

Lisa pensaba en Anna Kiehl con la mirada perdida en aquellas flores de la pasión de color violeta. ¿Sería posible que un hombre cambiara hasta tal punto por amor a una mujer? Sin embargo, el investigador había expresado desde el principio ciertas reservas ante el progreso de la psiquiatría biológica, de modo que la antropóloga se habría limitado, como mucho, a apoyar una incipiente convicción.

Bo Mikkelsen era algo más que hermano de Søren Mikkelsen.

Cuando le sorprendieron saliendo con una bolsa de basura de la casa de Stadion Allé donde vivía, resultó que eran gemelos. A no ser por el peinado, se parecían como dos gotas de agua. Lisa fue directa al grano.

—¿Podría decirnos dónde estuvo el sábado pasado?

—Ya se lo lie dicho a la policía, en casa de mi hermano.

—¿Y qué hicieron?

—Poca cosa, cenamos juntos y vimos una película.

—¿A qué hora llegó? —continuó.

—Serían las seis.

—¿Y nadie salió de casa en ningún momento?

—No.

—¿Recuerda qué película vieron?

Bo Mikkelsen puso cara de estar reflexionando y luego sonrió.

—No me acuerdo de cómo se llamaba, pero era en TV3.

—¿Quién salía?

Pestañeó.

—Era una de esas películas de Andy Garcia y Richard Gere.

—¿Asuntos sucios?

—Puede.

Jacob entornó los ojos y señalando hacia la calle dijo:

—Dos segundos, voy un momentito al coche.

Cruzó a la carrera.

—¿Vive aquí solo? —continuó Lisa.

—No, con mi novia.

—¿En qué trabaja?

—Soy abogado, en Dahl & Laugesen.

El inspector reapareció jadeante con un ejemplar de la revista Billedbladet en la mano.

—Tengo el número de la semana pasada, algo hay que hacer encerrado en un hotel todas las noches.

La abrió y empezó a recorrer párrafos con la mirada.

—Aquí no hay ninguna película con esos actores que dice.

—Igual era en otro canal —aventuró el gemelo.

—No han puesto esa película en ninguno, ni ninguna otra de esos actores.

—Puede que cambiaran la programación.

Jacob pasó a la página anterior.

—Pero el viernes sí que pusieron Asuntos sucios.

De pronto, Bo Mikkelsen parecía indispuesto.

—¿Está seguro de que fue el sábado el día que estuvieron juntos viendo la tele?

—Sí, completamente. A lo mejor vi la película el viernes, he confundido los días y he creído que era el sábado.

Lisa bajó la voz.

—Estamos hablando de un caso de asesinato. Es algo muy serio, así que quizá debería esforzarse un poco y hacer memoria, esta vez bien.

Mikkelsen Se retorció.

—Sí, a lo mejor fue el viernes cuando vimos la película, ahora que tengo delante la programación.

Lisa le miró con una sonrisa triunfal.

—Gracias. Eso era todo lo que queríamos oír.

—Ya le tenemos —dijo Jacob de vuelta en el coche—. Tal y como están las cosas ahora, no se me ocurre más que una razón para mentir: ocultarnos lo que hizo ese sábado.

Capítulo 48

El chalé, de ladrillo amarillo y tejado negro, no resultaba particularmente ostentoso, pero estaba situado en una zona que, hasta donde sabía Lisa, era cara. El bosque y el agua atraían a la gente. Para ser exactos, no se encontraba a una distancia descabellada del lugar donde había aparecido el cadáver de Anna Kiehl.

En ese instante se dio cuenta de lo astuto que había sido el asesino al camuflar aquel crimen como una violación que se le había ido de las manos. Dejar su esperma en el cuerpo de la joven era un riesgo muy alto, pero les obligaba a seguir una pista y un móvil falsos. Con lo que no había contado era con que rastrearan la laguna.

La pálida criatura que tenía delante estaba a punto de perder los papeles; los labios contraídos en una mueca agresiva, los músculos en tensión perfilándose bajo la ajustada camisa de rayas y el pelo aplastado como si acabara de quitarse un casco.

—¿Qué es esto? No puede ser legal irrumpir de esta manera en casa de la gente.

—Abra esa puerta —le ordenó Jacob con un deje de irritación—. Estamos investigando dos casos de asesinato, así que no nos costaría demasiado conseguir una orden de registro. Apreciaríamos mucho su colaboración. Necesitamos los resultados de las investigaciones de Christoffer Holm; puede ayudarnos a encontrarlos o, si lo prefiere, podemos ponernos a buscarlos nosotros mismos.

Avanzó un paso más hasta colocarse a medio camino entre Lisa y el joven investigador a modo de protección.

Finalmente, una expresión resignada asomó a los ojos de Søren Mikkelsen, que abrió la puerta y se hizo a un lado para franquearles la entrada.

—No tenía ni idea de que un sueldo del Estado diese para vivir tan bien —comentó la inspectora al entrar en el espacioso salón—. ¿Cuánto cuesta esta casa?

—Averígüenlo ustedes.

—Lo haremos, no se preocupe —replicó Jacob.

—No tengo nada de Christoffer.

Entraron en una amplia habitación con grandes ventanales que se abrían en la fachada. Parecía que acabara de mudarse; los muebles, de sólido diseño en piel negra, tenían todo el aspecto de estar recién comprados y sin estrenar, y la mesita de madera carecía de los arañazos y cercos de vino y de café que había en la de Lisa. No parecía un lugar muy frecuentado, más bien una sala de exposición. Las paredes estaban vacías a excepción de uno de los laterales más estrechos, donde había un sencillo bordado que, al ser el único objeto personal, desentonaba con el conjunto. Se movían por la casa de forma mecánica registrando armarios, estanterías y cuartos mientras dos compañeros vigilaban al sospechoso. El investigador, refugiado en la cocina, había sacado un refresco de cola del frigorífico y bebía a sorbos rápidos sin quitarles ojo de encima.

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