Una canción para Lya (12 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Ciencia ficción

—Estará ocupado, me imagino.

Sanders, suspiró.

—Terriblemente ocupado. Vamos, le invito a una copa.

El bar del hotel estaba tranquilo y oscuro, el tipo de atmósfera que propicia una buena charla. Cuanto más conocía del castillo, más me gustaba su dueño. Nuestros gustos se acordaban notablemente.

Encontramos una mesa en el rincón más oscuro e íntimo de la sala, y ordenamos tragos de una lista que incluía licores de una docena de mundos. Y hablamos.

—No parece muy contento de tener a Dubowski por aquí —dije, después que trajeron las bebidas—. Pero, ¿por qué? Gracias a él se llena su hotel.

Sanders levantó la vista de su vaso, y sonrió.

—Es cierto, es la temporada baja. Pero no me gusta lo que él pretende hacer.

—Y pretende asustarlo para que se vaya…

La sonrisa de Sanders desapareció de su rostro.

—¿Fue tan aparente?

Asentí, y Sanders suspiró.

—No pensé que fuera a dar resultado —dijo. Bebió pensativo y agregó—: Pero debía intentarlo.

—¿Por qué?

—Porque sí. Porque sí le dejo destruirá este mundo. Cuando él y gente como él hayan terminado su tarea, no quedará un solo misterio en el Universo.

—Él sólo trata de encontrar algunas respuestas. ¿Existen los fantasmas? ¿Qué pasa con las ruinas? ¿Quién construyó? ¿Nunca trató de averiguarlo, Sanders?

Sanders apuró su copa, miró a su alrededor y llamó al camarero para pedirle otra. Aquí no había robots. Sólo personal humano. Sanders cuidaba el ambiente.

—Por supuesto —dijo, cuando tuvo su copa—. Todo el mundo se ha planteado esas preguntas. Por eso la gente viene al Planeta de los Fantasmas, y a mi castillo. Cada tipo que aterriza aquí trae la secreta esperanza de toparse con los fantasmas, y responder a las preguntas por sí mismo. Y como no lo hace, se mete de cabeza en las brumas y vagabundea por los bosques durante algunos días, o algunas semanas, sin encontrar nada. Pero, ¿qué importa? Puede volver y seguir buscando. El sueño sigue en pie, con el romance, el misterio. Y, quién sabe, tal vez en uno de los viajes alcanza percibir un fantasma a la deriva a través de las brumas. O algo que se le parezca. De ese modo regresará contento a casa, porque habrá participado de la leyenda. Habrá rozado un trocito de creación a la que todavía gente como Dubowski no arrebataron su maravilla y fulgor.

Se calló, mirando taciturno su copa. Luego, tras una larga pausa, prosiguió:

—¡Dubowski! ¡Bah! Me saca de quicio. Viene aquí con su nave llena de lacayos, su subvención de millones y todos sus artilugios para perseguir fantasmas. Y los encontrará.

Eso es lo que me preocupa. Es decir, probará que no existen, y si los encuentra resultarán ser alguna clase de subhombres o animales o algo por el estilo.

Apuró de nuevo el contenido de su copa, rabioso.

—Y lo echará todo a perder. Arruinarlo, ¿me oye? Responderá a las preguntas con sus artilugios, y no dejará nada para nadie. No es justo.

Estaba sentado, bebiendo tranquilamente mi trago, sin decir nada. Sanders pidió otro.

Un pensamiento tonto me daba vueltas por la cabeza. Al final tuve que decirlo en voz alta.

—Si Dubowski responde a todas las preguntas —dije—, no habrá ya motivo para venir aquí. Usted deberá cerrar. ¿No será por eso que está tan preocupado?

Sanders me dirigió una mirada airada, y por un segundo penseque iba a pegarme. Pero no lo hizo.

—Creí que usted sería diferente. Observó la puesta de las brumas, y comprendió. Al menos eso es lo que pensé. Pero seguramente me equivoqué.

Meneó la cabeza hacia la puerta.

—Largo de aquí —dijo.

Me levanté.

—Como quiera —dije—. Lo siento, Sanders, pero mi trabajo es hacer preguntas molestas como ésa.

No me hizo caso y abandoné la mesa. Cuando llegué a la puerta, me volví para mirar hacia el rincón. Sanders tenía los ojos fijos en su copa y hablaba solo, en voz alta.

—Respuestas —dijo, como si se tratara de algo obsceno—. Respuestas. Siempre necesitan encontrar respuestas. Las preguntas son mucho mejor. ¿Por qué no dejarlos en paz?

Me fui, dejándolo solo. Solo con su copa.

Las semanas siguientes fueron febriles, para la expedición y para mí. Dubowski se ocupó de las cosas en profundidad, era preciso reconocerlo. Había planeado su asalto al Planeta de los Fantasmas con meticulosa precisión.

Primero se levantaron mapas. Debido a las brumas, los mapas que había del Planeta eran muy incompletos para los criterios modernos. De modo que Dubowski envió una flotilla entera de robots-sonda en vuelo rasante sobre las brumas para extraerles todos sus secretos, con sofisticados artefactos sensoriales. Con la información, que llegaba a raudales, se confeccionó una detallada topografía de la región.

Hecho esto, Dubowski y sus asistentes utilizaron los mapas para ubicar cada observación de fantasmas registrada desde la expedición de Gregor. Antes de dejar la Tierra se había compilado y analizado una considerable cantidad de datos acerca de las apariciones. El uso riguroso de la incomparable colección de testimonios de la biblioteca del castillo completó las lagunas que quedaban. Como se esperaba, las observaciones se referían por lo común a sitios en los valles cercanos al hotel, único lugar del planeta habitado de modo permanente por humanos.

Cuando se hubo completado el plan, Dubowski dispuso sus trampas para fantasmas, distribuyéndolas sobre todo en las áreas donde se habían observado fantasmas con mayor frecuencia. También colocó algunas en regiones distantes y aisladas, incluyendo las planicies costeras en donde la nave de Gregor efectuó el primer contacto.

Las trampas no eran verdaderas trampas, por supuesto. Eran pilares de duralium, desproporcionadamente bajos, equipados con prácticamente todos los artefactos sensores y registradores conocidos por la ciencia de la Tierra. Para las trampas, las brumas no contaban. Si algún desafortunado fantasma se acercaba a la zona de detección, no tendría modo de escapar a la misma.

Mientras tanto, los robots-sondas eran llamados para ser revisados y programados, y luego enviados de nuevo al aire. Conociendo la topografía en detalle, las sondas podían ser dirigidas a través de las brumas en vuelos de patrulla a bajo nivel sin miedo de chocar con una montaña oculta. El equipo sensor que llevaban las sondas no era, por supuesto, igual al de las trampas, pero las sondas tenían un radio de acción mucho mayor, y podían cubrir miles de kilómetros cuadrados por día.

Por último, cuando hubo desplegado las trampas para fantasmas y los robots-sondas estaban en el aire, Dubowski y sus hombres se dirigieron en persona a los bosques en brumas. Cada uno de ellos llevaba una pesada mochila con artefactos de detección y registro. Los equipos de búsqueda humanos tenían más movilidad que las trampas, y aparatos más sofisticados que las sondas. Cubrían una zona distinta cada día, revisándolo todo en detalle y concienzudamente.

Les acompañé en algunas de esas incursiones, cargado con una mochila. Obtuve algunos datos interesantes; aunque no encontramos nada. Mientras buscábamos, me enamoré de los bosques de brumas. La literatura turística se complace en llamarlos «los horribles bosques del Planeta encantado». Pero no son horribles. No, realmente. Hay en ellos una rara belleza, para quienes saben apreciarla.

Los árboles son delgados y muy altos, con corteza blanca y hojas de color gris pálido.

Pero los bosques no carecen de color. Hay un parásito, una especie de musgo colgante, que es muy común, y que cae de las ramas altas en cascadas de verde oscuro y escarlata. Y hay rocas, y parras, y arbustos bajos repletos de deformes frutos de color rojizo.

Pero, por supuesto, no hay sol. Las brumas lo cubren todo. Se arremolinan y resbalan sobre uno mientras camina, acarician con manos invisibles y se aferran a los pies.

De vez en cuando, las brumas juegan con uno. La mayoría de las veces se camina a través de una espesa niebla, incapaz de ver más allá de unos cuantos pasos en cualquier dirección, aún los zapatos perdidos en la alfombra de niebla. Sin embargo a veces las brumas se hacen más densas de improviso, y no se puede ver nada en absoluto. Choqué contra más de un árbol cuando esto sucedía.

En otras ocasiones las brumas, sin motivo aparente, retrocedían súbitamente y dejaban a uno solo en medio de un claro, como un bolsón dentro de una nube. Era entonces cuando podía apreciarse el bosque en toda su grotesca belleza: una visión fugaz y pasmosa del país de nunca jamás. Tales momentos eran contados y de breve duración, pero imborrables. Permanecen en la memoria.

En esas primeras semanas tuve poco tiempo para caminar por los bosques, salvo cuando me unía a las expediciones, para hacerme una idea de las mismas. Por lo general, estaba ocupado escribiendo. Escribí una serie de artículos acerca de la historia del planeta, adornada por el relato de las apariciones más famosas. Escribí crónicas con el perfil de los miembros más interesantes de la expedición. Dediqué una a Sanders y a los problemas que encontró y resolvió para construir el Castillo de las Nubes. Redacté notas científicas acerca de la poco conocida ecología del planeta, y fragmentos literarios acerca de los bosques y las montañas. Expuse algunas hipótesis acerca de las ruinas y, finalmente, escribí sobre la caza de los gatos monteses y sobre montañismo, y acerca de los enormes y peligrosos lagartos que habitaban algunas de las islas alejadas de la costa.

Y, por supuesto, escribí acerca de Dubowski y sus investigaciones. Sobre este tema, llené resmas de papel.

Poco a poco, la búsqueda empezó a convertirse en una rutina y comencé a agotar la miríada de temas que ofrecía el Planeta de los Fantasmas. Mi línea de trabajo empezó a declinar. Tuve más tiempo para mí.

Fue entonces que empecé a disfrutar del Planeta de los Fantasmas. Inicié paseos diarios a través de los bosques, alejándome un poco más cada día. Visité las ruinas, y volé al otro lado del planeta para ver personalmente a los lagartos de los pantanos y no por medio de la holovisión. Entablé amistad con un grupo de cazadores y cobré un gato montés. Acompañé a otro grupo a la costa oeste, donde casi morí entre las garras de un demonio de las planicies.

Y también volví a conversar con Sanders.

En todo este tiempo, Sanders había ignorado casi por completo a Dubowski, a mí y a cualquier individuo conectado con la caza de fantasmas. Se dirigía a nosotros de mala gana cuando se veía obligado, nos despachaba a la brevedad, y dedicaba todo su tiempo libre a los otros huéspedes.

Al principio, después de la forma como me había hablado aquella noche en el bar, me preocupaba lo que pudiera hacer. Lo veía asesinando a alguien en las brumas, tratando de hacerlo aparecer como obras de los fantasmas. O acaso saboteando las trampas.

Estaba seguro de que intentaría algo para asustar a Dubowski o impedir al menos el desarrollo de su investigación.

Supongo que esto se debía a ver mucha holovisión. Sanders no hizo nada de eso. Tan sólo estaba de mal humor, nos miraba con rencor cuando nos cruzábamos en los corredores, y nos brindaba cooperación a regañadientes cuando era necesario.

Al poco tiempo, pese a todo, empezó a recobrar su amabilidad. No hacia Dubowski y sus hombres, sino hacia mí.

Presumo que se debía a mis caminatas por el bosque. Dubowski nunca salía de las brumas a menos que estuviera obligado, y en esos casos, lo hacía con desgana y volvía cuanto antes. Sus hombres seguían su ejemplo. Yo era el único comodín de la baraja.

Pero es que yo en realidad no formaba parte del mismo mazo.

Sanders se había dado cuenta, por supuesto. No se le escapaba nada de cuanto acontecía en su castillo. Volvió a hablar conmigo, cortésmente. Un día, por fin, incluso me invitó de nuevo a tomar unos tragos.

Habían pasado dos meses del inicio de la expedición. El invierno avanzaba sobre el planeta y el castillo, y el aire se tornaba frío y vivificante. Dubowski y yo nos encontrábamos en el comedor, rezagándonos con el café tras otra excelente comida.

Sanders se sentó en una mesa contigua, hablando con unos turistas.

No recuerdo qué discutíamos con Dubowski. Fuera lo que fuese, Dubowski se interrumpió en cierto punto por un escalofrío.

—Empieza hacer frío aquí fuera —se quejó—. ¿Por qué no entramos?

A Dubowski nunca le atrajo demasiado la terraza comedor.

No estuve de acuerdo.

—No se está tan mal —dije—. Además, se acerca el ocaso, una de las mejores horas del día.

Dubowski volvió a estremecerse, y se levantó.

—Como guste —dijo—. Pero yo me marcho. No tengo ganas de coger un resfriado sólo para que usted pueda contemplar otra puesta de brumas.

Echó a andar. Pero no había dado tres pasos cuando Sanders saltó de su asiento, gritando como una bestia herida.

—Puesta de brumas —vociferaba—. ¡Puesta de brumas!

Lanzó una larga e incoherente catarata de obscenidades. Nunca había visto a Sanders tan enojado, ni siquiera cuando me echó del bar la primera noche. Estaba allí, temblando literalmente de rabia, con el rostro enrojecido y sus gruesos puños abriéndose y cerrándose a los costados.

Me levanté de un salto, y me puse entre los dos. Dubowski me miró. Aparecía desconcertado y asustado.

—¿Qué…? —iba a decir.

—Váyase para adentro —le interrumpí—. Váyase a su cuarto. Váyase al salón. Váyase a algún sitio. Váyase a cualquier parte, pero váyase de aquí antes que lo maten.

—Pe… pero… ¿qué pasó? ¿Qué hice? No…

—La puesta de brumas es por la mañana —le dije—. Por la noche, a la caída del sol, es su salida. Y ahora váyase.

—¿Eso es todo? ¿Pero por qué se puso tan… tan…?

—¡VÁYASE!

Dubowski movió la cabeza, como dando a entender que aún no comprendía lo sucedido. Pero se fue.

Me volví hacia Sanders.

—Cálmese —le dije—. Cálmese.

Dejó de temblar, pero sus ojos todavía echaban chispas a espaldas de Dubowski.

—Puesta de brunas —murmuraba—. Hace dos meses que ese bastardo está aquí, y todavía no sabe la diferencia entre la salida y la puesta de las brumas.

—Nunca se molestó en mirar —dije—. Ese tipo de cosas no le interesan. Él se lo pierde. No hay motivo para que usted se enoje.

Me miró, frunciendo el ceño. Finalmente asintió.

—Sí —dijo—. Tal vez esté en lo cierto. —Suspiró—. Pero «puesta de brumas…»

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