Violetas para Olivia (31 page)

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Authors: Julia Montejo

Tags: #Narrativa dramática

—¿Podrías hacer un esfuerzo más y decirme si te vas a casar conmigo? —le suplicó—. Te quiero, Madelaine.

—¿Sabes que tenemos graves problemas económicos? —Madelaine quería que estuvieran todas las cartas sobre la mesa.

Álvaro se sorprendió, o actuó como si se sorprendiera. Madelaine no pudo distinguir si era sincero.

—No, no lo sabía. Pero no me extraña. Tu tía es muy mayor para gobernar tanto patrimonio. Claro, ahora entiendo la presencia del fiscalista. Pero seguro que es solo un problema de liquidez. Yo podría ayudarte. Vuestro patrimonio sigue intacto. De eso tengo constancia.

—He oído que tú también tienes problemas.

—Ha sido un mal año en el campo, sobre todo por los incendios, pero me las estoy arreglando. Espero que los seguros cubran una parte de las pérdidas. Sin embargo, no te quiero engañar, un matrimonio entre nosotros dos uniría nuestras propiedades y resultaría muy beneficioso para ambos. Pero esto ¿qué tiene que ver con lo que te pregunto?

Nada, pensó Madelaine, cuando dos personas se quieren de verdad y proyectan un futuro juntos no importa nada. Y la nada, de repente, se convirtió en un sentimiento físico y amenazador. La nada que nunca lo es.

1939, San Gabriel

A Olivia ya no le importa nada. O mejor dicho, hay algo que le importa por encima de todo, que es lo que pasa cuando a una persona ya no le importa nada. A Olivia no le preocupa que su institutriz se percate de su escapada, ni que su padre la castigue físicamente hasta que la piel se le abra de tal forma que ni con las cataplasmas de María Luisa pueda dormir en varios días, ni tener que pretender ante las criadas que la piel no le escuece bajo la ropa almidonada. Ni siquiera le molesta que la gente del pueblo murmure. Le importa un bledo su vida, y mucho menos la del ser que crece dentro de ella. Esa menos que ninguna. Y no porque vaya a ser una mala madre. Buena, mala, eso ni se lo plantea. Carece de madurez para entender las dimensiones reales de su problema. Olivia todavía no es una mujer, aunque otras a su edad ya lo son. No ha crecido, ni siquiera ha podido soñar qué hacer con su vida porque no se lo han permitido. La han modelado para una vida ordenada e intachable, y la rutina, para la mayoría de las chicas de su clase, termina resultando cómoda. Su prima Eloísa está a punto de casarse con un hombre al que prácticamente desconoce pero ha encontrado placer en elegir y bordar su ajuar, en soñar en su futura casa, en los niños que tendrá... Olivia comentó una tarde en el patio de naranjos de la casa de su prima lo que le cansaba a ella bordar y Eloísa la miró atónita. Es mucho más fácil que tener que pensar, respondió Eloísa. Ella jamás desearía otro trabajo. Olivia entendió que en realidad ella, como su prima, no se ha hecho una composición del mundo. Se lo han dado construido.

A Olivia solo le importa que Manuel regrese. Que regrese y lo arregle todo. Debe hacerlo porque es el amor de su vida. Ella es una princesa y no puede ser deshonrada. Los cuentos siempre tienen un final feliz. Pero ni ella misma termina de creérselo. Ya no reza. No confía en que Dios vaya a ayudarla. La noche anterior decidió que si no consigue localizarle antes de que el embarazo sea vox pópuli se quitará la vida.

Olivia espera que Néstor acuda a la cita en el olivar, pues es el único que puede ayudarla. Le hizo llegar una nota con el chico de la cocinera pero nunca obtuvo respuesta. Son las dos de la mañana y hace frío. Olivia se ciñe con fuerza el grueso chal de lana negro sobre el abrigo de paño también negro. ¿Qué pensará Néstor de ella? Pensará mal, claro. La cuestión es: ¿piensa de ella tan mal como para no acudir? Le da igual lo que piense con tal de que la ayude a localizar a Manuel. Se entretiene meditando sobre la imagen que deben de tener los demás sobre ella. Sabe que tiene fama de fría. Nadie sabe muy bien lo que corre por su cabeza. Es tan reservada. En realidad, todo es producto de la educación, de las formas. El aura de misterio que la rodea, ese que hace que la gente nunca sepa muy bien lo que lleva por dentro, es la mano de su padre manejando sus emociones, como si de una marioneta se tratara. Ella se deja, o se ha dejado. Solo la locura que ha hecho por Manuel, para estar con él, ha sido decisión suya. La única decisión propia de su vida podría acabar con ella.

Escucha pasos. Su corazón late con fuerza cuando se oculta tras el tronco centenario de un olivo. Suplica para sí deseando que no se trate de un cazador furtivo, de esos con los que su padre está siempre a la gresca.

—Señorita Durango, ¿está usted ahí?

Olivia sale aliviada. Es Néstor.

—Don Néstor, muchas gracias por venir.

Néstor asiente. Le llama la atención que Olivia le trate de don en una circunstancia como esa, pero le gusta, le hace sentir importante. Admira sus buenos modales, su educación exquisita, y no entiende cómo ha conseguido caer en las redes de un rufián de medio pelo como Manuel. Ojalá él hubiera podido..., pero Manuel no va a dejarla para nadie más y además es su amigo, su compañero en la batalla, y antes incluso su hermano de leche.

—¿Sabe algo de Manuel? —pregunta Olivia ansiosa. Estar junto al mejor amigo de su amado le hace sentir un poco mejor, hace sus recuerdos reales.

—No. Pero él es así. Además debe de andar muy ocupado.

—Tengo que localizarle como sea.

Néstor no entiende la premura aunque por la forma en la que su voz tiembla debe de ser grave.

—¿Ha pasado algo?

Olivia no se lo piensa dos veces. Necesita hablar con alguien. Necesita arrancarse ese secreto tan espantoso de sus entrañas como sea.

—Creo que estoy embarazada.

Néstor agradece la oscuridad de la noche. Se acercan a la luna nueva y apenas se disciernen sus siluetas y el vaho de sus cuerpos al respirar. El silencio que sigue a la revelación se mantiene flotando durante eternos segundos.

—Entiendo —dice finalmente Néstor. Esos segundos son empleados para pensar a la velocidad de la luz una y mil veces, para planificar, para montar la estrategia perfecta, la única posible. La mejor para todos.

—Necesito encontrarle. Tiene que volver. Hablar con mi padre. Esta vez, tendrá que aceptarlo.

Néstor sabe que su amigo está loco por la aristócrata. ¿Quién no querría una mujer así? No hay nadie más rubio, más esbelto, de una piel nívea, más parecida a la de una virgen de inmaculada belleza, de ojos más azules, de dientes más blancos... Es un ángel de postal. Además rica, riquísima, de una de las familias más nobles y antiguas. Es imposible no caer rendido ante ella porque es imposible encontrar a nadie que la iguale en nada. Pero también sabe que Manuel ha estado enamorado una y mil veces. Las mujeres le hacen perder la cordura. Y no solo por sus perfecciones, sino también por sus defectos. Por la que tiene unos ojos provocadores, o una falda demasiado corta, o una boca muy carnosa, o una lengua descarada, o incluso por la que es dueña de un trasero rotundo..., sus gustos cubren un espectro infinito. Sabe que no guardará ausencias durante su estancia en América. Su mandato como hombre le excusa de compromisos de lealtad. La carne debe ser satisfecha aunque el corazón pertenezca a Olivia. Eso es lo único que le ha prometido: jamás volver a enamorarse de otra. Y el juramento ha quedado grabado, por las desconocidas y jamás reconocidas dotes de Olivia, en los anales de su Historia, sin saber, ninguno de los dos, que se convertirán en su mutuo castigo.

—Olivia, no creo que eso sea posible —comienza Néstor con cautela.

Olivia se da cuenta de que Néstor se apea del tratamiento y se alarma. Se siente arrancada de las alturas y depositada sin miramientos en el mundo de los mortales, de los vulgares y corrientes. Pero no se queja. Lo acepta como parte de la sanción, aunque tiene que hacer grandes esfuerzos y se traga la rabia de su orgullo de clase.

—Yo misma iré a buscarle si es necesario. Me escaparé. Tengo dinero.

—No conseguirás nada. Sería una locura —responde Néstor alarmado. No conoce a Olivia. Ni siquiera ella se conoce, pero el «no puedes» escuece en su pecho. Hasta la fecha, el «no puedes» no ha significado nada para ella. Solo unas palabras que a los demás han hecho sentir seguros. Para Olivia nunca han sido cadenas. Sin embargo acaba de darse cuenta de que las llevaba puestas. Y entonces abre los ojos.

—Estoy embarazada. No tengo nada que perder. Si tú no me ayudas... —también ella deja atrás formulismos de cortesía.

—Yo no he dicho que no vaya a ayudarte —replica él cortante. Jamás imaginó que podría hablar así a Olivia—. Déjame pensar un momento.

—Por favor... —le suplica Olivia con impaciencia. Intenta que su voz suene dulce, encantadora, desvalida, como les gusta a los hombres.

Se hace otro silencio ensordecedor que dura apenas un minuto. Néstor ha de tomar una decisión importante. La más importante de su vida, y necesita asegurarse de que será capaz de cumplir, y lo más fundamental: de que merecerá la pena.

—¿De cuánto estás?

—De cinco meses, más o menos.

—Es imposible que le localicemos en tan poco tiempo. Y, aunque lo hagamos, no creo que venga.

—Él vendrá.

—No, no vendrá —repite Néstor con rotundidad.

—¿Por qué me dices eso? —pregunta Olivia furiosa—. Sé que no debíamos... pero no es asunto tuyo. Él no es así. Me quiere.

Néstor se acerca a ella y la coge por los hombros. La zarandea para que salga de esa pesadilla en la que está inmersa, para que pueda escucharle, entenderle.

—Escúchame bien, Olivia. Manuel es un sinvergüenza. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Este problema vas a tener que afrontarlo tú sola. Podría hablarte de todas sus mujeres y de sus planes de hacerse rico, razones ambas por las que sé con seguridad que él no volverá, menos para hacerse cargo de esto.

—¿Me estás diciendo que él nunca me ha querido, que me ha engañado?

—No. Si las cosas hubieran sido distintas, si él se hiciera rico en América como sueña, seguramente hubiera terminado regresando para pedir tu mano. Pero eso ya no puede ser. El tiempo juega en tu contra. Si pierdes tiempo en esperarle, solo conseguirás deshonrar a tu familia y arruinar tu vida.

A Olivia se le saltan las lágrimas. Se suelta de sus brazos con fuerza. Comprende, y, aunque le duele en el alma, presiente que tiene razón.

—Te agradezco que hayas venido aquí esta noche —le dice. Le tiemblan las piernas pero se da media vuelta con ímpetu, anhelando internarse en las sombras, desaparecer en la noche para siempre.

—Olivia, espera —le pide él. Su tono es casi suplicante y las palabras chocan contra el frío aire de la noche, deteniendo el instante.

Ella se da la vuelta hacia Néstor con la mirada altiva empañada por el torbellino de confusión y lágrimas.

—Olivia..., ¿quieres casarte conmigo?

Cuando dos personas proyectan un futuro juntos, no debería importar nada. Pero siempre hay algo que importa. Y no precisamente es el amor.

—Tu padre pudo haberse casado con mi tía Clara —dijo Madelaine.

—Pero por suerte no lo hizo porque, si lo hubiera hecho, ahora seríamos primos.

—¿Y tú no sabes por qué no se casó? ¿No te contó eso tu padre?

—No. Solo sé que sentía algo muy especial por ella. A mí siempre me pareció que se sentía culpable. No sé.

Álvaro cogió la mano de Madelaine.

—Cásate conmigo —le volvió a pedir—. Por favor, sé mi esposa.

Madelaine, llevada de algo que no podía comprender, se sintió invadida por el horror. Su madre estaba allí, entre aquellos muros, emparedada. La madre a la que tanto había añorado, por la que tanto lloró, que la dejó huérfana sin despedirse. Sus tías tuvieron que ver en su muerte, y la estuvieron engañando, porque la verdad era imperdonable, y lo que no se puede perdonar no se cuenta. No al menos en su familia. Madelaine se sintió entonces encadenada para siempre a aquella casa, un útero materno que la engendró egoístamente. Los Martínez Durango no tenían hijos con conciencia de ser seres independientes, con derecho a elegir su vida. Los Martínez Durango nacían con una obligación que les perseguía, no importaba cuánto tiempo o cuán lejos huyeran, siempre terminaría por obligarles a regresar.

—Parece que está escrito, ¿verdad? —manifestó Madelaine con un hilito de voz.

Álvaro sonrió entusiasmado.

—Tomaré eso por un sí. Y además tengo una noticia que te alegrará: tu tía nos deja esta casa. Ella se muda. Me ha hecho prometerla que aquí criaremos a nuestros hijos.

A Madelaine se le heló el corazón.

Álvaro se fue poco después. Tenía negocios que atender y Madelaine le acompañó con gusto al portal, sintiéndose una persona distinta, alienada de sí, manejada por otro. Sentía que en su interior se había librado una batalla y que ella había quedado perdida entre la masa que luchaba, tanto era así que ya no sabía ni cuál era su bando ni contra quién luchaba. Para terminar de complicar las cosas, los soldados enemigos no eran exactamente torturadores ni violentos, sino que utilizaban armas narcóticas o hipnóticas. ¿No estaba ella bajo los efectos de alguna hipnosis, actuando bajo la autoridad de otra persona? El café ya frío que había quedado sobre una alacena de paso la trajo de vuelta a la realidad. Pensar en José Luis la hizo sentir mal, culpable. Cogió el café y subió de nuevo a la cocina.

Minutos después, entraba con un nuevo café en el despacho donde trabajaba José Luis, que, al verla entrar, levantó la cabeza de entre los cientos de papeles que le rodeaban. Sobre todos ellos, su ordenador portátil, intentando poner orden en medio del caos de décadas.

—Aquí tienes el café. Perdona el retraso —se disculpó Madelaine colocándoselo sobre una pila de carpetas, pues no había hueco libre en la enorme mesa.

—Escuché voces.

—Sí, era Álvaro. Creo que ya sé dónde está mi madre.

Madelaine contó lo que Álvaro le había revelado y el fiscalista escuchó atentamente.

—Y ¿qué piensas hacer? —preguntó cuando Madelaine terminó la narración.

—Nada. ¿Qué puedo hacer?

Madelaine estaba sentada en la silla frente a él, y su humor era extraño. No sabía cómo se encontraba. Quizá en shock, quizá era que no le importaba, quizá no le podía importar... José Luis estaba confuso.

—Pues para empezar hay que averiguar si lo que dice es cierto —respondió José Luis extrañado de su reacción—. Deberíamos picar la biblioteca.

—¿Te has vuelto loco? Claro que lo que me dice es verdad. Nadie contaría una historia semejante. Y a estas alturas, siendo además como parece un accidente, ¿para qué involucrar a la policía, ni a nadie? Mi tía no vivirá mucho. Nada va a volver.

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