Vuelo final (58 page)

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Authors: Follett Ken

Tags: #Novela

Corrió hacia la ventanilla que había abierto Karen.

—¡No hay ningún chasquido! — dijo.

—El imán se ha atascado —dijo ella sin perder la calma—. Ocurre con frecuencia. Abre la cubierta derecha. Verás el impulsor de arranque entre el imán y el motor. Dale un golpecito con una piedra o con algo duro. Normalmente eso basta para solucionar el problema.

Harald abrió la cubierta derecha e iluminó el motor con su linterna. El impulsor de arranque era un cilindro de metal plano. Harald buscó con la mirada en el suelo alrededor de sus pies. No había ninguna piedra.

—Dame algo del equipo de herramientas —le dijo a Karen.

Karen lo localizó y le dio una llave inglesa. Harald golpeó suavemente el arranque con ella.

—Deje de hacer eso ahora mismo —dijo una voz detrás de él.

Harald se volvió para ver al capitán Kleiss, vestido con los pantalones del uniforme y una chaqueta de pijama, cruzando el patio hacia él con rápidas zancadas; Leo venía detrás de él. Kleiss no iba armado, pero Leo tenía un rifle.

Harald se metió la llave inglesa en el bolsillo, cerró la cubierta y fue al morro del avión.

—¡Aléjese de ese avión! — gritó Kleiss—. ¡Es una orden!

De pronto se oyó la voz de Karen.

—¡No dé un paso más o le mataré!

Harald vio el brazo de Karen sobresaliendo de la ventanilla, apuntando la pistola de Hansen directamente hacia Kleiss. Este se detuvo, y Leo hizo lo mismo.

Harald no tenía ni idea de si Karen sabía disparar el arma, pero Kleiss tampoco.

—Tira el rifle al suelo, Leo —dijo Karen.

Leo dejó caer su arma.

Harald extendió la mano hacia la hélice y la hizo girar.

La hélice giró con un ruidoso y satisfactorio chasquido.

Peter Flemming llegó al castillo antes que Hermia, con Tilde Jespersen en el asiento de pasajeros junto a él.

—Aparcaremos donde no se nos pueda ver, y observaremos qué hace cuando llegue aquí —dijo.

—De acuerdo.

—Y sobre lo que ocurrió en Sande…

—No hables de ello, por favor.

Peter reprimió su ira.

—¿Nunca, quieres decir?

—Nunca.

A Peter le entraron ganas de estrangularla.

Los faros del coche mostraron un pueblecito con una iglesia y una taberna. Donde terminaba el pueblecito había una gran entrada a la que no tardarían en llegar.

—Lo siento, Peter —dijo Tilde—. Cometí un error, pero eso se acabó. Limitémonos a ser amigos y colegas.

—Al diablo con eso —dijo Peter, sintiendo que ahora ya no había nada que le importara mientras metía el coche en el recinto del castillo.

A la derecha del camino había un monasterio en ruinas.

—Qué raro —dijo Tilde—. Las puertas de la iglesia están abiertas de par en par.

Peter esperaba que hubiera un poco de acción para así poder dejar de pensar en el rechazo de Tilde. Detuvo el Buick y apagó el motor.

—Echemos una mirada —dijo, sacando una linterna de la guantera.

Bajaron del coche y entraron en la iglesia. Peter oyó un gruñido ahogado seguido por un golpe sordo. Parecía provenir del Rolls—Royce colocado encima de unos bloques en el centro de la iglesia. Abrió el maletero y el haz de su linterna reveló a un policía, atado y amordazado.

—¿Este hombre es tu Hansen? — preguntó.

—¡El avión no está aquí! — dijo Tilde—. ¡Ha desaparecido!

En ese momento, oyeron el ruido de un motor de avión poniéndose en marcha.

El Hornet Moth cobró vida con un rugido y pareció inclinarse hacia delante como si estuviera impaciente por partir.

Harald fue rápidamente hacia donde se habían detenido Kleiss y Leo. Cogió el rifle y lo sostuvo amenazadoramente, adoptando un aire de confianza en sí mismo que no sentía. Luego fue retrocediendo lentamente ante ellos y pasó alrededor de la hélice, que continuaba girando, para ir hacia la puerta de la izquierda. Extendió la mano hacia la puerta, la abrió de un manotazo y tiró el rifle encima del estante del equipaje detrás de los asientos.

Estaba subiendo a la cabina cuando un movimiento repentino hizo que mirara más allá de Karen por la ventana del otro lado. Vio cómo el capitán Kleiss saltaba hacia delante, en dirección al avión, y se tiraba al suelo. Un instante después hubo una detonación, ensordecedora incluso a pesar del ruido del motor, cuando Karen disparó la pistola de Hansen. Pero Harald pudo ver que el marco de la ventana le había impedido bajar la muñeca lo suficiente, y que no había conseguido darle al capitán.

Kleiss rodó por debajo del fuselaje, se incorporó al otro lado del avión y se subió al ala de un salto.

Harald intentó cerrar la puerta, pero Kleiss se interponía entre esta y el marco. El capitán agarró por las solapas a Harald y trató de arrancarlo de su asiento. Harald se debatió, intentando librarse de la presa de Kleiss. Karen empuñaba la pistola con su mano izquierda, y dentro de aquella cabina tan pequeña no podía volverse para disparar contra Kleiss. Leo vino corriendo, pero no pudo acercarse lo suficiente para unirse a la pelea.

Harald sacó la llave inglesa de su bolsillo y la usó para golpear con todas sus fuerzas. El extremo afilado de la herramienta le dio a Kleiss debajo del ojo e hizo que la sangre saltara, pero el capitán no soltó su presa.

Karen se inclinó hacia delante pasando junto a Harald y empujó la palanca de control hasta dejarla colocada en el tope. El motor rugió más estruendosamente y el avión empezó a moverse hacia delante. Kleiss perdió el equilibrio. Extendió un brazo, pero continuó aferrándose a Harald con el otro.

El Hornet Moth se movía cada vez más deprisa, meciéndose y dando saltos sobre la hierba. Harald volvió a golpear a Kleiss y esta vez el capitán gritó, lo soltó y se desplomó sobre el suelo.

Harald cerró la puerta.

Se dispuso a sujetar la palanca de control en el centro, pero Karen dijo:

—Deja que me encargue yo de la palanca. Puedo hacerlo con la mano izquierda.

El avión estaba enfilado camino abajo, pero empezó a desviarse hacia la izquierda apenas adquirió velocidad.

—¡Utiliza los pedales del timón de dirección! — gritó Karen—. ¡Mantenlo recto!

Harald pisó el pedal izquierdo para hacer que el avión volviera a entrar en el camino. No ocurrió nada, así que lo presionó con todas sus fuerzas. Pasado un instante, el avión ejecutó un viraje completo hacia la izquierda. Cruzó el camino y se metió entre la hierba del otro lado.

—¡Hay una demora y tienes que anticiparte a ella! — chilló Karen.

Harald comprendió a qué se refería. Era como llevar el timón de una embarcación, solo que peor. Ejerció presión con el pie derecho para hacer que el avión volviera al camino y entonces, tan pronto como el Hornet Moth empezó a virar, corrigió con el pie izquierdo. Esta vez el bamboleo no fue tan violento. Cuando el avión regresó al camino, Harald consiguió mantenerlo enderezado dentro de él.

—¡Ahora mantenlo así! — gritó Karen.

El avión aceleró.

Peter Flemming puso la palanca del cambio de marchas en primera y pisó a fondo el pedal. El coche arrancó violentamente en el preciso instante en que Tilde estaba abriendo la portezuela de la derecha para subir a él. Tilde soltó la manecilla dejando escapar un grito y cayó de espaldas. Peter esperó que se hubiera roto el cuello.

Peter fue por el camino, dejando que la portezuela de la derecha oscilara locamente. Cuando el motor del coche empezó a aullar, cambió a segunda. El Buick fue ganando velocidad.

Sus faros iluminaron un pequeño biplano que rodaba por el camino, yendo directamente hacia él. Peter estaba seguro de que Harald Olufsen se encontraba a bordo de aquel avión. Y él iba a detener a Harald, incluso si el hacerlo los mataba a ambos.

Cambió a tercera.

Harald sintió que el Hornet Moth se bamboleaba cuando Karen movió la palanca de control hacia delante, elevando la cola.

—¿Ves ese coche? — le gritó.

—Sí… ¿Está tratando de embestirnos?

—Sí. — Harald no apartaba los ojos del camino, concentrándose en mantener el avión dentro de su curso mediante los pedales del timón de dirección—. ¿Podemos despegar a tiempo de pasar por encima de él?

—No estoy segura de si…

—¡Tienes que decidirte!

—¡Prepárate para virar si te digo que lo hagas!

—¡Estoy preparado!

El coche se hallaba peligrosamente cerca de ellos. Harald pudo ver que no iban a conseguir pasar por encima de él.

—¡Vira! — gritó Karen.

Harald presionó el pedal izquierdo. El avión, respondiendo menos lentamente que antes ahora que iban a más velocidad, salió bruscamente del camino. El viraje había sido demasiado brusco, y Harald temió que la reparación que había llevado a cabo en el tren de aterrizaje no pudiera soportar la tensión. Efectuó una rápida corrección.

Mirando por el rabillo del ojo vio que el coche torcía en la misma dirección, todavía decidido a embestir al Hornet Moth.

Era un Buick, vio, como aquel en el que Peter Flemming lo había llevado a la Jansborg Skole. El Buick volvió a girar, tratando de mantener un curso de colisión con el avión.

Pero el avión contaba con un timón de dirección mientras que el coche estaba impulsado por sus ruedas; aquello suponía una considerable diferencia sobre hierba mojada. El Buick empezó a patinar tan pronto como hubo entrado en la hierba. Mientras el coche iniciaba un rápido derrapaje en sentido lateral, la luna iluminó por un instante el rostro del hombre sentado detrás del volante que luchaba por recuperar el control, Harald reconoció a Peter Flemming.

El avión se bamboleó y volvió a enderezarse. Harald vio que estaban a punto de estrellarse contra el camión cisterna. Pisó a fondo el pedal izquierdo, y la punta del ala derecha del Hornet Moth pasó a escasos centímetros del camión.

Peter Flemming no tuvo tanta suerte.

Mirando atrás, Harald vio cómo el Buick, ahora completamente fuera de control, patinaba inexorablemente hacia el camión cisterna. El coche chocó con el camión a la máxima velocidad que podía llegar a alcanzar. Hubo una tremenda deflagración, y un segundo después todo el parque quedó iluminado por un resplandor amarillo. Harald trató de ver si la cola del Hornet Moth podía haberse incendiado, pero era imposible mirar directamente hacia atrás, así que se conformó con esperar que hubiese habido suerte.

El Buick se había convertido en un horno.

—¡Pilota el avión! — le gritó Karen—. ¡Estamos a punto a despegar!

Harald volvió a concentrar su atención en el timón de dirección. Vio que se precipitaba hacia la tienda que servía de cantina y presionó el pedal derecho para no chocar con ella.

Cuando volvieron a tomar un curso recto, el avión cobró velocidad.

Hermia echó a correr nada más oír ponerse en marcha el motor del avión. Cuando entró en el recinto de Kirstenslot vio un coche oscuro, muy parecido al que había visto en la estación, avanzando a gran velocidad por el camino. Mientras lo miraba, el coche derrapó y se estrelló contra un camión cisterna estacionado junto al camino. Hubo una aterradora deflagración, y tanto el coche como el camión quedaron envueltos en llamas.

—¡Peter! — oyó gritar a una mujer.

El fuego daba suficiente luz para que Hermia pudiera ver a la mujer de la boina azul celeste; entonces todo le quedó claro de pronto. La mujer realmente había estado siguiéndola. El hombre que esperaba dentro del Buick era Peter Flemming. No habían tenido necesidad de seguirla, porque sabían adónde iba. Habían llegado al castillo antes que ella. ¿Y luego qué?

Vio un pequeño biplano que rodaba sobre la hierba y parecía estar a punto de alzar el vuelo. Luego vio cómo la mujer de la boina azul celeste se arrodillaba, sacaba un arma de su bolso y apuntaba al avión con ella.

¿Qué estaba ocurriendo allí? Hermia dedujo que si la mujer de la boina azul celeste era una colega de Peter Flemming, entonces el piloto tenía que estar del lado de los ángeles. Incluso podía ser Harald, escapando con la película en su bolsillo.

Tenía que impedir que aquella mujer derribara al avión con su pistola.

El parque estaba iluminado por las llamas del camión cisterna, y en aquel resplandor Harald vio cómo la señora Jespersen apuntaba al Hornet Moth con un arma.

No había nada que él pudiera hacer. Iba directamente hacia ella, y si se desviaba hacia uno u otro lado, lo único que conseguiría sería ofrecerle un blanco mejor. Apretó los dientes. Las balas podían pasar a través de las alas o del fuselaje sin causar serios daños. Por otra parte también podían inutilizar el motor, dañar los controles, agujerear el depósito de combustible, o matarlo a él o a Karen.

Entonces vio a una segunda mujer que corría a través de la hierba con una maleta.

—¡Hermia! — gritó con asombro al reconocerla.

Hermia golpeó en la cabeza a la señora Jespersen con la maleta. La detective se desplomó y dejó caer su arma. Hermia volvió a golpearla, y luego cogió el arma.

Un instante después el avión pasó por encima de ellas y Harald comprendió que había despegado del suelo.

Mirando hacia arriba, Harald vio que el Hornet Moth estaba a punto de estrellarse contra el campanario de la iglesia.

32

Karen movió bruscamente hacia la izquierda la palanca de control en forma de Y, que chocó con la rodilla de Harald. El Hornet Moth se inclinó hacia un lado mientras ascendía, pero Harald ya podía ver que el viraje no había sido lo bastante pronunciado y que el avión iba a chocar con el campanario.

—¡Timón de dirección izquierdo! — gritó Karen.

Harald se acordó de que él también podía pilotar el avión. Dejó caer el pie izquierdo sobre el pedal, y la inclinación del avión cambió inmediatamente para volverse más pronunciada. Aun así, Harald estaba seguro de que el ala derecha se incrustaría en los ladrillos. El Hornet Moth fue virando con una terrible lentitud. Harald se preparó para la colisión. La punta del ala pasó a unos centímetros de la torre.

—Oh, Cristo… —dijo Harald.

Las potentes ráfagas de viento hacían que el avión se encabritara igual que un pony. Harald tenía la sensación de que podían caer del cielo en cualquier segundo. Pero Karen siguió con el viraje. Harald apretó los dientes. El avión giró ciento ochenta grados. Finalmente, Karen lo enderezó cuando estaba pasando por encima del castillo. El Hornet Moth fue estabilizándose rápidamente conforme iban ganando altura; Harald se acordó de Poul Kirke diciendo que siempre había más turbulencias cerca del suelo.

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