Con una escritura bella y precisa, Antonio Di Benedetto narra la existencia solitaria y suspendida de Don Diego de Zama, un funcionario de la corona española en Asunción del Paraguay que, víctima de una interminable espera, aguarda ser trasladado a Buenos Aires a fines del siglo XVIII.
La de Zama no es cualquier espera, se trata de una condición existencial, angustiosa y reflexiva, en un territorio caracterizado por la lejanía, la ajenidad y la disposición para el recuerdo. Zama es la novela de un exiliado castizo, con un lenguaje intemporal y arcaico, por momentos cercano al del Siglo de Oro.
Se trata de un libro perfecto, donde la cualidad filosófica se desprende naturalmente de una prosa deslumbrante.
Antonio Di Benedetto
Zama
ePUB v1.0
griffin16.06.12
Título original:
Zama
Antonio Di Benedetto, 1956.
Prólogo de Juan José Saer.
Editor original: griffin (v1.0)
ePub base v2.0
Como la mayor parte de los acontecimientos literarios, la aparición de
Zama
en 1956 pasó prácticamente desapercibida. Algunas reseñas bibliográficas aisladas señalaron sin embargo la calidad del libro. Abelardo Arias diría más tarde, y con razón, que si Antonio Di Benedetto hubiese escrito sus cuentos y novelas en París y no en Mendoza, su ciudad, sería mundialmente famoso; a diferencia de otros escritores latinoamericanos que escriben desde Europa y han alcanzado de ese modo, y quizás por esa razón, gran renombre en las letras continentales pero no mundiales,
Zama
ocupará algún día ese lugar codiciado. Si los críticos de habla española hablaran de los buenos libros y no de los libros más vendidos y más publicitados, de los libros que trabajan deliberadamente contra su tiempo y no de los que tratan de halagar a toda costa el gusto contemporáneo,
Zama
hubiese ocupado en las letras de habla española, desde su aparición, el lugar que merece y que ya empieza, de un modo silencioso, lento y férreo, a ocupar: uno de los primeros.
Zama
es superior a la mayor parte de las novelas que se han escrito en lengua española en los últimos treinta años, pero ninguna buena novela latinoamericana es superior a
Zama
.
Se ha pretendido, a veces, que
Zama
es una novela histórica. En realidad, lejos de ser semejante cosa,
Zama
es, por el contrario, la refutación deliberada de ese género. No hay, en rigor de verdad, novelas históricas, tal como se entiende la novela cuya acción transcurre en el pasado y que intenta reconstruir una época determinada. Esa reconstrucción del pasado no pasa de ser simple proyecto. No se reconstruye ningún pasado sino que simplemente se construye una visión del pasado, cierta imagen o idea del pasado que es propia del observador y que no corresponde a ningún hecho histórico preciso.
La pretensión de escribir novelas históricas —o de estar leyéndolas— resulta de confundir la realidad histórica con la imaginación arbitraria de un pasado perfectamente improbable. Ya no recuerdo quién ni dónde, afirmaba que el único valor de
Zama
era el de
reconstruir
la lengua colonial de la época en que se supone transcurre la novela. En
Zama
no hay ninguna clase de reconstrucción lingüística tampoco —y es evidente que tal proyecto no ha sido nunca tenido en cuenta por su autor. Hay, por el contrario, y en el sentido noble del término, sentido que se opone al de burla o pastiche o imitación, más lúcidamente, parodia.
Lo que distingue a una parodia de una imitación es la relación dialéctica que la parodia establece con su modelo, mediante la cual el modelo es recubierto sólo parcialmente para lograr, de ese modo, a partir de la relación mutua, un nuevo sentido. La imitación pretende superponerse enteramente a su modelo, empresa que es, desde luego, inútil, ya que siempre ha de quedar un margen, un intersticio, por el que se muestre el modelo poniendo en evidencia, al mismo tiempo, la imitación. En la parodia ese intersticio es deliberado y de la exhibición de la parodia como tal surgirá el sentido nuevo.
Es a través de esa parodia, justamente, que
Zama
quiere mostrar que no ha de leérsela como una novela histórica. La lengua en que está escrita no corresponde a ninguna época determinada, y si por momentos despierta algún eco histórico, es decir el de una lengua fechada, esa lengua no es de ningún modo contemporánea a los años en que supuestamente transcurre la acción –1790-1799—, sino anterior en casi dos siglos: es la lengua clásica del Siglo de Oro. Desde luego que no se trata de una imitación pedestre a la manera de nuestros neoclásicos, sino de un sabio procedimiento alusivo y secundario incorporado a la entonación general de la lengua personal de Di Benedetto.
Toda narración transcurre en el presente, aunque habla, a su modo, del pasado. El pasado no es más que el rodeo lógico, e incluso ontológico, que la narración debe dar para asir, a través de lo que ya ha perimido, la incertidumbre frágil de la experiencia narrativa, que tiene lugar, del mismo modo que su lectura, en el presente. Al hacer más evidente ese pasado, al convertirlo en pasado crudo, nítidamente alejado de la experiencia narrativa, el narrador no quiere sino sugerir la persistencia histórica de ciertos problemas. El esfuerzo de Di Benedetto tiende, por lo tanto, no a evadirse del presente —esfuerzo condenado por otra parte a una imposibilidad trágica— sino a exaltar la validez del presente y a hacerla más comprensible mediante un alejamiento metafórico hacia el pasado.
Pero no por no poder ser novela histórica, la narración no ha de poder ser históricamente fechada. Publicada en 1956,
Zama
tenía más de una razón para pasar casi inadvertida: en la Argentina, en esos años, el existencialismo y su giro sociológico, marcado por
Qué es la literatura
de Sartre, constituían la influencia mayor sufrida por nuestros escritores y nuestros intelectuales. En ciertos aspectos,
Zama
puede ser considerada una novela existencialista, aunque por muchas razones se aleja considerablemente de esa corriente. Por una parte,
Zama
, en la que la historia está, a su modo, presente, se niega a aceptar ese giro sociologista considerando, con razón, que el giro sociológico del existencialismo, si bien ha sido fecundo para su evolución, introduce un elemento voluntarista que es extraño a la narración. Y, por otra parte, mediante su alejamiento metafórico hacia el pasado,
Zama
echa por tierra el historicismo superficial que pretende que el repertorio temático del existencialismo no ha sido más que el producto, en sentido puramente determinista, de la Segunda Guerra Mundial.
Zama
es, por ciertos aspectos de su concepción narrativa, comparable a las obras mayores de la narrativa existencialista, como
La náusea
y
El extranjero
. Yo creo, sin embargo, que por las circunstancias en que fue escrita y la situación peculiar de la persona que la escribió,
Zama
es en muchos sentidos superior a esos libros.
En primer lugar, lo que distingue los libros citados de
Zama
es que sus autores, de un modo u otro, han tenido, en la época en que los han escrito, un comercio estrecho con la filosofía.
La náusea
es un libro que, por haber sido escrito
después
de haber sido concebida la filosofía que lo sustenta, podemos considerar como un
informe
o una ilustración de ciertas tesis más que como una narración. Algo aproximado, aunque menos tajante, podemos afirmar de
El extranjero
.
Zama
en cambio no es el producto de ninguna filosofía previa: encuentra más bien espontáneamente a la filosofía, como Edipo a su padre desconocido en la encrucijada trágica.
De este hecho podemos inferir una distinción precisa entre literatura y filosofía: distinción que no se encuentra en el objetivo de reflexión sino en la fase del proceso de creación o de expresión en que ese objeto se halla ubicado: anterior en el caso de la filosofía; dentro, en alguna parte, en el caso de la narración.
La filosofía parte de un objeto de reflexión; la narración da con él o lo siembra en algún momento de su recorrido. El hecho de que Di Benedetto sea un escritor y no un filósofo y el hecho de que haya escrito su novela en una pequeña ciudad argentina y no en la ciudad en la que el existencialismo alcanzó el esplendor mundano que lo convirtió en la moda intelectual de los años cincuenta, multiplica el valor de
Zama
y corrobora la universalidad de ciertos temas mayores del existencialismo, que la mundanidad no hizo más que poner, en su momento, en tela de juicio.
La estructura interna de
Zama
es aparentemente simple. Es el protagonista mismo quien narra, en primera persona, diez años de su vida, años cruciales en que su decadencia física y moral va poniéndolo, como un río lento y terrible, en la orilla opuesta de la vida.
Pero esa simplicidad narrativa es engañosa: una y otra vez, la narración lineal es interferida por breves historias, alegorías, metáforas, que anulan la ilusión biográfica e instalan el conjunto de lo narrado en una dimensión mítica. A partir de la cuarta frase del libro, que es también el cuarto párrafo, la descripción de un mono muerto detiene la narración —es decir la simple marcha de los acontecimientos— y la cifra en un sentido que es ambiguo y sin embargo revelador de lo que está por venir, como si instintivamente el narrador supiese que no vivimos nuestra vida más que al margen de los acontecimientos y superponiendo a nuestra experiencia la reflexión confusa sobre sus sentidos posibles.
Este procedimiento quiebra continuamente la narración, no sólo en
Zama
sino en la mayor parte de los escritos de Di Benedetto, y la enriquece. Se trata, veinte años antes que la retórica del
nouveau roman
la clasificara como uno de sus procedimientos más corrientes, de una variante de la
mise en abîme
que Gide describe en su diario, en una página de 1893: «No me desagrada que en una obra de arte se reencuentre transpuesto, a escala de los personajes, el tema mismo de esa obra. Nada la ilumina más ni establece de un modo más seguro las proporciones del conjunto. De esa manera, en ciertos cuadros de Memling o de Quentin Metsys, un espejito convexo y oscuro refleja, a su vez, el interior del decorado en que tiene lugar la escena pintada. Lo mismo en
Las Meninas
de Velázquez (aunque de un modo un poco diferente). Por fin, en literatura, en
Hamlet
, la escena de la comedia; y en otras partes también, en muchas otras obras. En
Wilhem Meister
, las escenas de marionetas o la fiesta en el castillo». Nada ilumina más
Zama
, en efecto, que esa inmovilización continua de la narración, ese hormigueo de pequeñas intervenciones metafóricas que contribuyen a liberarla de la prisión del acontecer. Que yo sepa, ningún narrador en América, excepción hecha quizá de Borges o de Felisberto Hernández, había intentado, por los mismos años, experiencias equivalentes.
En vano se intentará ubicar
Zama
dentro de las categorías rutinarias que manejan nuestros críticos e historiadores de la literatura. Una enciclopedia reciente, que ha dedicado páginas y páginas a autores que una semana después de aparecida su enciclopédica consagración ya se caían en pedazos, prodiga a Di Benedetto, antes de pasar a otra cosa, una etiqueta lapidaria: «Practica la
literatura experimental
». Discriminación que no deja de ser curiosa, si tenemos en cuenta que no hay para la literatura otro modo de continuar existiendo que el de ser experimental —condición
sine qua non
que la mantiene en vida desde
Gilgamesh
.