Read Zapatos de caramelo Online
Authors: Joanne Harris
—Aquí no. Son más de las nueve y media.
Thierry dejó escapar un cómico gruñido de oso.
—¿Crees que estoy dispuesto a esperar seis semanas?
Sus extremidades también semejaron las de un oso y me estrechó con fuerza; olía a sudor almizcleño y a cigarro; de repente y por primera vez en nuestra larga amistad nos imaginé haciendo el amor, desnudos y sudados entre las sábanas, y me sorprendió el espasmo de repugnancia que la idea me provocó...
Apoyé las manos en su pecho.
—Thierry, por favor... —El constructor mostró los dientes—. Zozie llegará en cualquier momento...
—En ese caso, subamos antes de que se presente.
Yo ya me había quedado sin aliento. El olor a sudor se intensificó y se mezcló con el aroma a café, a lana virgen y a cerveza de la noche anterior. Dejó de resultarme reconfortante, pues evoca imágenes de bares llenos a rebosar, escapadas por los pelos y desconocidos ebrios en plena noche. Las manos de Thierry son impacientes, como losas, presentan manchas de pigmentación y están recubiertas de vello.
Me puse a pensar en las manos de Roux: en sus hábiles dedos de ratero y en el aceite de motor bajo las uñas.
—Yanne, subamos.
Prácticamente me empujó por el local. Tenía la mirada encendida de expectación. De pronto me habría gustado protestar, pero es demasiado tarde. Pensé que ya no había vuelta atrás y lo seguí hacia la escalera...
Estalló una bombilla que sonó como un petardo.
Sobre nuestras cabezas cayó una lluvia de vidrio pulverizado.
Arriba se produjo un sonido: Rosette estaba despierta. El alivio me llevó a temblar.
Thierry lanzó una maldición.
—Tengo que ver a Rosette —afirmé.
Thierry emitió un ruido que no fue precisamente una carcajada. Me dio un último beso... y el momento pasó. Con el rabillo del ojo vislumbré algo dorado que brillaba en la penumbra, tal vez un rayo de sol o un reflejo...
—Thierry, tengo que ver a Rosette.
—Te quiero —insistió.
Ya lo s
é
.
Eran las diez y Thierry acababa de marcharse cuando entró Zozie, envuelta en el abrigo, con botas de plataforma color púrpura y una gran caja de cartón. Esta parecía pesar y vi que Zozie estaba algo arrebatada cuando, con gran cuidado, la depositó en el suelo.
—Lamento haber llegado tarde —se disculpó—. Lo que traigo es pesado.
—¿Qué es? —quise saber.
Zozie sonrió, se dirigió al escaparate y retiró los zapatos rojos que durante las dos últimas semanas lo habían adornado.
—He pensado que toca un cambio. ¿Qué te parece si montamos un nuevo escaparate? Ya sabías que este no era permanente y, además, echo de menos los zapatos.
—Por supuesto —respondí y sonreí.
—Compré todo esto en el
march
é
aux puces.
—Señaló la caja de cartón—. Se me ha ocurrido una idea y me gustaría ponerla en práctica.
Miré la caja y enseguida a Zozie. Todavía abrumada por la visita de Thierry, la reaparición de Roux y las complicaciones que sabía que desencadenaría, la inesperada amabilidad de ese gesto sencillo me puso al borde de las lágrimas.
—Zozie, no tenías por qué hacerlo.
—No digas tonterías. Lo hago porque me gusta. —Me observó atentamente—. ¿Hay algún problema?
—Bueno, tiene que ver con Thierry. —Intenté sonreír—. Los últimos días su comportamiento ha sido muy raro.
Zozie se encogió de hombros.
—¿Qué quieres que te diga? No me sorprende. Te va bien. Las ventas han subido y por fin la situación se encarrila a tu favor.
La miré con el ceño fruncido.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que Thierry todavía quiere ser Papá Noel, el Príncipe Azul y el rey generoso a la vez —replicó Zozie con toda la paciencia del mundo—. Estuvo bien mientras luchabas por salir adelante, ya que te invitó a cenar, te vistió y te colmó de regalos, pero ahora eres distinta. Ya no necesitas ahorrar. Alguien se llevó a su Cenicienta y puso en su lugar a una mujer de carne y hueso y tiene problemas para asimilarlo.
—Thierry no es así —lo defendí.
—¿Estás segura?
—Bueno, tal vez un poco —reconocí y sonreí.
Zozie rió y yo con ella, aunque me sentí un tanto avergonzada. Está claro que Zozie es muy observadora. Me pregunté si no tendría que haberlo visto con mis propios ojos.
Zozie abrió la caja de cartón.
—¿Por qué no te tomas el día de hoy con calma? Echa la siesta o juega con Rosette. No te preocupes. Si se presenta te avisaré.
Ese comentario me sobresaltó.
—Si se presenta, ¿quién?
—Vamos, Vianne, ya está bien...
—¡No me llames así!
Zozie esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
—Roux, está clarísimo. ¿A quién crees que me refería, al Papa?
Sonreí sin ganas.
—Hoy no vendrá.
—¿Por qué estás tan segura?
Le conté lo que Thierry había dicho sobre el apartamento, sobre su decisión de que estuviéramos instaladas allí en Navidad, sobre los billetes de avión a Nueva York, sobre la oferta de trabajo que le había hecho a Roux en la rue de la Croix...
Zozie se mostró sorprendida.
—¿Qué respondió? Si la acepta, sin duda necesita dinero. No creo que lo haga por amor.
Meneé la cabeza.
—¡Qué lío! ¿Por qué no avisó que pensaba venir? Habría manejado la situación de otra manera. Al menos me habría preparado ...
Zozie tomó asiento ante la mesa del obrador.
—Es el padre de Rosette, ¿no?
No respondí y le volví la espalda para encender los hornos. Tenía pensado hacer galletas de jengibre de las que se cuelgan en el árbol de Navidad, galletas brillantes, escarchadas y atadas con cintas de colores...
—Claro que es asunto tuyo —prosiguió Zozie—. ¿Lo sabe Annie? —Con la cabeza hice un gesto negativo—. ¿Alguien lo sabe? ¿Lo sabe Roux?
De pronto me quedé sin fuerzas y tuve que sentarme; me sentí como una marioneta a la que Zozie había cortado los hilos, por lo que me convertí en un enredo sin voz, impotente e inmovilizada.
—Ahora no puedo decírselo.
—Verás, tonto no es. Lo deducirá...
Agité la cabeza en silencio. Es la primera vez que tengo motivos para agradecer que Rosette sea distinta... Con casi cuatro años todavía parece una cría de dos y medio y se comporta como tal, por lo que deseo pensar que tal vez no se dé cuenta.
—Es demasiado tarde. Tal vez hace cuatro años, pero..., pero ahora no puedo decírselo.
—¿Por qué? ¿Os peleasteis?
Se expresa como Anouk. De pronto me encontré intentando explicar también a Zozie que las cosas no son tan simples, que las casas deben ser de piedra porque, cuando aúlla el viento, solo la roca sólida impide que salgamos volando...
¿
Para qu
é
fingir?,
pregunta él en mi mente.
¿
Qu
é
es lo que te lleva a tratar de encajar?
¿
Qu
é
tienen estas personas como para que quieras parecerte a ellas?
—No, no nos peleamos. Simplemente..., simplemente cada uno siguió su camino.
En mi imaginación surge una imagen repentina e inquietante: el flautista de Hamelín y los niños que lo siguen..., salvo el cojo, que se queda solo cuando la montaña se cierra tras el paso del músico...
—¿Qué pasa con Thierry?
Me pareció una pregunta interesante. ¿Sospecha algo? Thierry tampoco es tonto, pero tiene una especie de ceguera que podría ser arrogancia, confianza o una mezcla de ambas. Por otro lado, desconfía de Roux. Anoche lo noté en su mirada calculadora, en el rechazo instintivo que el firme urbanita siente por el trotamundos, el gitano, el viajero...
Vianne, t
ú
eliges a tu familia,
pensé.
—Supongo que ya has tomado una decisión.
—Es la correcta, estoy segura de que lo es.
Me percaté de que Zozie no me creyó, como si pudiera verlo en el aire que me rodeaba, al igual que el algodón de azúcar que se adhiere al huso. Claro que existen múltiples formas de amor, y cuando el afecto ardiente, egoísta y colérico se consume, hemos de dar las gracias a todos los dioses por los hombres como Thierry, por esos individuos seguros y poco imaginativos que consideran que la palabra «pasión» solo existe en los libros, lo mismo que «magia» y «aventura».
Zozie siguió mirándome con su paciente sonrisa a medias, como si esperase que dijera algo más. Al ver que guardaba silencio, se encogió de hombros y me ofreció el plato con bizcochitos de harina de almendras. Los prepara igual que yo; deja el chocolate lo bastante fino como para que se parta, pero lo suficientemente grueso para resultar satisfactorio; el puñado de uvas pasas gordas es generoso y añade una nuez, una almendra, una violeta o una rosa escarchada.
—Pruébalos. Quiero que me des tu opinión.
El aroma a pólvora del chocolate se elevó desde el platillo de bizcochitos de harina de almendras, con todo su olor a verano y a tiempo perdido. Él había sabido lo que era el chocolate la primera vez que lo besé, el aroma a hierba húmeda había ascendido desde el suelo en el que habíamos yacido uno al lado del otro, sus caricias habían sido inesperadamente delicadas y su pelo se pareció a las caléndulas de estío bajo la luz mortecina...
Zozie todavía sujetaba el plato con bizcochitos de harina de almendras. Es de cristal de Murano azul y a un lado tiene una florecilla dorada. No es más que una tontería, pero lo aprecio. Roux me lo regaló en Lansquenet y, cual una piedra de toque, desde entonces me ha acompañado, ya fuera en el equipaje o en el bolsillo.
Levanté la cabeza y vi que Zozie me observaba. Sus ojos habían adquirido un tinte azul, lejano y de cuento de hadas, como algo que ves en sueños.
—¿No se lo dirás a nadie?
—Por supuesto. —Cogió delicadamente un bombón y me lo ofreció: untuoso chocolate oscuro, uvas pasas remojadas en ron, vainilla, rosa y canela...— Vianne, pruébalo —añadió sonriente—. Por casualidad sé que son tus preferidos.
Lunes, 3 de diciembre
Yo misma digo que hoy ha sido una buena jornada. La mayor parte de mi trabajo es un acto de juegos malabares: una serie de pelotas, cuchillos y teas encendidas que hay que mantener en el aire tanto como sea posible...
Me llevó un tiempo estar segura de Roux. Es tan afilado que corta, manejarlo requiere mucho empeño y cuidado y me costó lo mío convencerlo de que se quedase. El sábado por la noche me las apañé para retenerlo y, con la ayuda de unas pocas palabras de aliento, hasta ahora he conseguido mantenerlo a raya.
Tengo que decir que no fue nada fácil. Su primer impulso consistió en emprender el regreso al lugar del que había venido y no aparecer nunca más. No tuve necesidad de mirar sus colores para saberlo; lo noté en su rostro cuando, con el pelo en los ojos y las manos ferozmente hundidas en los bolsillos, bajó por la colina. Thierry también lo seguía y tuve que allanar el terreno con un ensalmo que lo hizo tropezar; aproveché esos segundos para alcanzar a Roux y sujetarlo del brazo.
—Roux, no puedes irte. Hay cosas que no sabes.
Sacudió el brazo hasta que aparté la mano y no aminoró el paso.
—¿Qué te hace suponer que quiero saberlas?
—Estás enamorado de ella —respondí. Roux se encogió de hombros y siguió andando—. Debes saber que ha recapacitado y no sabe cómo explicárselo a Thierry.
Entonces me prestó atención. Aflojó el paso y aproveché la oportunidad para trazar en su espalda la señal de la garra del Uno Jaguar; ese cántico tendría que haberlo matado, pero Roux lo rechazó instintivamente.
—Oye, para —le pedí, pues me sentía impotente. Me lanzó una reconcentrada mirada—. Tienes que darle tiempo.
—¿Para qué?
—Para que decida qué es lo que realmente quiere.
Roux había dejado de caminar y prestaba atención con renovada intensidad. Experimenté un escalofrío de contrariedad porque era evidente que solo tenía ojos para Vianne; me dije que más adelante ya me ocuparía de ese asunto. De momento lo necesitaba aquí. Luego se lo haría pagar como me diese la gana.
Simultáneamente, Thierry se había incorporado y avanzaba hacia nosotros.
—Ahora no hay tiempo —advertí—. Nos vemos el lunes después del trabajo.
—¿Qué trabajo? —preguntó Roux, y se echó a reír—. ¿Crees que voy a trabajar para él?
—Más te vale si quieres mi ayuda.
Tras esas palabras, apenas tuve tiempo de reunirme con Thierry. A diez metros de distancia y enorme con el abrigo de cachemira, el constructor me miró furioso y contempló a Roux, que se encontraba detrás de mí, con la ferocidad de un descomunal oso de peluche con botones negros por ojos que, de repente, se vuelve pícaro.
—La has fastidiado —dije con tono bajo—. ¿Qué te llevó a actuar así? Yanne está muy afectada.
Thierry se erizó.
—¿Qué hice? No fue más que...
—Lo que hiciste no tiene importancia. Puedo ayudarte, pero tienes que ser amable. —A la desesperada, tracé la señal de la señora de la Luna de Sangre con la yema de los dedos. Pareció tranquilizarse porque se mostró consternado. Volví a marcarlo, en esta ocasión con el signo magistral del Uno Jaguar, y vi que sus colores se apaciguaban ligeramente. Llegué a la conclusión de que es mucho más llevadero que Roux y coopera más. Le expliqué el plan con pocas palabras—. Es muy sencillo. No puedes perder. Parecerás muy generoso. Tendrás la ayuda que necesitas para reformar el apartamento, verás más a Yanne y, por si eso fuera poco... —volví a bajar la voz—, así podrás vigilarlo...