»Smith explicó que le había preguntado a la mujer si sabía lo que estaba ocurriendo y ella le contestó que sí. Le dijo que estaba limpiando un laboratorio cuando empezó todo, y por eso iba vestida con un traje de protección. Todo el mundo a su alrededor se vio atacado y murió. Le dijo que durante horas había vagado por el edificio en busca de ayuda. No había encontrado a nadie, pero fue capaz de deducir lo que había pasado por las cosas que vio. Utilizó pases de seguridad pertenecientes a colegas muertos para acceder a las zonas del edificio a las que no había podido entrar antes. Le explicó que la causa era algo de lo que había oído rumores unos años antes. Rumores que llevaban circulando desde que empezó a trabajar en Camber.
»¿Recordáis el proyecto de la Guerra de las Galaxias? En la década de los ochenta, antes del final de la guerra fría, hubo mucha polémica alrededor de ese plan para construir un escudo que protegiese los países de un ataque nuclear. No sé si alguna vez se puso en marcha, pero según aquella mujer, cuando los terroristas empezaron realmente a golpear con fuerza a sus objetivos, los mismos países empezaron a trabajar en sistemas de protección contra la amenaza de ataques por medios no convencionales. Le explicó que querían crear un germen artificial que atacase sustancias químicas o veneno en el aire y los neutralizase, ése era el plan. Ella descubrió que llevaba algún tiempo en desarrollo. También descubrió que se había creado una versión de este «supergermen» y que se creía que era estable. Era inteligente y se autorreplicaba, y debido al aumento de las amenazas terroristas, ya se había liberado. Aparentemente, eso ocurrió hace un par de años. Smith me explicó que la mujer le dijo que todos estábamos respirando el germen desde entonces.
»En cualquier caso, la mujer le dijo a Smith que finalmente se había producido un ataque químico, y eso me parecía cierto porque recuerdo haber oído algo en las noticias justo antes de que empezase todo. Se produjo un ataque con gas en la terminal de un aeropuerto en Canadá. Smith me dijo que la mujer vio los informes de un gran número de muertos en las zonas cercanas, desproporcionado para la cantidad de veneno que se suponía que se había liberado. Parece que el germen intentó hacer su trabajo y neutralizar el ataque, pero mutó y, de alguna manera, desencadenó una reacción en cadena que se fue extendiendo. Fue ese gen mutante el que provocó todo esto. Cambió para intentar protegernos y se convirtió en lo que ha matado a casi todo el mundo. Maldita ironía, ¿no os parece?
»Smith me explicó que la mujer dedujo todo esto de varios retazos de información que encontró. Vio informes que demostraban que se habían perdido las comunicaciones con la mayor parte de Canadá y después con Estados Unidos. Poco después, la información dejó de llegar por completo.
»Podéis decir que todo esto es mentira y olvidarlo. Como os he dicho, es la única explicación que he oído hasta ahora. Probablemente, podamos imaginar un centenar de razones por las cuales ha podido ocurrir todo esto, pero ésta es la única versión que he escuchado que tiene alguna prueba que la respalde. Smith no me estaba mintiendo, no tenía ninguna razón para hacerlo, y tampoco la mujer tenía ninguna razón para mentirle a él. Y si ella realmente venía del centro de seguimiento en Camber, entonces podía tener acceso a todo tipo de información confidencial. Creo lo que me explicó. Todo ocurrió tan rápido porque el germen ya estaba aquí. Cuando se extendió la mutación, todo el mundo murió a nuestro alrededor. No hay manera de que sepamos nunca por qué los cadáveres se levantaron y empezaron a moverse. Estaba diseñado para evitar la muerte y quizá cumplió con su trabajo después de todo. Quizá destruyó los cuerpos, pero preservó el cerebro. Ahora ya no importa lo que ocurrió en realidad.
»Nos quedamos sentados con Smith y la mujer unas horas más hasta que cayó la noche. Nos abrimos paso a través de los cadáveres de regreso al helicóptero y volamos de vuelta a la base. La mujer murió al filo del mediodía siguiente. Smith sigue con nosotros.
—¡Mentira! —exclamó Phil Croft, rompiendo el silencio pesado que había caído sobre una sala ya de por sí silenciosa—. Valiente gilipollez.
—Puede ser —replicó Richard—. Pero ¿importa realmente?
—¿Eso es todo? —intervino Donna—. ¿Eso es todo lo que nos tienes que explicar?
—¿Qué más quieres que os diga? Os he explicado todo lo que sé. Lo que hagáis con ello es vuestro problema.
El piloto exhausto se puso en pie, se estiró y emprendió el regreso al helicóptero para ir a buscar algo de comida.
—¿Le crees? —preguntó Emma, mirando a Michael directamente a los ojos.
—Creo que nos ha explicado la verdad de lo que ocurrió con ese tipo, Smith —respondió Michael—, pero si me creo o no el resto de la historia, es otra cuestión.
—No hay ninguna razón para que se la haya inventado.
—Es cierto.
—Creo que recuerdo que oí algo sobre lo que había ocurrido en Canadá. Creo que probablemente fue lo último que vi en televisión.
—Yo también, pero eso no significa...
—Y estoy segura de que también he oído algo sobre ese lugar en Camber, y tiene que haber una buena razón para que esa mujer llevase puesto un traje de protección.
—También es cierto —reconoció Michael, afanándose por parecer interesado.
—Aunque fue una coincidencia que se encontrasen con Smith, y que Smith encontrase a la mujer o la mujer lo encontrase a él.
—Supongo que sí, pero también es una coincidencia que todos estemos juntos esta noche, ¿no te parece? También es sólo una coincidencia que Richard Lawrence nos encontrase e incluso que tú y yo nos hayamos conocido.
Emma bostezó y estiró los brazos hacia arriba en el frío aire matinal.
—¿No resulta irónico? —comentó Emma—. Si todo esto es verdad, quiero decir. Algo que en principio se puso ahí para protegernos acaba siendo la causa de todo el daño.
—Suena lo más adecuado para este maltrecho planeta. En cualquier caso, no vale la pena seguir con esto. No podemos probarlo ni rebatirlo, e incluso si pudiéramos, no supondría ninguna diferencia. Lo que pasó, pasó, y esto es todo lo que ha quedado. No hay nada que ninguno de nosotros pueda hacer al respecto.
—Lo sé.
—Esto me recuerda algo que solía decir mi padre —rememoró Michael, sonriendo con ironía y permitiéndose el recuerdo durante un brevísimo instante—. Cuando las cosas no iban en el trabajo como él quería, se sentía realmente frustrado y a veces salíamos juntos a tomar una cerveza y a arreglar el mundo. Mi padre trabajaba para una empresa metalúrgica hasta que quebraron. Cada día llegaba a casa y nos explicaba que habían perdido pedidos a manos de otras empresas locales o de firmas del extranjero. Mi madre se angustiaba por el trabajo que se iba del país, pero mi padre no. Decía que no importaba adónde iba el trabajo, el hecho era que su empresa lo había perdido. Solía decir que si te atropellaba un coche, ¿importaba de qué color era? Así es como me siento ahora. Como he dicho, lo que pasó, pasó, y descubrir por qué o qué lo provocó no es importante. No me interesa nada de esta mierda. Somos quienes somos.
Se calló y en medio del repentino silencio volvió a pensar en su padre. No había pensado en sus padres desde hacía días, incluso semanas. Michael había construido una muralla inconsciente alrededor del pasado para evitar que los recuerdos dolorosos se le cruzasen en el camino.
Emma se puso en pie y se dirigió hacia la parte frontal del edificio. Miró hacia el exterior de la tienda, protegiéndose los ojos del brillante amanecer anaranjado que relucía a través de la reja y empezaba a llenar el edificio con la luz del día cálida y brillante. Las sombras alargadas y desgarbadas de algún que otro cadáver bamboleante se extendían hacia ella a través del aparcamiento gris.
—¿En qué piensas? —le preguntó Emma, preocupada por su silencio repentino.
—En nada —le mintió—. ¿Y tú?
—Me pasan un montón de cosas por la cabeza —admitió Emma—. No quiero que me lleven a otra parte, pero...
—Pero ¿qué?
—No puedo dejar de pensar en que es posible que hayamos encontrado una forma de salir de todo esto, Mike. Ayer a esta hora estábamos enterrados bajo tierra, esperando. Hoy estamos...
—Ayer a esta hora estábamos relativamente seguros —la interrumpió, corrigiéndola—. Hoy estamos expuestos al peligro y somos vulnerables, estamos huyendo y no hemos conseguido nada.
—Dios santo, a veces puedes ser un capullo miserable y negativo —le replicó Emma enfadada—. ¿Por una vez no puedes ser positivo?
—Sí que soy positivo —se defendió Michael—, pero también soy realista. Hasta que no hayamos visto esa isla y haya pisado su playa y haya gritado a pleno pulmón sin que me empiecen a perseguir los cuerpos, seguiré siendo escéptico. Tenemos que ser prudentes y no embarcarnos en nada que nos pueda costar caro.
—Entonces, ¿qué estás diciendo? ¿Qué debemos decir adiós y dejar que esa gente se pierda en el amanecer?
—No, eso no es en absoluto lo que estoy diciendo, pero ya sabes lo que pienso. Si algo puede ir mal...
—Irá mal. Lo sé. Cambia el maldito disco, por favor. Eso no significa que nos tengamos que quedar sentados a esperar lo peor, por el amor de Dios. Eso no significa que las cosas no puedan ir bien para nosotros.
Michael se mordió el labio y pensó en lo que Emma le acababa de decir. Quizá tuviera razón y estaba siendo demasiado negativo. La verdad era que ya había perdido demasiado para arriesgarse a ser optimista. No podía soportar la idea de recuperarse, sólo para que los pudieran derribar de nuevo.
—Lo siento —murmuró disculpándose—. Tienes razón, cerraré la boca.
—No quiero que cierres la boca —replicó Emma, regresando a su lado—. Sólo quiero que le des a esto una oportunidad. Ten la mente abierta. Vamos, Mike, piensa en lo que puede pasar si esto funciona. Si esa isla es como la pintan, entonces antes de que pase mucho tiempo podremos tener una casa para vivir juntos. Podríamos tener nuestro propio dormitorio con una cama de verdad. Podríamos tener una cocina, un jardín, una sala de estar... Podríamos tener privacidad y espacio.
—Creía que habíamos tenido todo eso en la granja Penn.
—Lo sé, pero esto es diferente. Lo presiento. Si no hubiera sido por los cadáveres, probablemente seguiríamos en la granja Penn, quizás incluso en algún lugar mejor. Maldita sea, si no hubiera sido por los cadáveres, podríamos estar en cualquier sitio que nos gustase. Y ahora estamos hablando de ir a un lugar donde no haya cadáveres.
—No, no estamos hablando de eso —replicó Michael, volviendo rápidamente a su actitud negativa—. Aún no. Por el momento estamos hablando de ir a una isla y limpiarla de un par de cientos de cadáveres. Eso supone una gran diferencia.
Emma negó con la cabeza. No valía la pena hablar con él cuando mostraba esa actitud. Se dio la vuelta y se alejó, cansada de discutir inútilmente. Michael contempló como se iba. No había pretendido disgustarla, pero no podía soportar que se dejara llevar por una idea a medias que al final les podía costar todo lo que tenían.
Durante un rato se quedó solo y sentado, contemplando los cadáveres en el exterior.
Intentar llegar al aeródromo y unirse a los demás supervivientes era la única opción sensata que le quedaba al grupo. No existía ninguna otra alternativa lógica. No tenían ningún otro sitio al que ir.
Durante los días y semanas de su encierro bajo tierra, casi no había cambiado la estructura del grupo: algunas personas eran de naturaleza retraída e intentaban fundirse con el entorno, contemplando cómo los demás hacían el trabajo a su alrededor y sin contribuir nunca activamente. Otras personas más confiadas, por el contrario, habían empezado a tomar el control y a organizar. Sin embargo, bajo la fría luz del día de aquella mañana se había producido un cambio sutil en la actitud de muchas personas. La introducción en la ecuación tanto de los soldados (que hasta el día anterior habían mantenido una distancia forzada y cautelosa del grupo) como del helicóptero que había llegado había alterado radicalmente la estructura de aquella pequeña comunidad aterrada. Individuos que con anterioridad se habían mantenido ocultos en las sombras se afanaban ahora por salir a la luz, desesperados porque no los olvidasen y dejaran atrás.
—Yo lo haré —indicó Peter Guest ansioso, rodeando a Jack y cogiendo el mapa de las manos de Richard Lawrence—. Yo guiaré. Decidme dónde estamos.
Richard recuperó el mapa y lo plegó hasta adoptar un tamaño más manejable. Apuntó hacia la amplia zona en la que estaban escondidos en ese momento. Había pasado la última media hora apuntando las indicaciones básicas para llegar al aeródromo de Monkton a fin de que las pudieran seguir y acababa de pedir un voluntario para ejercer de guía. Mostrando más entusiasmo del que había tenido durante los meses anteriores, Guest empezó a leer con ansiedad las direcciones y a ubicarlas en el mapa, dibujando la ruta hacia Bigginford y el aeródromo en las afueras.
—Irás con Cooper en el transporte de tropas —sugirió Michael—. Steve puede ir detrás en el camión y yo lo seguiré a él.
—No en tu autocaravana —intervino Steve Armitage desde el otro lado de la sala. Había estado en el exterior comprobando los tres vehículos y acababa de regresar, sin aliento y helado. Se limpió las manos grasientas en un harapo sucio, que lanzó hacia un rincón oscuro—. Está reventada, colega. El eje está roto. No me sorprende después del viajecito de la otra noche.
—Mierda —maldijo Michael en voz baja.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Emma, sintiéndose extrañamente triste por la pérdida del vehículo que, hasta hacía poco, había llegado a odiar.
—Tendremos que salir y encontrar otra cosa —sugirió Donna que hasta ese momento estaba sentada a un lado y escuchaba en silencio—. De otra forma no cabremos todos. Por los alrededores debe de haber algo que podamos usar.
—Ahí fuera no hay demasiados cadáveres —comentó Steve—. Creo que no pasará nada si salimos y echamos un vistazo, siempre que seamos sensatos y rápidos.
—¿No nos podemos apañar con los dos camiones? —preguntó Emma.
Michael estaba a punto de contestar cuando habló Stonehouse.
—Tendréis que conseguiros dos vehículos —anunció.
Desde la parte de atrás del pequeño grupo de personas, el soldado se acercó al frente. Una figura imponente con su pesado traje de protección, cargado con el fusil y flanqueado por uno de sus hombres, su movimiento repentino resultó inesperado.