Zona zombie (8 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

—Estoy seguro de que en algún momento llegaremos a una carretera —respondió finalmente Cooper, sacando a Michael de sus pensamientos tenebrosos y cada vez más depresivos, y devolviéndolo a la realidad—. Entonces pararemos e intentaremos averiguar dónde nos encontramos.

—No seas idiota. ¿Cómo vamos a parar? Si nos detenemos, nos van a...

—Si tenemos cuidado, nos podemos permitir parar un rato —le interrumpió Cooper, su voz un poco más alta, sólo lo suficiente para silenciar el exabrupto de Michael—. Pararemos, nos reagruparemos y decidiremos qué vamos a hacer. Si somos rápidos, no dejaremos tiempo para que nos encuentren más que unos pocos cadáveres.

Michael asintió y gruñó para demostrar que lo había entendido, pero había dejado de escuchar. Sólo estaba interesado en Emma y no le importaba nada más. Contemplaba el movimiento constante a su alrededor a medida que los cadáveres se daban la vuelta y atravesaban penosamente la noche a la caza del desvencijado convoy.

En el camión penitenciario, Steve Armitage conducía con habilidad a lo largo de las rodaderas anchas que dejaba a su paso el vehículo militar que llevaba delante. A su lado se encontraba Phil Croft, aterrorizado y temblando por los nervios, pero aun así alerta, vigilando el mundo exterior como un halcón. En la parte trasera del camión, los demás supervivientes estaban sentados muy juntos en la oscuridad, sin saber dónde se encontraban ahora ni hacia dónde iban, cada uno de ellos atormentado por una sensación incómodamente familiar de desorientación y desesperanza.

A más de cincuenta metros por detrás del camión, Donna gruñía a causa del esfuerzo que realizaba para mantener el control de la autocaravana. Se trataba de un vehículo viejo, con muchos kilómetros y difícil de conducir, que en el mejor de los casos ofrecía un duro viaje sobre una carretera recta, así que no digamos cuando circulaba sobre un terreno peligroso como aquél. En el interior del vehículo no hablaba nadie. Al ser un vehículo mucho más corriente que los otros dos a los que estaban siguiendo, sus amplias ventanillas permitían a los supervivientes apelotonados en la parte trasera tener una visión clara del mundo muerto a su alrededor, una vista que muchos de ellos hubiera preferido no tener. Ahora, a más de un kilómetro del búnker, el terreno a su alrededor seguía cubierto de una enorme masa de cadáveres en movimiento. Donna hacía lo que podía, pero el viaje era cada vez más inseguro. La autocaravana no estaba diseñada para circular por barro espeso y pisoteado ni por súbitas subidas y bajadas. La dirección era lenta y dura, y la parte trasera del vehículo amenazaba constantemente con quedar fuera de control. Atrás nadie se atrevía a hablar por temor a distraer a su nerviosa conductora.

Emma levantó la mirada hacia la silueta de una casa acurrucada entre los árboles en la cima de un colina baja. Incluso en la distancia pudo ver movimiento y supo que había sido infestada. Le recordaba a la granja Penn y se sintió ahora tan aterrorizada e impotente como cuando Michael y ella tuvieron que huir de allí. Sus oscuros pensamientos quedaron interrumpidos cuando de repente se detuvieron.

—¿Qué ocurre?

Donna hizo un gesto hacia delante. Emma miró y vio a Cooper fuera del transporte de tropas. Estaba desatando una cuerda deshilachada o una cadena que había mantenido cerrada una ancha puerta de metal. Los faros de los vehículos iluminaban grandes cantidades de cuerpos inestables, que empezaron a colisionar con los coches a medida que cruzaban la escena al azar. Por suerte para Cooper, la luz y el ruido de los motores era una distracción mucho mayor que él. Contemplaron cómo abría la puerta, apartaba de golpe a los cadáveres más cercanos y corría de vuelta a su vehículo.

—A partir de aquí debería de ser más fácil —comentó Donna en voz baja, su tono sonaba cansado y resignado—. No creo que...

Un cadáver putrefacto y de aspecto repugnante se precipitó sobre la parte delantera de la autocaravana. Donna saltó hacia atrás sorprendida y después se inclinó hacia delante para mirarlo mientras empezaba a golpear el capó con sus manos torpes y escasamente coordinadas. Era una visión horrorosa. Durante el tiempo que los supervivientes habían estado bajo tierra, los cadáveres se habían ido deteriorando sin cesar. Esa monstruosidad, a juzgar por la largura de lo que quedaba de su cabello lacio y a la altura de los hombros, y de la ropa hecha jirones, había sido una mujer. La parte inferior de su cara era prácticamente indistinguible. El agujero que se encontraba donde debería haber estado la boca era el doble del tamaño normal y le colgaba la mandíbula, arrancada de un lado de la cabeza. La piel era de un color verde negruzco y estaba cubierta de desgarros y agujeros allí donde había desaparecido la carne. Los ojos vacíos del cadáver miraban sin parpadear los faros de la autocaravana.

—Se están moviendo —indicó Emma, mirando a cualquier parte que no fuera el cuerpo.

Donna levantó la cabeza y empezó a acelerar con suavidad, esperando que el movimiento inicial fuera suficiente para apartar el cadáver de su camino. Dado que siguió sin moverse, apretó el pie en el acelerador y arrastró durante bastantes metros la repulsiva figura antes de que cayese al suelo y fuera aplastada por las ruedas de la autocaravana.

Siguiendo la ruta del camión penitenciario y del transporte de tropas, Donna hizo pasar con cuidado la autocaravana a través de la puerta y penetró en un estrecho camino de grava.

9

El convoy siguió adelante durante las últimas horas de la tarde y parte de la noche, siguiendo la carretera revirada a través de la oscuridad, sin saber hacia dónde se dirigían.

En el transporte de tropas había nueve personas y casi ninguna de ellas hablaba. Cooper se mantenía ocupado mirando constantemente la carretera que tenían delante, vigilando los cadáveres y buscando un lugar donde pudieran parar durante un rato y reagruparse. Casi no llevaban nada consigo (muy poca comida o agua, sólo unas pocas armas) y resultaba evidente que la prioridad era conseguir algunos suministros. Sabía que iba a ser así si tenían que evacuar la base con rapidez. Había intentado acumular suministros para la ocasión, pero los militares les habían proporcionado raciones mínimas y habían mantenido un control tan estricto sobre el equipo que le había resultado imposible acumular cualquier reserva. Casi no habían tenido suficiente para sobrevivir, mucho menos para guardar.

En la parte trasera del vehículo, Michael se quedó mirando a uno de los soldados que estaba apoyado contra la puerta y sollozaba.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

La figura enfundada en el traje de protección se volvió y lo miró.

—Kelly Harcourt —contestó.

Michael se quedó sorprendido, aunque sabía que no debería estarlo. Había supuesto que bajo todos los trajes de protección sin forma y cubiertos con la suciedad del campo de batalla, aquel soldado era un hombre. Aunque estaba oscuro y la mayor parte de su cara quedaba oculta por la máscara de respiración, pudo vislumbrar los ojos y el puente de la nariz. Parecía demasiado joven para vestir el uniforme.

—¿La primera vez que sales a la superficie?

Ella asintió.

—Nos explicaron cómo sería —explicó en voz baja—, pero nunca me esperé esto.

—Créeme —replicó Michael—, sea lo que sea lo que te explicaron, es peor. Aún no has visto nada.

La conversación terminó con la misma velocidad con la que había empezado. Michael lamentó sonar tan negativo, pero ¿qué otra cosa se suponía que debía decir? Mentir a la soldado para que se sintiera mejor resultaba inútil. ¿Quizá simplemente debía haber cerrado la boca y no decir nada? Parecía que cuanto más lo intentaba, menos lo conseguía. Emma y él habían trabajado muy duro para sobrevivir desde el primer día y ¿para qué? Pensó en los lugares en los que había estado desde entonces (el centro social en Northwich, la granja Penn, el búnker); ninguno de ellos había resultado ser tan seguro como pensaron en un principio. En silencio admitió para sí mismo que ahora se sentía tan impotente y vulnerable y estaba tan asustado como cuando empezó la pesadilla hacía dos meses.

¿Siempre iba a ser así?

El avance por las carreteras cubiertas de escombros era lento. El paisaje que estaban atravesando era interminablemente oscuro e inhóspito, y los cuerpos eran lo único que se movía aparte de ellos mismos. Por puro azar, de vez en cuando aparecía alguno delante del transporte de tropas, pero en su mayoría eran demasiado lentos para reaccionar ante el ruido y la luz emitidos por el pequeño convoy y se tambaleaban sin rumbo fijo en la carretera vacía una vez ya habían pasado los vehículos.

Llevaban conduciendo más de una hora cuando llegaron a las afueras de un pueblo pequeño, donde cambiaron de dirección, sin arriesgarse a atravesarlo en línea recta. Se dirigieron hacia una serie de edificios grandes y anodinos que se encontraban justo al lado de la carretera principal. El soldado que conducía el transporte de tropas redujo la velocidad al entrar en el aparcamiento cubierto de hierbas de un polígono industrial. Cuando miraron con más atención hacia las sombras, pudieron distinguir un pub, un cine, un par de bloques de oficinas y varias fábricas en ruinas, así como la estructura de edificios en diferentes fases de construcción o demolición. Parecía que la zona se encontraba en medio de un proyecto de reforma a gran escala cuando los gestores del proyecto, los arquitectos, los inversores, los banqueros, los obreros de la construcción y todos los demás implicados en el plan habían muerto. Michael revisó esperanzado todo el lugar. Parecía que en los alrededores no había más que un puñado de cuerpos, aunque sabía que no tardarían en llegar más.

Se inclinó hacia delante y agarró a Cooper por el hombro.

—Hagámoslo aquí. Parece un buen sitio.

Cooper asintió y el conductor dirigió el convoy hacia el interior del complejo, siguiendo una sinuosa calle pavimentada con ladrillos que conectaba una serie de aparcamientos del tamaño de campos de fútbol, casi todos vacíos excepto por algunos coches dispersos, algunos accidentados, otros abandonados hacía mucho tiempo por sus propietarios muertos. Redujo la velocidad al pasar junto al pub. Cooper hizo una sugerencia.

—Dirígete hacia allí.

Hizo un gesto más allá del pub, pasado el cine, hacia una tienda del tamaño de un almacén con cierres metálicos en las ventanas. El conductor siguió adelante, rodeando por instinto, aunque de forma innecesaria, a tres cadáveres torpes y bamboleantes que salieron de las sombras. La tienda estaba en el extremo más alejado del polígono, en la cima de una ligera subida, bordeada en su lado izquierdo y por detrás por una alta alambrada de tela metálica. Al otro lado de la alambrada había árboles. Al acercarse, Cooper advirtió una zona de carga y descarga acordonada a un lado del edificio.

—Por allí —indicó—. Entra por el portón.

El conductor hizo lo que le ordenaban, acelerando para subir la cuesta y después dirigiendo con cuidado el transporte de tropas hacia la zona delimitada. Justo detrás, el camión penitenciario y la autocaravana hicieron lo mismo. El transporte de tropas se detuvo con una sacudida repentina. Desesperado por salir del enclaustramiento, Michael bajó con rapidez y atravesó corriendo la zona de carga en dirección al portón. Cooper apareció a su lado y entre los dos lo cerraron y atrancaron. Un cadáver aislado había conseguido colarse por el hueco antes de cerrarlo. Cooper lo agarró por el cuello y le golpeó la cabeza repetidas veces contra el lateral del camión penitenciario hasta que dejó de moverse.

—Que todo el mundo entre con rapidez —indicó Michael—. Si nos ocultamos rápidamente, no atraeremos a demasiados. Incluso es posible que podamos pasar aquí la noche si...

Otro cuerpo se precipitó sobre él desde un lado, agarrándolo con una fuerza sorprendente. Michael detuvo su reacción cuando se dio cuenta de que era Emma. Lo abrazó, haciendo que perdiera el equilibrio.

—No sabía si habías podido salir —comentó, incapaz de contener su alivio—. Estuve mirando pero no te pude ver...

—Resulta muy conmovedor, pero no tenemos tiempo para esto —intervino Donna en tono desaprobador, mientras un cadáver solitario se arrastraba letárgico hacia el portón—. Quitaos de en medio, por el amor de Dios.

Los supervivientes y los soldados vaciaron con nerviosismo sus vehículos y se internaron por una puerta lateral en el edificio oscuro y silencioso. Gavin Stonehouse, el soldado de mayor rango de los cuatro que quedaban, abrió camino a través de la puerta que había permanecido abierta durante las últimas siete semanas y media a causa de la pierna derecha atrancada de un miembro muerto del personal de la tienda. Sostenía el fusil por delante, dispuesto a disparar, pero sin estar seguro de si sería una buena idea. El grupo le seguía como una banda muy unida pero descoordinada, y permaneció completamente en silencio hasta que Jack Baxter habló.

—Deberíamos hacer un poco de ruido —sugirió—, por si hay alguno aquí dentro. Deberíamos intentar que salieran de la penumbra.

—Aquí dentro todo está en la penumbra, Jack —replicó Michael, mirando a su alrededor e intentando distinguir algo en el entorno oscuro y deprimente—. Creo que deberíamos esperar un minuto, hasta que entre todo el mundo.

Habían entrado en una tienda de menaje enorme y probablemente muy bien abastecida, y en ese momento estaban atravesando un gran departamento de electrodomésticos. A su derecha se encontraba un expositor de pantallas de televisión apagadas; a su izquierda, una muestra igualmente sin vida de equipos de música.

Stonehouse se detuvo.

—¿Ahora qué?

—Para empezar, consigamos un poco de maldita luz, no puedo ver una mierda —contestó una voz nerviosa desde la oscuridad.

Michael reconoció que era la de Peter Guest, un hombre que solía susurrar en voz muy baja y que, por lo general, se mantenía retraído, y con el que sólo había hablado un puñado de veces.

—Aquí dentro debe de haber algo que podamos utilizar —comentó Donna esperanzada mientras miraba a su alrededor en la penumbra. Podía oír cómo se movía algo en la cercanía, pero no estaba segura de si estaba vivo o muerto. Cuanto más escuchaba, más segura estaba de distinguirlo.

A la derecha de Stonehouse, Phil Croft levantó el mechero y lo encendió, de manera que la llama naranja abrió inmediatamente un agujero brillante en la oscuridad. Un cadáver que por casualidad se tambaleaba peligrosamente cerca aumentó de repente su velocidad, se volvió y se precipitó hacia la luz a través de los restos de la tienda. Se abalanzó sobre Stonehouse, haciendo que perdiera el equilibrio y tirándolo contra una gran pantalla de televisión que se meció peligrosamente en el expositor. Stonehouse se recompuso con calma, apartó de un empujón el cadáver que se sostenía sobre unos pies inseguros, levantó el fusil y le disparó en la cabeza. Cayó pesadamente al suelo, su cara una masa hundida de carne putrefacta y huesos astillados. El disparo levantó ecos interminables por toda la tienda.

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