Zonas Húmedas (22 page)

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Authors: Charlotte Roche

Tags: #GusiX

Si Robin se ha ido puedo dar por enterrado mi plan.

¿No querías lavarte el pelo, Helen? En momentos como éste tu look no te importa, ¿verdad? A Robin incluso le gustaste con la mitad de la tripa colgando fuera. Ahora ya la tienes metida dentro otra vez. Una mejora estética clarísima.

Al igual que la postura de la cara sodomizadora, el pelo grasoso es la piedra de toque para saber si alguien me quiere de verdad.

He decidido que el pelo conserve su manteca. Sólo me lo peino con los dedos.

Se abre la puerta. Es Robin.

—¿Qué pasa? Ya me iba a casa. Has tenido suerte de encontrarme.

Tú también. Porque te dejo que me lleves a tu casa, si quieres.

—¿Has hecho la bolsa? ¿Te han dado el alta?

Mira con cara de tristeza. Piensa que ha llegado el momento de despedirse de mí.

Digo que sí con la cabeza.

Ha cubierto su uniforme blanco con un chubasquero de cuadros azul claro y azul oscuro. Queda perfecto. Clásico e intemporal.

No hay tiempo que perder.

—Robin, os he mentido a todos. Ya he cagado hace tiempo. Estoy bien, por así decir. Ya sabes, sin hemorragia. Quiero decir, por delante sí. Pero por detrás no. Ya me entiendes. Quería quedarme en el hospital el mayor tiempo posible porque hubiera sido un lugar de reunificación familiar muy bonito. De hecho, ya no somos una familia y yo deseaba que mis padres volviesen a encontrarse en esta habitación. Pero es una gran locura porque ellos no quieren. Tienen otras parejas de las que paso tanto que ni siquiera me sé sus nombres. No quiero irme a casa de mi madre. Papá ya se fue. Mamá está tan mal que a punto estuvo de matar a mi hermano. Tengo dieciocho años. Puedo decidir por mi cuenta dónde quiero estar. ¿Me dejas vivir en tu casa?

Se ríe.

¿Por qué está turbado? ¿Se reirá de mí? Lo miro con cara de espanto.

Se me acerca. Se coloca junto a la cama, frente a mí, y me abraza. Me echo a llorar. Lloro y no paro de llorar, termino sollozando. Me acaricia el pelo grasoso con mano firme y segura. Test de amor aprobado.

Sonrío brevemente durante el llanto.

—Sin duda tendrás que pensar si me dejas.

Su chubasquero es lacrimófugo.

—Sí.

—¿Todavía tienes que pensártelo o me dejas irme contigo?

—Vente.

Coge mi bolsa y me ayuda a bajar del catre.

—¿Puedes llevarme la bolsa al coche y venir a recogerme enseguida? Todavía tengo que resolver un asunto familiar.

—Lo haría con mucho gusto pero no tengo coche. Sólo tengo bici.

Lo que faltaba. Ir de paquete y con el culo hecho polvo. Pero así se hará.

—¿Tu casa está lejos? Si no, puedo aguantar en el portaequipajes.

—No queda lejos. En serio. Voy con tu bolsa al cuarto de las enfermeras y cuando estés lista me das un toque con el timbre. Entonces vendré a recogerte. Tengo tu bolsa, no hay vuelta atrás.

—No tendrás que esperar mucho. Déjame coger algo de la bolsa.

Remuevo las cosas y encuentro mi boli. Me va a hacer falta. También saco una camiseta y un par de calcetines.

Me hace una caricia en la cara, aprieta los labios y asiente con la cabeza varias veces. Creo que es un gesto destinado a darme ánimos para mi asunto familiar.

—Sin vuelta atrás —digo a sus espaldas.

La puerta se cierra.

Saco de la bolsa de Toni el vestido y los zapatos de mamá.

Meto la bolsa en el armario. Ya no me hace falta, sólo estropearía el cuadro.

Pongo el vestido con el cuello de cara a la pared y delante, a una distancia prudencial, los zapatos.

Doblo la camiseta hasta convertirla en un pequeño bulto que parece una prenda infantil. Los calcetines los voy enrollando para que también parezcan los de un crío. Pongo ambas cosas junto al cuerpo de la mujer adulta. Del tupper saco dos paños cuadrados y los doblo muchas veces. Los coloco en el lugar donde se supone que están las cabezas de las figuras. Son sus almohadas.

Al cuerpo grande lo doto de pelos largos. Me los arranco uno a uno y los voy poniendo sobre la almohada. Pero así no se ven. Me alejo varias veces para apreciar si alguien que entre en la habitación puede reconocer lo que ha de reconocer. En algún momento dejo de arrancármelos individualmente y empiezo a sacarlos a manojos del cuero cabelludo. Los pongo sobre la almohada hasta que me parece que se distinguen bien. No duele tanto como pensaba. Será por las pastillas. Ahora los pelos del niño. Tienen que ser cortos. De cada pelo arrancado saco tres pelos de niño y los coloco sobre la almohada que le corresponde, en cantidades suficientes como para que se vean bien.

Ahora se ve que se trata de una mujer y un chico tirados en el suelo.

Por el lado de sus cabezas, en el papel pintado de la pared, dibujo con el boli un horno de cocina, en ligero escorzo, como si saliera del tabique.

Rajo, siempre con el boli, el papel pintado a lo largo del borde superior de la puerta del horno y voy tirando cuidadosamente de él, hacia abajo. Lo doblo sobre el suelo, en horizontal, para que parezca una puerta de horno abierta.

Doy unos pasos atrás y observo lo que mi parentela se va a encontrar en cualquier momento.

Mi carta de despedida. La razón por la que los dejo. El silencio.

Mi madre y mi hermano tirados ahí tal como los encontré. Todos esperaban que lo olvidara. Pero algo así no se puede olvidar. Por su silencio se me ha hecho cada vez más grande. Y no más pequeño.

Llamo al timbre por última vez y espero a Robin.

Durante la espera mantengo la vista fija en mamá y Toni. Puedo oler el gas.

Entra Robin.

—Sácame de aquí.

Abandonamos la habitación.

Cierro la puerta tras de mí. Tengo que expulsar mucho aire. Sonoramente.

Caminando uno junto a otro enfilamos a paso lento por el pasillo.

No vamos cogidos de la mano.

De repente se para y deja la bolsa. Se lo ha pensado.

No. Se pone detrás de mí y me anuda el camisón en el trasero. Quiere cubrirme en la vía pública. Buena señal. Vuelve a coger la bolsa y seguimos caminando.

—Si vivo en tu casa, seguramente querrás acostarte conmigo, ¿no?

—Sí, pero al principio no por el culo.

Se ríe. Me río.

—Sólo me acostaré contigo si consigues chuparle el culo a un poni con tanta fuerza que quede apuntando hacia fuera.

—¿Es posible eso o será que en realidad no quieres acostarte conmigo?

—Es lo que siempre he querido decirle a un tío. Ahora he podido. Claro que quiero. Pero no hoy. Estoy muy cansada.

Caminamos hasta la puerta de cristal.

Aprieto con ganas el pulsador, la puerta se abre volando, echo la cabeza atrás y suelto un grito.

Fin

Charlotte Roche

Charlotte Roche nació en Wycombe (Reino Unido) en 1978 y se crió en Alemania. Por su labor de presentadora («Viva», «Arte», «ZDF», etc.) fue galardonada con el Premio Grimme y el Premio de la Televisión Bávara. Reside en Colonia, está casada y tiene una hija.
Zonas húmedas
es su primera novela: con más de un millón y medio de ejemplares vendidos y 25 traducciones, ha encabezado durante meses los ránkings de venta alemanes y ha sido el primer libro del ámbito germano en alcanzar la cumbre de la lista mensual de bestsellers mundiales según Amazon.

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