Y respecto de que el rey frenó en seco o supo sujetar los ánimos progolpistas de los militares díscolos… ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿En qué momento? Si toda la cadena de mando, absolutamente toda, desde los jefes de Estado Mayor (JUJEM) a los capitanes generales, se mantuvieron disciplinadamente a las órdenes del rey en todo momento. Absolutamente todos aquellos con los que habló el rey a lo largo de aquella jornada: desde los que le decían «bueno, señor, leña al mono» o «qué, señor, adelante, ¿no?», hasta los que, simplemente, se ponían a «sus órdenes, majestad, ¡para lo que sea!».
No, no hubo tal contragolpe. Hubiera habido contragolpe si inmediatamente se hubiera cursado orden de poner en arresto a Armada o de neutralizarlo. Todo el mundo que debía saberlo hablaba de Armada a las 7 de la tarde como el eje de la operación. ¿Se tomaron medidas contra él para reducirlo? ¿Se cursaron instrucciones a su jefe directo Gabeiras para arrestarlo? ¿Se aisló en algún momento de la tardenoche-madrugada al general Armada? O por el contrario, ¿no gozó de plena libertad de acción y de movimientos, quedando bajo su pleno control el Cuartel General del Ejército cuando Gabeiras se desplazó ala sede del PREJUJEM? Ésas sí se hubieran entendido como medidas para neutralizar el golpe que se estaba desarrollando. ¿Se hizo acaso eso? En absoluto; por el contrario, las cosas se fueron desarrollando de acuerdo con el plan de la Operación De Gaulle.
¿Y se aisló acaso a Milans del Bosch? ¿Llamó alguien al capitán general de Valencia? ¿El rey, el JEME Gabeiras, para ordenarle que retirara el bando y a las tropas? ¿Para decirle que había sido desposeído del mando? ¿Para informarle que estaba arrestado? Sí, es verdad que esas llamadas se llegarían a hacer, pero ¿cuándo, a qué hora? Desde luego, no entre las siete de la tarde y la una de la madrugada. Y Gabeiras sí que habló con Milans a media tarde, sobre las ocho, y quedó muy satisfecho de la conversación, cuando Milans le confirmó que había dictado el bando y sacado unos grupos tácticos a la calle para preservar el orden, permaneciendo a la espera de órdenes. ¿Le dijo entonces Gabeiras, a esa hora, que se considerara arrestado y que sería destituido? ¿Qué retirara el bando? En absoluto. Nunca a esa hora.
Otra cosa era lo que el jefe del Ejército se llegaría a inventar, sí, inventar, en su famoso cuaderno de bitácora, para ajustar unos hechos fracasados, imaginándose acciones que jamás existieron y conversaciones que nunca se celebraron. Como aquella que aseguró haber mantenido a tres bandas con el rey y Milans, en la que supuestamente le comunicó a este último que estaba arrestado. Pura invención, consecuencia natural de un fracaso. Pero no adelantemos acontecimientos, porque esta parte del relato la dejaremos para lo que yo llamo el momento decisivo del rey. Porque lo tuvo. Pero, ¿en qué momento se dio? Lo veremos un poco más adelante.
Antes me parecen convenientes unas breves líneas más para rematar este apunte del contragolpe que nunca existió. ¿Cómo se puede explicar que, dentro de la cadena de mando militar, el rey se dirigiera sin mediación alguna a su ex secretario, por muy flamante segundo jefe del Ejército que fuera? La primera llamada del rey tras el asalto de Tejero al Congreso, la primera, fue a Armada. Lo lógico es que hubiera sido al Presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor o a la JEME. Sí, la hizo al despacho de Gabeiras, pero fue después de no localizar a Armada en el suyo. Y el rey, nada más descolgar el teléfono Gabeiras, le dijo que le pasara con Armada. En el 23-F se puenteó al JEME Gabeiras y al capitán general de Madrid, Quintana Lacaci. Tenemos al rey hablando directamente con el segundo jefe del ejército. ¿Por ser el segundo jefe del ejército? No. ¿Por ser su ex secretario? Tampoco. Lo hacía porque era la persona designada para erigirse en nuevo presidente de un gobierno excepcional que vendría dado luego de anular la acción de Tejero.
Intentar explicarlo de otra manera es algo carente de toda lógica en la cadena estructural de mando de un ejército. Pero lleno de lógica si el rey quería hablar con Armada para decirle que fuera a Zarzuela. Porque así estaba previsto que fuera. Porque así es, insisto, como se había convenido entre ambos con antelación. ¿Cómo explicar también la iniciativa de Sabino de «voy a hablar con la Acorazada directamente porque la tenemos ahí al lado»? ¿Es que acaso no había una cadena de mando por delante?
En teoría, y ante un acontecimiento como el 23-F, la figura del Presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, teniente general Ignacio Alfaro Arregui, debería haber sido capital y protagónica. Era nada menos que el jefe de los ejércitos, después del rey. Y sin embargo, dicha figura pasaría prácticamente inadvertida. Aunque sí que llegaría a tener cierto protagonismo, muy fugaz, cuando, junto al resto de los otros jefes de los estados mayores de los ejércitos, estuvo a punto de emitir una nota aprobada por todos, por la que se consolidaba el golpe a la turca: el golpe dado desde la cabeza del ejército. Pero como aquello no era lo previsto en la operación 23-F, se paró desde Zarzuela, como veremos en seguida.
No, el rey no dio el contragolpe a los 15 minutos de iniciarse el golpe, sino que, por el contrario, dejó que las cosas siguieran fluyendo según el guión trazado de la operación. ¿Acaso no llegó a presentarse Armada en el Congreso tal y como estaba previsto, para ser designado presidente y formar un nuevo gobierno? ¿Y no fue con la autorización de Zarzuela, y la de su jefe directo Gabeiras —quien le despidió con un sonoro «¡A tus órdenes, presidente!»— y la del resto de los capitanes generales, excepto el de Canarias, y en su caso por puros celos personales? No, el rey hasta aquel momento dejó que las cosas fluyeran, y como poco «estuvo a verlas venir», como ha reconocido Armada.
También se ha dicho que en el CESID se pusieron todos a trabajar para dar el contragolpe (¿?). Esta afirmación es más temeraria aún. Pero como el papel lo sostiene todo, o casi todo… Me reitero en lo mismo que en el punto anterior; pido un dato, un solo dato, que contraste o refrende tal aseveración. Porque sería del todo chirriante que el mismo servicio de inteligencia que dio cobertura y metió a Tejero en el Congreso se pusiera acto seguido y «activamente» a dar el contragolpe. Desde luego, no en las sedes de los grupos operativos, donde poco después de cumplida su misión, pusieron sobre las mesas bandejas de canapés y de finas y exquisitas viandas de un catering encargado por la mañana para celebrar el éxito de la operación. Allí, todos o, mejor dicho, casi todos los agentes estaban eufóricos. En el ambiente se respiraban aires de victoria.
Y desde luego, tampoco estaban entregados al contragolpe en el área de contrainteligencia, afanados en ese momento en dar cuenta de las botellas de cava o de champán que habían abierto para brindar por el feliz resultado de la operación. También ahí se respiraban aires de victoria. Los mismos aires que llevó Cortina, radioteléfono a la oreja, a la sede central del CESID para informar a sus superiores, especialmente a Calderón, de la marcha de la operación. De aquella jornada no consta nada acerca de que el secretario general del servicio de inteligencia cursara instrucciones de contragolpe, sino todo lo contrario. Eso es algo que pudo comprobar personalmente el capitán Diego Camacho, cuando de madrugada se presentó en la dirección del CESID para informar que venía del Congreso, donde había constatado que el jefe de la operación era el general Armada. A lo que Calderón y Cortina le respondieron poniendo cara de póquer y negando que tal cosa fuera cierta. Negación que seguirían manteniendo en los siguientes días, pese a que el rey, a las pocas horas de fracasada la operación, ya había dejado al descubierto a su antiguo preceptor y ex secretario.
Del servicio de inteligencia se ha preferido venir sosteniendo, a lo largo de los años, que fue inepto y que no se enteró de nada; que a sus responsables el golpe los «pilló por sorpresa», como enfatizaría el propio Calderón, antes que tener que enfrentarse a la responsabilidad de haber sido sus planificadores y ejecutores. Pero llegar a sostener que el CESID no sólo no tuvo nada que ver en la operación del 23-F, sino que se activó al instante para dar el contragolpe, es rizar el rizo de lo chocante. Y también de lo grotesco. Y más, si se trata de argumentar con el hecho de que unos agentes se desplegaran sobre dos carreteras de acceso a Madrid. Efectivamente, García Almenta, subordinado de Cortina y segundo en el mando de los grupos operativos, envió a dos agentes del servicio a las nacionales V y VI para que comprobaran si había movimiento de tropas. Para poco después ordenarles que regresaran a la base porque el «ejército ya se está moviendo». Y porque en la base les esperaba todo un surtido de canapés, tortillas variadas, recio ibérico pata negra finamente cortado y vinos con denominación de origen. Aquélla sería la inexistente acción de contragolpe del CESID.
Hasta el momento en el que Armada se desplazó al Congreso investido de toda la autoridad para resolver la operación en su segunda fase, ocurrió un hecho destacable que después del 23-F ha pasado absolutamente inadvertido. También porque así interesaba. Sobre las ocho y media o nueve de la noche, minuto arriba, minuto abajo, se reunieron en la sede del PREJUJEM los jefes de los estados mayores de los ejércitos. Allí permanecerían aproximadamente dos horas. Tiempo en el que Armada tuvo bajo su autoridad al Ejército. El objeto de los jefes militares fue examinar el momento creado por el asalto de Tejero. Los jefes máximos de los tres ejércitos acordaron que ante el «vacío de poder creado, la JUJEM asumía el poder de forma provisional» hasta que se resolviera la situación. Para ello, redactaron una nota para difundirla. El PREJUJEM Ignacio Alfaro habló por teléfono con el rey, exponiéndole la medida que habían acordado adoptar. Al monarca el asunto le pareció bien, pero Sabino le pidió que le pasara el texto por télex. Tras su lectura pausada, Sabino habló con el rey y con la JUJEM, diciéndoles que esa nota consolidaba, provisionalmente, el golpe a la turca. Y preguntó si era eso lo que se deseaba hacer o era mejor esperar a que Armada resolviera el asunto.
La decisión que se tomó fue que lo más conveniente era que la nota no se difundiera. La operación no se había diseñado para un golpe a la turca. Y no se llegó a hacer pública la nota. Después se explicaría tímidamente y con sordina, que la cúpula de las fuerzas armadas había tenido un desliz y no se había dado cuenta del fondo de la decisión que habían acordado. Pero todo dentro de su absoluta y mejor buena fe. ¿Fue tan inocente la JUJEM que no sabía acaso lo que estaba haciendo y la trascendencia de su acto? ¿Que, llevados por su buena intención no se habían percatado de lo que estaban diciendo? O sea, que a esas horas la cúpula de los ejércitos había entrado en estado de puro atontamiento (esto también es un desliz), que no se enteraba ni de lo que estaba haciendo, y que hubo que llamarle la atención para que no diera ese comunicado. ¿De verdad fue así? No, nada de eso fue cierto.
En el trasfondo estaba la verdadera razón: en el 23-F no se trataba de que se diera un golpe a la turca. Pero de inocentes, nada.
Despejado el asunto y para no dar por perdido el tiempo, la Junta de Jefes de Estado Mayor difundiría seguidamente un pequeño comunicado redactado al alimón con Sabino que decía así:
La Junta de Jefes del Alto Estado Mayor, reunida a las diez de la noche, ante los sucesos desarrollados en el palacio del Congreso, manifiesta que se han tomado las medidas necesarias para reprimir todo atentado a la Constitución y restablecer el orden que la misma determina.
Dicho comunicado encajaba ortodoxamente dentro de la resolución de la segunda fase de la operación que debía completar Armada. Gabeiras regresó al cuartel general en el momento en que desde Zarzuela se emitía una nota del rey dirigida a todos los capitanes generales y almirantes. Aquella nota de Zarzuela reforzaba la anterior de la JUJEM y también encajaba plenamente en el buen espíritu de la resolución de la segunda fase de la Operación De Gaulle. En ella, el monarca recordaba al Ejército que cualquier medida que se tomase debería estar dentro de la legalidad y destinada a afianzar el orden constitucional, previo conocimiento de la JUJEM. Su hora de emisión fue a las 22.35 h. y su redacción, igualmente de la mano de Sabino, decía lo siguiente:
Ante la situación creada por sucesos desarrollados en el palacio del Congreso, y para evitar cualquier posible confusión, confirmo que he ordenado autoridades civiles y Junta de Jefes de Estado Mayor tomen todas las medidas necesarias para mantener el orden constitucional, dentro de la legalidad vigente. Cualquier medida de carácter militar que, en su caso, hubiera de tomarse deberá contar con la aprobación de la JUJEM. Ruego me confirme que retransmiten a todas las autoridades del ejército.
Sobre las 11.30, minuto arriba, minuto abajo, Armada alcanzaba la verja de entrada del Congreso de los Diputados. Finalmente, se presentaba en escena la aplicación de la segunda fase de la operación diseñada. Tejero recibiría al hombre que 48 horas antes le había ordenado asaltar el Parlamento, pero autorizaba sólo la presencia del general con su ayudante —porque Gabeiras también había querido acompañar a Armada, e iban caminando hacia la entrada del Congreso que daba acceso al hemiciclo—. Armada se había disculpado porque las cosas se hubieran demorado algo, según lo inicialmente previsto. «Pero ahora, le dijo Armada, usted Tejero tiene que restituir a los diputados en sus puestos y retirar a la fuerza, porque voy a entrar a hablar con los parlamentarios a proponerles la formación de un gobierno presidido por mí.»
Tejero le preguntó entonces qué cartera era la del general Milans en dicho gobierno, y al decirle que Milans no formaría parte del mismo, pero que más adelante sería designado PREJUJEM, se habían desplazado a una pequeña habitación acristalada del nuevo edificio para hablar. Y allí fue donde dio comienzo el principio del fin. El desastre para los fines y objetivos de la operación estuvo en que Armada no le pidiera a Tejero que se cuadrara y se pusiera en primer tiempo de saludo, y en que accediera a hablar. Armada no tenía nada que negociar con Tejero, en todo caso sería con los jefes de filas de los partidos. La puerta estaba cerrada pero, a través de los cristales, varios de los capitanes de la fuerza asaltante observaban expectantes y preocupados al ver que los gestos de ambos comenzaban a subir de tono. Aquélla no era una conversación suave y mucho menos dulce.