La cúpula del Partido Socialista se mantenía muy atenta a todo lo que se cocía. Miembros de su ejecutiva como Múgica, mantenían conversaciones frecuentes con Cortina. Así, durante una cena celebrada en casa de uno los fundadores de Alianza Popular, Cortina les daba la razón sobre la necesidad de que en España se llevara a cabo cuanto antes el golpe de timón reclamado por Tarradellas, asegurándoles que el gobierno de gestión, con un independiente a su cabeza, era perfectamente viable: «No es una solución disparatada si se lleva a cabo dentro de la Constitución. En definitiva, el parlamento puede votar libremente como presidente del gobierno a cualquier español.»
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Poco después, sería el propio Felipe González quien recabaría la opinión del secretario del rey sobre el ambiente golpista que se estaba extendiendo en la nomenclatura del sistema. El encuentro tuvo lugar en un conocido restaurante cercano a la sede del Partido Socialista. González acudió con Múgica y Peces Barba. Sabino les reconocería que no tenía conocimiento alguno sobre movimientos de generales, de coroneles y de «espontáneos». Pero todos estuvieron de acuerdo en que aquellas luces rojas que, según González, se habían encendido en el Estado, hacían necesario el gobierno de concentración presidido por Armada. Los socialistas ya habían dado su aceptación al mismo y a la «figura del general Armada, que ha sido perfectamente aceptado por nosotros», le ratificó González a Sabino. Éste les confirmó que la voluntad del rey era que dicho gobierno se formara en breve tiempo. Con Suárez o sin Suárez en la presidencia del gobierno. Sobre lo que todos los comensales estuvieron de acuerdo.
Con dicho objetivo, el Partido Socialista envió a Múgica a mediados de octubre a Lérida para entrevistarse con Armada, a fin de calibrar su definitivo compromiso en la operación. Felipe González había pensado inicialmente ser él mismo el interlocutor. Lo que prudentemente descartaría después. El encuentro se concretó en forma de almuerzo en la casa del alcalde leridano Antonio Siurana, miembro del PSOE. Además de éste como anfitrión, y de Múgica y Armada, también estuvo Joan Reventós, secretario de los socialistas catalanes. El destino de la cercana corrección del sistema político se habló entre un aperitivo, melón con jamón, lubina a la vasca y un postre.
La conversación giró sobre el grave momento político y la actitud del Ejército. Los comensales hablaron abiertamente de la manera de encauzar la gravísima situación del momento, mediante la formación de un gobierno de concentración presidido por Armada. La caída de Suárez se podía producir por una moción de censura o logrando que su partido lo echara o que el rey forzara su dimisión. Múgica le garantizó a Armada que el PSOE estaba bien dispuesto a ello, y aceptaba que el elegido fuese el general Armada. Para eso estaba él allí. Para ratificarlo, y para valorar la disposición del general. Y el acuerdo quedó cerrado. Posteriormente, y ante el fracaso de la operación, ninguno de los contertulios llegaría a reconocer tales extremos. A Múgica, aquel contacto con Armada le costaría unos años de travesía del desierto. Antes del juicio de Campamento, estuvo entrenándose con un equipo de juristas para salir lo más airoso posible de su declaración como testigo.
Por su lado, lo máximo que el general Armada me llegaría a reconocer durante una de nuestras conversaciones, sería que los socialistas fueron a examinarle. Sin que tampoco me aclarara demasiados detalles de la reunión que volvería a mantener con Múgica en su pazo de Santa Cruz de Rivadulla en diciembre de 1980. Pero de lo que sí estuvo siempre bien seguro era de que los socialistas le votarían como presidente del gobierno de concentración que intentó presentar en la Cámara la noche del 23-F. Armada recordaría así su comida con Múgica:
Me llamó Siurana. Fui de paisano. Comimos Múgica, Reventós, Siurana, su mujer y yo. Múgica no me preguntó nada del golpe o sobre rumores de golpes ni sobre el malestar, la irritación o inquietud en el ejército. Eso ya lo daba por sabido. Mi idea es que vino para hacerme un estudio que le habían encargado en el PSOE. Vino a conocerme, a saber cómo era yo. Él sabía que yo tenía muy buenas relaciones con el rey, que tenía prestigio en las fuerzas armadas. Hablamos mucho de política, de lo mal que iban las cosas. Luego del ejército y de generales, de personas. Me preguntó lo que opinaba de Sabino, de Sáenz de Santamaría, de Aramburu, de Gabeiras… Y me dijo: «Usted va a volver pronto a Madrid». Pero ni propusieron nada, ni yo propuse nada. Me pareció muy informado y me dijo que en el PSOE tenían
dossiers
de muchas personas.
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Armada informó de aquel almuerzo al rey, al capitán general de Cataluña y al coordinador de su
staff
, Cortina. Sahagún se enteró por Zarzuela y telefoneó a Armada para que le diese detalles. Éste le comentó que habían hablado de lo grave que sería para el Ejército la reincorporación de los
úmedos
y que habían estudiado la forma de emprender una acción combinada cívico-militar para la cría de ganado mular. Muy útil para el transporte de las tropas de montaña. Así se quitó de encima al ministro. Tampoco le aclaró de dónde salía el aluvión de nombres, civiles y militares, con los que la prensa especulaba para presidir un gobierno de coalición.
En el PSOE, Felipe González comenzó a preparar el terreno con afirmaciones del tenor de que el país era como un helicóptero en el que se habían encendido todas las luces rojas a la vez. «Estamos —insistía— en una situación de grave crisis y de emergencia. Es hora de que el gobierno y Suárez se percaten de ello.» Fraga, en uno de sus libros de memorias, recogería que «el PSOE, entretanto, continuaba jugando las cartas que me había apuntado Peces Barba: mantener la crisis abierta; presionar donde pudieran (incluso en la Zarzuela) sobre la idea de un “gobierno de gestión”, con UCD pero sin Suárez, al que pensaban seguir acorralando con acciones parlamentarias y extraparlamentarias… Lo cierto es que la idea de un “gobierno de gestión” empezó a interesar a mucha gente, para preparar unas elecciones serias y dar salida al “desencanto”. Nadie podía prever entonces las increíbles derivaciones que podría tener; y que no fueron ajenas a las famosas cenas [sic] de Lérida y, en último extremo, al juego de despropósitos que culminaría el 23 de febrero».
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Es posible que eso del «juego de despropósitos que culminaría el 23 de febrero», Fraga lo comentara para echar balones fuera, pues si había alguien que estaba no sólo al tanto de la operación, sino que la llegó a conocer hasta en sus últimos detalles, era precisamente él. De mantenerle bien informado —además de Armada— se encargaban directamente los responsables del CESID, que por algo habían sido los creadores de Alianza Popular, e indirectamente, por medio de Gabriel Elorriaga o de Gabriel Cisneros.
Algo similar ocurriría en el PSOE tras el fracaso de la operación. Pablo Castellano, uno de sus líderes, recordaría así la responsabilidad de los socialistas en la operación del 23-F: «En el partido del Sr. González se hizo el silencio muy rápidamente. Se despachó el asunto con un comunicado de la dirección cargado de tópicos, más no hubo análisis ni discusión alguna en el órgano máximo, Comité Federal, cuando los rumores afectaban de forma directa a miembros de la dirección, imputándoles al menos una imperdonable frivolidad de coqueteo o galanteo con alguno de los marciales ofertantes de soluciones “constitucionales” que se alcanzarían pisoteando la Constitución. O lo que es más grave, se acusaba a uno de ellos, encargado de los temas de la defensa, de haber actuado por interposición, asumiendo lógicamente que si algo salía mal nunca se vería respaldado por quienes conocían y aprobaban de sobra estos contactos, aunque sí protegido.»
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A mediados de noviembre de 1980, el Centro Superior de Información de la Defensa —CESID— puso en circulación muy restringida (únicamente lo dio a conocer al rey, al presidente del gobierno, al vicepresidente para la Defensa y al ministro de Defensa) un amplio informe titulado «Panorámica de las operaciones en marcha». El documento exponía una amplia panoplia de conspiraciones en el ámbito puramente civil de los partidos políticos parlamentarios, y en el militar, con una triple variedad de golpes: el de los generales, el de los coroneles y el de los espontáneos. Todo ello no era en realidad más que un largo y exhaustivo preámbulo cuya finalidad estaba en aprovechar el juego sucio político, la crispación social y las manifestaciones de irritación y malestar militar. El denominador común de todas las acciones era «el deseo de derribar a Suárez —desde las respectivas ideologías y estrategias— y reconducir la situación actual de España a otros parámetros subjetivamente más propicios».
Entre las conspiraciones civiles destacaban las de ideología democristiana, mixta, socialista y liberal. Sobre todas ellas daba una amplia referencia de nombres. Pero la auténtica virtud del documento estaba en la denominada «operación mixta cívico-militar», que era en la que el CESID venía haciendo especial hincapié, y que finalmente terminaría desarrollándose el 23-F. La exposición, sagazmente manipulada, se justificaba «dado el clima de anarquía y el desbarajuste socio-político existentes». Dicho texto antológico exponía que un grupo de civiles sin militancia y de generales con brillante historial, eran quienes la estaban promoviendo. El plan radicaba en forzar la dimisión de Suárez, provocar la discreta intervención de la corona y designar nuevo presidente a un general que contaría con todo el apoyo del Ejército. El nuevo presidente formaría un gobierno de «salvación nacional» —ya consensuado— formado por civiles independientes y otros propuestos por los partidos mayoritarios, para acometer una serie de reformas políticas y constitucionales hasta agotar la legislatura y convocar nuevas elecciones. La operación llevaba gestándose un año. Y líderes de UCD y del PSOE ya habían dado su vehemente conformidad. La viabilidad de la operación era muy alta y su plazo de ejecución se estimaba para antes de la primavera de 1981. Cuando los almendros estuvieran en flor. En sus puntos más interesantes decía así:
La operación se plantearía así:
Ajustada la parte civil y política de la Operación De Gaulle, se buscó la forma de reforzar y consolidar la parte castrense. Ya sabemos que la operación no se desarrollaría con una participación militar extensa. Por el contrario, ésta se tenía que llevar a cabo con la intervención directa de muy pocos efectivos militares; el teniente coronel Tejero para la primera fase, y los generales Milans del Bosch y Armada para la segunda. Exclusivamente. Las demás adhesiones activas que llegaron a darse serían un refuerzo, pero nunca algo determinante. Sin embargo, la familia militar sí que necesitaba una explicación coherente y racional de por qué se tenía que llevar a cabo la operación y por qué se debía producir la intervención del mando supremo, sobre el que el ejército colectivamente debería cerrar filas. Esa misión fue la que recayó en
Almendros
.
Entre el 17 de diciembre de 1980 y el 1 de febrero de 1981 aparecieron tres largos artículos en el diario
El Alcázar
firmados por
Almendros
. ¿Qué fue
Almendros
? O, mejor dicho, ¿quién fue
Almendros
? Sobre
Almendros
se llegaría a especular en todos los colores. Especialmente tras el fiasco del 23-F y con Manglano al frente del servicio de inteligencia. Sobre aquella figura se llegó a decir que se ocultaba un colectivo civil y militar, que los redactores de los artículos fueron varios y diferentes en cada una de las tres entregas, hasta el punto de pretender identificar y hacer públicos los nombres de diversas personas como los autores de los trabajos. Pero lo cierto es que
Almendros
nunca fue un colectivo. Detrás de aquel seudónimo únicamente hubo una persona. Y en los tres artículos la misma. Eso era algo que sabía perfectamente Armada. Y los responsables del CESID, quienes después del 23-F se dedicaron a expandir «cortinas» y nubes tóxicas para encapsular la figura de
Almendros
.