23-F, El Rey y su secreto (32 page)

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Authors: Jesús Palacios

Tags: #Historico, Política

Armada le explicó que la única solución era formar un gobierno de concentración en el que participarían casi todos los partidos políticos. No había otra opción viable. Y además, Tejero y sus oficiales debían abandonar España. Irse a Portugal, donde ya se habían hecho gestiones, hasta que todo se fuera calmando. Después, todos podrían regresar y reintegrarse en sus respectivos destinos sin problema alguno. Y a Tejero se le ascendería a coronel y se le enviaría al norte a darle duro al terrorismo etarra. El teniente coronel abrió la puerta y les dijo a los oficiales que estaban atónitos contemplando la escena: «Nos ofrece un avión y al extranjero». Y cerró la puerta.

Cuando Tejero le preguntó quiénes formaban ese gobierno, su rostro se encolerizó. Armada le fue revelando algún nombre hasta que no tuvo más remedio que mostrarle la lista completa. Al leer en ella los nombres de Felipe González y de algún comunista, que ni siquiera conocía, estalló de furia. Él no había entrado en el Congreso para eso. De haberlo sabido con antelación, jamás hubiera admitido esa solución. Él era partidario de la formación de una junta militar que fuese presidida por el general Milans del Bosch. Armada le replicó que quién había hablado de un gobierno militar, ¿quién? E intentó hacerle comprender que si no se aceptaba eso, el esfuerzo realizado no habría valido para nada. Sería un completo fracaso y las consecuencias, peores para España en general, y para ellos en lo personal. Pero Tejero no escuchaba, estaba rabioso. Se sentía engañado, porque de haber sabido que la acción era para formar un gobierno con socialistas y comunistas, no habría querido saber nada. Seguramente, se hubiera desenganchado. Pero ahora, cogido entre lo más profundo de sus convicciones, radicalmente enfrentadas a socialistas y comunistas, no podía brindarles «su trabajo». Antes, prefería la muerte.

Luego de cruzarse unos cuantos insultos, Armada apeló al sentido de la disciplina militar de Tejero. Último recurso. Él era un soldado que había recibido una orden de un superior jerárquico. La había aceptado y ejecutado. Y en la vida militar, si hay algo sagrado, es que no se pueden cuestionar las órdenes, ni su naturaleza, ni someter a debate sus consecuencias. Le gustase o no, fuese de su agrado o no, debía obedecer. Tejero le espetó que él estaba ahí por el general Milans del Bosch, que era al único que reconocía y admitía como jefe. No estaba a las órdenes de nadie más. Armada propuso entonces que llamase a Valencia y hablase con Milans. La conversación con el capitán general de Valencia se sucedió en medio de una gran tensión. Armada explicó a Milans que Tejero se negaba a permitirle dirigirse a los diputados para resolver el gobierno en cuestión. Aquel gabinete sobre el que Armada sí que había puesto en antecedentes a Milans. Y le pidió que por encima de todo hiciera entrar en razón a Tejero, «que está muy ofuscado, y a mí no me quiere obedecer, porque dice que su único jefe eres tú. Si no lo convences, el fracaso y todo lo demás está a la vista.»

Milans intentó en tono suave que Tejero se serenase, que viese el fondo del asunto y aceptase lo que le estaba ofreciendo Armada. Le dijo que lo que le estaba planteando el general Armada era factible. Había un avión a disposición que los sacaría fuera, y que pasado un tiempo podrían regresar sin problemas. Y sin responsabilidad alguna. A Tejero, eso le daba lo mismo. Él no había entrado en el Parlamento para que de su acción se formara un gobierno con socialistas y comunistas. Lo que él quería y deseaba era un gobierno militar «presidido por usted, mi general». Milans del Bosch, sorprendido, le preguntó quién había hablado de un gobierno militar. Nunca antes se había entrado en asuntos políticos y Tejero lo sabía bien. En todo momento se habló de que la acción era para apoyar la solución Armada, y en eso era en lo que estaban. Lo demás era una cuestión que se había dejado en las manos de Armada y de su majestad el rey. Ellos debían buscar la fórmula que quisieran. Y los demás a obedecer. Y concluyó Milans: «Por todo ello, le ordeno, Tejero, que haga caso de lo que le está diciendo el general Armada y acepte la solución que le ha propuesto». Tejero le contestó que «no me puede ordenar ni pedir eso, mi general, antes que aceptar una cosa así prefiero morir». Y le colgó el teléfono.

La conversación concluiría como el rosario de la aurora. Armada y Tejero insultándose un poco más. Enrabietado al máximo, el teniente coronel le dijo, amenazador, que no intentase hacer nada con sus guardias, que sólo le obedecerían a él, ni tampoco intentase entrar con fuerzas en el Congreso. Estaba dispuesto a convertir aquello en un holocausto, en una nueva epopeya émula de Santa María de la Cabeza. Armada cedió entonces ante la intransigencia y cerrazón del asaltante, y antes de abandonar el lugar le preguntó con gravedad si podía darle su palabra de que nada les ocurriría a los diputados. Lo que Tejero le garantizó.

El gobierno que el general Armada pretendía proponer en el hemiciclo al pleno del Congreso allí secuestrado era el siguiente:

Presidente: Alfonso Armada Comyn (general de división)
Vicepresidente Político: Felipe González Márquez (secretario general del PSOE).
Vicepresidente Económico: José María López de Letona (ex gobernador del Banco de España).
Ministro de Asuntos Exteriores: José María de Areilza (diputado de Coalición Democrática).
Ministro de Defensa: Manuel Fraga Iribarne (presidente de Alianza Popular, diputado de CD).
Ministro de Justicia: Gregorio Peces Barba (diputado del PSOE)
Ministro de Hacienda: Pío Cabanillas Galla (ministro de Suárez, diputado de la UCD).
Ministro de Interior: Manuel Saavedra Palmeiro (general de división).
Ministro de Obras Públicas: José Luis Álvarez (ministro de Suárez y diputado de UCD).
Ministro de Educación y Ciencia: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón (diputado de UCD).
Ministro de Trabajo: Jordi Solé Tura (diputado del PCE).
Ministro de Industria: Agustín Rodríguez Sahagún (ministro de Suárez, diputado de UCD).
Ministro de Comercio: Carlos Ferrer Salat (presidente de la patronal CEOE).
Ministro de Cultura: Antonio Garrigues Walker (empresario).
Ministro de Economía: Ramón Tamames (diputado del PCE)
Ministro de Transportes y Comunicaciones: Javier Solana (diputado del PSOE).
Ministro de Autonomías y Regiones: José Antonio Sáenz de Santamaría (teniente general).
Ministro de Sanidad: Enrique Múgica Herzog (diputado del PSOE).
Ministro de Información: Luis María Anson (periodista, presidente de la Agencia Efe).

A lo largo de todo este tiempo, Armada ha negado sistemáticamente y con toda firmeza la existencia de aquel gobierno de concentración. Aferrándose, para salir del paso, a que fue al Congreso para resolver la situación de los diputados, lo que era cierto, y que jamás llevó lista de gobierno alguno, ni a Tejero le leyó nombres, ni habló con él de la formación de ningún gobierno, lo que en modo alguno era cierto. Con el paso de los años, Armada llegaría a reconocerme que Tejero les desobedeció a él y a Milans: «Hablamos con Milans. Éste le dijo que me obedeciera. No hizo caso.» Y ya con una mayor distancia, llegaría a ratificarme por escrito que, «si los diputados quedaban libres, Tejero tomaba un avión, Milans se retiraba, etc., es posible que se hubiera ido a un gobierno nuevo y de “concentración”. Ésa podía ser la solución. En el caso del golpe de Pavía, éste disolvió las Cortes y se formó un gobierno presidido por Serrano. Este gobierno, designado por el Rey, sería constitucional».
[64]

A la salida de la brusca y frustrada entrevista con Tejero, Armada se dirigió al Palace. Su cabeza debía ser un torbellino y consumió los apenas doscientos metros de distancia en ordenar los pensamientos que le golpeaban en el cerebro. Que Sabino le dijera que lo mejor era que no fuese a Zarzuela por una cuestión personal y de celos, lo podía entender. Pero que Tejero le hubiera impedido acceder al hemiciclo precisamente a él, que 48 horas antes le había dado las instrucciones para asaltar el Congreso, sencillamente era algo que no podía creer. Tejero le había llegado a reconocer como jefe máximo de la operación, por encima incluso de Milans, pese a tener un empleo menor. Era algo delirante, totalmente increíble. Tejero, pensaba Armada, se había vuelto loco o era un visionario indisciplinado. A la puerta del hotel le aguardaban expectantes varios generales, además de Aramburu y Santamaría. La cara del segundo jefe del Ejército denotaba que las cosas no habían ido nada bien. Era como si se le hubiera venido encima un muro de hielo. Con concisión les narró que el teniente coronel no le había permitido dirigirse a los diputados, y que por lo tanto no había podido hacer nada. A Sáenz de Santamaría no le agradaba nada lo queestaba oyendo. Él era uno de los ministros de aquel gobierno.

En Zarzuela, cogió el teléfono Sabino. «He fracasado —le dijo—, Tejero está loco, casi ni ha querido escucharme, tampoco ha hecho caso a Milans, está dispuesto a convertir eso en un nuevo santuario, pero me ha prometido que la suerte de los diputados no corre riesgo alguno.» Sabino se despidió de su amigo con hondo sentimiento y le pasó el teléfono al rey, quien al escucharlo estallaría de cólera. Armada hizo otra llamada al JEME Gabeiras, a quien repitió lo mismo. Aramburu le pidió que por favor fuese a ver a Laína. Quería hablar con él y a ver si «tú lo convences de que se olvide del disparate de querer meter a los GEO en el Congreso». De camino, Armada pensaba que quizá las cosas no estuvieran del todo perdidas aún. A Tejero había que hacerlo recapacitar. En ese momento fue cuando escuchó por la radio del coche que la televisión se disponía a emitir un mensaje del rey. Al escucharlo, lo recibió como un nuevo jarro de agua fría. Pero en el fondo pensaba que el contenido del mensaje real no iba dirigido contra él. Y estaba en lo cierto. Las cosas aún podían arreglarse.

En la entrevista con Laína no pudo evitar decir que el rey se había precipitado con su mensaje. Debía haber esperado a que él completase su misión. Y si era necesario, afirmó, estaría incluso dispuesto a pasar por la exigencia de Tejero y constituir una junta militar. Inmediatamente después la sustituiría por el gobierno pactado con los líderes políticos. A Laína le dijo que se olvidase de la insensata idea de intentar meter a los GEO en el Congreso. Sería una locura, se produciría una masacre. El presidente de aquella fantasmal junta de secretarios y subsecretarios había escuchado y grabado todas las conversaciones que Armada había celebrado con Zarzuela y con Milans. Pero ni le dijo ni le reprochó nada. Posteriormente, y ya con el guión cambiado, sacaría pecho y afirmaría que reconvino a Armada por su actitud. No fue cierto.

El mensaje real, que analizaré seguidamente, también traería lo suyo. Aquel breve texto hacía varias horas que se había grabado en el despacho del rey en el palacio de la Zarzuela. Pero no se emitió por televisión hasta pasada la una y cuarto de la madrugada. La demora tendría, según los criterios, diversas explicaciones. Unos dirían que la grabación fue laboriosa; otros, que las instalaciones de televisión estuvieron tomadas, lo que había sido indudablemente cierto hasta las nueve de la noche. Hubo quien cargaría la culpa en el viaje de ida y vuelta, con camionetas lentas y pesadas, aunque según en qué sentido, pues al ir a Zarzuela apenas si podían subir las cuestas con aquellos equipos de grabación tan pesados (¿?), y sin embargo de regreso a los estudios de televisión, aquellas mismas camionetas iban a toda velocidad. No, lo cierto era que el mensaje real estaba bajo las posaderas del director general de la televisión desde hacía más de dos horas, esperando a que Zarzuela diera luz verde para su emisión. Directivos de la televisión llamaban constantemente a Zarzuela para ver si lo lanzaban ya. En todas las tentativas Sabino respondía lo mismo: «no, esperad, que estamos pulsando el ambiente que hay en las capitanías generales». Y la verdad, que había que esperar el resultado de Armada en el Congreso. Este hecho, para el general Armada, sería así de diáfano:

El Rey procedió con cautela.

1.º Tuvo que grabarlo.

2.º Tuvo que llegar a televisión.

3.º Esperó a que mi gestión fracasase.

¿Qué hubiera pasado si Tejero deja en libertad a los diputados y están de acuerdo en proponer al Rey un gobierno? El mensaje resultaría ridículo. Había que esperar y es lo que se hizo.
[65]

El mensaje del rey decía lo siguiente:

Al dirigirme a todos los españoles, con brevedad y concisión, en las circunstancias extraordinarias que en estos momentos estamos viviendo, pido a todos la mayor serenidad y confianza y les hago saber que he cursado a los Capitanes Generales de las Regiones Militares, Zonas Marítimas y Regiones Aéreas la orden siguiente:

Ante la situación creada por sucesos desarrollados en el Palacio del Congreso y para evitar cualquier posible confusión, confirmo que he ordenado a las Autoridades Civiles y a la Junta de Jefes de Estado Mayor que tomen todas las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente.

Cualquier medida de carácter militar que en su caso hubiera de tomarse, deberá contar con la aprobación de la Junta de Jefes de Estado Mayor.

La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria no puede tolerar en forma alguna, acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum.

¿Cuál fue el momento decisivo del rey en la noche del 23-F? ¿Fue la emisión de su mensaje televisivo? Para la propaganda oficial, así habría sido. Pero en la realidad de los hechos no fue tal. El mensaje supuso el momento del cambio de la voluntad del rey. Si hasta aquel instante había estado a la espera de «¡A mí dádmelo hecho!» o, como mínimo, «a verlas venir», desde entonces decidió tirar por la calle de en medio y abortar la operación. La exigencia de Tejero, «una junta militar», era inasumible. Y no sólo para la corona. Además, la operación especial no se había diseñado, montado y ejecutado para aquel disparate.

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