A por el oro (40 page)

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Authors: Chris Cleave

Tags: #Relato

A punto de contestar, Jack cerró los ojos y escuchó los desacompasados ritmos: corazón, pulmones, teléfono. El timbre seguía sonando, aparentemente aumentando su volumen y su tono disonante hasta que no tuvo más remedio que salir de la habitación para llevarse la llamada lejos de los oídos de las máquinas y los monitores. Oyó decir a su mujer:

—¿Jack?

Su voz resultaba hermosa en el repentino silencio.

—¡Ey! —exclamó—. ¿Cómo va todo?

Pudo captar su euforia incluso a pesar de la escasa cobertura que tenía dentro del hospital. Su voz sonaba modulada por el latido rítmico de un pulso acelerado en la antena del teléfono.

—He ganado la primera carrera. Hoy estoy más fuerte que ella. Creo que puedo derrotarla.

—Sabía que podías hacerlo.

—Yo también lo sabía. Salimos de nuevo dentro de cinco minutos. Si gano esta vez, se acabó. Tengo que dejarte, ¿vale? Se supone que no puedo llamar, pero Tom se ha olvidado de quitarme el teléfono. No me llames, ¿vale?, porque sonaría dentro de mi mochila.

Jack sonrió. Había ligereza en su pecho cuando su cuerpo respondía a su voz, calladamente, como si no estuviera sucediendo nada más. El tiempo cristalino de la habitación de Sophie se había ido, pero había un nuevo tipo de tiempo que lucía sobre los dos, que manaba del cálido brillo de sus voces en el eje de conexión. Podían vivir allí, solo por un instante, y ser felices. Esos eran los momentos en los que vivías, a fin de cuentas, esos giros rebuscados del tiempo. Podías hacer que duraran para siempre, o hasta que dijeses la verdad.

Miró por el cristal reforzado de seguridad. Sophie parecía estar tranquila. El monitor de frecuencia cardíaca indicaba ochenta y ocho. El de la respiración seguía en veintidós. ¿Por qué no iba sencillamente a abrir los ojos de nuevo, a sonreír, y todo saldría bien?

Otra vez contuvo las ganas de soltar la verdad, de pedir a su mujer que viniera cuanto antes.

—Buena suerte —le deseó—. Sal ahí y gana.

Cuando ella colgó, regresó a la habitación y se sentó junto a la cama de la pequeña. Cerró los ojos y se imaginó a su mujer, tranquila, sin más preocupaciones que la carrera que le esperaba. Sonrió, porque le estaba dando algo más valioso que el oro: una hora fuera del tiempo.

Centro Nacional de Ciclismo, Stuart Street, Manchester, 12:29

Zoe se situó en la línea de salida, en el carril superior, y contempló cómo Kate se colocaba a su izquierda, preparándose para la segunda carrera. Se conocía de memoria su ritual en la línea de salida: el constante comprobar y recomprobar la cremallera de la nuca de su sudadera; los giros regulares de sus talones en ambos sentidos para confirmar que las zapatillas estaban firmemente fijas a los pedales; el movimiento silencioso de sus labios mientras recitaba cualquier mantra relajante que le sirviera para vaciar la mente… Zoe la observó mientras agachaba la cabeza y contemplaba el retrato de Sophie, que la miraba desde el tubo superior del cuadro de su bicicleta. Vio la sonrisa involuntaria de su rival. Buscaba debilidades —cualquier asimetría en el modo de sentarse en el sillín que pudiera revelar una inflamación de un grupo muscular en concreto, o alguna anomalía en su comportamiento habitual en la línea de salida que pudiese indicar una preocupación—. No advirtió nada. Si acaso, una inusual seguridad en su actitud; una fluidez en la línea de su espalda y sus hombros que denotaba una fuerza arrolladora.

Zoe se sorbió la nariz y posó las manos enguantadas en el manillar. La confianza que demostraba su oponente no le importaba. Si acaso, le producía una punzada de remordimiento porque la decepción que se llevaría cuando perdiera sería mayor. Ella tenía que ganar —iba a ganar—, pero eso no significaba que disfrutase por acabar con la carrera de Kate. Simplemente, una victoria suya era lo más probable. Repasó sus ventajas: ahora tenía la mente más despejada que cuando llegó. En la primera carrera aún no había calentado en condiciones y, por otra parte, se lió con la estrategia. Ahora ya estaba metida a fondo en la competición. Además de estar mentalizada, sabía que, por fuerza, se encontraría menos cansada que su rival. En la primera manga, Kate corrió una vuelta entera a máxima potencia, mientras que ella se había limitado a seguir su estela, para ofrecer su cara al viento solo en los metros finales. Pese a haber perdido el primer envite, sabía que estaba más fresca para el segundo.

El juez de salida comprobó que su silbato seguía colgando de su cordón alrededor del cuello. Descansó su peso en los talones. Zoe comprendió que pronto comenzaría la cuenta atrás. Sabía que, como siempre, Kate elegiría ese momento para mirarla por primera vez. Instintivamente, se aflojó la correa de la barbilla y se echó el casco hacia atrás para que se pudieran ver sus ojos bajo los cristales tintados del visor.

—Diez —dijo el juez de salida.

Cuando Kate se volvió para mirarla, sostuvo su mirada. Se fijó en que se amedrentaba al ver sus ojos expuestos, y luego giraba con rapidez la cabeza para volver a mirar al frente. Zoe se echó de nuevo el casco hacia delante, aseguró la correa y notó cómo la tensión se acumulaba en los hombros de Kate.

—Tres —oyó que decía el juez.

Flexionó los muslos, luego las pantorrillas, sacudió las piernas para relajar los músculos y se puso en pie sobre los pedales.

—Dos, uno…

El tiempo pareció retenido contra una presa mientras el juez se llevaba el silbato a los labios, y volvió a fluir cuando el sonido lo liberó.

Dejó que Kate tomara la delantera y se pegó a su rueda. Durante la primera vuelta se centró en desestabilizar a su rival con el truco de apartarse de su campo visual cada vez que Kate se giraba para mirarla. Usando el cuerpo de su contrincante para taparse, Zoe la dejaba con la duda de si estaría a punto de atacar por sorpresa. El resultado fue que, para cuando comenzaron la segunda vuelta, Kate corría por el fondo de la pista, pegándose al borde interior para que Zoe no pudiera colarse por dentro. Miraba por encima de su hombro derecho a Zoe, y esta empezó progresivamente a escalar la pendiente de la pista y a aumentar poco a poco la velocidad para ponerse a la altura de su rival.

Se rio de repente. Le encantaba aquello, pues solo le dejaba dos salidas tácticas a Kate, y ambas eran a cuál peor, una verdadera mierda: podía ignorar el modo implacable en que iba ganando altura sobre ella, en cuyo caso al final sería demasiado tarde y a Zoe le bastaría simplemente aprovechar el impulso de la gravedad para lanzarse hacia abajo en un acelerón y colocarse delante de ella; o bien, podía empezar a ascender la pendiente para cubrir ese movimiento, y con ello estaría dejando abierto el interior de la pista y Zoe podría descender y adelantarla por dentro.

Kate giraba nerviosa la cabeza, y Zoe fue viendo cómo crecía la indecisión de su rival. Antes o después, tendría que caer en la trampa que le había tendido y avanzar en la única dirección posible: hacia adelante, para al momento meter caña y comenzar a esprintar. El problema radicaba en que Kate había quemado sus piernas en la primera carrera, de modo que cuanto antes lanzara el
sprint
, más ventaja le estaría dando a Zoe.

A tres cuartos de la segunda vuelta, Zoe forzó la situación: aceleró de pronto y ascendió hasta el extremo más alto de la curva. Kate no iba lo bastante deprisa para cubrir ese movimiento. Entonces, al ver que la ventaja de altura de Zoe era demasiado grande, se hundió en el fondo de la pista y aumentó al máximo su cadencia de pedalada. Con la ayuda de la gravedad, Zoe se dejó caer hacia el rebufo de Kate y cogió su rueda sin dificultades. Kate corría desesperada, intentando abrir hueco entre ambas. Para cuando sonó la campana que anunciaba la última vuelta, avanzando a toda velocidad, seguía en cabeza pero Zoe sabía que la adelantaría. En su postura, advirtió que su rival también lo sabía, pues se fue desmadejando poco a poco. El pedaleo de Zoe era relajado, y reservó sus energías durante las dos últimas curvas mientras el ritmo de Kate comenzaba a decaer. Por último, Zoe salió de su rebufo en la recta de llegada para ganar la manga con una rueda de ventaja.

Se dejó caer frente a Kate mientras las dos iban frenando gradualmente, asegurándose de que la otra corredora solo pudiera ver su rueda trasera. Mantuvo su postura de fuerza sobre la bicicleta, sin agachar la cabeza mientras jadeaba y cogía aire, proyectando una imagen de poderío fluido hasta que las dos se detuvieron. Se bajó de un salto de su máquina, como si hubieran hecho algo tan sencillo como salir de compras. Después, mientras enfriaba en la bicicleta estática, miró a Kate, que hacía lo mismo en la otra punta de la zona de separación que Tom había establecido entre ambas. Ella también la estaba vigilando. Kate bajó la vista y Zoe apartó la mirada mientras la certidumbre de su situación iba y venía por el espacio vacío que las separaba. Las estrategias de Zoe habían dominado las dos primeras mangas y ahora, aunque estaban empatadas a una victoria, Kate disputaría agotada la carrera decisiva.

Zoe sabía que debería sentirse pletórica. Sin embargo, en vez de eso de repente notaba sus piernas pesadas, como si una mano invisible hubiese aumentado la resistencia de la bicicleta estática.

Unidad Pediátrica de Cuidados Intensivos, Hospital General de Manchester Norte, 12:35

Los antibióticos que entraban por el gotero en el brazo de Sophie le salvarían la vida, eso había dicho el doctor Hewitt. Jack quería creerlo. La pequeña seguía pálida y en un constante duermevela. Él le cogía la mano y se la apretaba de vez en cuando, como el sónar de un submarino que enviara un pulso electromagnético, comprobando la presión de retorno.

—¿Todo bien? —susurró.

—Todo bien —respondió la niña. Su voz todavía sonaba débil en el interior de la cápsula de su mascarilla de oxígeno.

—¿De verdad?

—Sí. Con esta mascarilla, mi voz suena como la de Vader.

La pequeña le apretó la mano y Jack se sintió mejor.

El doctor Hewitt cogió una silla y se sentó junto a la cama, frente a Sophie y Jack.

—Tengo buenas noticias —anunció—, y algo más para ti, Sophie. ¿Puedes escucharme atentamente durante un minuto?

Ella asintió, con un leve movimiento de la cabeza sobre la almohada verde con el nombre del hospital impreso en tinta rosa en los bordes de la funda.

—Bien, las buenas noticias son que hemos visto los análisis de sangre y están muy, pero que muy bien. Estoy muy contento, y tú también tienes que estarlo. Ya sé que puede parecerte raro ahora que te encuentras tan mal, pero el recuento de células malas es muy bajo y, si tuviera que apostar, diría que parece que la quimio funciona.

—Entonces, ¿por qué me siento tan mal? —razonó Sophie, con un suspiro.

—La consecuencia inmediata de la quimio es que ahora tu cuerpo se ha debilitado. Tienes una infección en el catéter, y a eso se debe que te encuentres tan mal. Deberíamos haberlo detectado antes.

—Lo siento, Sophie —gimió Jack.

—No se atormente —terció el médico—. Por lo común, los síntomas no se diferencian de la fatiga general. Ese es el problema. La infección puede permanecer latente en el eje de la sonda durante mucho tiempo, y de repente, por cualquier motivo se activa. Sacaremos el catéter y lo limpiaremos. Como el tubo lleva tiempo metido, se ha formado bastante tejido alrededor del punto de inserción, así que será necesario dormirte durante unos minutillos mientras lo extraemos. ¿Te parece bien?

Sophie titubeó y abrió mucho los ojos de preocupación tras la mascarilla.

—No es nada serio —añadió el doctor Hewitt—. Primero te limpiaremos la piel con una toallita especial para matar a cualquier germen molesto que ande merodeando por ahí. Luego, practicaremos unos cortes muy pequeños, con un cuchillo diminuto. Estarás anestesiada, de modo que lo único que harás será soñar.

La pequeña miró al médico y le preguntó:

—¿Con qué voy a soñar?

El médico se volvió a Jack.

—Con
Star Wars
—se apresuró a decir este—. Te lo prometo.

—Entonces, vale —aceptó Sophie tragando saliva.

—Te sacaremos el catéter muy despacito —continuó el doctor Hewitt—. Una vez que esté fuera de la vena, meteremos antibiótico por la sonda mientras la retiramos, para tratar la zona de la infección. Luego habrá que darte un par de puntos, y te pondremos una gasa encima.

La mano de la niña temblaba. Jack deseó que el doctor dejase de dar explicaciones. Apretó la mano de su hija de nuevo y la pequeña lo miró fijamente durante unos segundos, sin ninguna expresión en el rostro, y después le ofreció la sonrisa más amplia y perfecta que tenía. Él se la devolvió. No pudo evitarlo, su cuerpo respondió automáticamente. Era una sensación de lo más extraña que tu hija te estuviera transmitiendo coraje.

—Una vez que saquemos el catéter, te llevaremos a radiología y la enfermera sacará una fotografía de tu pecho con rayos X, para asegurarnos de que no nos hemos dejado nada dentro. Luego, te traeremos de vuelta aquí y te echaremos un último vistazo.

Sophie volvió a sonreír a Jack, quien le hizo una mueca, y a la pequeña le dio la risa. Aquel momento pareció detenerse en el tiempo: la luz de abril entrando por las ventanas, que le pareció la más clara que había visto jamás; los ritmos de los monitores, mejores que cualquier música que llevara en su iPod; el pequeño pulso que sonaba
zum, zum, zum
en sus oídos;
bip, bip, bip; latido, latido, latido; «An AH would walk five HUN dred miles
»; su hija sonriente; él devolviéndole la sonrisa…

El doctor Hewitt había afirmado que la quimio funcionaba. Solo entonces cayó en la cuenta de que eso era exactamente lo que había dicho el médico.

—Me temo, Sophie, que después de la intervención te vas a encontrar un poco mal. Sentirás que te arde el pecho, probablemente te duela la cabeza, y te sientas cansada y mareada. Puede que incluso vomites, pero eso es algo del todo normal y no tienes que preocuparte por ello. Solo significa que los antibióticos están haciendo su trabajo.

Sophie lo miró y, poniendo mala cara, susurró:

—¡Puaj! ¡Vomitar!

Eso hizo que ambos estallaran en una carcajada y que sus rostros se encendieran debido a las risotadas. El doctor Hewitt alzó la voz e intentó imponer su autoridad.

—Disculpa, Jack. Disculpa, Sophie. ¿Me estáis escuchando?

En absoluto, ni por asomo. No estaban allí. Estaban con sus risas.

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