—Está bien, lo retiro —dije, haciendo un gesto desdeñoso con la mano. No quería que nos quedásemos encallados en aquello—. Esa palabra tiene muchas connotaciones y no debería haberla utilizado, pues ni a mí mismo me gusta. Lo que quería decir es que me resulta un poco difícil confiar en ti, dada tu cercanía con los demonios y la magia maligna, y también me frena a la hora de ayudarte. Espero que perdones mi franqueza, pero prefiero hablar sin rodeos.
Laksha sonrió con tirantez y asintió con un movimiento brusco.
—Lo valoro mucho, pues yo también prefiero hablar sin rodeos. Así que permíteme aclararte algo: podría haber tomado el cuerpo de Granuaile por la fuerza, como solía hacer en el pasado. Habría sido mucho más fácil de esa forma. Y, si hubiera querido, podría haberla abandonado en cualquier momento, dando el salto a cualquiera que pasara por la calle o que estuviera en el bar. La diferencia está en que ya no deseo comportarme así, y por eso le pedí permiso para compartir su cuerpo por un tiempo y ella estuvo de acuerdo. Por la misma razón, estoy intentando recuperar el collar mediante la cooperación y el beneficio mutuo, en vez de hacerlo con medios agresivos y egoístas. Lo que intento ahora es enriquecer el mundo con mis dones, en vez de propagar el caos y la ruina.
—¿En serio? ¿Y qué le sucederá a Radomila si te ayudo?
—Karma. Tarde o temprano, es lo que le sucede a todo el mundo.
En aquel caso, lo dejé pasar.
—¿Cómo encontrarás otro cuerpo en el que vivir?
—Granuaile me ha sugerido que visitemos hospitales en los que hay personas en coma profundo o en estado vegetal crónico. Son cuerpos que siguen con vida, pero cuyos espíritus se han ido ya. Quizá pueda utilizarlos, hacer que el cerebro despierte a un nivel funcional. A lo largo de los años, he aprendido mucho sobre el cerebro.
Mi móvil empezó a pitar y lo silencié.
—¿Y si esos cuerpos todavía tienen los espíritus unidos a ellos, aunque sea una unión muy frágil?
—Les preguntaría a los espíritus si quieren que los ayude a recuperar la conciencia. Habrá muchos que sí quieran. Los ayudaré si puedo, después volveré al cuerpo de Granuaile y seguiré intentándolo. Tarde o temprano, encontraré un cuerpo sin espíritu o con él, pero que desee morir. Entonces, podría ocupar ese cuerpo sin seguir manchando mi alma.
—Corrígeme si me equivoco, pero tus planes en el futuro inmediato son éstos: yo acepto a Granuaile como aprendiz y te ayudo a que Radomila tenga su karma. Después, collar en mano, vas al hospital a buscar un cuerpo nuevo que habitar. ¿Es así?
—Correcto.
—Pues a mí no me parece que yo saque mucho de esta historia.
—Te libraría de Radomila. Te está acarreando algún problema que otro, ¿no?
—Pero también a ti. Está claro que hacer algo que a ti te beneficia, planteándolo como si lo hicieras por mí, es un truco que te deja en muy buen lugar.
—Está bien. —Sonrió—. Te daré la razón. ¿Qué quieres?
—¿Ves esta espada que llevo cruzada a la espalda? Es un artefacto mágico muy poderoso.
—¿De verdad? No lo había notado. ¿Puedo verla?
Cogí la espada con cuidado, me la pasé por encima de la cabeza y la dejé en la barra. La saqué de la funda, lo justo para que se viera un palmo de acero. Laksha la observó, con el ceño fruncido de Granuaile, y al rato me miró con expresión incrédula.
—Tiene un hechizo para impedir que nadie la aleje de ti, pero, por todo lo demás, me parece una espada normal y corriente.
Era impresionante. No sólo percibía mis hechizos, sino que además era capaz de distinguir para qué servían.
—Exacto. Es porque Radomila la ha cubierto con una capa mágica. Me gustaría que la quitases, si puedes.
Yo mismo podía quitarla cuando quisiera, con mis lágrimas. O eso me había dicho Radomila, pero ya no confiaba en ella. Lo que quería en realidad era comprobar la capacidad de Laksha. Las últimas palabras que había pronunciado me garantizaban que lo intentaría en serio, pues no querría admitir que Radomila era mejor bruja que ella.
—Ah, ahora ya sé lo que tengo que buscar. Dame un minuto. —Se inclinó para volver a observar la espada, alargó una mano hacia la empuñadura y se detuvo de golpe. Alzó la vista hacia mí—. ¿Puedo?
Asentí y continuó. Levantó la empuñadura y estudió de cerca la base. Estaba claro que con eso no bastaba. Cerró los ojos y se acercó la espada a la frente, donde la dejó apoyada no más de cinco segundos. Después, desapareció de su rostro la expresión concentrada y sonrió. Volvió a dejar la espada sobre la barra.
—Las capas mágicas tienen que estar sujetas al objeto, así como una capa normal se sujeta al cuello. En una espada, el lugar más lógico para atarla es la base de la empuñadura, y eso fue lo que hizo ella. Es un buen trabajo, pues la capa se superpone y no deja que se filtre ni un poco de magia. ¿Qué tuviste que pagarle por el servicio?
—Bueno, fui a Mendocino a buscarle el famoso collar.
Laksha inclinó hacia atrás la cabeza de Granuaile y se echó a reír. No era una risa demasiado tranquilizadora, la verdad.
—¡Le entregaste mi collar a cambio de esta capa! ¡Me parece que salió ganando con el trato!
—De todos modos, pronto va a tener su karma, ¿no?
Laksha asintió.
—Así es.
—¿Puedes quitar la capa?
—Sí, es cosa de diez minutos.
—Excelente. Hay otra cosa sin importancia que te pediría para sentirme debidamente compensado en este intercambio de favores mutuos.
La expresión divertida que animaba el rostro de Granuaile se transformó en la seriedad propia de un hombre de negocios.
—Una cosa más. Dila.
—Cuando todo esto termine, cuando ya hayas recuperado el collar y tengas un nuevo cuerpo que habitar, vivirás al este del Mississippi y nunca volverás a Arizona sin avisarme primero.
Los ojos de Granuaile me observaron, entrecerrados.
—¿Puedo saber por qué?
—Por supuesto. Siento un respeto muy sano por todas tus habilidades, Laksha Kulasekaran. Y celebro tu decisión de vivir de forma limpia y hacer el bien a partir de ahora. En especial, valoro la consideración que has mostrado hacia Granuaile hasta este momento, y hacia mí mismo. Pero, si se diera el caso improbable de que volvieras a… traficar… con demonios, preferiría que no fuera problema mío y que sucediera lejos, muy lejos de aquí.
Se quedó mirándome sin pestañear y por un momento pensé que iba a convertirse en un concurso de miradas entre viejos, pero bajó la mirada y asintió antes de que pudiera considerarse un desafío.
—De acuerdo —contestó—. Avisa a Granuaile cuando quieras deshacer la capa. Se necesita cierta preparación y privacidad. Avísale también cuando haya llegado el momento de ocuparse de Radomila.
—Así lo haré. Gracias.
La cabeza de Granuaile cayó a un lado, como si tuviera narcolepsia, y después volvió a levantarse de golpe, bajo el control de su auténtica personalidad.
—¡Hola, Atticus! —me saludó, resplandeciente—. ¿Necesitas otra copa?
Miré el vaso, que todavía estaba medio lleno, y me lo terminé de un trago.
—Sí —repuse, dejando el vaso con un gesto un poco torpe—. Me alegro de que hayas vuelto. Te echaba de menos.
Tomé una buena bocanada de aire y lo solté poco a poco, mientras el whisky hacía su efecto y la tensión iba diluyéndose. Me llenó el vaso de nuevo y me dijo que volvería en cuanto hiciera otra ronda de visitas al resto de los clientes.
Nunca llegué a disfrutar de aquel whisky, porque fue entonces cuando entró Gunnar Magnusson, el jefe de la manada de Tempe, con la mayoría de sus hombres lobo detrás, incluido el doctor Snorri Jodursson.
—¿Dónde está Hal? —me gruñó nada más verme.
—Se fue hace casi una hora.
—Hay un problema —contestó Magnusson—. ¿Hace cuánto que no miras el móvil?
—No sé —admití, y entonces recordé que había sonado en medio de la conversación con Laksha.
Lo saqué del bolsillo y miré si tenía algo. Era Emily, la más joven de las Hermanas de las Tres Auroras. El mensaje decía: «¡Tengo a tu abogado y a tu perrito también! Dame la espada o los dos morirán. Emily.»
Hacía mucho tiempo que no había sentido el menor deseo de infligir verdadero dolor a otra persona. Suelo tomármelo con calma cuando me encuentro con alguien molesto y me tranquilizo pensando cosas como que voy a sobrevivir a la persona en cuestión o que el problema siempre acaba por desaparecer. En mi fuero interno había cambiado el lema de «esto también pasará» por «tú también morirás», y así conseguía evitar todo tipo de conflictos. De verdad, puedo decir que no sentía tal ira apoderándose de mí desde la Segunda Guerra Mundial, pero aquel mensaje logró reavivar toda mi furia.
¿Secuestra a mi perro, pide un rescate y hace bromas a lo mago de Oz?
Por los dioses de las tinieblas, cuánto odio a las brujas.
Enseñé el mensaje a Magnusson, pues me sentía incapaz de articular una palabra coherente. Gruñó al leerlo y me devolvió el móvil. Vi que los otros hombres lobo se agitaron al recibir el mensaje a través de sus conexiones mentales.
—¿Podrías llamar por mí, por favor, para descubrir dónde retienen a Hal? —dijo Magnusson, haciendo un esfuerzo supremo por controlar su ira—. Estuvo inconsciente un rato y ahora ya ha despertado, pero lo han vendado y no puede decirnos dónde está.
—Claro —repuse—. Por favor, permaneced callados durante la conversación, para que no se dé cuenta de que estáis escuchando.
Los hombres lobo podrían oírla sin esforzarse. Magnusson hizo un gesto de asentimiento brusco, y le di a la tecla de llamar al mismo número del mensaje.
—Te has tomado tu tiempo —me dijo Emily, después de un solo pitido—. Tal vez tu perro no signifique tanto para ti como pensábamos.
—Demuéstrame que está vivo —contesté con esfuerzo—. Si no lo haces, aquí se termina la conversación.
—Dejaré que te lo confirme tu abogado. Espera.
Hubo un silencio, después unos ruidos y gruñidos, y oí a Emily que le decía a Hal que me informara que estaba bien.
—Atticus —me dijo Hal, con la tensión reflejada en su voz—. Veo a la mitad del aquelarre en un bosque no sé dónde. —Se oyó un ruido sordo y un gruñido, y a Emily a lo lejos, gritándole que solo me dijera que el perro estaba bien, nada más—. Estamos atados a unos árboles. Cadenas de plata. Por el momento, Oberón está bien.
—¡Ya es suficiente! —chilló Emily.
Recuperó el teléfono, y oí unos gañidos de Oberón. Todavía estaba vivo.
—En las montañas Superstition orientales, coge el Cañón Encantado hasta la Cabaña de Tony —me indicó—. En algunos mapas lo llaman el Rancho de Tony, pero es lo mismo. Ven tú solo, cuando anochezca. Trae la espada. Nosotras llevaremos al perro y al lobo.
—Si alguno de los dos está herido, te acariciaré el cuello con la espada y al infierno con las consecuencias —amenazó mi voz grave al teléfono—. ¿Me estás entendiendo, bruja? Estás unida a mí por tu propia sangre. Si los matas, que no te quepa la menor duda de que yo y toda la manada de Hal vamos a ir por ti. No tienes ni idea de lo que se te viene encima.
—¿No? Supongo que tendré que preguntarle a mi amigo Aenghus Óg. Seguro que él me informará del tipo de gusano que eres.
—Pregúntate esto a ti misma, bruja: si le parezco un gusano, ¿por qué no me ha aplastado en los últimos dos mil años? ¿Y por qué necesita aliarse con tu aquelarre si soy tan fácil de quitar de en medio?
—¿Dos mil años? —repitió Emily.
—¿Dos mil años? —repitió Magnusson.
¡Vaya! Ahí está la razón por la que no me gusta enfadarme: te hace decir cosas que sería mejor guardar en secreto. De todos modos, no podía dejar que Emily se diera cuenta de que había ganado un punto al calcular con bastante precisión mi edad, así que intenté utilizarlo como arma a mi favor.
—Eso es, pequeña, estás jodida de antemano. La única posibilidad que tienes de sobrevivir a esta noche es traerme a mis dos amigos sanos y salvos.
Colgué antes de que pudiera contestarme.
—No vas a ir solo —dijo Magnusson al momento.
Por supuesto, había oído todas y cada una de las palabras.
—Contaba con que me acompañarais —repuse.
—Han vuelto a cubrirle la cabeza con un saco —dijo Magnusson—, pero nos ha dado tiempo a ver a seis brujas a través de nuestra conexión. Tu perro está allí. Y Hal olía a alguien más. Pero no veía quién era.
—¿Cómo olía?
Magnusson puso los ojos en blanco para rememorarlo y poder describirlo con palabras.
—A roble y piel de oso y… a plumas mojadas. Es algún tipo de pájaro.
—Podría ser un cisne —contesté—. Es una de las formas animales de Aenghus Óg.
—¿Quién es el tal Aenghus Óg?
—Es una historia muy larga. En pocas palabras: es un dios y tendrá con él a unos cuantos demonios, además de las brujas. Te lo seguiré contando durante el viaje. El resumen es que la lucha va a ser terrible. Pero tal vez podamos acudir con alguien con quien no cuentan.
—¿Quién?
Volví la cabeza y vi a la preciosa pelirroja sirviendo una Guinness a un hombre mayor, en el otro extremo de la barra.
—¡Granuaile! —la llamé, mientras sacaba la cartera para pagar la cuenta—. Te aceptaré como aprendiz si quieres tenerme como maestro. ¿Todavía quieres iniciarte?
—¡Lo estoy deseando! —repuso con una sonrisa, mientras dejaba la pinta delante del cliente.
—Pues entonces dile a tu jefe que lo dejas, con efecto inmediato. A partir de ahora, yo seré quien te dé el trabajo. Pero nos tenemos que ir ahora mismo, así que date prisa.
Paseó la mirada por los hombres lobo que me rodeaban, reunidos en la entrada del pub.
—Ha pasado algo, ¿verdad?
—Sí, y necesitamos a tu amiga ahora mismo —contesté, dándome un golpecito en la sien para que quedara claro que me refería a Laksha—. Ésta es la oportunidad para ambas, pero tenemos que salir ya.
—Vale —respondió resplandeciente, mientras se acercaba trotando a la entrada de la cocina y exclamaba a través de las puertas vaivén—. ¡Oye, Liam! ¡Que lo dejo!
Se volvió hacia la barra, pasó las piernas por encima y saltó al suelo, entre dos taburetes.
—Así se hace—comentó el señor, alzando la pinta en señal de saludo.
Salimos de allí antes de que Liam, quienquiera que fuese, tuviera tiempo de percatarse de que acababa de perder a una magnífica camarera.