—¿Hay algo allá abajo? Aquí arriba estamos tan limpios como la reputación de su madre.
Brett y Parker aferraron más fuertemente la red y mientras Ripley se detenía frente a ellos, apartaba la mirada del aparato y gritaba hacia arriba:
—¡Nada aquí abajo!
En el nivel superior Lambert y Dallas siguieron avanzando, seguidos por Ash. Su atención estaba fija en la próxima curva del corredor; no les gustaban aquellas curvas, ofrecían lugares para ocultarse. El dar vuelta a uno y descubrir tan sólo un corredor vacío que se extendía ante ellos, fue para Lambert como encontrar un tesoro.
El rastreador empezaba a parecer más pesado en las manos de Ripley, cuando una minúscula luz roja parpadeó de pronto bajo la pantalla principal. Ripley vio que la aguja vibraba, y se aseguró que fuera la aguja, no sus propias manos. Entonces la aguja hizo un movimiento definitivo, apartándose del cero de la escala del indicador.
Ripley se aseguró de que el rastreador no estaba detectando a Brett o a Parker.
—¡Alto! He encontrado algo.
Dio unos cuantos pasos hacia adelante.
La aguja saltó a través de la escala, y la luz roja se encendió y permaneció encendida.
Ripley se quedó mirándola pero no hizo ningún otro movimiento, aparte de minúsculos cambios en la dirección en que se movía. La luz roja permanecía bien clara.
Brett y Parker contemplaban el suelo del corredor; inspeccionaban también las paredes y el techo. Cada uno recordaba cómo el primer ser extraño, aunque muerto, había caído sobre Ripley. Nadie tenía deseos de descuidar la posibilidad de que esta nueva versión también pudiese trepar. Así pues, mantenían la mirada constantemente tanto en el suelo como en el techo.
—¿De dónde viene? —preguntó Brett en voz baja.
Ripley contemplaba el aparato con el ceño fruncido. La aguja del indicador había empezado súbitamente a recorrer toda la escala. A menos que la criatura pudiera viajar a través de paredes sólidas, el comportamiento de la aguja no correspondía a los movimientos de un ser vivo. Ella lo sacudió con ambas manos. Pero la aguja siguió su extraño comportamiento y la luz roja permaneció encendida.
—No lo sé, la máquina se ha vuelto loca, corre por toda la escala.
Brett dio un puntapié a su red, y maldijo entre dientes.
—¡Diablos! No podemos permitirnos errores de funcionamiento. Yo le enseñaré a Ash...
—Espera —dijo ella con apremio, y puso de cabeza el aparato; la aguja se estabilizó inmediatamente.
—Está trabajando bien, simplemente está confuso. O mejor dicho, yo lo estaba. La señal viene de debajo de nosotros.
Ambos miraron a sus pies. Nada surgió del suelo para atacarlos.
—Es en el nivel C —gruñó Parker—. Estrictamente mantenimiento. Mal lugar para buscar.
—¿Quieres que no le hagamos caso?
El la contempló, pero esta vez sin verdadera ira.
—Eso no tiene gracia.
—No. No la tiene —dijo ella, compungida—. Vayan adelante. Los dos conocen ese nivel mejor que yo.
Parker y Brett, sosteniendo cuidadosamente la red entre los dos, la precedieron por una escalera poco usada. El nivel estaba mal iluminado, aun para las normas humildes del
Nostromo.
Se detuvieron en la base de la escalera para dejar que sus ojos se adaptaran a la casi oscuridad reinante.
Ripley tocó una pared por accidente, y retiró la mano con repugnancia; todo estaba cubierto por una viscosa capa de limo. "Viejos lubricantes", murmuró. Una nave transespacial habría sido clausurada si un inspector descubriera en ella tales condiciones; pero nadie se preocupaba de tales deslices en una nave como el
Nostromo.
Los lubricantes no preocupaban a ningún alto personaje. ¿Qué importaba aquel desorden a la tripulación de un remolcador?
Ripley se prometió que cuando hubiesen concluido aquel viaje, ella pediría su cambio a un transespacial o renunciaría al servicio. Pero recordó que ya se había hecho la misma promesa una docena de veces antes; sin embargo, esta vez se mantendría firme.
Ripley apuntó con el rastreador al piso del pasillo. Nada. Cuando lo levantó apuntando a la pared de enfrente, la luz roja volvió a encenderse. La aguja iluminada registraba una percepción clara.
—Bueno, vamos.
Echó a andar confiada en la pequeña aguja, porque sabía que Ash realizaba bien su trabajo, porque hasta entonces el aparato había funcionado bien, y porque no tenía alternativa.
—Pronto daremos con algo —le avisó Brett.
Transcurrieron varios minutos. El pasillo se bifurcó. Ripley siguió valiéndose del rastreador, y empezó a avanzar por el pasaje de la derecha. La luz roja empezó a debilitarse. Ella se dio vuelta y se encaminó hacia el otro corredor.
—Por aquí.
Las luces eran aún más escasas en aquella sección de la nave. Sombras profundas los rodeaban, sofocantes pese al hecho de que nadie entrenado en aquella nave del espacio profundo había sentido nunca claustrofobia. Sus pasos resonaban sobre el puente de metal, tan sólo opacados cuando atravesaban pequeños charcos de fluido acumulado.
—Dallas debe exigir una inspección —murmuró Parker disgustado—. Cerrarían el 40 por ciento de la nave, y entonces la Compañía tendría que pagar la limpieza.
Ripley sacudió la cabeza y echó al ingeniero una mirada escéptica.
—¿Quieres apostar algo? A la Compañía le resultaría más fácil y más barato comprar al inspector.
Parker luchó para ocultar su decepción. Otra de sus ideas brillantes que fracasaba. Lo peor del caso era que la lógica de Ripley casi siempre era irrefutable. Su resentimiento y su admiración por ella crecieron, en proporción uno de la otra.
—Hablando de arreglar y de limpiar —continuó Ripley—, ¿qué pasa con las luces? Yo dije que no conocía bien esta parte de la nave, pero tú apenas puedes verte aquí tu propia nariz. Yo creía que ustedes se encargaban del Módulo Doce. Debiéramos tener mejor iluminación, aun aquí abajo.
—¡Pero si la arreglamos! —protestó Brett.
Parker se apartó para revisar un panel contiguo.
—El sistema de abastecimiento debe hacerse con cautela. Algunos de los circuitos no han estado recibiendo su corriente habitual, ¿sabes? Fue bastante difícil devolver la energía sin volar cada conductor de la nave. Cuando las cosas se complican, los sistemas afectados limitan su entrada de energía para evitar sobrecargas. Sin embargo, éste está exagerado. Pero podemos arreglarlo.
Tocó un interruptor del panel y modificó un contacto. La luz del corredor se hizo más poderosa.
Siguieron avanzando un buen tramo hasta que Ripley se detuvo de pronto levantando una mano:
—Esperen.
Parker estuvo a punto de chocar con ella, en su prisa por obedecer y Brett se tropezó con la red. Nadie rió.
—Estamos cerca —murmuró Parker, esforzando sus ojos para penetrar en la negrura.
Ripley revisó la aguja, con la escala hecha a mano por Ash en el metal, dentro de la pantalla iluminada:
—Según esto, está a menos de quince metros.
Parker y Brett afianzaron con mayor fuerza la red sin que nadie les dijera nada. Ripley levantó el tubo y lo encendió. Avanzó precavidamente, con el tubo en la derecha y el rastreador en la izquierda. Sería difícil imaginar tres personas que hicieran menos ruido que Ripley, Parker y Brett avanzando por el corredor. Hasta su jadeo anterior, antes acompasado, dejó de oírse.
Recorrieron cinco metros, luego diez. Un músculo de la pantorrilla izquierda de Ripley saltó como una langosta, causándole dolor; no le hizo caso y siguieron adelante. La distancia, a juzgar por el rastreador, se reducía irrevocablemente.
Ahora Ripley avanzaba casi en cuclillas, dispuesta a saltar hacia atrás en el instante en que cualquier fragmento de las tinieblas pareciera moverse. El rastreador, con el sonido intencionalmente bajo, les hizo detenerse, al cabo de los quince metros. Allí la luz seguía siendo mortecina, pero suficiente para mostrarles que nada se ocultaba en el corredor maloliente.
Dando vuelta lentamente al rastreador, Ripley trató de ver simultáneamente a él y al extremo del pasaje. La aguja se movía con lentitud en el cuadrante. Ripley levantó la mirada y notó un pequeño casillero en la pared del pasaje. Estaba apenas entornado.
Parker y Brett notaron dónde se había concentrado su atención. Se colocaron, tanto como fue posible, frente al casillero. Ripley les hizo una señal con la cabeza, tratando de enjugarse parte del sudor que cubría su rostro. Aspiró profundamente y dejó el rastreador en el suelo. Con la mano libre, tomó el mango del casillero. En su mano ya húmeda lo sintió frío y pegajoso.
Levantando el tubo, oprimió el botón que había en el extremo del mango, y se arrojó contra la pared del corredor dejando caer el tubo de metal dentro de la cerradura. Un chillido horrible sonó por todo el corredor. Una pequeña criatura, toda ojos saltones y garras brillantes pareció explotar en el pequeño espacio. Aterrizó limpiamente en la mitad de la red, mientras el par de ingenieros luchaban frenéticamente por enredarla en tantas capas de hilo como fuese posible.
—¡Sosténlo, sosténlo! —gritaba Parker, triunfante—. ¡Tenemos al pequeño canalla, tenemos...!
Ripley estaba revisando ansiosamente la red. Una enorme oleada de decepción la recorrió. Apagó el tubo y recogió el rastreador.
—¡Maldita sea! —dijo cansadamente—. Cálmense, ustedes. Miren.
Parker soltó la red al mismo tiempo que Brett. Ambos habían visto lo que habían atrapado y murmuraban furiosos. Un gato malhumorado se libró como pudo de la red y se alejó bufando por el corredor antes de que Ripley pudiera protestar.
—¡No, no! —dijo ella, demasiado tarde— ¡No le dejen ir!
A lo lejos alcanzaron a ver cómo se desvanecía su piel anaranjada.
—Sí, tienes razón —dijo Parker—. Debimos matarlo. Ahora volverá a aparecer en el rastreador.
Ripley le dirigió una dura mirada, y no hizo ningún comentario. Luego volvió su atención a Brett, que mostraba instintos menos asesinos.
—Ve tú por él. Debemos discutir más tarde lo que haremos. Pero sería buena idea mantenerlo encerrado en su caja para que no pueda confundir a la máquina, o a nosotros.
Brett asintió con la cabeza.
—Correcto.
Se dio vuelta y trotó por el pasaje, siguiendo al gato. Ripley y Parker siguieron avanzando lentamente, en la dirección opuesta, con Ripley llevando el rastreador y el tubo y ayudando a Parker al mismo tiempo con la red.
Una puerta abierta lo condujo a una gran crujía de mantenimiento de equipo. Brett echó una última mirada arriba y abajo del corredor y no vio ninguna señal del gato. Por otra parte, aquella cámara con pocos materiales era ideal para que en ella se ocultase algún gato. Si no estaba allí dentro, él iría a reunirse con los otros. El animal podía estar en cualquier parte de la nave, pero la crujía de mantenimiento era buen lugar para refugiarse.
Había luz en el interior, aunque no más brillante que en el pasillo. Brett no hizo caso a la hilera de instrumentos alineados, a los recipientes de módulos de reemplazos de estado sólido ni a las herramientas sucias. Unos paneles luminiscentes identificaban el contenido.
Se le ocurrió entonces que probablemente sus dos compañeros ya no podrían oírlo. Aquella idea le hizo temblar. Cuanto más pronto pusiese las manos en aquel maldito gato, mejor.
—Jones, ven, micho, micho... Jones, ven a ver a Brett, gatito.
Se inclinó para ver en la oscuridad una gran rendija entre dos recipientes. El lugar estaba desierto. Irguiéndose se limpió el sudor de la frente, primero del lado izquierdo, luego del derecho.
—¡Maldito Jones! —murmuró en voz baja—, ¿dónde diablos te escondiste?
En lo profundo de la crujía se oyó que algo raspaba las paredes. El ruido fue seguido por un vago, pero tranquilizador sonido inconfundiblemente felino. Brett dejó escapar un suspiro de alivio y avanzó hacia el lugar.
Ripley se detuvo, miró cansadamente la pantalla del rastreador. La luz roja se había apagado, la aguja estaba nuevamente en cero y ningún sonido salía del aparato. Mientras ella miraba, la aguja vibró un momento, luego quedó inmóvil.
—Aquí nada —le dijo al reciario que le quedaba—. Creo que no hay nada aquí, aparte de nosotros y de Jones.
Echó una mirada a Parker:
—Acepto cualquier sugestión.
—Volvamos. Lo menos que podemos hacer es ayudar a Brett a atrapar a ese maldito gato.
—No la tomes contra Jones —dijo Ripley, asumiendo automáticamente la defensa del animal—. Está tan asustado como todos nosotros.
Dieron vuelta y avanzaron por el corredor maloliente. Ripley dejó encendido el rastreador, por si acaso.
Brett se había abierto paso entre pilas de equipo, y no podía avanzar mucho más. Zancos y soportes para la superestructura del
Nostromo
formaban un intrincado laberinto de metal a su alrededor. Estaba desalentándose ya cuando otro murmullo familiar llegó hasta él. Apartando un pilón de metal, vio dos pequeños ojos amarillos que brillaban en la oscuridad. Vaciló durante un momento. Jones era poco más o menos del tamaño de lo que había brotado del pecho del pobre Kane. Otro maullido le hizo sentir mejor. Tan sólo un gato ordinario podía producir semejante sonido.
Al avanzar más trabajosamente, se agachó para encender su rayo y alcanzó a ver una piel de gato y unos bigotes: era Jones.
—Ven, gatito... me alegro de verte, maldito gato peludo.
Extendió la mano hacia Jones. El animal bufó, amenazándolo, y retrocedió más profundamente al rincón.
—¡Vamos, Jones! Ven a Brett. No hay tiempo para tonterías.
Algo no tan grueso como el rayo que el técnico de ingeniería acababa de arreglar, llegó hasta abajo. Descendió en completo silencio, produciendo la sensación de una enorme energía mantenida al acecho. Unos dedos se extendieron, asieron y envolvieron por completo la garganta del ingeniero, cruzándose uno sobre otro. Brett alcanzó a proferir un grito, llevándose ambas manos a la garganta. Por el efecto que tuvieron sobre él aquellos dedos de acero bien podían haber estado soldados.
Fue levantado en el aire por aquella mano; sus piernas quedaron bailando en el aire. Jones saltó por encima de él.
El gato pasó como un tiro a Ripley y a Parker, que acababan de llegar. Sin pensarlo, se lanzaron dentro de la crujía de equipo. Pronto estuvieron donde un momento antes se acababan de ver colgando las piernas de Brett. Mirando profundamente en la oscuridad, tuvieron al fin un breve atisbo de unas piernas colgando y un dorso que se debatía en lo alto. Por encima de la figura inerte del ingeniero alcanzaron a ver un tenue contorno, algo hasta cierto punto humano, pero que definitivamente no era un hombre. Algo enorme y malévolo. Fue una visión de una fracción de segundo, una luz que se reflejaba en unos ojos demasiado grandes para ser de un hombre así hubiese tenido una cabeza enorme. Luego, al mismo tiempo el ser extraño y el ingeniero desaparecieron en los niveles superiores del
Nostromo.