Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (155 page)

Así se metió en la torre con ellas y demandó licencia a las reinas para que pudiese posar con Oriana y con las que con ella estaban, las cuales la subieron luego a su aposentamiento, pues metidas en su cámara no podía partir los ojos de mirar a Oriana y a la reina Briolanja y Melicia y Olinda, que a la hermosura de éstas ninguna se igualaba, y no hacía sino abrazar a la una y a la otra. Así estaban con ellas como fuera sentido de placer y ellas le hacían tanta honra como si señora de todas fuese.

Capítulo 124

Cómo Amadís hizo casar a su primo Dragonís con la infanta Estrelleta y que fuese a ganar la Profunda Ínsula donde fuese rey.

Dice ahora la historia que Dragonís, primo de Amadís y de don Galaor, era un caballero mancebo muy honrado y de gran esfuerzo, así como lo mostró en las cosas pasadas, especialmente en la batalla que el rey Lisuarte hubo con Galvanes y sus compañeros sobre la Ínsula Mongaza, donde este caballero, después que don Florestán y don Cuadragante y otros muchos caballeros fueron tullidos y presos por don Galaor y el rey Cildadán y Norandel y por toda la gran gente de su parte que sobre ellos cargó, y don Galvanes, llevando a la dicha Ínsula muy mal heridos, quedó con los pocos que de su parte quedaron, y con los caballeros que su padre allí tenía por escudo y amparo de todos ellos, donde por causa de su discreción y buen esfuerzo fueron reparados, así como más largo el tercero libro de esta historia lo cuenta.

Éste no se halló en la Ínsula Firme al tiempo que Amadís hizo los casamientos de sus hermanos y de los otros caballeros que ya oísteis porque desde el monasterio de Luvaina se fue con una doncella a quien de antes había prometido un don y combatióse con Ángrifo, señor del valle del Fondo Piélago, que preso tenía el padre de ella por haber de él una fortaleza que a la entrada del valle tenía y Dragonís hubo con él una cruel y gran batalla, porque aquel Angrifo era el más valiente caballero que en aquellas montañas donde él moraba se podría hallar, pero al cabo fue vencido por Dragonís, como hombre que por derecho se combatía, y sacó de su poder al padre ,de la doncella y mandó a Angrifo que dentro de veinte días fuese en la Ínsula Firme y se pusiese en la merced de la princesa Oriana, y porque se halló cerca de la Ínsula de Mongaza, y estando con ellos llegó el mensajero del rey Lisuarte a los llamar para llevarlos a la Ínsula Firme, así como lo prometiera a Agrajes, y fuese con ellos a Vindilisora, donde fueron con mucho amor y grande honra recibidos, y desde allí se fueron con el rey y con la reina a la Ínsula Firme, como ya oísteis, donde halló Dragonís el concierto de los casamientos y el repartimiento de los señoríos como es contado, de que hubo gran placer, y loaba mucho lo que Amadís, su primo, había hecho, y aparejábase cuanto podía para ser en aquella conquista, que bien creído tenía que se no podía acabar sin grandes hechos de armas. Pero Amadís, como le amase de todo su corazón, consideró que mucha sin razón sería y gran vergüenza suya si tal caballero quedase sin gran parte de lo que él había ayudado con tanto trabajo a ganar, y un día, apartándole por aquella huerta, así le dijo:

—Mi señor y buen primo, aunque vuestra juventud y gran esfuerzo de corazón, deseando acrecentar honra en las grandes afrentas, os quite deseo de más estado y reposo del que hasta aquí tuvisteis, la razón a quien todos obligados somos de nos allegar como fuente principal donde la virtud mana y el tiempo que se os ofrece, quieren que vuestro propósito mudado sea y sigáis el consejo de mi poco saber y gran voluntad que así como a mi propio corazón os amo. Yo he sabido cómo al tiempo que socorrimos en Luvaina al rey Lisuarte, con los que de los contrarios al principio huyeron, fue el rey de la Profunda Ínsula que herido estaba. Ahora sé por un escudero del rey Arábigo que aquí es venido cómo entrando en la mar luego fue muerto. Pues aquella ínsula donde él fue señor tengo yo por bien que sea vuestra, y de ella seáis llamado rey, y a Polomir, vuestro hermano, se le quede el señorío de vuestro padre y seáis casado con la infanta Estréllela, que como sabéis viene de ambas partes de reyes, y a quien Oriana mucho ama, y esto tengo por bueno y me place que se haga, porque más quiero forzar vuestra voluntad sometiéndola a la razón que yo pasar tal vergüenza en no haber vos, mi buen primo, parte del bien que Dios me ha dado, así como vos más que otro alguno de él mal habido lo ha.

Dragonís, comoquiera que su deseo fuese de ir con don Bruneo y don Cuadragante a les ayudar con su persona hasta que aquellos señoríos hubiesen, y si de allí vivo quedase de se pasar a las partes de Roma buscando algunas venturas y estar alguna temporada con el rey de Cerdeña, don Florestán, por le ver y saber si le había menester para alguna cosa, como hombre que en tierra extraña se hallaba, y de allí tornarse a ver a Amadís a la Ínsula Firme, o donde estuviese, y pensaba que en estos caminos mucha honra y gran fama podría ganar, o morir como caballero, viendo con el amor tan grande que Amadís aquello le dijo, hubo gran empacho de le responder otra cosa sino que lo remitía todo a su voluntad, que en aquello y en todo lo que le mandase le sería obediente. Así que luego fue desposado con aquella infanta, y señalada para él la Profunda Ínsula que ya oísteis, desde que luego se llamó rey y lo fue con muy gran honra como adelante se dirá.

Esto así hecho como oís, Amadís demandó al rey Lisuarte el ducado de Bristoya para don Guilán el Cuidador, que él mucho amaba, y así se casase con la duquesa, que él tanto amaba, y que él le entregaría al duque que allí tenía preso. El rey, así por su amor de Amadís como porque tenía muchos cargos y grandes de don Guilán y porque el duque le había sido traidor, otorgólo de buena voluntad. Amadís le besó las manos por ello, y don Guilán se las. quiso besar a él, mas Amadís no quiso, antes lo abrazó con grande amor, que éste fue el caballero del mundo de su tiempo que más comedido y más manso y humano fue con sus amigos.

Capítulo 125

Cómo los reyes se juntaron a dar orden en las bodas de aquellos grandes señores y señoras, y lo que en ello se hizo.

Los reyes se tomaron a juntar como de antes y concertaron las bodas para el cuarto día y que durasen las fiestas quince días, en cabo de los cuales todas las cosas despachadas fuesen para sé tomar a sus tierras.

Venido el día señalado, todos los novios se juntaron en la posada de Amadís y se vistieron de tan ricos paños como su gran estado en tal acto demandaba, y asimismo lo hicieron las novias, y los reyes y grandes señores los tomaron consigo, y cabalgando en sus palafrenes, muy ricamente guarnidos, se fueron a la huerta, donde hallaron las reinas y novias asimismo en sus palafrenes, pues así salieron todos juntos a la iglesia donde por el santo hombre Nasciano la misma aparejada estaba. Pasado el acto de los matrimonios y casamientos con las solemnidades que la santa Iglesia manda, Amadís se llegó al rey Lisuarte, y díjole:

—Señor, quiero demandaros un don que no os será grave de lo dar.

—Yo lo otorgo —dijo el rey.

—Pues, señor, mandad a Oriana que antes que sea hora de comer pruebe el arco encantado de los leales amadores y la cámara defendida que hasta aquí con su gran tristeza nunca con ella acabar se pudo por mucho que ha sido por nosotros suplicada y rogada, que yo fío tanto en su lealtad y en su gran beldad que allí donde ha más de cien años que nunca mujer, por extremada que de las otras fuese, pudo entrar, entrará ella sin ningún detenimiento, porque yo vi a Grimanesa en tanta perfección como si viva fuese donde está hecha por gran arte con su marido Apolidón, su gran hermosura no iguala con la de Oriana, y en aquella cámara tan defendida a todas se hará la fiesta de nuestras bodas.

El rey le dijo:

—Buen hijo señor, liviano es a mi cumplir lo que pedís, mas he recelo que con ella pongamos alguna turbación en esta fiesta, porque muchas veces acontece y todas las más la grande afición de la voluntad engañar los ojos que juzgan lo contrario de lo que es, y así podría acaecer a vos con mi hija Oriana.

—No tengáis cuidado de eso —dijo Amadís—, que mi corazón me dice que así como lo digo se cumplirá.

—Pues así os place, así sea —dijo el rey.

Entonces se fue a su hija, que entre las reinas y las otras novias estaba, y díjole:

—Mi hija, vuestro marido me demanda un don y no se puede cumplir sino por vos; quiero que mi palabra hagáis verdadera.

Ella hincó los hinojos delante de él y besóle las manos, y dijo:

—Señor, a Dios plega que por alguna manera venga causa con que os pueda servir, y mandad lo que vos pluguiere, que así se hará por mí, cumplirse puede.

El rey la levantó y la besó en el rostro, y dijo:

—Hija, pues conviene que antes de comer sea por vos probado el arco de los leales amadores y la cámara defendida, que esto es lo que vuestro marido me pide.

Cuando esto fue oído de toda aquella gente, a muchos plugo de ver que la prueba se hiciese, y a otros puso gran turbación, que como la cosa tan grave de acabar fuese y tantas y tales en ellas habían fallecido, bien pensaban que la gloria que acabándola se alcanzaba que así en ella falleciendo se venturaba menoscabo y vergüenza, mas pues que vieron que el rey lo mandaba y Amadís lo demandaba, no quisieron decir sino que se hiciese, pues así como estaban salieron de la iglesia y cabalgando llegaron al marco donde de allí adelante a ninguno ni a ninguna era dada licencia de entrar si dignos para ello no fuesen. Pues allí llegados Melicia y Olinda dijeron a sus esposos que también querían ellas probar aquella ventura, de lo cual gran alegría en los corazones de ellos vino por ver la gran lealtad en que se atrevían, pero temiendo algún revés que venir les pudiese, dijéronles que ellos estaban bien contentos y satisfechos en sus voluntades, y por lo que a ellos tocaba no tomasen en sí aquel cuidado; mas ellas dijeron que lo habían de probar, que si en otra parte estuviesen con alguna razón se podrían excusar de ello, mas allí donde ninguna bastaba no querían que pensasen que por lo que en sí habían sentido lo habían dejado.

—Pues que así es —dijeron ellos—, no podemos negar que no recibimos en ello la mayor merced que de ninguna otra cosa que venir pudiese.

Esto dijeron luego al rey Lisuarte y a los otros señores.

—¡En el nombre de Dios! —dijeron ellos—, y a él plega que sea en tal hora que con mucho placer se acreciente la fiesta en que estamos.

Así descabalgaron todos y acordaron que entrasen delante Melicia y Olinda, y así se hizo que la una tras la otra pasaron el marco, y si ningún entrevalo fueron so el arco y entraron en la casa donde Apolidón y Grimanesa estaban, y la trompeta que la imagen encima del arco tenía tañó muy dulcemente, así que todos fueron muy consolados de tal son que nunca otro tal vieran, sino aquéllos que ya lo habían visto y probado. Oriana llegó al marco y volvió el rostro contra Amadís, y paróse muy colorada y tornó luego a entrar, y en llegando a la mitad del sitio, la imagen comenzó el dulce son, y como llegó so el arco, lanzó por la boca de la trompa tantas flores y rosas en tanta abundancia que todo el campo fue cubierto de ellas, y el son fue tan dulce y tan diferenciado del que por las otras se hizo, que todos sintieron en sí gran deleite que en tanto que duraba tuvieran por bueno de no partirse de allí; mas como pasó el arco cesó luego el son. Oriana halló a Olinda y a Melicia que estaban mirando aquellas figuras y sus nombres que en jaspe hallaron escritos, y como la vieron fueron con mucho placer a ella y tomáronla entre sí por las manos y volviéronse a las imágenes, y Oriana miraba con gran afición a Grimanesa, y bien veía claramente que ninguna de aquéllas ni de las que fuera estaban era tan hermosa como ella, y mucho dudó en la prueba de la cámara que para haber de entrar en ella la había de sobrar en hermosura, y por su voluntad dejárase de la probar, que de lo del arco nunca en si puso duda, que bien sabía el secreto enteramente de su corazón como nunca fue otorgado de amar, sino a su amigo Amadís. Así estuvieron una pieza, y estuvieran más sino por ser el día tal que las esperaban, y acordaron de salirse así todas tres juntas como estaban tan contentas y tan lozanas que a los que las atendían y miraban les pareció que habían gran pieza acrecentado en sus hermosuras, y bien cuidaron que alguna de ellas era bastante para acabar la ventura de la cámara y esto causó, como digo, la gran alegría que en sí traían, que así como con ella toda hermosura es crecida, así al contrario con la tristeza se aflige y abaja. Sus tres maridos, Amadís, Agrajes y don Bruneo, que aquella ventura habían acabado, como ya el segundo libro de esta historia os ha contado, fueron a ellas, lo cual ninguno de los que allí estaban pudieran hacer, y como a ellas llegaron la trompeta comenzó el son y a echar las flores que les daban sobre las cabezas, y abrazáronlas y besáronlas, y así todos seis se salieron.

Esto hecho, acordaron de ir a la prueba de la cámara, mas algunas había que gran recelo llevaban de lo no poder acabar. Pues llegando al sitio que en la sala del castillo estaba, Grasinda se llegó a Amadís. y díjole:

—Mi señor, comoquiera que mi hermosura no me ayude tanto que el deseo de mi corazón cumplirse no pueda, no puedo forzar mi locura que no desee probarse en esta entrada que ciertamente nunca esta lástima de mí en ningún tiempo será partida, si se acaba sin que la pruebe, y comoquiera que avenga todavía me quiero aventurar.

Amadís, que en tal no estaba pensando, sino. en que todas la probasen antes que su señora porque cumplida gloria sobre todas llevase que de él la duda ninguna tenía de la no poder acabar, como las otras tenía, le respondió y le dijo:

—Mi buena señora, no lo tengo yo esto que decís sino a grandeza de corazón en querer acabar lo que tantas hermosas han faltado, y así se haga.

Entonces la tomó por la mano y la pasó adelante, y dijo:

—Señoras, esta señora muy hermosa se quiere aquí probar, y así lo debéis hacer vosotras, señoras Olinda y Melicia, que a gran poquedad se debería tener habiendo Dios repartido sobre vosotras tan extremada hermosura que en cosa tan señalada por ningún temor la dejasen de emplear, y podrá ser que por alguna de vos será acabada y quitaréis a Oriana del gran sobresalto que tiene.

Esto decía él en lo público, mas todo era fingido, que bien sabia él, como dicho es, que por ninguna de ellas se podía acabar sino por su señora, que nunca Grimanesa en su tiempo, ni después otra ninguna con muy gran parte pudo llegar a la hermosura suya. Todas dijeron que así se hiciese, y luego Grasinda se encomendó a Dios y entró en el sitio defendido, y con poca premia llegó al padrón de cobre y pasó adelante, y llegando cerca del padrón de mármol fue detenida; mas ella con premia y gran corazón que allí mostró mucho más que de mujer se esperaba llegó al de mármol, mas allí fue tomada sin ninguna piedad por los sus muy hermosos cabellos y echada fuera del sitio tan desacordada que no tenía sentido. Don Cuadragante la tomó consigo, y aunque sabía cierto no ser de peligro aquel mal, no podía excusar de no le pesar mucho de ello y haber gran piedad que este caballero, como ya fuese en más edad que mozo y nunca su corazón hubiese cautivado en amor de ninguna, de ésta estaba tan contento y tan enamorado que pensaba que ninguno más que él lo podía ser que lo olvidado de antes con lo presente habían sobre él cargado de golpe en tal manera que no diera ventaja a ninguno de los que allí estaban en querer y amar a su señora.

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