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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (156 page)

Pues luego llegó Olinda, la mesurada, trayéndola Agrajes por la mano, que le daba gran esfuerzo, aunque no con mucha esperanza que en sí tuviese que el gran amor ni afición de él a ella no le quitaba el conocimiento de ver que no igualaba a la hermosura de Grimanesa, pero bien pensó que llegaría con las más delanteras y llegando al sitio dejóla de la mano, y ella entró y fuese derechamente al padrón de cobre, y de allí pasó al de mármol, que nada sintió, mas como quiso pasar, la resistencia fue tan dura que por mucho que porfió no pudo más de una pasada pasar más adelante, y luego fue echada fuera como la otra.

Melicia entró con gentil continencia y lozano corazón, que así era ella muy lozana y muy hermosa, y pasó por los padrones ambos tanto que cuidaron todos que entraría en la cámara, y Oriana, que así lo pensó, fue toda demudada de pesar, mas llegando un paso más que Olinda, luego fue tullida y sacada sin ninguna piedad como las otras, tan desacordada como si fuera fuese, que así como más adelante entraba mucho más la pena, les era dada a cada uno en su grado, y así se hacía a los caballeros antes que a Amadís lo acabase. Las rabias que don Bruneo por ella hacía a muchos movía a piedad, mas a los que sabían el poco peligro que de allí redundaba reíanse mucho de lo ver.

Esto así hecho llevó Amadís a Oriana, en quien toda la hermosura del mundo ayuntada era, y llegó ella al sitio con pasos muy sosegados y rostro muy honesto, y santiguóse y encomendóse a Dios, y entró adelante, y sin que nada sintiese pasó los padrones, y cuando a una pasada de la cámara llegó, sintió muchas manos que la empujaban y tornaban atrás, tanto que tres veces la volvieron hasta cerca del padrón de mármol, mas ella no hacía con las sus muy hermosas manos desviarlos a un cabo y a otro, y parecióle que tomaba brazos y manos, y así con mucha porfía y gran corazón y sobre todo su gran hermosura, que muy más extremada era que la de Grimanesa, como dicho es; llegó a la puerta de la cámara muy cansada y trabó de uno de los umbrales. Entonces salió aquel brazo y mandó que Amadís tomase a ella por la una mano, y oyó más de veinte voces que muy dulcemente cantando dijeron:

—Bien venga la noble señora que por su gran beldad ha vencido la hermosura de Grimanesa y hará compaña al caballero que por ser más valiente y esforzado en armas que aquel Apolidón que en su tiempo par no tuvo, ganó el señorío, y de su generación será señoreada grandes tiempos con otros grandes señoríos que desde ella ganarán.

Entonces el brazo y la mano tiró y entró Oriana en la cámara, donde se halló tan alegre como si del mundo fuera señora, y no tanto por su hermosura como porque siendo su amigo Amadís señor de aquella ínsula, sin empacho alguno le podía hacer compaña en aquella hermosa cámara, quitando la esperanza desde allí adelante de se venir a probar ninguna por hermosa que fuese.

Ysanjo, el caballero gobernador de aquella ínsula, dijo entonces:

—Señores, los encantamientos de esta ínsula en este punto son todos deshechos sin ninguno quedar, que así fue establecido por aquél que aquí los dejó, que no quiso que más durasen de cuanto se hallasen señor y señora, que estas aventuras acabasen como estos señores lo han hecho, y sin embargo alguno pueden allí entrar todas las mujeres, así como lo hacen los hombres después que por Amadís acabada fue.

Entonces entraron los reyes y reinas y todos los otros caballeros y dueñas y doncellas cuantas allí estaban, y vieron la más rica y más sabrosa morada que nunca fue vista, y todas abrazaron a Oriana, como si por luengo tiempo no la hubieran visto. Era tanto el placer y alegría de todos, que no tenían memoria de comer ni de otra alguna cosa sino de mirar aquella cámara tan extraña. Amadís mandó que luego fuesen en aquella gran cámara traídas las mesas, y así se hizo, y finalmente los novios y novias y los reyes y los que allí cupieron holgaron y comieron en la cámara donde de muchos y diversos manjares y frutas de muchas maneras y vinos fueron muy bien servidos. Pues venida la noche después de cenar, en aquel muy hermoso destajo de la cámara que ya os dijimos en el libro segundo que era muy más rico que todo lo otro y era apartado de la pared de cristal, hicieron la cama para Amadís y Oriana donde albergaron, y al emperador y a los otros caballeros con sus mujeres por las otras cámaras, que muchas y muy ricas las había, donde cumpliendo sus grandes y mortales deseos por razón de los cuales muchos peligros y grandes afanes habían sufrido, hicieron dueñas a las que no lo eran, y las que lo eran no menos placer que ellas hubieron con sus muy amados maridos.

Capítulo 126

Cómo Urganda la Desconocida juntó todos aquellos reyes y caballeros cuantos en la Ínsula Firme estaban, y las grandes cosas que les dijo, pasadas y presentes y por venir, y cómo al cabo se partió.

Cuenta la historia que pasadas estas grandes fiestas de las bodas que en la ínsula se hicieron, Urganda la Desconocida rogó a los reyes que mandasen juntar todos los caballeros y dueñas y doncellas, porque delante de ellos les quería decir la causa y razón de su venida, lo cual mandaron que se hiciese. Pues todos juntos en una gran sala del alcázar, Urganda se sentó aparte, teniendo por las manos aquellos dos sus donceles, y cuando todos callaban estando esperando lo que diría, dijo:

—Mis señores, yo supe sin que me fuese dicho esta tan gran fiesta sobre tantas muertes y pérdidas que por vos han pasado, y Dios es testigo si algo o todo de aquellos males por mí pudieran ser remediados, que por ningún trabajo de mi persona dejara de poner en ella mis fuerzas; mas como de aquel alto señor permitido estuviese, fue en mí con su gracia de lo saber, mas no de lo remediar, porque lo que por Él es ordenado sin Él ninguno es poderoso de lo desviar, y pues con mi presencia el mal excusar no se podía, acordé con ella de creer en el bien como yo cuido, según el gran amor que con mucho de vosotros tengo y el que me tenéis, y también por declarar algunas cosas que antes de ahora os dije por encubiertas veía, así como lo acostumbro hacer, y creáis que verdad os dije como en otras cosas que de mí algunas veces de antes habéis oído.

Entonces miró contra Oriana, y dijo:

—Mi buena señora y hermosa novia, bien se os debe acordar que estando yo con el rey vuestro padre y la reina vuestra madre en la su villa de Fenusa me rogasteis que os dijese lo que os había de acaecer, y yo rogué que saber no lo quisieseis, pero como porque conocí vuestra voluntad os dije cómo el león de la Ínsula Dorada había de salir de sus cuevas y de sus grandes bramidos se espantarían vuestros guardadores, así que él se apoderaría de las vuestras carnes, con las cuales daría a su gran hambre descanso. Pues esto claro se debe conocer que este vuestro marido, más fuerte y más bravo que ningún león, salió de esta ínsula, que con mucha razón Dudada se puede llamar, donde tantas cuevas y tan escondidas tiene, y con sus fuerzas y grandes voces fue su nota de los romanos, que os aguardaban, desbaratada y destrozada, así que os dejaron en sus fuertes brazos y se apoderó de esas vuestras carnes, como todos vieron, sin las cuales nunca su rabiosa hambre se pudiera contentar ni hartar, y así conoceréis que en todo os dije verdad.

Entonces dijo contra Amadís:

—Pues vos, buen señor, bien claro conoceréis ser verdad todo lo que a esta sazón os dije que vuestra sangre daríais por la ajena cuando en la batalla de Ardán Canileo el Dudado la disteis por vuestros amigos el rey Arbán de Norgales y Angriote de Estravaus, que presos estaban, pues vuestra espada, cuando la visteis en manos de vuestro enemigo con que revolvía vuestra carne y huesos, bien la quisierais antes ver en algún lago donde nunca pareciera, pues el galardón que de esto se os siguió, ¿cuál fue? Por cierto no otro sino saña y gran enemistad, que redundó en la Ínsula de Mongaza, que a la sazón ganasteis entre vos y el rey Lisuarte, que presente estaba, como todos muy claro han visto que esta ganancia os dije que sacaríais de ello. Pues las cosas que os escribía vos muy virtuoso rey Lisuarte al tiempo que ese muy hermoso doncel Esplandián, vuestro nieto, en la Floresta hallasteis cazando con la leona, bien las tendréis en la memoria, y de lo que dije que es ya pasado veréis que lo supe, porque fue criado de tres amas muy desvariadas, así como la leona, oveja y la mujer, que todas leches le dieron, también os hice saber que este doncel pondría paz entre vos y Amadís; esto dejo que se juzgue por vos y por él, cuánta saña, cuánto rigor y enemistad ha quitado de vuestras voluntades la su graciosa y gran hermosura, y cómo por su causa y gran discreción fuisteis de Amadís socorrido en el tiempo que otra cosa sino la muerte esperabais. Pues si tal servicio como éste fue digno de quitar enemistad o atraer amor, déjolo a estos señores que lo juzguen, pues en las otras cosas que en su tiempo sucederán, así como la carta, os muestro queden para los que vinieren que las juzguen que por lo pasado podrán creer lo porvenir como cosa antes de mí sabida.

—Otra profecía os dije muy mayor que ninguna de éstas en que se contiene todo lo que os acaeció en el entregar de vuestra hija Oriana a los romanos y los grandes males y crueles muertes que de ello se siguió, la cual por vos no traer a la memoria en días que tanto placer se debe tomar, cosa de que congoja y enojo hayáis, la dejo para que los que la ver quisieren en el libro segundo por ella verán claramente ser acaecidas todas las cosas en ella contenidas y dichas por mí primero. Ahora que os he dicho las cosas pasadas quiero que sepáis lo presente de que sabiduría no habéis.

Entonces tomó por las manos a los hermosos donceles Talanque y Maneli el Mesurado, que así había nombre, y dijo a don Galaor y al rey Cildadán:

—Mis buenos señores, si algunos servicios y socorros para vuestras vidas de mí recibisteis, yo me doy por contenta del galardón que tengo, que harta gloria será para mí, pues que en mi propia persona ninguna generación engendrarse puede, que fuese yo causa que de las ajenas tan hermosos donceles naciesen como aquí veis, que tengo que sin duda podréis creer si Dios los deja llegar a edad de ser caballeros y lograr su caballería, ellos harán tales cosas en su servicio y en mantener verdad y virtud, que no solamente serán perdonados aquéllos que contra el mandamiento de la Santa Iglesia los engendraron y a mí que lo causé, mas sus méritos y merecimientos serán tan crecidos, que así en este mundo como después en el otro alcanzarán gran descanso en sus personas y ánimas, y porque las cosas que de estos donceles sucederán por mucho que yo dijese, no les hallaría cabo, dejólas para su tiempo, que no será muy tardío según en la disposición que la edad de sus personas está.

Entonces dijo a Esplandián:

—Tú, muy hermoso y bienaventurado doncel Esplandián, que en gran fuego de amor fuiste engendrado, por muchos de quien muy grande parte de ello heredaste, sin que de lo suyo sólo un punto les falleciese que la tu tierna y simple edad ahora encubierto tiene. Toma este doncel Talanque, hijo de don Galaor, y este Maneli el Mesurado, hijo del rey Cildadán, y ámalos así al uno como al otro, que aunque por ellos a muchas afrentas peligrosas serás puesto, ellos te socorrerán en otras que ninguno otro para ello bastaría, y esta gran sierpe que aquí me trajo dejo yo para ti, en la cual serás armado caballero con aquel caballo y armas que en sí ocultas y encerradas tiene, con otras cosas extrañas que en la orden de tu caballería al tiempo que se hiciere manifiestas serán. Esta sierpe será guía en la primera cosa que el tu muy fuerte corazón dará señal de tu alta virtud; ésta entre grandes tempestades y fortunas sin peligro, alguno pasará a ti y a otros muchos de tu gran linaje por la gran mar, donde con grandes afrentas y trabajos pagaréis al Señor del mundo algo de la gran merced que de Él recibís, y en muchas partes el tu nombre no será conocido sino por Caballero de la Gran Serpiente, y así andarás por largos días sin ningún reposo haber, que de más de las afrentas peligrosas que por ti pasarán tu espíritu será en toda afición y gran cuidado, puesto por aquélla que las siete letras de la tu siniestra parte encendidas como luego serán leídas y entendidas y aquel gran entendimiento y ardor que hasta allí han poseído traspasará sus entrañas de tanto fuego que nunca será matado hasta que las grandes nubadas de los cuervos marinos pasen de la parte de oriente por encima de las bravas ondas de la mar y pongan en tan gran estrechura al gran aguilucho que aún en el su estrecho albergue guarecer no se atreva, y el orgulloso halcón neblí, más preciado y hermoso que todas las cazadoras aves junte así muchos de su linaje y otras aves que no lo son y venga en su socorro y haga tan gran destrucción en los marinos cuervos que todo aquel campo quede cubierto de su pluma y muchos de ellos padezcan con sus muy agudas uñas, y otros sean ahogados en el agua donde del fuerte neblí y de los suyos serán alcanzados. Entonces el gran aguilucho sacará la mayor parte de sus entrañas y ponerlas ha en las agudas uñas del su ayudador, con que le hará perder y cesar aquella rabiosa hambre que de gran tiempo muy atormentado le ha tenido, y haciéndole poseedor de todas sus selvas y grandes montañas será retraído en el alcandara de árbol de la santa huerta. A este tiempo esta gran serpiente, cumpliéndose en ella la hora limitada por la mi gran sabiduría, delante todos será sumida en la gran mar, dando a entender que a ti más en la tierra firme que la movible agua te conviene pasara el tiempo por venir.

Esto dicho, dijo a los reyes y caballeros:

—Buenos señores, a mi conviene ir a otra parte donde excusar no me puedo, pero al tiempo que Esplandián será en disposición de recibir caballería, y todos estos donceles que junto con él la tomaren, bien sé que aquella sazón, por un caso que a vos es oculto, seréis aquí juntos muchos de los que ahora aquí estáis, y aquel tiempo yo vendré, y en presencia se hará aquella gran fiesta de los noveles, y os diré muy grandes y maravillosas cosas de las que adelante vendrán. Y a todos amonesto que ninguno en si tome tal osadía de se llegar a la serpiente hasta que no vuelva, sino todos los del mundo no le quitaran de perder la vida y porque vos, mi señor Amadís, tenéis aquí preso a aquel malo y de malas obras Arcalaus, que se llama el Encantador, y con su mala sabiduría, que nunca fue sino para dañar, os podría empecer, tomar estos dos anillos: uno será vuestro y otro de Oriana, que mientras en las manos los trajereis, ninguna cosa que por él se haga os podrá empecer ni a otro alguno de vuestra compaña, ni sus encantamientos tendrán fuerza ninguna mientras preso lo tuviereis, dígoos que no lo matéis, porque con la muerte no pagaría nada de los males por él hechos; mas que lo pongáis en una jaula de hierro donde todos los vean y allí muera muchas veces, que muy más dolorosa es la muerte que a la persona viva deja que no con la que del todo muere y fenece.

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