Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (154 page)

Hecho el recibimiento, no como fue, que sería imposible decirlo, mas como a la orden del libro conviene, movieron todos juntos para la Ínsula. Cuando la reina Brisena vio tantos caballeros y tantas dueñas y doncellas de tan alta guisa, a quien ella muy bien conocía y sabía do llegaba su gran valor, y que todos estaban a la voluntad y ordenanza de Amadís, fue tan espantada que no sabía qué decir, y hasta allí bien pensaba que en el mundo no hubiese igual casa ni corte a la del rey, su marido; pero visto esto que os digo, no figuraba su estado sino de un bajo conde, y miraba a todas partes y veía que todos andaban tras Amadís y lo acataban como a señor, y el que más cerca de él iba se tenía por más honrado, y do quiera que él iba, iban todos. Maravillábase cómo pudo ganar tal alteza un caballero que nunca alcanzó sino armas y caballo, y comoquiera que por marido de su hija lo tuviese y muy entero en su servicio, no pudo excusar de no haber de ello a gran envidia, porque aquel gran estado quisiera ella para su marido, y de allí lo heredara Amadís con su hija; pero como lo veía ser al revés no se podía alegrar con ello, mas como era muy cuerda hizo que no lo miraba ni entendía, y con rostro alegre y corazón turbio hablaba y reía con todos aquellos caballeros y señores que alrededor de sí llevaba; que el rey, después que habló a don Galaor, nunca de él se apartó en todo aquel camino hasta que a la Ínsula llegaron.

Pues yendo por el camino, Oriana no podía partir los ojos de Esplandián, que mucho lo amaba, así como la razón lo mandaba, y la reina, su madre, que lo vio, dijo:

—Hija, tomad este doncel que os lleve.

Oriana estuvo queda y el doncel llegó, con muy gran humildad, a le besar las manos. Oriana tenía gran deseo de le besar, mas el grande empacho que hubo le hizo sufrir. Mabilia se llegó a él y díjole:

—Mi buen amigo, también quiero yo parte de vuestros abrazos.

Él volvió el rostro con su semblante tan gracioso que maravilla era de le mirar y conocióla y habló con mucha cortesía. Así lo llevaron en medio entrambas, hablando con él, en lo que más les contentaba y agradábanse mucho de cómo él respondía, que la graciosa habla y donaire suyo las hacía a ellas alegrar, y mirábanse Oriana y Mabilia una a otra y miraban al doncel, y Mabilia dijo:

—Pareceos, señora, si era esta preciosa vianda para la leona y para sus hijos.

—¡Ay, mi señora y amiga —dijo Oriana—, por Dios, no me lo traigáis a la memoria, que aún ahora se me aflige el corazón de lo pensar!

—Pues entiendo —dijo Mabilia— que menos peligro pasó su padre, tan pequeño como él, en la mar; mas Dios le guardó para esto que veis y así lo hará si le pluguiere a éste, que pasará de bondad a él y a todos los del mundo.

Oriana se rió muy de corazón y dijo:

—Mi verdadera hermana, no parece sino que me queréis tentar por ver a cuál de ellos otorgaré, pues no quiero decir que así plega a Dios, sino que entrambos los haga tales que no tengan par, como hasta aquí, cada uno en su edad, no lo han tenido.

En esto y en otras cosas de mucho placer hablando todos llegaron al castillo de la Ínsula Firme, donde al rey Lisuarte y a la reina su mujer aposentaron muy bien donde Oriana posaba, y al rey Perión y a su mujer donde la reina Sardamira.

Oriana con todas las novias que habían de ser tomaron lo más alto de la torre. Amadís había mandado poner las mesas en aquellos portales muy ricos de la huerta, y allí hizo comer a toda aquella compaña muy ricamente, con tanta abundancia de viandas y vinos y frutas de todas maneras que muy gran maravilla era de lo ver, cada uno según su estado lo merecía, y todo era hecho muy por orden.

Don Cuadragante llevó consigo al rey Cildadán, que él mucho amaba, y así lo hicieron todos los otros caballeros cada uno de los del rey según lo amaban. Y Amadís llevó consigo al rey Arbán de Norgales y a don Grumedán y a don Guilán el Cuidador. Norandel posó con su gran amigo don Galaor. Así pasaron aquel día, con el placer que pensar podéis. Mas lo que Agrajes hizo con su tío y con Madasima no se podrá contar en ninguna manera ni pensar, que a éste tenía en tanto acatamiento y reverencia como al rey, su padre, siempre tuvo, e hizo quedar a Madasima con Oriana y con aquellas reinas y señoras grandes que allí estaban, y él llevó a don Galvanes consigo a su posada. Esplandián se llegó luego al rey de Dacia, que era de su edad y le pareció muy bien, y tan grande amor se les siguió desde la hora que se vieron que todos los días de su vida les duró, así que por muy grandes tiempos anduvieron juntos en compaña después que caballeros fueron y pasaron muy grandes hechos de armas en muy gran peligro de sus personas, como caballeros muy esforzados. Este rey fue todo el secreto de los amores de Esplandián y por sus consejos buenos fue quitado muchas veces de grandes angustias y mortales cuidados que de su señora le venían hasta le llegar al hilo de la muerte. Este rey que os digo se puso a muy grandes afanes por hablar a esta señora y le decir lo que por su amor este caballero padecía y que hubiera piedad de su dolorosa muerte. Estos dos príncipes que os cuento, por amor de esta señora, tomando consigo a Talanque, hijo de don Galaor, y a Manelí, el mesurado hijo del rey Cildadán, que en las sobrinas de Urganda los hubieron cuando estaban presos, como el segundo libro de esta historia más largo lo cuenta, y Ambor, hijo de Angriote y de Estravaus, todos noveles caballeros, pasaron la mar por la parte de Constantinopla a la tierra de los paganos y hubieron grandes requestas, así con fuertes gigantes como con otras naciones extrañas de muchas maneras, las cuales pasaron a su gran honra, por donde sus altas proezas y grandes caballerías fueron por todo el mundo sonadas, así como más largo os lo contaremos en aquel ramo que de Esplandián es llamado, que de esta historia sale que habla de los sus grandes hechos y de los amores que con la flor y hermosura de todo el mundo tuvo, que fue aquella estrella luciente que ante ella toda hermosura oscurecía, Leonorina, hija del emperador de Constantinopla, aquélla que su padre, Amadís, dejó niña en Grecia cuando allá pasó y mató al fuerte Endriago, como os ya contamos.

Pero dejemos esto ahora hasta su tiempo y tornemos al propósito de nuestra historia.

Pues pasado aquel día que llegaron y otro para descansar del camino, los reyes se juntaron para dar orden en los casamientos, como se hiciesen con mucho placer y se tornasen a sus tierras, que mucho les quedaba de hacer: los unos en ir a ganar los señoríos de sus enemigos y los otros en les dar ayuda para ello, y estando juntos debajo de unos árboles, cabe las fuentes que ya oisteis, oyeron grandes voces que las gentes daban de fuera de la huerta y sonaba gran murmullo, y sabido qué cosa fuese, dijéronles que veía la más espantable cosa y más extraña por la mar de cuantas habían visto. Entonces los reyes demandaron sus caballos y cabalgaron y todos los otros caballeros y fueron al puerto, y las reinas y todas las señoras se subieron a lo más alto de la torre, donde gran parte de la tierra y de la mar se parecía, y vieron venir un humo por el agua más negro y más espantable que nunca vieron. Todos estuvieron quedos hasta saber qué cosa fuese, y desde a poco rato que el humo se comenzó a esparcir vieron en medio de él una serpiente mucho mayor que la mayor nao ni fusta del mundo, y traía tan grandes alas que tomaba más espacio que una echadura de arco y la cola enroscada hacia arriba, muy más alta que una gran torre; la cabeza y la boca y los dientes eran tan grandes, y los ojos tan espantables, que no había persona que la mirar osase, y de rato en rato echaba por las narices aquel muy negro humo, que hasta el cielo subía, y desde que se cubría todo daba los roncos y silbidos tan fuertes y tan espantables que no parecía sino que la mar se quería hundir, echaba por la boca las gorgozadas del agua tan recio y tan lejos que ninguna nave, por grande que fuese, a ella se podría llegar que no fuese anegada. Los reyes y caballeros, comoquiera que muy esforzados fuesen, mirábanse unos a otros y no sabían qué decir, que a cosa tan espantable y tan medrosa de ver no hallaban ni pensaban qué resistencia alguna podía bastar, pero estuvieron quedos.

La gran serpiente, como ya cerca llegase, dio por el agua al través tres o cuatro vueltas, haciendo sus bravezas y sacudiendo las alas tan recio que más de media legua sonaba el crujir de las conchas. Como los caballos en que aquellos señores estaban la vieron, ninguno fue poderoso de tener el suyo, antes con ellos iban huyendo por el campo hasta que de fuerza les convino apearse, y algunos decían que seria bueno armarse para atender; otros decían que como fuese bestia fiera de agua que no osaría salir en tierra, y puesto caso que saliese que espacio había para se meter en la ínsula y que ya ella de que veía la tierra comenzaba a reparar. Pues estando así todos maravillados de tal cosa, cuan nunca oyeran ni vieran otra semejante, vieron cómo por el un costado de la serpiente echaron un batel cubierto todo de un paño de oro muy rico y una dueña, en el que a cada parte traía un doncel muy ricamente vestido y sufríase con los brazos sobre los hombros de ellos, y los enanos muy feos, en extraña manera, con sendos remos, que el batel traían a tierra. Mucho fueron maravillados aquellos señores de ver cosa tan extraña, mas el rey Lisuarte dijo:

—No me creáis si esta dueña no es Urganda la Desconocida, que bien se os debe acordar —dijo a Amadís— del miedo que nos puso estando en la mi villa de Fenusa, cuando con los fuegos vino por la mar.

—Yo lo he pensado así —dijo Amadís— después que el batel vi, que de antes no creía sino que aquella serpiente era algún diablo con que tuviéramos harto que hacer.

En esto llegó el batel a la ribera, y como cerca fue conocieron ser la dueña Urganda la Desconocida, que ella tuvo por bien de se les mostrar en su propia forma, lo cual pocas veces hacía, antes se demostraba en figuras extrañas, cuando muy vieja demasiado, cuando muy niña, como en muchas partes de esta historia se ha contado. Así llegó con sus donceles, muy hermosos y muy guarnidos, que sus vestiduras eran en muchos lugares guarnecidas y labradas de piedras preciosas de gran valor.

Los reyes y grandes señores se fueron así a pie como estaban acostando en la' parte donde ella salía, y como llegada fue salió del batel, teniendo por las manos a sus hermosos donceles se fue luego al rey Lisuarte por le besar las manos, mas el rey la abrazó y no se las quiso dar, y así lo hicieron el rey Perión y el rey Cildadán. Entonces se volvió ella al emperador y díjole:

—Buen señor, aunque no me conocéis, ni yo os haya visto, mucho sé de vuestra hacienda, así de quién sois y el valor de vuestra noble persona como de vuestro grande estado, y por esto y por algún servicio que antes de mucho tiempo de mí recibiréis, junto con la emperatriz, quiero quedar en vuestro amor y buen conocimiento para que se os acuerde de mí, cuando en vuestro imperio estuviereis, en me mandar algo en que le pueda servir, que, aunque os parece estar esta tierra donde mi habitación es muy lejos de la vuestra, no sería para mí gran trabajo andar el camino todo en un día natural.

El emperador le dijo:

—Mi buena amiga señora, por más contento me tengo de haber ganado vuestro amor y buena voluntad que gran parte de mi señorío, y pues por vuestra virtud a ello me habéis convidado, no se os olvide lo que me prometisteis, que si en mi corazón y voluntad está asentado se lo agradecer con todas mis fuerzas, vos muy mejor que yo lo sabéis.

Urganda le dijo:

—Mi señor, yo os veré en tiempo que por mí os será restituido el primer fruto de vuestra generación.

Entonces miró contra Amadís, que no había habido tiempo de le poder hablar, y díjole:

—Pues de vos, noble caballero, no se debe perder el abrazo, aunque, según la favorable fortuna, en tanta grandeza os ha ensalzado y puesto en la cumbre, ya no tendréis en mucho los servicios y placeres de los que poco podemos, porque estas mundanales cosas muy prestamente siguiendo la orden del mundo con pequeña causa, y aun sin ella, podrían variar. Ahora que os parece que más sin cuidados podréis pasar vuestra vida, especial teniendo la cosa del mundo por vos más deseada en vuestro padre, sin la cual todo lo restante os fuera causa de dolorosa soledad, ahora es más necesario sostenerlo con doblado trabajo, que la fortuna no es contenta cuando en semejantes alturas hiere y muestra sus fuerzas,. porque muy mayor mengua y menoscabo de vuestra gran honra sería perder lo ganado, que sin eso pasar antes que ganado fuese.

Amadís le dijo:

—Según los grandes beneficios que de vos, mi señora, yo tengo recibidos con el gran amor que siempre me tuvisteis, aunque para la satisfacción de mi voluntad muy poderoso me hallase, muy pobre me sentiría para lo poner en las cosas que vuestra honra tocasen, que por vos me fuesen mandadas que no puede ser ello tanto, aunque el mundo fuese, que mucho más no sea razón de lo aventurar en lo que digo.

Urganda le dijo:

—El gran amor que os tengo me causa decir desvaríos y dar consejo donde menester no es.

Entonces llegaron todos aquellos caballeros y la saludaron, y dijo a don Galaor:

—A vos, mi buen señor, ni al rey Cildadán no digo ahora nada, porque yo moraré aquí con vos algunos días y tendremos tiempo de hablar.

Y volviéndose a sus enanos les mandó que se tomasen a la gran serpiente y trajesen en una barca un palafrén y sendos para sus donceles, lo cual fue luego hecho.

Los reyes y señores tenían sus caballos alejados de allí, que el temor de aquella fiera bestia no les daba lugar que a ellos se llegasen, y dejaron allí hombres que las pusiesen en el palafrén y ellos se fueron a pie a tomar los suyos, y ella les dijo que les rogaba mucho que hubiesen por bien que ninguno la llevase sino aquellos dos donceles sus enamorados, y así se hizo, que todos fueron delante al castillo y ella a la postre con su compaña, y anduvieron hasta llegar a la huerta donde las reinas estaban y señoras grandes, que no quiso posar en otra parte, y antes que con ellas entrase dijo a Esplandián:

—A vos, muy hermoso doncel, encomiendo yo este mi tesoro que lo guardéis, que en gran parte no se hallaría tan rico.

Entonces le entregó los donceles por la mano y entróse en la huerta, donde fue de todas tan bien recibida cual nunca mujer en ninguna parte lo fuera. Cuando ella vio tantas reinas, tantas princesas e infinitas otras personas de gran estima y valor, mirólas a todas con mucho placer y dijo:

—¡Oh, corazón mío!, qué puedes de aquí adelante ver que causa de gran soledad no te sea, pues en un día has visto los mejores y más virtuosos caballeros y más esforzados que en el mundo fueron y las más honradas y hermosas reinas y señoras que nunca nacieron, por cierto puedo decir que lo uno y otro es aquí la perfección, y aún más digo, que así como aquí es junta toda la gran alteza de las armas y la beldad del mundo, así es mantenido amor con la mayor lealtad que nunca fue en ninguna sazón.

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