Read Amigas entre fogones Online
Authors: Kate Jacobs
—Diez minutos, chicos —dijo éste—. Si necesitáis ir al lavabo, ahora es el momento.
Gus estaba tan furiosa que prácticamente salió pitando hacia la cocina.
—Carmen —dijo—. A la biblioteca. A solas. Ya.
—Estoy ocupada —replicó ella sin dejar de limpiar la encimera con una toalla seca—. Dejándolo todo limpio.
Gus puso rápidamente su mano sobre la toalla para detener los movimientos de la sevillana.
—¿Desde cuándo limpias tú por aquí? Vamos. Es hora de hablar.
El resto del equipo se quedó mirándolas y, acto seguido, todos fingieron no verlas, para finalmente mirarse los unos a los otros y preguntarse en silencio «¿Qué pasa?», mientras Gus se llevaba a Carmen de la cocina a paso firme.
—Los viejos hábitos son difíciles de erradicar —murmuró Aimee, pensando en la cantidad de veces en que les había caído una reprimenda a Sabrina y a ella por diversas infracciones cometidas en la juventud.
—Vosotros quedaos en cuadro, chicos —dijo Porter, que lanzó varias miradas a Alan y a su rubia acompañante y se preguntó qué le había dicho exactamente a Gus para sacarla de sus casillas. Con lo bien que estaba yendo todo…
—Siéntate —dijo Gus a Carmen cuando entraron en la biblioteca. Ella se quedó de pie—. ¿Alan no es tu novio?
—No. —Carmen estaba mirando por la ventana, evitándola.
Gus inspiró hondo, contuvo la respiración y exhaló el aire.
—Carmen —dijo lentamente con voz clara y serena—. Quiero que sepas que me llevé una sorpresa, sobre todo durante el retiro de aquel fin de semana, al ver el gran talento que tienes para la cocina. Amas la comida de un modo poco habitual. Eso es algo que tenemos en común.
La española permanecía inmóvil en su silla, aún impactada por lo que Gus le estaba diciendo.
—Creo que tienes un gran futuro por delante y de verdad estoy deseando que llegue el día en que consigas lo que deseas: un programa exclusivamente tuyo, fama, un restaurante, los cortaquesos con tu nombre grabado…
—No mientas —replicó Carmen—. Nunca has querido que triunfara. Tenías que haber visto la expresión de tu cara el día que entré en tu cocina. Querías gritar, pero reaccionaste con la suficiente buena educación como para no hacerlo.
—Tienes razón. Pero en estos momentos lo único que tenemos es este programa. Nos quedan unas pocas ocasiones más para poder aprender a trabajar juntas. No se trata de que una de las dos triunfe a expensas de la otra.
Carmen se puso de pie y empezó a pasear de un lado a otro, mirando a Gus cada pocos segundos. Siempre había funcionado en solitario, compitiendo por sí misma, para sí misma, desde los concursos de belleza hasta el programa de cocina por Internet. Nunca se había planteado que pudiese hacer las cosas de otra manera. Hasta ese momento.
—Lo siento, Gus. —Miró a su compañera de programa directamente a la cara—. ¿Sabrás perdonarme?
—Oh, no puedes ser tan mala —dijo ella tocándole afectuosamente el brazo—. De lo contrario, no pondrías esa cara de sentirte tan culpable.
Volvió con ella a la cocina, donde las esperaba el resto del equipo, ansioso por que les pusieran al corriente.
—Tengo que anunciaros una cosa —dijo Carmen al entrar en la cocina—. Quiero que sepáis todos que no estoy saliendo con Alan, ni ahora ni en el pasado. Me lo inventé para obligaros a respetarme.
Troy dejó caer al suelo la pera que estaba cortando.
—Pero has sido tan… difícil —dijo—. Malvada, me atrevo a decir.
—Mi madre lleva seis meses estresada —gritó Aimee.
—Mentiste —dijo Sabrina, algo conmocionada.
—Pero mira que tienes cara… —dijo Hannah.
—¡Oh, Carmen! —suspiró Oliver.
—Y sólo quiero deciros que Gus y yo hemos hablado del tema y que no es ninguna bruja —dijo la sevillana.
—¿Qué?
—No, un momento, lo he expresado mal. Gus, yo contaba con que serías durísima y se me ocurrió derrotarte sin piedad. Pero nunca me has tratado de otra manera que no fuese con absoluta decencia, y siento todo lo que ha pasado.
—Oh, esto es tremendo —dijo Hannah—. Necesito un Milky Way.
Oliver se acercó y le dio a Carmen un largo abrazo. A continuación, se volvió y besó a Gus en la boca.
El equipo de cámaras prorrumpió en aplausos.
—¡Pintalabios! ¡Pintalabios! —exclamó Porter.
—Muy bien, chicos, muy bien —dijo Gus, apartando a Oliver cariñosamente—. Estamos en el aire en… ¿cuánto tiempo, Porter?
—¡Tres minutos!
—Tres minutos —repitió ella. Hizo un gesto para que todos se acercasen a ella: Troy, Aimee, Sabrina, Hannah, Oliver y, tras retirarse unos pasos, Carmen—. Esta noche vamos a cocinar con amor —dijo en voz baja—. Ahora ha salido todo a la luz, así que sigamos adelante. Este programa va de comida, y va de la familia, y puede que nosotros formemos un conjunto más bien desestructurado, pero es lo que tenemos. ¡Hagamos que la emisión de hoy sea un éxito!
Y cuando se encendió el piloto rojo, Gus era la presentadora cariñosa y afectuosa que había sido siempre.
—Gracias por elegirnos esta noche —dijo—. Soy Gus Simpson y esto es Comer, beber y ser. —Cogió un panecillo previamente horneado, caliente aún—. ¿Ven esto? Es un panecillo, exactamente como los que hacía mi abuela. Y cuando doy un mordisco a uno de estos panecillos, vuelvo a los tiempos en que era una niña. En este episodio hemos reunido toda una colección de platos de toda la vida, a propuesta de todos los que participamos en el programa.
—Y yo soy Carmen Vega. ¿Qué vamos a hacer esta noche, Gus? —Para variar, actuaba con una gran deferencia hacia su compañera.
—Bueno, vas a enseñarnos el delicioso gazpacho de tu madre, ¿no es así?
—Me encantará hacerlo —respondió la sevillana. Aunque los tomates, pimientos y pepinos estaban ya preparados, pensó que quizá Gus acabaría chafándole el plan. Era lo que ella habría hecho si la situación hubiese sido a la inversa. Supongo que por algo Gus es Gus, pensó.
—Dos minutos para el final de la pausa publicitaria —voceó Porter—. Preparaos para hacer ese pastel de carne con chutney de melocotón y albaricoque.
—¿Chutney? ¿No es un poco raro para un pastel de carne? —preguntó Aimee.
—Oh, yo probé algo parecido en casa de Priya y estaba para chuparse los dedos —intervino Hannah—. Se lo conté a Gus.
—¿Creía que ibas a hacer sopa de pollo? —dijo Sabrina.
—Oh, también la voy a hacer —respondió Hannah.
—No olvidéis que tenemos chili vegetariano y verduras de temporada fáciles de asar para redondear el menú —dijo Oliver.
—Y la tarta de chocolate de mi padre —dijo Aimee—. Eso también.
Tras sesenta minutos de histeria colectiva, el grupo había conseguido mostrar someramente cada uno de los platos (con muchos momentos tipo «Miren, aquí lo tenemos ya hecho») y probar un poco de todos ellos sin dejarse ninguno.
—No olviden consultar nuestra página web para ver las recetas —dijo Carmen—. Todos estos platos son fáciles de hacer y un placer para todos.
—Recuerden —añadió Gus—. La comida une a la familia.
Hizo una pausa y sonrió a cámara.
—Mi deseo es que todos ustedes disfruten saboreando lo que tienen en su plato. De parte de todos nosotros, que pasen una feliz noche y, por favor, coman, beban y sean felices. —Se tomó entonces una cucharada de la macedonia de pera y manzana de Troy, mientras Carmen probaba un poco gazpacho de un tazón. Ambos platos estaban deliciosos.
—¡Y estamos fuera! —gritó Porter—. ¡Magnífico! Lo siguiente será la boda de Sabrina y haremos un alto. Esperemos que podamos seguir con el programa después de esto.
Alan se aclaró la voz.
—Sobre ese tema —dijo—, me gustaría hablar con Porter, Gus y Carmen en la biblioteca, por favor. Si a ti te parece bien que vayamos allí, por supuesto, Gus.
—Naturalmente —respondió ella, y dejó el cuenco en la encimera. Luego se acercó a Oliver para darle un besito antes de dirigirse a la biblioteca.
—Muy bien, equipo —dijo Alan—. Sólo quiero daros las gracias a los tres por vuestro gran trabajo. Bien hecho.
—¿Eso es todo? —preguntó Porter.
—Más o menos, sí. Y…, ¡ah, sí!, ¡volveremos a emitir Comer, beber y ser con Gus Simpson!
—Y con Carmen Vega —dijo Carmen.
—No —dijo Alan—. De ahora en adelante sólo Gus estará en Comer, beber y ser. Además, siempre ha sido su programa.
—¡No lo creo! —exclamó la sevillana en su propio idioma mientras se hundía en una silla.
—Oh, no te preocupes, Carmen —dijo él rodeándola con un brazo—. Te voy a dar tu propio programa.
—¿En serio?
—Sí, voy a emitir los mismos episodios en el Canal Cocina y en el nuevo canal de habla española que acabo de adquirir. Comer, beber y ser ha sido un bombazo.
—No entiendo lo que quieres decir —dijo Carmen.
—Yo tampoco —dijo Gus.
—Pues está clarísimo. Tenía que crear la marca Carmen a lomos de Gus. Conseguirle un buen puesto de arranque con una nueva base de fans —explicó Alan.
—¿Por qué no me dijiste nada? —preguntó Gus.
—La tensión contribuye a crear programas geniales. Recuerda: esto es un negocio, un negocio. Además, tenía fe en que sabrías llevarlo bien. Siempre he podido contar contigo.
—Espera un momento —dijo Carmen—. ¿Pensabas que no podía hacerlo yo sólita?
—Tenías un programa de diez minutos en Internet sobre ti misma, Carmen. Quería que aprendieses a presentar un programa con espectadores.
—¿En un canal de habla española?
—Y en Canal Cocina —respondió Alan—. Estarás en los dos. El programa se hará en los dos idiomas también. Es una de mis mejores ideas. Será accesible y, a la vez, tendrá esa sofisticación europea al estilo de Giada De Laurentis.
—Vale, vale —dijo Carmen de nuevo en su idioma materno—. No sé si sentirme feliz o echarme a llorar. Pero el caso es que al final tendré mi propio programa.
Gus aún tenía unas cuantas preguntas.
—Entonces, ¿nunca he corrido peligro de quedarme sin empleo? —quiso saber.
—Yo no diría tanto —dijo Alan—. Tus índices de audiencia estaban cayendo más deprisa que un termostato en plena nevada. Pero, con ayuda de Porter, lo has conseguido.
—¿Tú estabas al tanto, Porter?
—Demonios, no —repuso él—. Si casi no he pegado ojo en seis meses de la preocupación…
—Pelillos a la mar —dijo Alan—. Sobre todo cuando te diga, Porter, que acabas de ascender a jefe de programación para los dos canales.
—¿Con un aumento de sueldo, supongo?
—Un buen y suculento aumento.
—¿Gus? —preguntó Porter.
—De acuerdo —dijo ella—. Otra temporada más.
—Fantástico. —Alan estaba satisfecho—. Sabía que no me había equivocado.
—Ya —dijo Gus. Estaba algo más que un poco exasperada con Alan, y más bien dispuesta a echarlo de casa para poder acurrucarse junto a Oliver en el sofá, tal vez con un poco de macedonia, para analizar los acontecimientos del día. Había sido demasiado emocionante.
—Siempre se me dio bien crear esta clase de combinación ganadora —prosiguió Alan—. Carmen fue el toque picante y Oliver el cachas.
—¿Y yo qué era?
—¿Tú, Gus? Bueno, tú siempre has sido el corazón y el alma —le dijo.
Y finalmente, al cabo de varias semanas de preparativos que pasaron volando, llegó el día de la boda de Sabrina. En el patio de la casa solariega de Gus montaron una carpa blanca con su pista de baile de láminas de parqué y sus focos, sujetos a lo largo de los postes de la carpa. Gus se levantó aún más temprano de lo habitual para despertar a Sabrina y a Aimee, a las que encontró durmiendo juntas en el cuarto de invitados que daba al camino de acceso a la vivienda. Mientras veía a sus hijas dormir unos minutos más, pensó en que, en cuestión de unas horas, todo cambiaría. El vestido de boda, cuidadosamente escogido tras infinitas pruebas, estaba planchado y colgado en el interior de una bolsa para ropa, detrás de la puerta del dormitorio —el único punto lo suficientemente alto para colgarlo de manera que no se arrugase la falda—, mientras que el de Aimee, un vestido largo de color malva sin tirantes, aguardaba dentro del armario. Se había resistido todo lo que había podido a que su hermana se ocupase de su estilismo (por ella, habría llevado un sencillo traje chaqueta de ejecutiva, e incluso había llegado a sugerírselo a Sabrina, a la que casi le da un patatús), pero al final había dado su brazo a torcer y hasta había accedido a ponerse unos tacones tan altos que había tenido que practicar unos cuantos días con ellos puestos.
—Cuando recorras el pasillo hasta el altar, no camines con tan poca gracia —había gemido Sabrina mientras hablaba con su hermana la noche anterior—. Muévete con ligereza y sonríe.
—No puedo sonreír y andar sobre esas cosas al mismo tiempo —insistió Aimee.
—Póntelos sólo para la ceremonia y luego te los cambias por otros zapatos —sugirió Gus, dispuesta a proponer una tregua, aunque parecía que sus hijas se las estaban arreglando bastante bien para solucionar ellas solas sus problemas.
Ahora, mientras aguardaba en la habitación a oscuras oyendo la respiración de sus hijas, ya no tan pequeñas, una mezcla de ilusión, nostalgia y melancolía, todo a la vez, la abrumó. ¿Era así como se sentía siempre la madre de la novia?, se preguntó. De alguna manera, se dio cuenta de que había dado por hecho que sus hijas serían siempre las mismas niñas de antaño y que también ella sería la misma persona. Sin habérselo propuesto, Alan Holt le había hecho un regalo maravilloso al obligarla a transformar ¡Cocinar con gusto! en Comer, beber y ser. Sus decisiones habían terminado por hacerle recordar a Gus que no hay que tenerle miedo al cambio, que a veces asumir riesgos produce unos beneficios inesperados y que hasta sus errores podían transformarse en maravillosos descubrimientos.
Hoy era un día feliz. Christopher se habría sentido orgulloso.
Gus repasó mentalmente una lista de tareas: la peluquera se presentaba a las nueve de la mañana, la florista a las diez y el catering llegaba a las once. A las dos de la tarde empezarían a aparecer los invitados y a las tres en punto las cámaras estarían preparadas.
¿A quién se le ocurría? A ninguna madre de novia que desease conservar la cordura se le habría pasado por la cabeza presentar un programa de televisión el mismo día en que su hija se casaba. Iba a ser un día de locos. Gracias, pero no. Por lo menos estaba Oliver, que se ocuparía de gran parte de los preparativos de la comida. Mira que era apañado ese hombre, y en más de un sentido.