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Authors: Kate Jacobs

Amigas entre fogones (43 page)

Gus, Aimee y Sabrina estaban arriba, arreglándose, cuando Oliver entró en la casa con su propia llave. Venía de la ciudad en un tren de la Metro-North, una hora antes de que apareciesen Carmen y Troy. Hannah estaba ya en la cocina, no esperando a que Gus le hiciese el desayuno, para variar, sino comiendo naranja, que había encontrado pelada y troceada en la nevera. Ella también tenía cosas que hacer, pues había impreso unos cuantos pósters con la descripción de la maniobra de Heimlich y quería colgarlos por la carpa; además, también había traído varios extintores de sobra. Por si las moscas.

—Eh —dijo Oliver—. Más te vale no estar comiendo lo que creo que estás comiendo. —Su semblante no reflejaba la más mínima preocupación.

—Sólo es naranja —dijo Hannah.

—Que no te pille Gus —bromeó él—. Te cortará los dedos. Ella y yo preparamos anoche esa fruta para ponerla en la macedonia.

Entró en la despensa y salió con una caja de tomates, varios dientes de ajo fresco y unas cebolletas. Cogió las tijeras especiales de Gus y salió al jardín de atrás para llenar una bandeja grande con hierbas frescas, para los platos del día.

Cuando Carmen, Troy y Porter entraron en la cocina, la zona de trabajo ya estaba lista para los contados entrantes que pensaban elaborar en directo. El catering para los ciento veinte invitados venía de camino en un camión procedente de la ciudad. En lo que respectaba a Comer, beber y ser, iba a ser un día bastante fácil.

O eso pensaban todos.

—¿Y la comida? —preguntó Carmen a Hannah unas horas antes de emitir, mientras troceaba unos tomates. Los del catering no habían llegado y Oliver mantenía una acalorada conversación por teléfono, fuera en el patio. Dio unos golpecitos en el cristal y mediante gestos indicó a Carmen, Troy y Hannah que salieran.

—A los del catering se les ha pinchado una rueda a los cinco kilómetros de haber salido —dijo—. Luego la portezuela trasera se les abrió de par en par y la mayoría de los platos que iban a servirse durante el banquete están ahora mismo desparramados por la carretera.

—¿No tenemos comida para el banquete?

—Más o menos —respondió Oliver—. Pero no hay por qué decírselo aún a Gus. Ella no puede hacer nada. Vamos a tener que solucionarlo nosotros solitos.

—Iré en el coche de Hannah a ver sí todavía queda algo en condiciones en el camión —dijo Troy, que salió corriendo inmediatamente junto a Hannah para coger las llaves de su casa-cochera.

—De dentro del camión, Troy —gritó Oliver—. ¡Nada de cosas deshechas!

Carmen dio media vuelta y salió de la cocina.

—Vuelve aquí —murmuró Oliver, procurando mantener un volumen bajo para que no le oyesen los de dentro de la casa. No quería molestar ni a Gus ni a sus hijas.

Carmen regresó a la cocina con una bolsa de patatas en cada mano. Con toda la calma del mundo, abrió los cajones para buscar un pelador, sin responder a las preguntas de Oliver sobre qué estaba haciendo, y a continuación se colocó junto a la pila.

—Oliver —dijo sin levantar la vista de lo que estaba haciendo—. Haz una lista para que Porter vaya al súper. Encárgale que compre todos los langostinos que pueda encontrar, de cualquier tamaño, y que si tienen bogavante o cordero, que lo compre también. Vamos a preparar la mejor selección de tapas que nadie ha preparado en dos horas, y los invitados de Gus van a disfrutar de lo lindo. Voy a empezar con unas galletas de patata que cubriremos con los diferentes quesos que Porter pueda conseguir. El banquete de esta boda va a ser espectacular.

—¿De verdad vas a hacer eso, Carmen?

—Se lo debo, Oliver. Y me gusta pagar mis deudas.

Cuarenta y cinco minutos después Troy y Hannah volvieron con una multa de tráfico por superar el límite de velocidad, una cazuela de salmón fresco, una trufa negra, tres latas de caviar, una caja tapada de setas y doce solomillos que en un principio iban a servirse con una salsa especiada de queso gorgonzola con setas shiitake y chile chipotle. Esa salsa ahora cubría una buena sección de la autopista.

—Empieza cortando la carne en rodajas —ordenó Carmen—, y que salgan finas como el papel. Vamos a envolver con ellas las cebolletas que ya tenemos aquí y, con la ayuda de Dios, vamos a estirar la cosa al máximo.

Rápidamente, metieron el salmón en el horno de la cocina Aga y a continuación lo rociaron con aceite vegetal que habían infusionado con vainilla y lo espolvorearon con caviar.

—Nos estamos quedando sin platos —dijo Oliver.

—Menos mal que he visto que quedaban más patatas en la despensa —dijo Carmen—. Vamos a hacer unas galletas más pequeñas y las usaremos como platos.

—¿Qué quieres que haga con estas setas? —Troy estaba limpiando cada pieza con un trapo suave, tal como le había indicado Oliver.

—Saltéalas en una cazuela con un poco de aceite de oliva. Las tostaremos con un poco de ajo fresco y con tomillo del jardín de Gus —dijo Carmen—. Remataremos con unas gotas de jerez. ¡Hannah!

Ésta estaba esperando a recibir nuevas órdenes.

—Coge esas naranjas de las que te vi picar antes y ponías en el fogón.

—¿Y luego qué? —preguntó Hannah.

—Luego será hora de que aprendas a cocinar —dijo Carmen—. Vas a hacer un sirope con vino tinto, ralladura de naranja, canela y azúcar y lo vas a poner a cocer a fuego lento durante media hora. Lo enfriaremos en un baño de hielo y pondremos en remojo las naranjas. Nunca habrás probado nada igual.

Porter entró corriendo en la cocina, sin resuello, con un montón de bolsas de supermercado en cada mano, y varios miembros del equipo técnico se apresuraron a ayudarle.

—¿Cómo va la cosa, chicos? —preguntó.

—Muy bien —respondió Carmen en español, sin el menor rastro de nerviosismo—. Vamos a enseñar a nuestros espectadores cómo se hacen algunas de las mejores tapas del mundo.

Faltaban cuarenta y cinco minutos para la emisión del programa y las Simpson estaban casi listas. Gus llevaba el pelo alisado con el secador, Aimee recto y brillante y Sabrina con un recogido alto, con mechones sueltos para enmarcarle la cara.

—¿A que somos las más guapas? —dijo Gus abriendo la bolsa para echar un vistazo al vestido de Sabrina. Era de una sencillez elegante: un vestido tubo en seda, con los hombros desnudos, en un tono rosa pálido, como un blanco con una pizca de color. Entonces, con sumo cuidado, ayudó a su hija a ponérselo—. Y no nos olvidemos de la loba morada —bromeó mientras bailaba alrededor del vestido de Aimee.

—Es malva, mamá —dijo Sabrina—. Aimee va a estar preciosa.

—O algo parecido —dijo ésta, calculando al mismo tiempo la cantidad de minutos que iba a tener que sufrir con aquellos malditos zapatos que su hermana le había elegido. En fin, no todos los días se le casaba a una su hermana pequeña. Sonrió mientras su madre prendía unas flores en el peinado de Sabrina.

—Y ahora ya eres una novia. —Gus alisó el velo de Sabrina y la besó delicadamente en la mejilla.

—¿Lista para atarte para siempre? —bromeó Aimee, y se puso a rebuscar en el joyero de Gus un par de pendientes buenos.

—Sí —respondió Sabrina, que se dio la vuelta para mirarse en el espejo.

Contempló las capas de encaje y tul y el bordado de cuentas de cristal que destellaba alrededor de su talle. Nunca había llegado hasta tan lejos con ninguno de sus prometidos anteriores. Esto va en serio —pensó—. Está pasando de verdad. Hoy voy a casarme con Billy. Y en un abrir y cerrar de ojos se le encogió el estómago, se le desbocó el corazón y los pulmones se le quedaron sin aire, pese a que abrió la boca para llenarlos de nuevo.

—Casi no puedo respirar —dijo, y empezó a hiperventilar y a notar que los ojos le picaban—. No puedo. No estoy preparada. No puedo hacerlo.

31

«Que venga Billy.» Eso fue lo que su madre había dicho, y Aimee bajó prácticamente como una flecha a buscar al novio. En apenas algo más de cinco minutos, la coqueta novia en ciernes que era Sabrina se había transformado en una lunática histérica y desencajada, gritando alternativamente que tal vez, después de todo, en el fondo amaba a Troy y anunciando al mundo que nunca estaría preparada. Billy, vestido con un esmoquin negro, pese a tratarse de una boda de día (pues era lo que Sabrina quería, y Gus reconoció que tenía derecho a elegir, al margen de lo que dictase la etiqueta), sonrió de oreja a oreja al ver acercarse a Aimee.

—¿Qué tal va todo arriba? —preguntó, antes de entender la expresión que lucía su futura cuñada. Subió rápidamente las escaleras de dos en dos para encontrarse con Sabrina llorando abrazada a su madre.

—A ver si podéis hablar unos minutitos —dijo Gus, aunque ya podía oír a Porter diciendo a todos que recordasen dónde tenían que ponerse y que se preparasen, porque estarían en el aire en media hora. Ella y Aimee aguardaron muertas de nervios en el pasillo hasta que Sabrina y Billy salieron de la habitación, aproximadamente veinte minutos después, cogidos de la mano.

—Entonces todo arreglado —exclamó Gus, eufórica.

—No —replicó Sabrina—. Hemos decidido suspender la boda.

—De momento —corrigió Billy.

—No estoy convencida, ésa es la verdad —reconoció Sabrina—. Pero sobre todo siento que he acelerado un poco las cosas.

—Vamos a tomarnos un poco más de tiempo para conocernos mejor —añadió Billy—. No es lo ortodoxo, lo sé, pero sentimos que es lo que debemos hacer. Nuestros invitados van a llevarse una desilusión, pero nuestro matrimonio no es algo que pueda decidirse de hoy para mañana.

—Oh, Sabrina —dijo Gus—. Como madre, te apoyo al cien por cien. Pero como presentadora de un programa de televisión que está a punto de emitirse en directo, podría estrangularte.

Sabrina estaba avergonzada, especialmente cuando Porter subió buscando a Gus, irradiando energía. Apenas podía quedarse quieto.

—Este programa va a ser algo fuera de lo normal —dijo—. Carmen nos ha salvado a todos, Gus. No te lo vas a creer, pero ha ocurrido un desastre con el catering. Afortunadamente, ahora todo está arreglado; no te preocupes. Está todo delicioso.

Gus se abrazó a Porter.

—No sabes cómo siento decirte esto, viejo amigo, pero hoy no vamos a celebrar ninguna boda —dijo.

Él se quedó inmóvil y la miró boquiabierto.

—¿Y ahora qué vamos a hacer? —preguntó cuando recobró el habla.

Ella levantó las manos.

—Quién sabe —dijo—. Vamos a tomárnoslo tal como ha venido. Hoy vamos a celebrar una fiesta, eso sí lo sé.

—Bueno, ahora es cuando te ríes de mí, hermana —dijo Sabrina—. Yo siempre la prometida, y nunca la novia.

—Oh, cierra el pico —dijo Aimee, pero su tono de voz era cariñoso—. Por fin sigues adelante con una decisión, a tu estilo tan personal. Si a Billy le parece bien, entonces a mí también.

—Y ahora alguien tiene que bajar y decir algo a nuestros invitados —dijo Gus—. Por no hablar de nuestros espectadores.

—Ya soy mayorcita —dijo Sabrina—. Yo misma puedo explicar lo que ha pasado.

Billy la rodeó con el brazo.

—Y yo estaré a tu lado.

El día había sido como una montaña rusa y Troy estaba exhausto, física y emocionalmente. Había esperado sentir alivio por cómo se habían desarrollado los acontecimientos, pero no era así. La noticia apenas le había pillado por sorpresa y se había quedado algo más que sólo un poco preocupado por Sabrina, pero no pensaba volver a apostar por ella. Real y verdaderamente, había dado un paso adelante.

El programa había sido una locura, pero lo habían pasado bien, y pareció que los invitados se recuperaron enseguida del impacto inicial, sin duda amortiguado por la sensación de que Sabrina y Billy simplemente habían pospuesto el gran día, así como por la gran cantidad de suntuosas delicias que Carmen había preparado para deleite de todos. Personalmente, había comido mucho más de lo que debía y no lo lamentaba en absoluto.

Estaba a punto de despedirse ya, pero debía ser educado y dar las gracias a su anfitriona antes de marcharse. También, si conseguía encontrarla, podría despedirse de Hannah.

La vio bailando el twist con Kiran, el hijo menor de Priya, en la pista de baile.

—… y se hace así —le estaba diciendo al chaval. A cada movimiento de cadera su melena pelirroja se agitaba en el aire, mientras Kiran la imitaba en cada gesto. Estaba absolutamente ridícula, pensó Troy, y parecía no darse cuenta para nada.

Subió a la pista de baile cuando la música empezó a desvanecerse y dio unos toques a Kiran en el hombro.

—¿Puedo interrumpir? —preguntó.

—No sé —dijo el chico—. ¿Qué quiere decir «interrumpir»?

—Que quiero bailar con Hannah —aclaró Troy.

—Sí, claro —dijo ella, y el estómago le dio un vuelco.

La banda empezó a tocar un ritmo rápido.

—Un momento —dijo Troy, aparentemente cambiando de idea—. Quiero que nuestro primer baile sea uno lento.

Hacía tiempo que las cámaras estaban apagadas y varios invitados se habían marchado ya cuando Alan se acercó al micrófono para anunciar especialmente el nuevo programa de Carmen y la renovación de Comer, beber y ser. Semejante noticia no habría resultado apropiada en mitad de un banquete de boda, por supuesto, pero en vista de que el enlace no había tenido lugar… Gus consideró que no pasaba nada. Más bien, disfrutó con la efusiva alabanza de Alan a sus años de trabajo en Canal Cocina y con su entusiasmo en relación con el programa.

—Gus, ¿querrías decir unas palabras? —preguntó Alan.

Ella subió a la tarima dando saltitos.

—Gracias por venir —dijo—. Ha sido un gran placer. Pero me temo que Alan está equivocado respecto a una de las cosas que ha dicho esta noche, y es que no voy a volver para hacer otra temporada de Comer, beber y ser. Aunque me ha encantado trabajar con todos vosotros.

Miró a Carmen a los ojos.

—Con todos —recalcó—. Pero ha llegado el momento de marcharme.

En las semanas siguientes a la oferta de renovación de Alan, Gus se sintió en un primer momento como si le estuviesen dando justo lo que ella había querido y fue como un alivio. Pero además había otro pensamiento que no se le quitaba de la mente: la sensación de que, ahora que Sabrina y Aimee vivían su vida exitosamente, de pronto se veía libre de la carga de unas responsabilidades que llevaba acarreando desde hacía mucho. Y se dio cuenta entonces de que tenía la oportunidad de recuperarse a sí misma y de reinventarse.

—Y no sólo digo adiós a Canal Cocina, que ha sido mi casa durante doce años —dijo—, sino que también digo adiós a Rye, a Nueva York y a esta casa, que ha sido un lugar tan especial para mí. Me voy a dar la vuelta al mundo.

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