Amos y Mazmorras II (37 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

—¿Y tú los míos? —replicó ella.
—No —negó Lion, dándole un beso en los labios. Llevó su erección a su entrada, apartó los dedos y la empaló sin contemplaciones. Cleo se quedó sin respiración, pero Lion le daba oxígeno mediante sus intrusiones y sus dulces palabras. Colocó la mano sobre el vientre, donde golpeaba la cabeza de su pene. A la altura del ombligo—. Aquí... Cleo. Es aquí donde más me gusta estar. Tan adentro que creas que te parto en dos. No tendré en cuenta tus sentimientos porque no te he oído decírmelos todavía.
—Me partes en dos. Eso es lo que siento... —Cleo sonrió. Tenía a Lion de rodillas tras ella, taladrándola entre las piernas, acariciándole el clítoris con una mano y magreándole un pezón con la otra—. Ya me he declarado a ti dos veces. Son suficientes. —Le provocó.
—No importa. —Lion tiró del pezón con fuerza y aprovechó para impulsar su erección más hacia el interior de su cuerpo—. Lo quiero ahora. Quiero que me lo digas ahora.
Cleo abrió los ojos y, con la cabeza apoyada en su hombro, dijo:
—Te quiero, Lion. Siempre has sido tú. La misión, el torneo... solo han hecho que abriera los ojos y me diera cuenta de que comparaba a todos contigo y ninguno era lo suficientemente bueno para mí. Porque... porque no tenían tu mirada, ni tu carácter... Ni nada de lo que a mí me gustaba. No eran tú.
—Dios, Cleo... —Lion se sentó sobre sus talones e hizo que se sentara sobre él—. Así, nena... Así...
Sus cuerpos sudaban y se rozaban, acariciándose, diciéndose todas esas cosas que eran difíciles de poner en palabras. Cleo y Lion se habían unido por una situación difícil y comprometedora, pero era en las dificultades cuando uno debía crecer y aprender de sus miedos, de las trabas, de sus complejos... En esa
suite
del Westin Saint John, dos personas se estaban entregando sin complejos ni restricciones.
Lion empujó con fuerza mientras martirizaba el botón de placer de Cleo.
Ella subía y bajaba sobre él, gritando de éxtasis. A veces, cuando estaba a punto de llegar al orgasmo, Lion la dejaba de tocar y la volvía loca. Ella siempre se había dicho que era del país de los clitorianos; pero Lion le estaba enseñando a correrse desde dentro. Y ella lo haría a gusto.
—No hay nadie más. Dilo, Cleo.
—Solo... solo tú, Lion. —Dejó caer la cabeza hacia abajo, pero él no se lo permitió. La tomó de la garganta y la pegó de nuevo a su torso—. Solo tú, señor.
—Déjame ver tu cara cuando estás así: en el limbo del placer. No hay nada más bonito ni más erótico que tu rostro. Cómo te muerdes el labio, cómo tus pestañas aletean, el modo en que abres la boca para tomar aire...
—Oh, Dios... Lion...
—Sí —ronroneó a punto de correrse—. ¿Llegas ya? Córrete conmigo.
—Ya te dije que esto no va así... —Las mujeres no se corrían por una estúpida orden. El motor tenía que estar bien caliente para arrancar. Pero, entonces, golpeó un punto profundo y estrecho dentro de ella; y sintió cómo se hinchaba y cómo él dejaba su semilla en el interior. Dios bendiga las píldoras anticonceptivas—. Oh, sí... ¡Sí! —De un modo fulminante, Lion le provocó un orgasmo devastador; y ni siquiera sabía por dónde le venía. ¿Por dentro? ¿Por fuera? ¿Por los pechos? ¿Qué importaba? Se encontró gritando, cayendo hacia adelante y mordiendo la almohada mientras Lion la embestía poderosamente, llenándola con su gran verga, cubriéndola con su enorme cuerpo.
Los dos experimentaron una pequeña muerte. Pero ya decían que la muerte no era el final, sino el principio de algo.
Lion y Cleo acababan de poner la primera piedra para iniciar algo entre ellos. ¿El qué? Todavía no lo sabían.
 
Capítulo 15

 

 

«Siempre igual: te atan las manos a la espalda y, entonces te empiezan a picar los ojos y la nariz».

 


No
voy a permitir que te toquen. No entraremos a la final. Lo tengo decidido. Controlaremos a los Villanos desde otro lado y haremos la redada en el momento adecuado...
Cleo estaba estirada sobre él. Acariciaba su pecho y disfrutaba de las caricias de las manos de Lion sobre su espalda y sus nalgas desnudas. Lo habían hecho dos veces más; y estaban cansados. Cleo tenía la piel de las nalgas rojas y Lion lucía arañazos en la espalda y el pecho.
Después de la actividad sexual, el agente Romano había aprovechado para explicarle todo lo descubierto hasta ahora.
—No puedes hacer eso. No podemos hacer eso.
—Quiero que pronuncies la palabra de seguridad, Cleo. Que en el momento en el que no puedas más, la digas. No quiero que esa gente juegue contigo.
—Ya veremos. Mañana debemos dejar el hotel e irnos a Saint Croix, a Norland. Es allí donde se celebra la última jornada y la posterior final —susurró Cleo sobre su pecho—. Estamos tan cerca... ¿Sabes qué?
—¿Qué?
—Hoy he recibido una invitación directa para encontrarme con los Villanos.
—¿Hoy? ¿Cuándo? —su asombro se reflejó en su voz.
—Antes de bajar a la fiesta. Salí del vestidor y me encontré con el sobre en el suelo. Una limusina me vendría a buscar y me llevaría hasta ellos.
—¿Y... no lo has hecho? No me lo puedo creer —sonrió—. ¿Te has quedado aquí? ¿Por qué? Siempre haces lo que te da la gana.
—No lo he hecho porque no quería molestarte. —Levantó el rostro de su pecho y acarició su barbilla con el índice—. Porque lo he visto demasiado arriesgado; no me ha dado buena espina. Además, querían que fuera sola.
—Bien. —Lion masajeó su nuca y besó su coronilla y su frente—. Ya nada tiene buena pinta, Cleo. Le estamos viendo las orejas al lobo, y no me gusta. —La abrazó con fuerza y cogiéndola de las axilas, la levantó por encima de él como si fuera una cría—. Mañana llega el final. Nosotros no tendremos que participar en la jornada, pero debemos investigar los alrededores de las islas y recoger las armas que ha dejado la estación base para nosotros. Las han dejado en Buck Island, al lado de Saint Croix. Así que no debemos movilizarnos mucho.
—Sí. —El pelo rojo de Cleo caía en cascada y los ocultaba a ambos del mundo.
—Casi lo hemos conseguido —la dejó caer poco a poco sobre su cuerpo y los tapó a ambos con la sábana.
—Casi —sonrió, dejando que Lion la cubriera de atenciones.
—Buen trabajo, agente Connelly. El FBI estará muy orgulloso de tener a una agente tan valiosa en sus filas.
—Gracias, señor. Pero todavía no formo parte del FBI. —Y, después de todo, tal vez no quisiera formar parte de él. Pero eso se lo guardaba para ella.
Con ese pensamiento, y los balsámicos besos de Lion sobre sus párpados y sus mejillas, Cleo se durmió. Quedaban cuatro horas para el amanecer y necesitaban descansar antes de afrontar la final de
Dragones y Mazmorras DS
.

 

 

 

La habitación estaba en silencio, no habían pasado ni dos horas después de que se durmieran cuando Lion abrió los ojos y se encontró con Cleo amordazada, mirándole de hito en hito, igual de sorprendida que él. El agente intentó hablar, angustiado, pero tenía cinta en la boca y tampoco podía emitir ni un sonido.
No podían moverse. Les habían inyectado una especie de paralizante o alguna droga parecida.
Unas manos duras y exigentes los levantaron a los dos y les colocaron de rodillas frente a frente.
—Tapadles los ojos y atadles las manos a la espalda.
Lion y Cleo parpadearon incrédulos ante lo que les estaba sucediendo. Eso no entraba en sus planes. La voz era la de una mujer soberbia; y ellos conocían a esa mujer con aires de grandeza.
—Los Villanos os esperan. —Claudia se alejó de la esquina menos iluminada de la
suite
y apareció vestida toda de látex, con un látigo en la mano y una táser en la otra—. La puta ha rechazado la invitación —gruñó dándole un latigazo doloroso a Cleo en los muslos desnudos—, y eso los ha puesto muy nerviosos. Ahora os quieren a los dos. —Esta vez, el latigazo golpeó en la espalda de Lion.
Cleo gritó para que Claudia parara, pero el ama no tenía ninguna intención de hacerle caso. Dos armarios encapuchados, vestidos de negro, custodiaban a la
domina
.
—Me temo —dijo Claudia pasando los dedos por el látigo y después saboreándolo con la lengua—, que os han descubierto, chicos. La selva era demasiado grande para vosotros.
Cleo y Lion se miraron el uno al otro.
¿Por qué? ¿Quiénes les habían descubierto? Tenían las bases de datos privados completamente modificados, nadie conocía su verdadera identidad. ¿Cómo habían revelado sus identidades?
—Os llevaré frente a Tiamat. Ellos decidirán qué hacer con vosotros.
Con esas palabras, Claudia salió de la habitación con aires de grandeza. Los dos hombres armario cargaron con los cuerpos de Cleo y Lion, cubriéndolos con bolsas protectoras de equipaje.
Nadie sabría que, en realidad, acababan de secuestrar a dos agentes del FBI.
Una vez en el puerto, los subieron a una lancha y los tiraron de mala manera al suelo. Los dos se golpearon la cabeza al hacerlo.
Lion sentía que el corazón se le iba a salir por la boca. Acababan de llevárselos del hotel y desconocían adónde los llevaban.
Estaban en serios problemas.

 

 

 

Media hora después, los dos gigantes volvían a cargarlos; y después de caminar con ellos durante lo que parecieron ser horas por lo que se parecía a un terreno arenoso, les internaron en una especie de gruta.
Lion escuchaba los sonidos de las estalactitas gotear sobre el suelo húmedo y encharcado. Y también los pasos de los matones y el sonido de los tacones de Claudia hacer eco.
Sabía que Cleo tenía un localizador en el collar de sumisa y, también, una cámara. Pero aquello estaba muy oscuro. ¿Grabaría buenas imágenes?
El equipo estación no debería tardar en llegar y socorrerlos.
Les quitaron las bolsas y los dejaron a los dos en el suelo, recolocándolos de rodillas. Después, les descubrieron los ojos. Ambos parpadearon; lo primero que hicieron fue buscarse el uno al otro. Cleo frunció el ceño: Lion tenía un nuevo golpe en el pómulo.
—Tiamat y Venger no tardarán en llegar —aseguró Claudia tomando del pelo a Cleo.
Esta se quejó y apretó los ojos con fuerza.
—Tú, pequeña zorra, me eliminaste a la primera de cambio. Vas a pagar por ello. —Claudia le colocó un arnés de poni.
Cleo odiaba esas prendas porque los hacían parecer animales.
«Sí; ya me imagino cómo voy a pagar», pensó Cleo.
Lion luchaba por liberarse de la mordaza y desatar las cuerdas de sus manos, pero le era imposible. Mientras tanto, los dos guardaespaldas le ponían un único
slip
de cuero negro con una cremallera en la parte anal.
—No me lo hubiera imaginado de ti, King. Que te conformaras con alguien como ella. —Claudia se dirigió a Lion y lo tomó de la barbilla con fuerza, dejándole la marca de los dedos. Sus ojos negros echaban chispas—. Y lo que no sabía era que ocultabais vuestras verdaderas identidades. Por suerte, hay alguien aquí que os conoce y ha abierto la caja de Pandora —Claudia prestó atención—. Creo que oigo el motor de su lancha. Ya están al llegar.
Cleo y Lion se miraron el uno al otro, incrédulos ante las palabras de Mistress Pain. Estaba claro que Sombra espía les había tomado el pelo a todos. Pero, ¿quién les conocía? ¿Quién sabía que eran agentes federales?
—Estoy convencida de que esta sorpresa no la vais a olvidar nunca en la vida —aseguró Claudia.
A través de la entrada de la gruta, se acercaron seis personas, vestidas con túnicas negras y capuchas amplias. Llevaban unas máscaras doradas; dos de ellas sonreían y las otras cuatro tenían un rictus triste.
Una de ellas era una mujer, más bajita que el resto. Y esta y otro hombre, muy alto, ayudaban a caminar al más corpulento y alto de todos, cuya máscara sonreía. Ese individuo cojeaba un poco y tenía los puños apretados, como si sintiera mucha rabia o mucho dolor.
Cleo tragó saliva y Lion intentó caminar de rodillas hasta donde ella estaba; pero uno de los gorilas lo tiró al suelo al darle una patada por la espalda.
—Aquí os presento a Tiamat —dijo Claudia acariciando su látigo arriba y abajo—. Cómo sabéis, es un dragón de cinco cabezas. A ver, ¿cuántas personas hay aquí? Uno, dos, tres, cuatro, cinco, y el que viene de más, seis —contó señalando con el dedo. Exhaló como si estuviera cansada y levantó a Cleo por el pelo.
«¡Zorra! ¡No me toques! Lion, por Dios...» , desvió la mirada hacia el moreno, que intentaba levantarse.
El hombre enmascarado dio un paso al frente, asegurándose de que el más grande de todos se mantenía en pie.
—Quítale el esparadrapo, Mistress Pain —pidió educadamente. Tenía un marcado acento sureño.
Claudia se lo arrancó sin ceremonias. Cleo se relamió los labios y movió los músculos faciales. Le había escocido.
—Seguramente estés un poco aturdida, ¿verdad, Cleo Connelly?
Cleo dio un respingo y miró a Lion de reojo.
—Sí, jovencita. Te conozco perfectamente.
—¿Quién eres? —preguntó sin miedo.
—¿Quién soy? —¡Plas! La bofetada que el Villano le dio volteó su cabeza de izquierda a derecha.
Cleo se pasó la lengua por el labio inferior y notó el corte sangriento que le había dejado. No sabía quiénes eran, pero eran miembros de la Old Guard con toda seguridad.
—Te conozco a ti. Conozco a tu padre, un héroe de Nueva Orleans. Y conozco a Lion, también. Y conozco a los padres de Lion. ¡Os conozco a todos! —emitió una carcajada hueca.
Mierda. Si los conocía... Eran de Nueva Orleans. Lion prestó atención y observó fríamente la cabeza de Tiamat.
—A ti no te había visto nunca en este mundillo, Cleo. Sí había visto a tu hermana... Leslie. Pero a ti, no.
—¿Qué...? ¿Quién... eres?
—¿La pregunta es, quién eres tú? ¿Por qué, siendo policía de Nueva Orleans, estás en este torneo como una joven de padres adoptivos texanos y dices que trabajas en una galería de arte? Te hemos pillado, Cleo. Así que no te avergüences y responde a mi pregunta.

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