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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

Amos y Mazmorras II (39 page)

—Lanza descargas eléctricas —dijo uno de los guardaespaldas, vestidos, con ropas negras. Se parecían muchísimo, pero uno era rubio y el otro moreno. ¿Serían hermanos?—. Como las correas de los perros que, al ladrar, reciben un pequeño
spray
amargo en la boca, ¿sabes? Pues esto es igual, pero con la electricidad.
A Lion lo colocaron delante de ella, de rodillas, para que viera todo el espectáculo.
De repente, Claudia se agachó ante él y le sacó el esparadrapo con fuerza. Después, le besó en los labios, pero el agente Romano retiró la cara.
—¿Así que Mistress Pain es Sombra espía? —preguntó Lion con desdén—. Tú eras la chivata de los Villanos. Ellos conocían todos los entresijos de los concursantes gracias a ti. Y seguro que tú elegías a los sumisos y sumisas que decidías llevarles, ¿verdad? ¡Sin su consentimiento! —gruñó enfadado.
Claudia admiró las facciones de Lion. Era tan guapo, y estaba tan mal aprovechado...
—¿Qué es lo que te molesta, corazón? No te molesta que yo forme parte de los Villanos: te molesta el no haberte dado cuenta.
—Sí, eso sin duda. Pero no vas a salir impune, Claudia.
—Claro. —Claudia sacó una bolsita de su pantalón de látex negro y le enseñó el paquete de
guiches
. Las puntas de su corta melena negra acariciaron su barbilla y después, se colocó uno de sus guiches entre los dientes para sonreírle y mostrárselo sin subterfugios—. Lo primero que haré contigo es meterte el
guiche
entre el ano y los huevos. Siempre quise hacértelo, pero sabía que no me ibas a dejar. Porque eres un amo y no aceptas que nadie te domine, ¿cierto? Pero ahora estás bajo mi bota; y harás lo que yo te diga.
—Mataste a mi mejor amigo, puta —susurró entre dientes—. ¿Acaso crees que te lo voy a perdonar?
—Tendrás que hacerlo, querido. —Se sacó el abalorio de los dientes y jugó con él entre sus dedos—. O no podrás ir al cielo con cuentas pendientes.
—¡¿Por qué lo hiciste?! ¿Por qué haces esto?
Claudia parpadeó, como si aquella pregunta estuviera fuera de lugar o su respuesta en realidad fuera más obvia de lo que él creía.
—Porque puedo, King. Porque puedo.
—¿Porque puedes? ¿Qué tipo de respuesta es esa, perra?
—Bueno —Claudia se levantó—, es la única respuesta válida, la única verdadera. La sensación de tener el poder de decidir quién vive y quién muere, quién sufre más y quién menos. —Alzó la bota y le dio una patada en la cara a Lion—. ¿Ves? Te tengo en mis manos, y ¿qué me detiene de matarte o no hacerlo, de hacerte rogar para que me detenga, o de hacerte suplicar para que acabe contigo? Nada. Nada me lo impide, Lion. Y, como puedo, lo hago. Es como ser un dios en la Tierra. Nosotros, los Villanos, somos como dioses.
—No, Claudia —escupió la sangre de su boca—. No sois dioses. Estáis enfermos y sois unos asesinos. Eso es lo que sois.
—Piensa lo que quieras. Y disfruta de la sesión que Billy le va a dar a Cleo. Esta cueva se va a teñir de sangre... Vosotros dos —ordenó a los guardaespaldas—. Id a cubrir la entrada y vigilad que no entre nadie por sorpresa.
Los dos hombres se alejaron. Parecían dos moteros ángeles del infierno.
Cleo apretó los puños al ver que el enorme villano deformado tomaba entre las manos, un
flogger
de nueve colas con pinchos y clavos en los extremos.
—¡No lo hagas, por favor! —gritó Lion pidiendo misericordia—. ¡Házmelo a mí! ¡Yo te hice eso! —gritó a Billy—. No la toques a ella... A ella no.
¡Zas! El primer latigazo lo golpeó a él por la espalda. Y había sido Claudia quien se lo había dado, con un
flogger
exactamente igual que el de Billy.
Lion cayó hacia adelante, conmocionado y dolorido por los extremos cortantes de los pinchos. Iban a hacer una carnicería.
—¡Lion! —gritó Cleo tirando de las correas. En cuanto gritó, el collar de sumisa le dio una descarga eléctrica lo que hizo que apretara los dientes con tanta fuerza que se mordió la lengua. Pero la electricidad atenuó el dolor del primer latigazo de Billy. No notó los clavos arañando las costillas y la cadera izquierda y, aunque sabía que la había herido, el hecho de que no le hubiera dolido le tranquilizó. La carne se despertaría luego. Pero, para entonces, cuando su cuerpo reaccionara, puede que ella ya estuviese muerta. Y lo agradecería...
Lion sacó todo su coraje en cuanto vio que Billy Bob le daba el segundo latigazo a Cleo. La cuerda que mantenía atada a sus manos cedió bajo el filo de la piedra negra que agarraba desde que los internaron en las profundidades de aquel agujero, y aunque sintió que Claudia gritaba asombrada y le daba el azote para que se detuviera, no le importó.
Para él solo contaba Cleo y lo que sufría a manos de ese despojo humano. La cuerda cedió, y libre, arremetió contra la espalda de Billy, que cayó hacia adelante, lanzando el
flogger
por los aires.
Lion únicamente disponía de sus puños y su furia violenta. Billy intentó darse la vuelta, pero Lion era especialista en lucha libre y no se lo permitió.
Cleo lloraba. Para Lion solo valía que su leona estaba rugiendo entre lágrimas de dolor. La iba a vengar; porque habían hecho daño a la mujer que amaba y que poseía su corazón, y esta vez, no iba a tener clemencia con Billy.
—¡Chicos, ayudad! —clamó Claudia a los dos guardaespaldas que se habían ido hacía un rato.
Lion se sentó sobre la espalda de Billy, cogió su cabeza echándosela hacia atrás con las dos manos y, con un giro seco hacia la derecha, le rompió el cuello. Otro latigazo de Claudia le dio en la espalda, pero apenas lo sintió.
El cuerpo roto de Billy Bob se desplomó sin vida hacia adelante.
¿Por qué lo había matado? ¿Lo había matado porque sabía hacerlo? ¿Porque podía? ¿Porque ese engendro de Satán se lo merecía? Las razones ya no importaban; para él solo contaba que nunca, jamás, podría volver a poner sus viciosas y manchadas manos sobre su Cleo.
—Jo-der... —exclamó Claudia yendo a por Lion con una táser—. ¡Lo has matado...!
—¡Lion, vigila! —exclamó Cleo renqueante y débil por el dolor, sufriendo una nueva descarga en el cuello.
Lion se agachó y le hizo la cama a Claudia, que, como una fiera, se avalanzaba sobre él dispuesta a electrocutarlo. La lanzó por los aires como haría The Rock en sus tiempos de
Pressing Catch
y esta cayó de espaldas sobre el suelo duro y húmedo, quedándose sin respiración y dándose un duro golpe en la cabeza.
Lion la miró desde su posición. Vestido solo con el
slip
y el arnés... Un metro noventa de puro músculo y rabia animal.
Claudia luchaba por devolver el aire a sus pulmones. Tenía los ojos negros demasiado abiertos y estaba asustada porque creía que iba a morir.
No era más que una mujer con ínfulas de divinidad que vivía en una realidad que solo estaba en su cabeza.
Nadie era Dios. Sin embargo, todos podían ser demonios.
Las personas tenían malicia o no la tenían. Y eso era lo que diferenciaba a los unos de los otros. Claudia tenía malicia en su sangre, igual que los Villanos; y la diferencia entre ellos y el resto del mundo era que los Villanos preferían utilizarla. ¿Por qué? Porque podían.
—Lion... —lloró Cleo—. Bájame...
A Lion se le rompió el corazón al escuchar el llanto y la pena de Cleo en ese momento. La obedeció inmediatamente. La liberó de las correas, ayudándola a mantenerse en pie.
Cleo alzó las manos hacia su collar, y Lion se lo quitó rápidamente.
—Quítame... Quítame esto...
—Ya está, nena. Ya está... Fuera esta mierda. —Tiró el collar muy lejos de la vista de Cleo. La tomó del rostro y juntó su frente a la de ella—. ¿Cómo estás, vida? Tenemos que irnos de aquí corriendo, antes de que lleguen los dos orangutanes. No tenemos mucho tiempo. ¿Puedes caminar?
Ella no cesaba de llorar. Miró el cadáver de Billy con desprecio y, después, apartó un poco a Lion para dirigirse con lentitud hasta el cuerpo de Claudia, que seguía luchando por recuperar el oxígeno.
—Tenía una táser... —murmuró Cleo buscando el aparato por el suelo, hasta que lo divisó.
—Cleo, vámonos... —Lion miró la entrada por la que vendrían los dos vigilantes encapuchados.
—No. Espera. —Con manos temblorosas, agarró el aparato eléctrico y observó a Claudia, que la miraba asustada e insegura, arrastrándose por el suelo para alejarse de ella—. Ven aquí —Cleo se agachó y, dolorida como estaba, agarró el tobillo de Claudia y la arrastró hasta ella—. Vas a ver cómo se siente. —Lo ubicó entre las piernas de la
dómina
sádica y añadió—: ¿Quieres saber por qué hago esto, perra? Porque puedo. —¡Trrrrrrr! La electrocutó hasta que se desmayó y quedó inconsciente.
El instinto animal de Cleo, la ley de la selva, barría su cuerpo y su mente, y clamaba venganza. Pedía hacer daño como querían hacerles a ellos. Ojo por ojo. Por eso no podía ser una agente del FBI. Porque ya no tenía compasión para los demás.
Lion entrelazó los dedos con su mano libre y tiró de ella gentilmente.
—Salgamos de aquí, Tormenta.
Cleo ni siquiera sonrió. Se secó las lágrimas de consternación, terror y rabia, y siguió los pasos de Lion.
El interior de la gruta estaba oscuro, pero la claridad que llegaba de afuera ayudaba a encontrar claros por los que poder caminar.
Lion miró a Cleo por encima del hombro, pidiéndole que hiciera el menor ruido posible. Pero ella era muy consciente de que intentaban escapar y no iba a cometer el error de llamar la atención.
Oyeron los pasos apresurados de los dos orangutanes, que habrían oído el eco de socorro de Claudia. Corrían y decían comentarios entre ellos.
Lion obligó a Cleo a esconderse detrás de una roca. Cogió la táser de las manos de su compañera y se llevó el índice a la mano para que guardara silencio.
Ella asintió.
El primer orangután pasó de largo; y el segundo que lo seguía, que poseía un walkie, se convirtió en la primera presa del león.
El agente salió de su escondite, rodeó su cuello con uno de sus brazos y le puso la taser debajo del oído. El tipo, al sentir la descarga, tiró el walkie al suelo y eso hizo que el primero se diera la vuelta y sacara una pistola de su cinturón.
Disparó dos veces y las dos balas impactaron en el cuerpo de su compañero que Lion utilizaba de escudo. Cayó hacia atrás por el impacto del metal en la carne; y tanto él como el agente del FBI colisionaron en el suelo.
El moreno, poseedor de la pistola, se acercó a Lion, que había quedado completamente expuesto. Lo apuntó al pecho.
—¡No! —gritó Cleo saliendo de su escondite.
El hombre levantó la mirada hacia la chica, sonrió y apretó el gatillo.
¡Boom!

 

 

 

Cleo cerró los ojos. No quería mirar. No quería creer que todo hubiera acabado así.
El hombre seguía apuntando a Lion, que estaba inmóvil, con los brazos estirados hacia adelante, cubriéndose.
¡Boom!
Otro disparo.
Cleo no sabía de dónde venían los tiros, pero no impactaban en Lion. Lo hacían en el pecho y el estómago del hombre vestido de negro.
Un paso atrás. Dos. Tres. Y su cuerpo lleno de músculos y anabolizantes cayó desplomado.
A pocos metros de Lion, aparecieron Mitch y Jimmy, cargados con linternas y pistolas, avanzando como un perfecto escuadrón de policía, un pie delante del otro. Con el antebrazo haciéndoles de soporte, cubriendo medio rostro.
—¡¿Lion?! —gritó Jimmy—. ¿Estás bien?
Cleo salió de su escondite y corrió a socorrer a Lion, que se levantaba ladeándose. Él abrazó a Cleo y apoyó la barbilla sobre su cabeza, tranquilizándola.
—Lion... Dime que estás bien.
—Sí, joder... —Respiró más tranquilo. Había visto la vida pasar en décimas de segundo; y se había dado cuenta de lo mucho que le faltaba por hacer y decir. No podía morir aún. No cuando quedaba tanto por lo que luchar—. Sí... ¿Y tú, nena?
—Me duele un poco... Pero estoy bien, creo.
—¿Sí? —Le levantó la barbilla y secó sus lágrimas con los pulgares—. ¿Sí? Déjame ver... —revisó los cortes de sus rodillas y los rasguños y las incisiones de los clavos de los
floggers
—. Lo sé. Sé que duele...
—¿Y tú? —preguntó ella, pasando las manos por su pecho azotado y cortado—. ¿Tú estás bien?
—Sí, también...
Mitch y Jimmy barrían el lugar y avisaban a las unidades base sobre lo que había pasado. Necesitarían refuerzos para limpiar la cueva.
—El collar lo ha grabado todo —aseguró Jimmy—. Nos ha dado la posición exacta de dónde estabais y hemos ido a buscaros. Nick llamó minutos después de vuestro secuestro diciendo que no os encontraba en vuestra habitación.
Cleo se sentó en una roca, todavía temblorosa, y Lion se acuclilló frente a ella.
—Gracias, chicos. Nos habéis salvado la vida —repuso Lion.
—Todo esto apesta, señor —pronunció Jimmy—. Tenemos a Sombra espía inconsciente y a dos cadáveres. Uno de ellos, el hijo de dos miembros de Tiamat, los cuales son propietarios de la destilería más importante de Luisiana. Lo que hemos grabado es oro. Ya casi los tenemos.
—Pero no es suficiente. Ellos esperan que Claudia y Billy asistan a Ruathym. Han quedado a las doce de la noche allí.
—Ruathym es Savana Island, señor —señaló Mitch acercándose para ver el estado de Cleo—. ¿Cómo estás, agente Connelly?
—Estoy bien —contestó débilmente—. Solo un poco sobrepasada por todo, pero se me pasará.
—Puedes dejarlo aquí, Cleo —sugirió Lion, poniéndole ambas manos sobre los muslos—. Ya has hecho demasiado, agente Connelly.
—Ni hablar. Tú tampoco estás en condiciones. Estás como yo... —Lo miró de arriba abajo. Los dos estaban hechos unos zorros, pero continuarían; porque eran cabezotas y porque era su misión—. Margaret dejó una bolsa de inyecciones contra el dolor para su hijo Billy. Podríamos utilizarlas ahora.
Lion sonrió y negó con la cabeza. Cleo no se iba a rendir; y más ahora que pensaba que lo de su hermana era culpa de ella.
—Cleo.

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