Amos y Mazmorras II (43 page)

Read Amos y Mazmorras II Online

Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

Esperaría a que los dos agentes se fueran. Y, entonces, ella entraría y, si se lo permitían, se acostaría con él en la misma camilla y lo abrazaría.
Y lloraría. Lloraría de felicidad por verlo bien y a salvo.
 
Capítulo 18

 

 

«Al final, el sumiso es quien somete al amo, con su entrega y su aceptación».

 

New Orleans
Tchoupitoulas Street
Cinco días después

 

Ringo
se apoyaba en su dedo índice, abrazándose a él como si fuera su salvavidas.
—Eh, Ringo... ¡Al frente! ¡Mira al frente! —insistía Cleo, sentada en la mecedora del porche delantero.
Lion no había querido verla. Cinco días atrás, Cleo esperó pacientemente a que Jimmy y Mitch se fueran de la habitación del león.
Y, cuando lo hicieron, ambos le comunicaron:
—Lion dice que quiere descansar, Cleo. No quiere más visitas.
Aquellas palabras fueron como una jarra de agua fría para ella. Pero intentó comprenderlo... Su herida había sido complicada y el cuerno podría haber atravesado órganos vitales importantes... Excusas.
Volvió a ir al día siguiente. Y de nuevo sucedió lo mismo. Lion recibía a todos excepto a ella. Saberlo la laceró por dentro, porque no entendía qué había hecho mal o qué pasaba. ¿Es que no tenía ganas de hablar con ella? ¿No quería abrazarla? Porque Dios sabía que a ella incluso le picaban los dedos de las ganas que tenía de tocarlo.
¿Dónde quedaban las palabras de la noche antes de que los secuestraran? ¿Dónde? Se las había llevado el viento, estaba claro.
«Nunca te fíes de las palabras que un tío te dice mientras te folla», le decía Marisa. Y cuánta razón tenía.
Así que, después de estar dos días más en la sala de espera, decidió que se había cansado de esperar. Lo decidió y se fue de Washington.
Se fue a Nueva Orleans, a su casa, donde pasara lo que pasara todo seguía igual; donde incluso tenía ganas de ver a la señora Macyntire y a su perro follador. Ese era su hogar. El que la hacía sentirse segura.
Aunque ahora el ambiente estaba un poco convulso por la noticia del cierre de la destilería de ron y el encarcelamiento de los D’ Arthenay. Por eso, esa misma noche, las familias más adineradas de la ciudad habían decidido organizar una fiesta en el parque Louis Armstrong. La hermandad entre ciudadanos era básica para una buena coexistencia. Y lo más importante: una buena fiesta siempre tapaba las manchas.
Nunca la habían herido tanto. Aquellas dos semanas con Lion la habían marcado a fuego, lanzado por los aires y después bajado a la tierra con un golpe seco y destructivo. Como una maldita montaña rusa.
Arriba y abajo.
El cielo y el infierno.
Placer y dolor.
—Oye C —Leslie salió al porche con la jarra de té helado en la mano y dos vasos en la otra—, deberíamos de prepararnos para...
Cleo levantó la mirada, con Ringo en la mano, y Leslie corrió a su lado, dejando la jarra en la mesa.
—Estás llorando otra vez, cariño —murmuró Leslie cobijándola entre sus brazos.
—¿Ah, sí? —Fantástico, lloraba y no se daba cuenta.
—Sí, tonta —murmuró Leslie sobre su cabeza, meciéndose en el columpio triple.
Menos mal que su hermana había venido a pasar unos días con ella. La una necesitaba de la otra, hacerse compañía y hablar. Hablar de todo.
El FBI le había dado un permiso para que recuperara fuerzas y retomara la misión del SVR con Markus; y Leslie había tomado la decisión de pasar esos días con su hermanita.
—No entiendo qué ha pasado... —susurró Cleo sobre el hombro de su hermana mayor, colocando a Ringo en su pecho.
La morena le acarició el pelo y besó su frente.
—Yo tampoco, C. Pero tarde o temprano lo averiguaremos. Lion no es muy extrovertido...
—Me dijo que me quería, que se moría si a mí me hicieran algo... —sollozó descontrolada, sorbiendo por la nariz—. Le dije que lo quería...
—Los sentimientos son muy poco controlables —musitó Leslie con la mirada perdida—. No todos se sienten cómodos con ellos. Creo que tú eres la única en el mundo que disfruta expresando sus emociones.
—No disfruto —replicó Cleo—, pero si no las digo exploto, ¿comprendes?
Leslie sonrió y tomó a Ringo entre sus manos.
—Tienes que quedarte con Pato —le pidió Leslie. Pato era su camaleón, que estaba compartiendo terrario y días con Ringo—. Cuando me vaya quiero que lo cuides tú hasta que vuelva. No me fío de mamá.
—Claro... —Se limpió las lágrimas en su camiseta—. Papá estuvo a punto de comerse a Ringo pensando que era lechuga.
—Por eso —se rio Leslie.
Leslie recibió un whatsapp en su iPhone. Lo miró y lo volvió a apagar.
—¿Quién te escribe tanto? —preguntó Cleo sorbiéndose las lágrimas.
—Markus. —Leslie rellenó los dos vasos de té y le ofreció uno a su hermana. Después le pasó un brazo por los hombros y bebió, reclinada sobre el respaldo del columpio.
—¿Qué quiere?
—Verme.
Cleo se medio incorporó y sonrió todavía llorosa.
—¿El de la cresta quiere verte? ¿El de los ojos amatistas?
—Sí. Bueno, no es nada raro. Ha sido mi compañero; y posiblemente tengamos que trabajar juntos para resolver el caso de la venta de esclavas.
Amos y Mazmorras
ha acabado, pero la telaraña es grande.
Cleo estudió la pose fría de Leslie. Sus ojos verdes la analizaban como si fuera un bicho raro.
—¿Por qué te escribe? —inquirió.
Leslie se removió incómoda.
—Eres peor que la Inquisición.
—Sí. Cuenta.
—Bueno... ¿Te acuerdas de la noche en el Plancha del Mar?
—Como para olvidarla... —Nunca le explicaría a Leslie el modo en que Lion la atormentó en la cala.
—Bien. Yo no debía hacerle nada... Simplemente tenía que permanecer sentada a sus pies, como su cachorra. El me azotaría y listos. Nuestra relación no pasaba de lo laboral, con un respeto mutuo absoluto. Pero no sé lo que me sucedió... —murmuró todavía confusa—. Me dio rabia algo... Tal vez el hecho de que las tocara a todas excepto a mí.
—Él te gusta.
—Sí.
—Entonces a esa reacción se le llama ataque de celos.
—No sé... ¿Sí? —dio un sorbo a su té.
—Sí, Leslie —puso los ojos en blanco.
—La cuestión es que le bajé la cremallera y me puse a hacerle una felación ahí delante de todos. Los Villanos disfrutarían del espectáculo...
—Tú disfrutarías del espectáculo... —añadió Cleo.
—Y él se lo pasaría muy bien. —Finalizó Leslie—. No pensé que fuera nada malo darle un poco de realidad a mi papel. Por Dios, he hecho cosas realmente escandalosas como dominante. —Parecía que ella misma se estaba autoconvenciendo—. Y cuando me refiero a escandalosas, me refiero a escandalosas estilo
nomepuedocreerquehayashechoeso
.
—Un día me las contarás, ¿verdad?
—No, que eres menor.
Cleo soltó una carcajada. Lo peor era que su hermana hablaba en serio. Tenía veintisiete años y Leslie treinta. ¿Y era menor?
—La cuestión es que lo que hice —continuó Leslie arrepentida— le sentó muy mal.
—¿Le sentó mal? Si se corrió, es imposible que le sentara mal.
—¡Dijo que se sintió violado! —exclamó incrédula—. ¿Te lo puedes creer? Oh, eso sí que me sentó mal a mí —se llevó la mano al pecho.
Cleo arqueó las cejas rojas.
—¿Y eso te lo dijo completamente serio?
—Markus no sonríe mucho.
—Te está tomando el pelo, Leslie —repuso Cleo—. ¿Y ahora qué te dice en el whatsapp?
Leslie le enseñó la pantalla del iPhone.
Y Cleo leyó:

 

De Amo Markus:
Estoy en Nueva Orleans. Quiero verte.

 

—¿Qué crees que quiere decir? —preguntó Leslie. Se echó el pelo azabache hacia atrás, y sus ojos grises lanzaron destellos llenos de curiosidad.
Cleo abrió la boca asombrada por la poca vida que había tenido su hermana. ¿De verdad estaba preguntándole qué insinuaba Markus? ¡Si estaba clarísimo!
—¿Y tú eres mi hermana mayor? —preguntó horrorizada.
—¿Qué hace en Nueva Orleans? No deberíamos vernos hasta dentro de cuatro o cinco días. ¿Qué hace aquí?
—Creo que lo deja bastante claro. Quiere verte, pava.
Leslie aleteó sus pestañas.
—Quiere sexo —aclaró Cleo.
Otro mensaje de whatsapp.

 

De Amo Markus:
Envíame una localización, maldita sea. Quiero verte ahora.
Ni siquiera me dijiste que te ibas a ir. Esa no es manera de tratar a tu amo.

 

—¿No te despediste? —preguntó Cleo intrigada.

Nop
. —Leslie acabó el vaso de té y se llenó otro—. Está acostumbrado a ser el ombligo del mundo. Pensé que no le importaría que yo no le dijera que me iba unos días a desconectar. Además: ha sido el FBI quien me los ha dado, no el SVR —sonrió con malicia.
—¿Por qué me da la sensación de que sabes perfectamente lo que estás haciendo?
—No puede importarle lo que yo haga, ¿no crees?
—Pues yo creo que sí que le ha molestado. Oye, a ver... Leslie, céntrate. —Chasqueó los dedos frente a ella—. ¿Tú y el de la cresta os habéis acostado?
—No.
—¿Intentos?
—No. Lo más cerca que he estado de él fue cuando le hice la felación. Bueno, y él, después de eso, me empezó a dar azotes, otra vez, en las nalgas hasta que se quedó a gusto.
Cleo se echó a reír.
—Te dio una reprimenda por desobedecerle. ¿Sabes qué creo? Que está caliente desde entonces.
—¡Me dijo que no le gustó! —protestó indignada—. El muy cretino se atrevió a decirme que... —gruñó entre dientes.
—¡Miente! ¡Está mintiendo!
Otro whatsapp.

 

De Amo Markus:
Agente Connelly: la localización. Ya.
Tenemos mucho de qué hablar.
Tengo mucho por lo que castigarte.
P.D: Te debo una violación.

 

Cleo y Leslie abrieron los ojos como platos.
Leslie se levantó con el teléfono en las manos y Cleo la retuvo a su lado. —Ay, joder —susurró Les.
—Contéstale —la animó Cleo muerta de la risa—. Voy a buscar bollos. Leslie se sentó de nuevo en el balancín, con la vista gris fija en la pantalla del celular.
Se mordió el labio y se echó a reír.

 

De Sumisa Leslie:
Si me violas, espero que me lo hagas bien.
Aquí tienes la localización.
Esta noche estaremos en el parque Louis Armstrong.

 

De Amo Markus: Perfecto.
Prepárate.

 

Leslie sonrió y negó con la cabeza. Los hombres eran tan fáciles...
Hasta que le rompían a una el corazón, como le habían hecho a su hermanita.
Por eso ella lo iba a guardar a buen recaudo.
Jugaría con Markus.
¿Por qué no?

 

 

 

—¡Leslie! ¡Leslie! ¡Ven! ¡Corre! —gritaba Cleo desde la entrada de su casa.
La morena estuvo a su lado en menos que canta un gallo.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó con el camaleón pegado a su camiseta.
Cleo tenía los ojos verdes, abiertos hasta más no poder, fijos en un sobre que acababa de traerle el cartero.
—¿Qué tienes ahí? ¿Qué es eso?
—Es un cheque. De Nick.
—¿De Nicky? —tomó el sobre entre las manos y leyó en voz alta la pequeña tarjeta que adjuntaba.

 

Para LadyNala
:

 

Querida ama.
Como sabes, Thelma y yo ganamos el torneo de Dragones y Mazmorras DS. He cobrado el premio, y no me lo puede quitar nadie. Puesto que creo que nos lo merecemos por todo lo que hemos sacrificado en esta misión, he decidido dividirlo en cuatro partes. Quinientos mil dólares por cabeza. Para ti, Lion, Leslie y yo. Disfrútalos como mejor te convenga.
Tigretón

 

Cleo cerró el sobre y lo pegó a su corazón magullado. El dinero no daba la felicidad, pero sí un buen soplo de alegría.
Las dos hermanas se abrazaron, dando saltos en la entrada.
El estado nunca les remuneraría por lo que habían hecho.
Dragones y mazmorras DS
, sí.

 

 

 

Parque Louis Armstrong

 

Cleo quería guerra. Se había puesto el precioso corsé de camaleón, unos pantalones de pitillo de lycra hiperajustados de color negro y unos zapatos descubiertos con un buen tacón para pisar egos masculinos.
Si Lion había pasado de ella de manera tan cruel y se había atrevido a ningunear lo que tenían, ella se dedicaría a superar ese varapalo pasándoselo lo mejor que pudiese...
Pero, ¿a quién pretendía engañar? ¡Estaba hecha polvo y quería hacerse el harakiri!
Leslie vestía de violeta, con un traje veraniego y unos zapatos de tiras con plataforma. Se había recogido el pelo negro en una coleta alta. Percibió enseguida el cambio de ánimo de Cleo y la arrulló con su cariño.
—Oye, camaleón, nada de lágrimas aquí, eh... Mira, la gente se lo está pasando bien.
La gente bailaba en el parque al ritmo de
To be with you
. Los mismísimos Westlife habían sido invitados a cantar en directo en aquella fiesta patriótica de orgullo orleanino.
Decían que el parque Louis Armstrong, antes llamado Congo Square, había sido la cuna del jazz. Se encontraba al final de la calle Nueva Orleans y, antiguamente, era un lugar de encuentro en el que los esclavos africanos se reunían para cantar y bailar con tambores y banjos. De sus melodías y su ritmo emergió el jazz como ahora lo conocemos.
Pero aquella noche, el emblemático parque se había convertido en una auténtica discoteca al aire libre.
Cleo y Leslie picoteaban las dos de sus tempuras de pollo a la coca cola, únicos de Nueva Orleans. Bebían de su cerveza de fresa y se ponían las botas con el rebozado. ¡Arriba las grasas en los estados depresivos!

Other books

Time of the Great Freeze by Robert Silverberg
The Fun Factory by Chris England
Master Zum by Natalie Dae
Wild Aces by Marni Mann