Antártida: Estación Polar (38 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Renshaw estaba asombrado. Hizo que el aerodeslizador alcanzara de nuevo la máxima velocidad.

—Joder —dijo—. Lo he logrado. ¡Lo he logrado!

—Felicidades, señor Renshaw —dijo la voz de Schofield por el auricular de Renshaw—. He visto a chavales en motos de nieve hacerlo mejor. Ahora, si no le importa, ¿sería tan amable de callarse y mover el culo? Quitapenas necesita nuestra ayuda.

El aerodeslizador de Schofield se colocó junto al de Quitapenas.

Ambos aerodeslizadores estaban en un estado bastante lamentable. El de Quitapenas estaba plagado de agujeros de bala. El de Schofield no tenía parabrisas delantero.

Los tres aerodeslizadores británicos restantes se cernieron sobre ellos, cercándolos por delante y por detrás.

Schofield se acercó más al aerodeslizador de Quitapenas de modo que su puerta izquierda abierta quedara justo enfrente de la puerta derecha abierta.

Schofield gritó:

—¡De acuerdo! ¡Mándeme a dos de sus pasajeros! ¡Renshaw llegará en un segundo! ¡Él puede llevar a dos más!

—Recibido, Espantapájaros —respondió la voz de Quitapenas.

Schofield apretó el botón de control de crucero del salpicadero y se levantó a toda prisa del asiento del conductor. Se acercó a la puerta lateral y observó el hueco entre los dos aerodeslizadores. Vio a Libro en la puerta del aerodeslizador blanco a casi dos metros y medio de distancia. Kirsty estaba con él.

—¡De acuerdo! —gritó Schofield por el micro de su casco mientras Quitapenas acercaba su aerodeslizador—. ¡Tíramela!

Libro se colocó en el faldón del aerodeslizador y bajó con cuidado a Kirsty. La pequeña parecía completamente aterrorizada cuando salió al exterior.

Schofield salió también al faldón y extendió los brazos.

—¡Vamos, cielo! —gritó—. ¡Puedes hacerlo!

Kirsty dio un paso adelante con indecisión.

El suelo pasaba a gran velocidad bajo ellos.

—¡Extiende los brazos! ¡Y salta ahora! —gritó Schofield—. ¡Yo te cogeré!

Kirsty saltó.

El salto temeroso de una niña pequeña.

Schofield se estiró todo lo que pudo y la cogió de la parka. Tiró de ella hacia el interior de la cabina del aerodeslizador negro.

Una vez estuvieron a salvo, le preguntó:

—¿Estás bien?

Cuando Kirsty fue a abrir la boca para contestar, el aerodeslizador se tambaleó por un impacto terrible. Schofield y Kirsty salieron despedidos y se golpearon contra el marco de la puerta abierta. Kirsty gritó al caer por entre la puerta, pero Schofield estiró el brazo y cogió la mano de la niña a tiempo.

Los habían golpeado por la derecha. Schofield se volvió para ver qué los había embestido.

Otro aerodeslizador británico.

Schofield tiró de Kirsty hacia el interior de la cabina y se agarró bien para recibir el siguiente impacto.

No se produjo.

Sin embargo, toda la parte derecha de la cabina del aerodeslizador estalló hacia dentro.

Kirsty gritó y Schofield saltó encima de ella, protegiéndola de los restos de la cabina, que salieron disparados en todas direcciones. Schofield intentó ver a través del humo dónde se encontraba el aerodeslizador británico para ver qué estaban haciendo sus propietarios.

Pero Schofield no pudo ver el aerodeslizador.

Solo vio humo y una nube de polvo.

Y entonces, unos instantes después, Schofield escuchó el sonido sordo de unos pies al aterrizar en el faldón de su aerodeslizador y sintió cómo se le formaba un nudo en el estómago cuando vio a dos figuras fantasmales surgir de entre el humo y entrar en la cabina empuñando sus armas.

Los dos soldados de las
SAS
surgieron de entre la nube de humo. Schofield estaba en el suelo, cubriendo a Kirsty. Estaba totalmente desprotegido.

—¡Espantapájaros, agáchese! —gritó la voz de Libro por el auricular de Schofield.

Schofield se agachó e inmediatamente escuchó los silbidos de dos balas sobrevolando su cabeza. El primer soldado de las
SAS
cayó fulminado al suelo. Libro le había disparado desde el otro aerodeslizador.

El segundo soldado de las
SAS
quedó momentáneamente sobresaltado. Eso era todo lo que necesitaba Schofield. Se abalanzó sobre el soldado como si de un felino se tratara y ambos cayeron contra el salpicadero del aerodeslizador.

La pelea cuerpo a cuerpo que sucedió a continuación fue en un único sentido.

El tipo de las
SAS
estaba encima de Schofield. Golpeó su cuello herido y él dejó de respirar, otro golpe en la caja torácica y Schofield escuchó el crujido de una de sus costillas al romperse. Schofield se dobló de dolor y el soldado de las
SAS
lo agarró por el cuello y el cinturón, y lo lanzó a través del parabrisas destrozado del aerodeslizador.

Schofield se golpeó contra la cubierta delantera del vehículo. Le dolía todo el cuerpo, no podía respirar. Comenzó a toser sangre y cuando alzó la vista…

… Vio que el soldado de las
SAS
cogía su arma de servicio de la funda y le apuntaba con ella.

Al ver el arma, Schofield recuperó el aliento y volvió a ver todo con claridad.

Aerodeslizador desplazándose a gran velocidad.

Hombre, arma.

Muerte segura.

Con el cuerpo totalmente dolorido, Schofield rodó hacia delante, hacia el morro redondeado del aerodeslizador. El faldón de caucho negro se alzaba delante de él. El suelo se sucedía ante sus ojos a la vertiginosa velocidad de ciento quince kilómetros por hora.

Vas a morir…

Schofield encontró un lugar donde agarrarse y sacó los pies por el morro del aerodeslizador. Los pies tocaron el suelo y rebotaron contra este.

Al hombre de las
SAS
parecía divertirle lo que estaba haciendo Schofield y se detuvo una fracción de segundo mientras apuntaba a la cabeza de Schofield con su pistola automática.

Schofield (con el rostro magullado, los dientes llenos de sangre y el cuerpo doblado sobre el faldón inflado del aerodeslizador) miró al soldado de las
SAS
y sonrió. El soldado de las
SAS
le devolvió la sonrisa. Y entonces vio cómo levantaba la pistola un poco más. En ese momento, Schofield agachó la cabeza bajo el faldón del aerodeslizador. Escuchó el disparo de la pistola y como la bala impactaba en la parte superior del faldón.

Schofield pendía ahora del extremo delantero del aerodeslizador. Su cuerpo permanecía pegado (todo lo pegado que le era posible) al faldón de caucho inflado. Los pies le arrastraban por el suelo mientras el aerodeslizador continuaba avanzando a gran velocidad.

De repente, oyó un ruido y alzó la vista. Vio al soldado de las
SAS
de pie, encima de él, en la cubierta delantera del aerodeslizador, mirándolo con la pistola aún en la mano.

Y, cuando el soldado de las
SAS
alzó la pistola para disparar, Shane Schofield supo que solo había una cosa que pudiera hacer. Se soltó y desapareció bajo el morro del aerodeslizador.

El ruido de las turbohélices era absolutamente ensordecedor.

El casco de Schofield se golpeó contra el suelo y Schofield se deslizó boca arriba bajo el aerodeslizador.

La ráfaga de aire y el rugido ensordecedor de las cuatro turbohélices situadas sobre él le hicieron sentir como si estuviera en el interior de un túnel aerodinámico. Schofield vio el interior inflado del faldón, las aspas de las hélices girando a gran velocidad…

Y, entonces, salió disparado de debajo del aerodeslizador y el rugido ensordecedor de las turbohélices desapareció conforme Schofield fue deslizándose sobre su espalda por la llanura de hielo, dejando atrás el aerodeslizador en el que había estado instantes antes.

Schofield no perdió un instante.

Rodó sobre su estómago mientras se deslizaba por el hielo y, con un ágil movimiento, sacó el Maghook de su cinturón y alzó la vista a la parte trasera del aerodeslizador que se alejaba a toda velocidad de él. Levantó el Maghook y disparó.

La cabeza bulbosa magnética del Maghook voló por los aires y, tras este, el cable, que se desenrolló a gran velocidad. El imán impactó con un golpe sordo en la pared de metal de la cabina, justo por encima del faldón del aerodeslizador y Schofield se vio de repente arrastrado tras él.

Estaba siendo remolcado por el aerodeslizador, cual esquiador acuático que lucha desesperadamente por ponerse en pie.

Y, de repente, el suelo a su alrededor comenzó a ser barrido a disparos.

Schofield se volvió para mirar a sus espaldas.

¡Tenía justo detrás a un segundo aerodeslizador británico!

Se le estaba echando encima, como si estuviera a punto de aplastarlo.

Schofield rodó y se colocó boca arriba, sujetándose al Maghook con una mano, mientras el primer aerodeslizador seguía tirando de él. Con la mano que tenía libre, sacó la Desert Eagle y disparó al aerodeslizador que lo perseguía. La Desert Eagle tronó y abrió varios agujeros en el faldón del aerodeslizador.

Pero el aerodeslizador no aminoró la velocidad.

Estaba casi encima de él.

Solo tenía que colocarse sobre él, aminorar un poco la velocidad y entonces el aerodeslizador descendería y las turbohélices lo cortarían en jirones.

Las turbohélices…

Schofield intentó pensar en algo, cualquier cosa, que pudiera usar para…

El casco.

Mientras el primer aerodeslizador seguía tirando de él, Schofield guardó rápidamente su pistola y se quitó el casco.

Tendría que hacerlo bien y a la primera. El casco tenía que rebotar, rebotar lo bastante alto como para poder quedarse aprisionado entre las aspas de las turbohélices del aerodeslizador.

Schofield lanzó su casco.

El casco voló por los aires (pareció estar flotando durante una eternidad) y entonces rebotó y el aerodeslizador rugió sobre él.

Schofield supuso que el casco debía de haber rebotado y se había quedado aprisionado en la turbohélice delantera porque en ese momento, en ese preciso instante, todo el aerodeslizador giró sobre sí mismo y dio una vuelta lateral a ciento quince kilómetros hora. Se estrelló bocabajo contra el suelo. El aerodeslizador accidentado siguió deslizándose por el terreno helado, ya sobre su techo, detrás de Schofield, durante cuarenta y cinco metros hasta que se detuvo y fue empequeñeciéndose conforme el aerodeslizador que tiraba de Schofield seguía avanzando.

Schofield rodó hasta colocarse de nuevo boca abajo. Su cuerpo rebotó contra el duro y helado terreno mientras seguía siendo arrastrado a gran velocidad. Pequeños trozos de hielo golpearon sus gafas plateadas al volverse.

A continuación, Schofield pulsó el botón negro de su Maghook (el botón que enrollaba el cable en el interior del Maghook sin desimantarlo) y el cable comenzó a enrollarse, tirando de Schofield hacia delante, hacia la parte trasera del aerodeslizador, hasta alcanzar finalmente el faldón de caucho negro. El viento de la hélice de propulsión le golpeaba en el rostro, pero a Schofield no le importaba. Se agarró al faldón de caucho y subió al aerodeslizador.

Cinco segundos después, se encontraba en la puerta izquierda del aerodeslizador. Entró y vio como en ese preciso instante el soldado de las
SAS
abofeteaba a Kirsty y la tiraba al suelo.

—¡Eh! —gritó Schofield.

El hombre de las
SAS
se giró y lo vio. Su boca hizo una mueca de desdén.

—Kirsty —dijo Schofield sin apartar los ojos del soldado británico—. Tápate los ojos, cielo.

Kirsty se tapó los ojos.

El soldado de las
SAS
contempló durante un largo instante a Schofield. Se encontraban uno enfrente del otro, en el interior de la cabina, como dos pistoleros en una calle desierta del oeste.

Y entonces, con un movimiento rápido, el soldado de las
SAS
fue a sacar su arma.

Schofield sacó la suya.

Los dos levantaron las pistolas, pero solo una llegó a disparar.

—Ya puedes abrir los ojos —dijo Schofield mientras pasaba por encima del cuerpo inerte del soldado de las
SAS
y se arrodillaba al lado de Kirsty.

Kirsty abrió los ojos lentamente.

Schofield vio el cardenal que se le estaba formando en la mejilla.

—¿Estás bien? —le dijo con dulzura.

—No —dijo con los ojos llenos de lágrimas. Se sacó el inhalador de plástico para el asma del bolsillo e inspiró dos veces.

—Yo tampoco —dijo Schofield cogiéndole el inhalador e inspirando un par de veces antes de guardárselo en el bolsillo.

A continuación, se incorporó y agarró la horquilla de dirección del aerodeslizador británico. Mientras conducía, metió un nuevo cargador en la Desert Eagle.

Kirsty se colocó a su lado.

—Cuando… cuando caíste bajo el aerodeslizador —dijo—, pensé… pensé que habías muerto.

Schofield guardó la pistola en la funda y miró a Kirsty. Vio lágrimas en sus ojos.

Cuando la miró, Schofield se percató de que todavía llevaba las gafas de sol plateadas. Se las quitó y se puso en cuclillas delante de ella.

—Eh —dijo—. Tranquila. Estoy bien. No voy a morir. No voy a morir. —Schofield sonrió—. No puedo morir. Soy el héroe de esta historia.

A pesar de cómo se encontraba, Kirsty sonrió. Schofield también sonrió.

Y entonces, para sorpresa de Schofield, Kirsty dio un paso adelante y lo abrazó. Schofield le devolvió el abrazo.

Mientras la abrazaba, sin embargo, escuchó un sonido extraño. Un sonido que no había escuchado antes.

Era un sonido fuerte, rítmico.

Bum.

Bum.

Bum.

Le recordó a Schofield el sonido de…

… de las olas cuando rompen en la playa.

Schofield cayó enseguida en la cuenta de dónde se encontraban. Estaban cerca de los acantilados. Sus maniobras de evasión durante la persecución de los aerodeslizadores los habían llevado cerca de los empinados acantilados de más de noventa metros que se alzaban tras la bahía. El sonido que estaba escuchando era el de las enormes olas del océano al golpearse contra las paredes de los acantilados.

Schofield siguió abrazando a Kirsty. Mientras lo hacía, sin embargo, algo detrás de la niña captó su atención.

En un lateral del salpicadero del aerodeslizador británico había un pequeño compartimento. La puerta de este estaba entreabierta. Dentro del compartimento, Schofield pudo ver dos botes plateados. Medían unos treinta centímetros y tenían forma cilíndrica. Cada bote tenía una banda verde situada a la mitad. Schofield vio unas letras pintadas en el lateral de uno de los botes plateados: «Tritonal 80/20».

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