Antártida: Estación Polar (52 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

—Ya no es su estación, Espantapájaros.

Barnaby le dio otra patada a Schofield, pero esta vez él rodó por el suelo y la bota de Barnaby impactó en la pared de acero de la campana de inmersión.

Schofield siguió rodando hasta llegar al borde de metal del tanque situado en la base de la campana.

Y entonces lo vio.

El fusil lanzaarpones.

El fusil lanzaarpones que había cogido en Little America IV. Estaba allí, delante de sus ojos.

Schofield, que no había recuperado aún el equilibrio, intentó alcanzar el fusil lanzaarpones, pero en ese momento Barnaby saltó, se colocó delante de él y le propinó una patada terrible en el costado.

La patada alcanzó su objetivo y Schofield cayó (fusil lanzaarpones incluido) desde la cubierta hasta el pequeño tanque de agua situado en la base de la campana de inmersión y, cuando quiso darse cuenta, ¡se encontraba fuera de la campana!

La campana de inmersión seguía cayendo en picado. Schofield intentó agarrarse y logró que su mano izquierda se aferrara a una especie de tubería situada en un lateral. De repente, la campana de inmersión comenzó a tirar de él hacia abajo.

Schofield sostuvo fuertemente el fusil lanzaarpones mientras rodeaba con una pierna la tubería exterior de la campana de inmersión. No podía decir con exactitud a la profundidad que se encontraban.

¿Treinta? ¿Sesenta metros?

Schofield intentó divisar el interior de la campana a través de una de las pequeñas portillas redondas. Esa portilla también estaba atravesada por una fina grieta blanca.

Schofield vio aquella grieta y entonces cayó en la cuenta. El nitrógeno líquido que había salpicado a la campana de inmersión en la estación estaba contrayendo el vidrio de la portilla, debilitándolo, haciendo que se resquebrajara.

Schofield vio a Barnaby en el interior de la campana de inmersión, en la plataforma de metal, saludándolo con el dispositivo de detonación en la mano, como si todo hubiera terminado.

Pero no era así.

Schofield miró a Barnaby a través de la portilla.

Pero entonces, mientras miraba a Barnaby desde el exterior de la campana de inmersión, Schofield hizo algo muy extraño y, en un instante, la sonrisa del rostro de Barnaby desapareció.

Schofield había alzado el fusil lanzaarpones…

… Y había apuntado a la portilla agrietada.

Barnaby lo vio demasiado tarde. Schofield observó como el general británico echaba a correr por la campana de inmersión gritando. Apretó el gatillo del fusil lanzaarpones y el arpón atravesó el vidrio resquebrajado de la portilla de la campana de inmersión.

El resultado fue instantáneo.

El arpón atravesó el vidrio resquebrajado de la portilla, provocando un escape en la elevada presión atmosférica de la campana de inmersión. Al perder esta su integridad, la inmensa presión del peso del océano se tornó aplastante.

La campana de inmersión implosionó.

Sus paredes esféricas se contrajeron a una velocidad vertiginosa cuando la presión descomunal del océano aplastó la campana de inmersión como si de una taza de papel se tratara. Trevor Barnaby (el general de brigada Trevor J. Barnaby de las
SAS
de su majestad) fue aplastado en un mortífero segundo.

Shane Schofield permaneció inmóvil en el agua mientras observaba cómo los restos de la campana de inmersión se hundían en la oscuridad de las aguas.

Barnaby estaba muerto. Los soldados de las
SAS
estaban muertos.

La estación volvía a ser suya.

Y entonces otro pensamiento lo asaltó y una oleada de pánico se apoderó de él. Estaba a treinta metros de profundidad. Jamás podría contener la respiración lo suficiente como para volver a salir a la superficie.

Dios mío, no…

No…

En ese momento, Schofield vio que una mano aparecía ante su rostro y casi le dio un vuelco al corazón, pues pensó que era Barnaby que, de algún modo, había logrado escapar de la campana de inmersión un segundo antes de que…

Pero no era Trevor Barnaby.

Era James Renshaw.

Estaba flotando en el agua por encima de Schofield, respirando con ayuda de su botella de treinta años de antigüedad.

Le estaba ofreciendo a Schofield su boquilla.

Eran las 9.00 p.m. cuando Schofield salió de nuevo al nivel E; las 9.40 para cuando hubo registrado la estación de arriba abajo para comprobar si quedaba algún soldado de las
SAS
con vida. No había ninguno. Schofield les cogió varias armas (un
MP
y un par de cargas de nitrógeno). Renshaw le devolvió la Desert Eagle.

Schofield también buscó a Madre pero no había ni rastro de ella.

Ni rastro.

Schofield miró incluso en el interior del montacargas que recorría los distintos niveles, pero Madre tampoco estaba allí.

Había desaparecido.

Schofield se sentó en el borde del tanque del nivel E, exhausto. Llevaba veinticuatro horas sin dormir y comenzaba a acusar la falta de sueño.

A su lado se encontraba el equipo de buceo de Renshaw que habían cogido en Little America IV. Todavía tenía atado el cable de acero (el cable que se extendía hasta el final del túnel, recorría la parte inferior de la plataforma de hielo y salía al océano hasta llegar a la estación abandonada en el iceberg, a kilómetro y medio de la costa). Schofield negó con la cabeza mientras observaba el obsoleto equipo de buceo. Tras él, en la cubierta, se encontraba uno de los trineos marinos del equipo británico. Se trataba de una unidad moderna, de última generación. Exactamente lo contrario al primitivo equipo de buceo de Little America IV.

Renshaw estaba en su habitación cogiendo algunas vendas, tijeras y desinfectante para las heridas de Schofield.

Kirsty se encontraba en el nivel E, detrás de Schofield. Lo observaba con preocupación. Schofield respiró hondo y cerró los ojos. A continuación se agarró la nariz y la colocó en su sitio.

Kirsty se estremeció.

—¿No duele?

Schofield hizo una mueca de dolor y asintió.

—Mucho.

Justo entonces escuchó un chapoteo en el tanque y Schofield se volvió. Era
Wendy
, que acababa de salir del agua. Aterrizó en la plataforma de metal. Se acercó a Schofield y este le dio una palmadita en la cabeza.
Wendy
se tumbó inmediatamente boca arriba para que le hiciera lo mismo en la tripa. Schofield lo hizo. Tras él, Kirsty sonrió.

Schofield miró su reloj.

Las 9.44 p. m.

Pensó en las rupturas en la erupción solar de las que Abby Sinclair le había hablado.

Abby había dicho que las rupturas en la erupción solar se situarían sobre la estación polar Wilkes a las 7.30 p.m. y a las 10.00 p.m.

Se había perdido la de las 7.30 p.m.

Pero todavía le quedaban dieciséis minutos hasta que la última ruptura se colocara sobre la estación, a las 10.00 p.m. Intentaría hacer que la radio funcionara y contactar con McMurdo.

Schofield suspiró y se dio la vuelta. Hasta que llegara ese momento tenía varias cosas que hacer.

Vio un casco de marine en la cubierta. Supuso que se trataba del casco de Serpiente. Schofield lo cogió y se lo puso en la cabeza.

A continuación colocó el micrófono del casco delante de su boca.

—Marines, aquí Espantapájaros. Montana. Zorro.
Santa
Cruz. ¿Me reciben?

Al principio no obtuvo ninguna respuesta, pero, de repente, Schofield escuchó:

—Espantapájaros, ¿es usted?

Era Gant.

—¿Dónde está? —le dijo.

—Estoy en la estación.

—¿Qué ha ocurrido con los soldados de las
SAS
?

—Hemos acabado con ellos. La estación vuelve a ser nuestra. ¿Qué hay de ustedes? Vi que Barnaby mandaba un equipo allí.

—Hemos tenido un poco de ayuda, pero nos ocupamos de ellos sin sufrir ninguna pérdida. Estamos todos bien. Espantapájaros, tenemos mucho de qué hablar.

En la caverna de hielo, Libby Gant miró desde detrás de la fisura horizontal.

Tras la breve batalla con el equipo de buzos británico, ella y los demás se habían replegado a la fisura, no para alejarse de los soldados de las
SAS
(que estaban todos muertos), sino de los enormes elefantes marinos que habían comenzado a merodear por la caverna tras haberse dado un festín de soldados británicos. En ese momento, Gant vio que las focas se apiñaban alrededor de la nave negra cual campistas alrededor de una hoguera.

—¿Como, por ejemplo? —dijo la voz de Schofield.

—Como, por ejemplo, de una nave espacial que no es una nave espacial —dijo Gant.

—Cuénteme —dijo Schofield con cansancio.

Gant le refirió rápidamente lo que había descubierto. Le habló de la nave espacial y del teclado, del hangar y del diario, y del terremoto que había enterrado la estación en las profundidades de la tierra. Parecía un proyecto militar secreto; la construcción secreta (por parte de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos) de un avión de ataque especial. Gant también le mencionó la referencia en el diario a un núcleo de plutonio en el interior del avión.

Luego le habló a Schofield de los elefantes marinos y de los cuerpos que habían hallado en el interior de la caverna y de cómo las focas habían atacado a los soldados de las
SAS
cuando estos habían salido del agua. Gant mencionó la fiereza sanguinaria con la que habían actuado.

Schofield escuchó su narración en silencio.

A continuación Schofield le habló a Gant del elefante marino que había visto antes por el monitor de la habitación de Renshaw; de los caninos inferiores inusualmente largos que le nacían de la mandíbula inferior, como un par de colmillos invertidos. Mientras hablaba, una imagen tomó forma en su mente: la imagen de la orca que había visto salir a la superficie del agua; tenía dos desgarros que se extendían a lo largo de todo su vientre.

—Vimos un par de focas con unos dientes así —dijo Gant—. Sin embargo, eran más pequeñas. Machos jóvenes. La que usted vio tenía que ser el macho. No obstante, por lo que me dice, parece que solo los machos tienen los caninos inferiores más largos.

Schofield se calló cuando Gant dijo aquello.

—Sí.

Y entonces recordó algo. Algo acerca de por qué solo los elefantes marinos macho tenían los dientes inferiores inusualmente largos.

Si la nave espacial tenía un núcleo de plutonio en su interior, no era descabellado pensar que el núcleo estaba emitiendo una radiación pasiva. No una fuga, sino radiación ambiente, pasiva, algo que sucedía con todos los dispositivos nucleares. Si los elefantes marinos habían anidado cerca de la nave, con el tiempo la radiación pasiva del plutonio podía haber afectado a las focas macho.

Schofield recordó el tristemente célebre Informe Rodríguez acerca de la radiación pasiva en los alrededores de una vieja fábrica de armas nucleares en Nuevo México. En las ciudades y pueblos cercanos, se había descubierto un número muy elevado de anomalías genéticas. Y el porcentaje de esas anomalías genéticas era mucho mayor en hombres que en mujeres. Los dedos alargados eran una de las mutaciones más comunes. También las piezas dentales inusualmente alargadas. Los expertos que habían redactado el informe habían relacionado la elevada incidencia de anomalías genéticas en los hombres con la testosterona, la hormona masculina.

Quizá, pensó Schofield, eso era lo que había ocurrido allí.

Y entonces, de repente, otro pensamiento le asaltó.

Un pensamiento más inquietante.

—Gant, ¿cuándo llegó el equipo de las
SAS
a la cueva?

—No estoy segura, sobre las ocho en punto, creo.

—¿Y cuando llegaron ustedes a la cueva?

—Salimos de la campana de inmersión a las 14.10 horas. Después tardamos cerca de otra hora en recorrer el túnel. Así que yo diría que llegamos sobre las tres en punto.

Ocho en punto. Tres en punto.

Schofield se preguntó cuándo habría bajado el equipo de buzos de la estación polar Wilkes a la cueva. Había algo. No estaba seguro, pero quizá pudiera explicar…

Schofield miró su reloj.

Las 9.50 p. m.

Mierda, es la hora.

—Gant, escuche, tengo que dejarla. Hay una ruptura en la erupción solar que se situará sobre la estación en diez minutos y tengo que usarla. Si están a salvo allí, háganme un favor y echen un vistazo al hangar. Encuentren todo lo que puedan sobre ese avión, ¿de acuerdo?

—Por supuesto.

Schofield apagó el micrófono. Pero, tan pronto como lo hizo, escuchó una voz desde los niveles superiores de la estación.

—¡Teniente!

Schofield levantó la vista. Era Renshaw. Se encontraba en el nivel B.

—¡Eh! ¡Teniente! —gritó Renshaw.

—¿Qué?

—¡Creo que será mejor que vea esto!

Schofield y Kirsty entraron en la habitación de Renshaw por entre el agujero cuadrado de la puerta.

Renshaw estaba en su ordenador.

—Lleva encendido todo el día —le dijo Renshaw a Schofield—, pero no lo había mirado hasta ahora. Decía que tenía un correo nuevo, así que abrí mi cuenta y eché un vistazo. Lo recibí a las 7.32 p.m. y es de un tipo de Nuevo México llamado Andrew Wilcox.

—¿Qué tiene eso que ver conmigo? —dijo Schofield. Ni siquiera conocía a nadie llamado Andrew Wilcox.

—Bueno, esa es la cuestión, teniente. Va dirigido a usted.

Schofield frunció el ceño.

Renshaw señaló con la cabeza a la pantalla. En ella había una lista con un mensaje escrito encima.

Schofield leyó el mensaje. Se quedó boquiabierto. El correo electrónico decía:

Espantapájaros.

Aquí halcón. Sé dónde se encuentra.

El departamento de Personal del Cuerpo de Marines ha notificado oficialmente su muerte.

El equipo de apoyo está de camino a su emplazamiento.

Sospecho que el
GCI
tiene como objetivo acabar con su misión.

Temo que la unidad de apoyo sea hostil a sus intereses, no quisiera que corriera la misma suerte que tuvo mi unidad en Perú.

Por ello, he escaneado la lista de informadores del
GCI
. Había infiltrados en mi unidad mucho antes de que yo estuviera al mando. Puede que también sea el caso de la suya.

Transm. n.° 767-9808-09001 Ref. n.° kos-4622

Asunto: Lista alfabética del personal autorizado a recibir transmisiones seguras

NOMBRE
EMPLAZAMIENTO
CAMPO/RANGO
ADAMS, WALTER K.
LAB LVRMERE
FÍSIC NCLR
ATKINS, SAMANTHA E.
GSTETNR
PGRMS INFRMTC
BAILEY, KEITH H.
BRKLY
INGNR AERONTC
BARNES, SEAN M.
SEAL ARMD
TNT CMNDT
BROOKES, ARLIN F.
RNGERS EJRCT
CPTN
CARVER, ELIZABETH R.
CLMBIA
CIENT INFRMTC
CHRISTIE, MARGARET V.
HRVRD
QUMC IDSTRL
DAWSON, RICHARD K.
MCROSFT
PGRMS INFRMTC
DELANEY, MARK M.
IBM
PGRMS INFRMTC
DOUGLAS, KENNETH A.
CRAY
EQPS INFRMTC
DOWD, ROGER F.
USCM
CBO
EDWARDS, STEPHEN R.
BOEING
INGNR AERONTC
FAULKNER, DAVID G.
JPL
INGNR AERONTC
FROST, KAREN S.
USC
INGNR GNTC
GIANNI, ENRICO R.
LOCKHEED
INGNR AERONTC
GRANGER, RAYMOND K.
RNGERS EJRCT
SGT SNR
HARRIS, TERENCE X.
YALE
FÍSC NCLR
JOHNSON, NORMA E. U.
ARIZ
BIOTOXNS
KAPLAN, SCOTT M.
USCM
SGT ARTLLR
KASCYNSKI, THERESA E.
3M CORP
FSFTES
KEMPER, PAULENEJ.
JOHNS HPKNS
DRMTLGÍA
KOZLOWSKI, CHARLES R.
USCM
SGT MYR
LAMB, MARK I.
ARMALTE
BLSTICA
LAWSON, JANE R.
U. TEX
INSECTICIDAS
LEE, MORGAN T.
USCM
SGT SNR
MAKIN, DENISE E.
U. CLRDO
AGNTS QUMCS
MCDONALD, SIMON K.
LAB LVRMRE
FÍSC NCLR
NORTON, PAUL G.
PRNCTN
CDNS AMNO ACD
OLIVER, JENNIFER F.
SLCN STRS
PGRMS INFRMTC
PARKES, SARAH T.
USC
PLNTLG
REICHART, JOHN R.
USCM
SGT SNR
RIGGS, WAYLON J.
SEAL ARMD
CMNDNT
SHORT, GREGORY J.
CCA CLA
SCE LQD
TURNER, JENNIFER C.
UCLA
INGNR GNTC
WILLIAMS, VICTORIA D.
U. WSHGTN
GEOFIS
YATES, JOHN F.
USAF
CMNDNT

P. D.: Espantapájaros, si consigue regresar a los Estados Unidos, llame a un hombre llamado Peter Cameron a las oficinas del
The Washington Post
. Él sabrá dónde encontrarme.

Buena suerte.

Halcón.

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