Antártida: Estación Polar (49 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

De repente, se percató de algo más.

Movimiento.

Un objeto largo y negro se deslizó desde uno de los agujeros de tres metros de diámetro de la pared de hielo situada encima de la charca y cayó con suavidad en el agua.

Gant se quedó boquiabierta.

Era un animal.

Pero era enorme. Parecía una… una foca. Una foca enorme y grande.

En ese momento, otra enorme foca salió de un segundo agujero de la pared de hielo. Y a continuación otra. Y otra. Se deslizaron de sus agujeros y comenzaron a caer desde todos los flancos a la charca, sobre el equipo de buzos de las
SAS
.

Gant se limitó a observarlos estupefacta.

La charca era en aquel momento un hervidero lleno de espuma y olas. De repente, otro buzo de las
SAS
se hundió y fue reemplazado por el rastro de su propia sangre. A continuación, el hombre que estaba junto a él cayó hacia atrás cuando una de las enormes focas lo golpeó por detrás y lo arrastró bajo el agua. Gant contempló cómo el brillante y húmedo lomo del animal se elevaba sobre el agua un instante antes de sumergirse sobre el soldado británico.

Un par de soldados de las
SAS
intentaron llegar a tierra. Pero las focas los siguieron fuera del agua. Uno de los buzos estaba arrastrándose a gatas, avanzando con dificultades por el hielo, intentando alejarse del borde del agua, cuando una foca gigantesca de siete toneladas se lanzó desde la charca tras él.

La enorme criatura aterrizó en el hielo a apenas medio metro del soldado y la base de la caverna se estremeció. La inmensa foca se lanzó hacia delante y cerró las fauces, apresando las piernas del soldado de las
SAS
. Se oyó el crujido de sus huesos. El hombre gritó.

Y entonces, antes de que supiera lo que estaba ocurriendo, la foca comenzó a devorarlo.

Brutalmente, con mordiscos y desgarros terribles. El sonido agudo, terrible, de la carne al desgarrarse del hueso resonó en la caverna.

Gant observó la escena en silencio, sobrecogida.

Los hombres de las
SAS
estaban gritando. Las focas ladrando. Varias de ellas comenzaron a comerse a sus víctimas mientras estas seguían aún con vida.

Gant contempló las focas. Eran enormes. Al menos tan grandes como las orcas. Y tenían unos morros bulbosos y redondos que había visto antes en algún libro.

Elefantes marinos.

Gant se percató de que había dos focas más pequeñas en el grupo. Esas dos focas tenían unos dientes peculiares (unos caninos inferiores extraños, alargados, que nacían en su mandíbula inferior y sobresalían de la superior, como un par de colmillos invertidos). Las focas más grandes no tenían esos colmillos.

Gant intentó recordar todo lo que sabía de los elefantes marinos. Al igual que las orcas, los elefantes marinos vivían en grupos grandes compuestos por un macho dominante y un harén de ocho o nueve hembras, que eran más pequeñas que el macho.

Gant sintió un escalofrío cuando vio el sexo de una de las focas que tenía ante sí.

Son las hembras del grupo.

Las dos focas más pequeñas eran sus crías. Gant constató que eran crías macho.

Se preguntó dónde estaría el macho. Sin duda sería más grande que las hembras. Pero, si las hembras eran así de grandes, ¿cómo sería él?

Las preguntas no cesaban de agolparse en la mente de Gant.

¿Por qué atacan
? Gant sabía que los elefantes marinos podían ser excepcionalmente agresivos, especialmente si su territorio se veía amenazado.

¿Y por qué ahora
? ¿Por qué Gant y su equipo habían podido atravesar el túnel de hielo solo unas horas antes mientras que los buzos de las
SAS
habían sufrido un ataque tan violento?

Se escuchó un último grito desde la charca seguido de un chapoteo y Gant miró por encima de la piedra tras la que se escondía.

Se produjo un largo y frío silencio. El único sonido que se percibía era el de las olas al llegar al borde de la charca.

Todos los buzos de las
SAS
estaban muertos. La mayoría de las focas se encontraban en el interior de la caverna en ese momento, cerniéndose sobre el botín de su victoria: los cuerpos de los soldados muertos de las
SAS
. Fue entonces cuando Gant escuchó un crujido nauseabundo y se volvió. Los elefantes marinos habían comenzado a alimentarse en masa.

La batalla había terminado.

Schofield se encontraba en el nivel E de la estación polar Wilkes con las manos esposadas por delante. Uno de los soldados de las
SAS
estaba atándole el cable del Maghook de
Libro
alrededor de los tobillos. Schofield miró hacia la izquierda y vio la enorme aleta negra de la orca deslizándose por las aguas turbias y teñidas de rojo del tanque.

—Equipo de buzos, informen —dijo un operador de radiocomunicaciones de las
SAS
a su dispositivo portátil—. Repito. Equipo de buzos, informen.

—¿Alguna respuesta? —dijo Barnaby.

—No, señor. Lo último que dijeron fue que estaban a punto de entrar al interior de la caverna.

Barnaby miró a Schofield.

—Siga intentándolo —dijo al operador de radiocomunicaciones. A continuación se volvió hacia Schofield—. Sus hombres deben de haber opuesto bastante resistencia ahí abajo.

—Es lo que suelen hacer —dijo Schofield.

—Bien —dijo Barnaby—. ¿Un último deseo para el condenado? ¿Que le vende los ojos? ¿Un cigarrillo? ¿Un trago de brandi?

Al principio, Schofield no dijo nada. Se limitó a mantener la mirada fija en las muñecas esposadas.

Y entonces lo vio.

De repente, Schofield alzó la vista.

—Un cigarrillo —dijo con rapidez, tragando saliva—. Por favor.

—Señor Nero, un cigarrillo para el teniente.

Nero dio un paso adelante y le ofreció un paquete de tabaco a Schofield. Schofield cogió un cigarrillo con las manos esposadas y se lo llevó a la boca. Nero lo encendió. Schofield le dio una calada y rogó con todas sus fuerzas que nadie se percatara de que se había puesto verde. No había fumado en su vida.

—De acuerdo —dijo Barnaby—. Es suficiente. Caballeros, álcenlo. Espantapájaros, ha sido un placer conocerlo.

Schofield estaba colgado boca abajo, sobre el tanque. Las placas de identificación, que relucían con la luz artificial de la estación, le colgaban por la barbilla. El agua que había bajo él estaba teñida de un desagradable color rojo.

La sangre de Libro.

Schofield miró la campana de inmersión en el centro del tanque, vio el rostro de Renshaw en una de las portillas; un ojo aterrorizado que miraba fijamente a Schofield.

Schofield seguía colgado a casi un metro de la espantosa agua roja. Se llevó con tranquilidad el cigarro a la boca y le dio otra calada.

Los soldados de las
SAS
debieron de pensar que se trataba del acto de vanidad de un bravucón, pero, mientras el cigarrillo pendía de la boca de Schofield, no se percataron de lo que este estaba haciendo con las manos.

Barnaby dijo:


Rule Britannia
, Espantapájaros.

—A la mierda Britannia —respondió Schofield.

—Señor Nero —dijo Barnaby—. Bájelo.

Junto a la escalera de travesaños, Nero apretó un botón del lanzador del Maghook. El lanzador estaba metido a presión entre dos travesaños de la escalera, mientras que el cable estaba tensado sobre el puente retráctil de nivel C, creando el mismo sistema de polea que habían usado para meter a Libro en el agua.

El cable del Maghook empezó a desenrollarse.

Schofield comenzó a descender hacia el agua.

Sus manos seguían esposadas. Sostenía el cigarrillo entre los dedos de su mano derecha.

Su cabeza fue lo primero en entrar en las turbias aguas rojas. A continuación sus hombros. Luego el pecho, el estómago, los codos…

Pero entonces, justo cuando las muñecas de Schofield estaban a punto de sumergirse, Schofield le dio la vuelta al cigarro y lo aplicó al trozo del cable de detonación de magnesio que había colocado alrededor de la cadena de las esposas.

Schofield había visto el cable de detonación instantes antes en la cubierta. Se había olvidado de que se había atado un trozo en la muñeca mientras estaban en Little America IV. A los
SAS
, cuando lo habían cacheado y le habían quitado todas sus armas, también les había pasado inadvertido.

La punta encendida del cigarrillo tocó el cable de detonación medio segundo antes de que las muñecas de Schofield desaparecieran bajo la superficie del agua.

El cable de detonación prendió al instante, justo cuando las muñecas de Schofield desaparecieron bajo las aguas teñidas de rojo.

La mecha prendió, incluso bajo el agua, y cortó las cadenas de las esposas de Schofield como un cuchillo atraviesa la mantequilla. Las manos de Schofield estaban libres.

En ese momento, unas fauces irrumpieron entre la neblina que rodeaba la cabeza de Schofield y este vio el enorme ojo de una orca mirándolo fijamente. De repente, la orca desapareció de nuevo tras la neblina y se marchó.

El corazón de Schofield latía a mil por hora. No podía ver nada. El agua a su alrededor era impenetrable. Tan solo una bruma turbia y roja.

De repente, unos ruidos extraños comenzaron a resonar en el agua.

Clic-clic.

Clic-clic.

Schofield frunció el ceño. ¿Qué era eso? ¿Las orcas?

Y entonces cayó en la cuenta.

Un sónar.

¡Mierda!

Las orcas estaban usando ecosondas para encontrarlo en las turbias aguas. Muchas ballenas empleaban sonares (el cachalote, la ballena azul, la orca). El principio era sencillo: la ballena hacía un sonoro
clic
con la lengua, el
clic
se desplazaba por el agua, rebotaba contra el objeto que se hallaba en el agua y regresaba a la ballena, revelándole el emplazamiento del objeto. Los sonares de los submarinos fabricados por el hombre operaban de acuerdo al mismo principio.

Schofield, desesperado, intentó ver algo por entre la neblina roja que lo rodeaba cuando de repente una de las orcas salió de la bruma y se dirigió a gran velocidad hacia él.

Schofield gritó bajo el agua, pero la orca pasó de largo, rozándole bruscamente un costado.

Fue entonces cuando Schofield recordó lo que Renshaw le había dicho acerca del comportamiento de las orcas a la hora de cazar a sus presas.

«Reclaman su presa pasando a su lado.

A continuación la devoran.»

Schofield hizo una especie de abdominal vertical y salió a la superficie. Escuchó los vítores de los soldados de las
SAS
en el nivel E. Hizo caso omiso de ellos, tomó aire y volvió a sumergirse.

No disponía de mucho tiempo. La orca que lo había reclamado volvería a atacarlo de un momento a otro.

Los
clics
seguían resonando a su alrededor.

Y entonces, de repente, un pensamiento asaltó a Schofield.

El sónar…

Mierda
, pensó Schofield mientras se palpaba los bolsillos.
¿Todavía lo tengo
?

Así era.

Schofield sacó el inhalador de plástico para el asma de Kirsty del bolsillo. Presionó una vez el pulverizador y una fila de burbujas salió del inhalador.

De acuerdo, necesito peso.

Necesito algo que pese…

Schofield las vio al instante.

Se quitó rápidamente las placas de identificación de acero inoxidable que llevaba alrededor del cuello y rodeó con la cadena el inhalador de forma que el pulverizador quedara presionado.

Una corriente constante de burbujas comenzó a salir del inhalador.

Schofield sintió cómo se mecía el agua a su alrededor. En algún punto del tanque turbio y rojo, la orca estaba preparándose para volver por él.

Schofield soltó rápidamente el inhalador, que ahora tenía el peso adicional de las placas de identificación.

El inhalador comenzó a hundirse al momento, dejando un rastro de burbujas tras él. Un segundo después, el inhalador se sumió en la bruma turbia y roja y Schofield dejó de verlo.

Instantes después, la orca salió de entre la bruma, hacia Schofield, con las fauces abiertas de par en par.

Schofield se limitó a contemplar a la enorme bestia negra y blanca y rogó a Dios por que no se hubiera equivocado.

Pero la orca seguía acercándose a él. A gran velocidad, con una rapidez aterradora, y pronto Schofield no pudo ver otra cosa salvo sus dientes y lengua, y las fauces cerniéndose sobre él y entonces…

Sin previo aviso, la orca se ladeó bruscamente en el agua y viró hacia abajo, tras el inhalador y su rastro de burbujas.

Schofield suspiró aliviado.

En un oscuro rincón de su mente, Schofield pensó en los sistemas de sónar. Aunque por lo general se afirmaba que el pulso de sonido del sónar se reflejaba sobre un objeto en el agua, no era del todo cierto. El sónar reflejaba la capa microscópica de aire que se encontraba entre el objeto en el agua y el agua.

Así, cuando Schofield hundió el inhalador para el asma (que, al tener el pulverizador presionado, dejaba un rastro de burbujas de aire tras de sí) había creado, al menos con respecto al sónar que empleaba la orca, un objetivo nuevo. La orca debía de haber detectado el rastro de burbujas y había supuesto que se trataba de Schofield intentando huir. Y, por ello, había salido tras él.

Schofield no dedicó más tiempo a pensar en ello.

Tenía otras cosas de las que ocuparse.

Metió la mano en el bolsillo del pecho y sacó la granada de aturdimiento de Jean Petard. Schofield quitó la anilla, contó hasta tres y volvió a incorporarse verticalmente en el agua para salir a la superficie. A continuación lanzó verticalmente la granada de aturdimiento en el aire y se dejó caer de nuevo en el agua cerrando bien los ojos.

A metro y medio por encima de la superficie del tanque, la granada de aturdimiento alcanzó el cénit de su arco y quedó suspendida en el aire durante una fracción de segundo.

Y entonces estalló.

Trevor Barnaby vio salir la granada del agua. Le llevó un segundo darse cuenta de lo que era, pero cuando lo consiguió ya era demasiado tarde.

Al igual que el resto de sus hombres, Barnaby hizo lo más natural del mundo cuando se ve a un objeto extraño salir volando de un tanque de agua.

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