Antártida: Estación Polar (48 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Schofield no dijo nada. Observó que Barnaby llevaba un traje de buceo térmico negro.

Planea enviar a otro equipo a la cueva,
pensó Schofield
. Él incluido.

—Ha estado observándonos desde la campana de inmersión, ¿verdad? —dijo Barnaby, sonriendo burlonamente—. Pero nosotros también lo hemos estado observando a usted. —Barnaby sonrió mientras señalaba a un pequeño dispositivo gris situado en el borde del tanque. Parecía una especie de cámara que apuntaba al agua.

—Uno debe proteger todos sus flancos —dijo Barnaby—. Usted debería saberlo más que nadie.

Schofield no dijo nada.

Barnaby comenzó a caminar.

—¿Sabe? Cuando me dijeron que usted encabezaba la fuerza de protección estadounidense de la misión, deseé tener la oportunidad de encontrarnos. Pero entonces, cuando llegué, usted ahuecó el ala. —Barnaby se detuvo—. Y entonces me dijeron que había sido visto por última vez saltando por un acantilado en un aerodeslizador y de repente estuve seguro de que no nos volveríamos a ver.

Schofield no dijo nada.

—Pero ahora, bueno. —Barnaby negó con la cabeza—. Me alegro mucho de haberme equivocado. Es un placer verlo de nuevo. Es una lástima que tenga que ser en estas circunstancias.

—¿Por qué? —dijo Schofield hablando por vez primera.

—Porque eso significa que uno de los dos tiene que morir.

—Mi más sentido pésame a su familia —dijo Schofield.

—¡Ja! —dijo Barnaby—. Opone resistencia. Me gusta. Eso es lo que siempre me ha gustado de usted, Espantapájaros. Tiene espíritu de lucha. Puede que no sea el mejor estratega del mundo, pero es un maldito hijo de puta muy resuelto. Si no consigue algo a la primera, trabaja y aprende. Aunque no lleve la iniciativa de una batalla, jamás se rinde. Ese coraje no abunda hoy en día.

Schofield no dijo nada.

—No se lo tome como algo personal, Espantapájaros. La verdad sea dicha, jamás tuvo posibilidades de ganar esta cruzada. Estuvo en inferioridad de condiciones desde el principio. Ni siquiera sus propios hombres le eran leales.

Barnaby se volvió para mirar a
Serpiente
Kaplan, que se encontraba al otro lado del tanque. Schofield también se volvió para mirar.

—Le gustaría matarlo, ¿verdad? —dijo Barnaby con la mirada fija en Serpiente.

Schofield no dijo nada.

Barnaby se volvió y entrecerró los ojos.

—Lo haría, ¿no es cierto?

Schofield siguió callado.

Durante unos instantes, Barnaby pareció estar meditando algo. Cuando se volvió para mirar de nuevo a Schofield, tenía un brillo especial en la mirada.

—¿Sabe qué? —dijo—. Le voy a dar la oportunidad de hacer exactamente eso. Con pocas posibilidades de salir bien parado, pero algo es algo.

—¿Qué quiere decir?

—Bueno, puesto que voy a matar a los dos, quizá pueda dejar que sean ustedes dos quienes decidan quién muere con las botas puestas y quién servirá de alimento a los leones.

Schofield frunció brevemente el ceño, pues no comprendía qué quería decir. A continuación miró de nuevo al tanque. Vio la negra aleta dorsal de una orca cruzando las aguas en su dirección.

Las orcas estaban de vuelta.

—Suéltenlo —gritó Barnaby a los soldados de las
SAS
que vigilaban a Serpiente—. Caballeros, a la sala de perforación.

Con las manos esposadas a la espalda, Schofield fue conducido por el túnel sur del nivel E. Cuando pasaron por el almacén, miró rápidamente en su interior.

El almacén estaba vacío.

Madre…

Pero Barnaby no había dicho nada de Madre…

No la habían encontrado.

Los hombres de las
SAS
llevaron a Schofield por el estrecho pasillo y lo empujaron al interior de la sala de perforación. Schofield entró a trompicones y se dio la vuelta.

Serpiente fue empujado al interior de la sala segundos después. Le habían quitado las esposas.

Schofield observó a su alrededor. En el centro de la sala estaba la enorme perforadora negra. Parecía un pozo de petróleo en miniatura con un largo émbolo de forma cilíndrica suspendido en medio de una escueta torre de perforación. Schofield supuso que el émbolo era la parte de la máquina que perforaba el hielo y obtenía los núcleos de hielo.

Al otro lado de la máquina de perforación, sin embargo, Schofield vio otra cosa.

Un cuerpo.

Tendido en el suelo.

Era el cuerpo destrozado y ensangrentado de Jean Petard, que había permanecido allí desde que la metralla de sus propias minas Claymore lo hubiera hecho jirones horas antes…

—Caballeros —dijo Barnaby de repente desde la puerta. Era la única entrada o salida de la habitación—. Están a punto de luchar por el privilegio de vivir. Regresaré en cinco minutos. Cuando vuelva, espero que uno de los dos esté muerto. Si, transcurrido ese tiempo, los dos siguen con vida, los dispararé a ambos. Si, por otro lado, uno de ustedes está muerto, el ganador podrá vivir un poco más antes de morir de un modo más noble. ¿Alguna pregunta?

Schofield dijo:

—¿Qué hay de estas esposas?

Sus manos seguían esposadas a su espalda. Las de Serpiente estaban libres.

—¿Qué pasa con ellas? —dijo Barnaby—. ¿Alguna pregunta más?

No hubo más preguntas.

—Entonces, procedan —dijo Barnaby antes de abandonar la habitación y cerrar la puerta tras de sí.

Schofield se volvió inmediatamente hacia Serpiente.

—De acuerdo, escuche. Tengo que pensar en una forma de…

Serpiente golpeó con fuerza a Schofield.

Schofield se elevó del suelo por el golpe y se estrelló con contundencia contra la pared situada tras él. Se encorvó, intentó respirar y alzó la vista en el preciso instante en que la palma abierta de Serpiente se acercaba directamente hacia su cara. Se agachó con rapidez y la mano de Serpiente golpeó la pared.

La mente de Schofield comenzó a pensar a toda velocidad. Serpiente lo había atacado con un movimiento estándar del combate cuerpo a cuerpo; un golpe pensado para hundir la nariz del oponente en su cráneo, matándolo de un solo golpe.

Serpiente iba a matarlo.

En cinco minutos.

Los dos hombres seguían bastante cerca, por lo que Schofield pudo alzar la rodilla y golpear a Serpiente en la entrepierna. Schofield se apartó de la pared. Una vez estuvo lejos de Serpiente y de la pared, Schofield saltó y se colocó las manos esposadas delante tras pasarlas bajo las piernas.

Serpiente se acercó hasta él y le lanzó una lluvia de golpes y patadas. Schofield esquivó los golpes con sus manos esposadas. Se separaron y comenzaron a rodearse como un par de enormes gatos.

La mente de Schofield siguió funcionando a todo gas. Serpiente intentaría tirarlo al suelo. Mientras permaneciera de pie, todo iría bien (porque, incluso con las manos esposadas, podía esquivar los golpes que le propinara Serpiente). Pero si caían al suelo, todo habría terminado. Serpiente se haría con él en segundos.

No debo caer al suelo…

No debo caer al suelo…

Los dos marines se rodearon uno al otro, cada uno a un lado de la máquina de perforación negra situada en el centro de la sala.

De repente, Serpiente agarró un tubo de acero del suelo y golpeó a Schofield con él. Schofield se agachó demasiado tarde y recibió un golpe en el lado izquierdo de la cabeza. Vio las estrellas durante un segundo y perdió el equilibrio.

En cuestión de segundos, Serpiente se lanzó desde el otro lado de la habitación, atacando a Schofield con dureza, golpeándolo contra la pared.

La espalda de Schofield accionó un interruptor de corriente que había en la pared y, de repente, al otro lado de la habitación, el émbolo vertical de la máquina de perforación cobró vida y comenzó a girar a gran rapidez. Emitía un zumbido chirriante, similar al de una sierra circular.

Serpiente lanzó a Schofield al suelo.

¡No!

Schofield se golpeó contra el suelo con dureza y rodó por él.

Se encontró cara a cara con Jean Petard.

O, al menos, con lo que quedaba de la cara de Jean Petard después de que la explosión de las minas Claymore la dejara hecha jirones.

Entonces, en ese momento, Schofield vio algo en el interior de la chaqueta de Petard.

Una ballesta.

Schofield intentó coger la ballesta con las manos esposadas. Estiró los brazos y…

… Serpiente se lanzó contra él y ambos rodaron por el suelo hasta golpearse con la máquina perforadora del centro de la habitación. El sonido del émbolo en funcionamiento rugió en sus oídos.

Schofield se tumbó boca arriba, en el suelo. Serpiente se situó a horcajadas sobre él.

De repente, Schofield se percató de que todavía tenía la ballesta en las manos. Parpadeó. Debía de haber logrado mantenerla agarrada cuando Serpiente se había lanzado contra él.

Fue entonces cuando Serpiente descargó sobre Schofield un puñetazo pulverizador.

Schofield oyó cómo se le rompía la nariz y vio cómo la sangre comenzaba a salirle a borbotones. Se golpeó fuertemente la cabeza contra el suelo.

Todo comenzó a darle vueltas y durante un leve instante perdió el conocimiento. De repente, Schofield sintió una punzada de pánico: si perdía el conocimiento por completo, sería su fin. Serpiente lo mataría allí mismo.

Schofield abrió de nuevo los ojos y lo primero que vio fue el émbolo de la máquina perforadora girando a menos de un metro sobre su cabeza.

¡Estaba justo encima de él!

Schofield vio el extremo del cilindro, el extremo dentado diseñado para atravesar el sólido hielo.

Y, entonces, Schofield vio que Serpiente se colocaba delante del émbolo con el rostro deformado de la ira e, instantes después, vio cómo el puño de Serpiente se acercaba a su cara.

Schofield intentó levantar las manos para protegerse el rostro, pero seguían esposadas e inmovilizadas bajo el cuerpo de Serpiente. No podía moverlas…

El puñetazo alcanzó su objetivo.

Todo se tornó borroso. Schofield intentó desesperadamente vislumbrar algo a través de la neblina.

Vio a Serpiente, preparándose para lo que sin duda sería el golpe final.

Y entonces Schofield vio algo a la derecha.

El interruptor de la pared que había encendido la máquina de perforación. Schofield vio tres grandes botones redondos en el panel del interruptor.

Negro, rojo y verde.

Y entonces, con una claridad asombrosa, las palabras del botón negro comenzaron a enfocarse:

«Bajar perforadora».

Schofield alzó la vista, vio a Serpiente y al émbolo que giraba encima de su cabeza.

No había forma de disparar a Serpiente con la ballesta, pero, si pudiera mover las manos ligeramente, quizá podría…

—Serpiente, ¿sabe una cosa?

—¿Qué?

—Nunca me gustó.

Schofield levantó levemente las manos esposadas, apuntó con la ballesta al botón negro de la pared y disparó.

El virote cubrió la distancia en un milisegundo e…

… Impacto justo en el centro del botón negro, clavándose hasta la pared, justo cuando Schofield apartó la cabeza de la máquina perforadora y el émbolo, que giraba a una velocidad vertiginosa, empezó a bajar rápidamente hacia la nuca de
Serpiente
.

Schofield escuchó el crujido escalofriante de huesos quebrándose cuando todo el cuerpo de Serpiente comenzó a convulsionarse violentamente hacia abajo por el peso del émbolo mientras el chirrido de este resonaba en toda la habitación y, de repente, de un modo grotesco, el émbolo atravesó la cabeza de Serpiente y una masa roja y gris empezó a supurar de su cráneo. Finalmente, el émbolo salió de la cabeza de Serpiente con un ruido terrible y prosiguió su descenso hacia el agujero situado en el hielo.

Todavía aturdido por la pelea, Schofield se puso de rodillas. Apartó la vista de la espantosa visión del cuerpo de Serpiente, inmóvil bajo la máquina perforadora salpicada de sangre, y se metió rápidamente la ballesta en el bolsillo. A continuación se volvió y comenzó a mirar rápidamente a su alrededor buscando cualquier tipo de arma que pudiera…

Los ojos de Schofield se posaron al instante en el cuerpo de Jean Petard, que se hallaba tendido allí cerca.

Respirando aún con dificultad, Schofield se arrastró hasta él y se arrodilló. Comenzó a rebuscar en los bolsillos del francés muerto.

Unos segundos después, Schofield sacó una granada de uno de los bolsillos de Petard. Tenía escritas las letras: M8A3-STN.

Schofield supo de qué se trataba al momento.

Una granada de aturdimiento. Una lumínica.

Como las que habían usado aquella mañana los soldados franceses. Schofield se guardó la granada de aturdimiento en el bolsillo de su pecho.

La puerta de la sala de perforación se abrió de repente. Schofield se tiró al instante al suelo e intentó parecer cansado, herido.

Los dos soldados de las
SAS
irrumpieron en la sala de perforación con las armas empuñadas. Trevor Barnaby entró tras ellos.

Barnaby se estremeció cuando vio el cuerpo de Serpiente en el suelo, boca abajo, con la cabeza bajo la enorme máquina de perforación y un enorme agujero rojo atravesándola.

—Oh, Espantapájaros —dijo Barnaby—. ¿Tenía que hacerle eso?

Schofield seguía respirando con dificultad y tenía el rostro salpicado de gotas de sangre. No dijo nada.

Barnaby negó con la cabeza. Casi parecía desilusionado por el hecho de que Serpiente no hubiera matado a Schofield.

—Sáquenlo de aquí —dijo Barnaby a los dos soldados de las
SAS
situados tras él—. Señor Nero.

—Sí, señor.

—Átelo.

En la caverna se estaba librando otra batalla.

Tan pronto como el primer buzo de las
SAS
salió del agua, otro segundo buzo emergió tras él.

El primer soldado de las
SAS
en salir del agua comenzó a disparar enérgicamente. El segundo hombre lo siguió, chapoteando por el agua (que le quedaba a la altura de la rodilla) con su arma en ristre cuando, de súbito, se vio violentamente arrastrado bajo las aguas.

El primer soldado, ya en tierra y totalmente ajeno a lo que le había ocurrido a su compañero, giró bruscamente a la derecha y apuntó con la linterna a Montana, justo cuando Gant salió de detrás de su roca y lo atacó por la izquierda.

Gant se giró y vio a más soldados de las
SAS
salir a la superficie de la charca con los trineos marinos.

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