Antártida: Estación Polar (57 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Schofield miró su reloj.

—Sarah, escuche. Sé que no me cree, pero tenemos que salir de aquí. Hay un misil nuclear…

—No hay ningún misil nuclear —le espetó Hensleigh—. Si lo hubiera, los
SEAL
no estarían aquí.

Schofield miró de nuevo su reloj.

Las 10.36 p. m.

Mierda
, pensó. Era tan frustrante. Estaban atrapados allí, a la merced de Sarah Hensleigh. Y ella iba a esperar a que el arma nuclear llegara y los matara a todos.

Fue en ese momento cuando el reloj de Schofield marcó las 10.37 p. m.

Schofield desconocía la existencia de las dieciocho cargas de tritonal 80/20 que Trevor Barnaby había hecho colocar en un semicírculo alrededor de la estación polar Wilkes con la intención de crear un iceberg.

Desconocía que, exactamente dos horas antes (a las 8.37 p. m.), cuando Barnaby se hallaba solo en la campana de inmersión, había ajustado el temporizador para la detonación de las cargas de tritonal en dos horas.

Las dieciocho cargas de tritonal estallaron al unísono y la explosión fue totalmente devastadora.

Géiseres de nieve de noventa metros de alto salieron disparados por el aire. Un ensordecedor rugido resonó en la tierra cuando un profundo abismo semicircular se formó en la plataforma de hielo. Y entonces, de repente, con un crujido terrible y estruendoso, la parte de la plataforma de hielo que contenía la estación polar Wilkes y todo lo que había bajo esta (tres kilómetros cúbicos de hielo) se separó y comenzó a caer al mar.

En el túnel de hielo de la caverna, todo comenzó a tambalearse. Enormes trozos de hielo cayeron sobre todos los que se hallaban en el interior del túnel. La explosión colectiva de las dieciocho cargas de tritonal resonó como un inmenso trueno.

Al principio, Schofield pensó que se trataba del misil nuclear. Pensó que Romeo había cometido un terrible error y que el arma nuclear había llegado a su objetivo media hora antes de lo esperado. Pero pronto Schofield se percató de que tenía que trabarse de algo diferente porque, si hubiese sido el arma nuclear, todos habrían muerto ya.

El túnel comenzó a tambalearse y Sarah Hensleigh perdió el equilibrio. Renshaw aprovechó la oportunidad y se lanzó hacia ella. Los dos se golpearon con dureza contra la pared de hielo, pero Hensleigh consiguió librarse de Renshaw.

Schofield todavía tenía a Gant en brazos. La dejó en el suelo e hizo un amago de ponerse en pie, pero Sarah Hensleigh se giró y le apuntó al rostro.

—Lo siento, teniente. Me gustaba —dijo.

A pesar de la cacofonía de sonidos a su alrededor, el estruendo del disparo en el interior del pequeño túnel de hielo fue ensordecedor.

Schofield vio cómo el pecho de Sarah Hensleigh estallaba en sangre.

A continuación los ojos parecieron salírsele de las órbitas, las piernas le cedieron y cayó muerta al suelo.

La Desert Eagle de Schofield todavía seguía humeante cuando Gant la puso de nuevo en la funda que Schofield llevaba en el muslo. Schofield no había tenido la oportunidad de sacarla, pero Gant, que estaba sentada en el suelo, sí.

Kirsty contempló la escena boquiabierta.

Schofield corrió hacia ella.

—Dios mío, ¿estás bien? —dijo—. Tu madre…

—Ella no era mi madre —dijo Kirsty con tranquilidad.

—¿Te parece que hablemos de ello más tarde? —preguntó Schofield—. En veintidós minutos este lugar va a evaporarse de la faz de la tierra.

Kirsty asintió.

—Señor Renshaw —dijo Schofield mirando a las paredes a su alrededor, que no cesaban de temblar—. ¿Qué está ocurriendo?

Renshaw dijo:

—No lo sé…

En ese momento, todo el túnel se tambaleó y cayó cerca de veinticinco centímetros.

—Parece como si la plataforma de hielo se estuviera separando de la masa continental —dijo Renshaw—. Se está convirtiendo en un iceberg.

—Un iceberg… —dijo Schofield pensativo. De repente, alzó la vista y miró a Renshaw—. ¿Todavía están los elefantes marinos en la cueva?

Renshaw miró a través de la fisura.

—No —dijo Renshaw—. Se han marchado.

Schofield cruzó el túnel, cogió a Gant en brazos y la condujo hasta la fisura.

—Pensé que quizá pudiera ocurrir eso —dijo—. Maté al macho. Probablemente ahora estarán buscándolo.

—¿Cómo vamos a salir de aquí? —dijo Renshaw.

Schofield aupó a Gant hasta la fisura y la empujó para que la atravesara. A continuación se volvió y miró a Renshaw con un brillo especial en los ojos.

—Nos vamos de aquí volando.

El enorme caza negro lucía esplendoroso en medio de la caverna subterránea, con su morro apuntado hacia abajo y sus aerodinámicas alas negras bajas. Del elevado techo de la caverna caían sin cesar trozos enormes de hielo que estallaban contra su fuselaje.

Schofield y los demás echaron a correr por el suelo tambaleante de la caverna y se cobijaron bajo la parte inferior del inmenso avión.

Mientras Schofield la sostenía en sus brazos, Gant le mostró el teclado y la pantalla con el código de acceso.

El color verde de la pantalla del código de acceso brillaba.

24157817______________________________

INTRODUZCA CÓDIGO DE ACCESO AUTORIZADO

—¿Pudo alguien averiguar el código? —dijo Schofield.

—Hensleigh estaba trabajando en ello, pero no creo que hubiese sido capaz de sacarlo.

—Así que no sabemos el código —dijo Schofield.

—No —dijo Gant.

—Genial.

En ese momento, Kirsty se colocó junto a Schofield y observó la pantalla.

—Eh —dijo—. Un número Fibonacci.

—¿Cómo? —dijeron Schofield y Gant a la vez.

Kirsty se encogió de hombros.

—24157817. Es un número Fibonacci.

—¿Qué es un número Fibonacci? —dijo Schofield.

—Los números Fibonacci son una especie de secuencia de números —dijo Kirsty—. Son una secuencia donde cada número es la suma de los dos números anteriores. —Vio cómo los demás la miraban con asombro—. Mi padre me los enseñó. ¿Alguien tiene un papel y un boli?

Gant tenía en el bolsillo el diario que había encontrado anteriormente. Renshaw tenía un boli. Al principio solo salía agua del color de la tinta, pero luego comenzó a escribir. Kirsty empezó a garabatear unos números en el diario.

Kirsty dijo:

—La secuencia es esta: 0,1,1, 2, 3, 5, 8,13 y así. Solo hay que añadir los dos primeros números para obtener el tercero. A continuación se añade el segundo y el tercero para obtener el cuarto. Si me dais un minuto… —dijo Kirsty mientras comenzaba a escribir a gran velocidad.

Schofield miró su reloj.

Las 10.40 p. m.

Veinte minutos.

Mientras Kirsty escribía los números en el diario, Renshaw le dijo a Schofield.

—Teniente, ¿exactamente cómo tiene pensado salir de aquí volando?

—Por ahí —dijo distraído Schofield mientras señalaba a la charca de agua que había al otro lado de la caverna.

—¿Qué? —dijo Renshaw, pero Schofield no lo estaba escuchando. Estaba ocupado observando cómo Kirsty escribía en el diario.

Dos minutos después, Kirsty había escrito cinco filas de números. Schofield se preguntó cuánto tiempo le llevaría hacerlo. Miró los números mientras ella los escribía:

0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13. 21, 34, 55, 89, 144, 233, 377,

610,  987,  1597,  2584, 4181, 6765, 10.946, 17.711,

28.657,    46.368,     75.025,     121.393,     196.418,

317.811,  514.229,  832.040,  1.346.269,  3.524.578,

5.702.887,    9.227.465,    14.930.352,    24.157.817

—Y helo ahí —dijo Kirsty—. Aquí tienes tú número. 24157817.

—Joder —dijo Schofield—. De acuerdo, entonces. ¿Cuáles son los dos números siguientes de la secuencia?

Kirsty volvió a garabatear en el diario: 39.088.169, 63.245.986

—Esos son —dijo Kirsty enseñándole el diario a Schofield.

Schofield lo cogió y lo miró. Dieciséis dígitos. Dieciséis espacios en blanco que rellenar. Increíble. Schofield pulsó las teclas del teclado.

La pantalla emitió un
bip
.

24157817 3908816963245986

CÓDIGO DE ACCESO CORRECTO

PROCEDIENDO A LA APERTURA DEL SILHOUETTE

Se produjo un zumbido en el interior de la nave y de repente Schofield vio como unos estrechos peldaños se desplegaban lentamente del bajo vientre de la nave.

Le dio a Kirsty un beso en la frente.

—Jamás pensé que las matemáticas me salvarían la vida. Vamos.

Schofield y los demás entraron en el avión.

Llegaron a una especie de plataforma de misiles. Schofield vio seis misiles colocados en dos soportes triangulares: tres misiles por soporte.

Schofield cruzó la plataforma con Gant en brazos y la tendió en el suelo justo en el momento en que Renshaw y Kirsty entraron en el avión.
Wendy
subió con dificultad los peldaños tras ellos. Una vez la pequeña foca se encontró a salvo dentro del avión, Renshaw tiró de las escaleras y las subió.

Schofield corrió a la cabina.

—¡Hábleme, Gant!

Gant le contestó, si bien el dolor era palpable en su voz:

—Lo llaman
Silhouette
. Dispone de una tecnología furtiva que no pudimos averiguar. Tiene que ver con el plutonio.

Schofield entró en la cabina.

—¡Uau!

La cabina era increíble, muy futurista (especialmente para un avión que había sido construido en 1979). Había dos asientos: uno delante a la derecha y otro (el asiento del radarista o del artillero) detrás, a la izquierda. La cabina estaba tan inclinada que el asiento del piloto quedaba muy por debajo del asiento trasero del artillero.

Schofield saltó al asiento del piloto en el preciso instante en que un enorme trozo de hielo estalló contra el exterior de la cubierta transparente de la cabina.

Schofield contempló la consola que tenía ante sí: cuatro pantallas, una palanca de control estándar, botones, cuadrantes e indicadores por todas partes. Parecía un increíble rompecabezas de última generación. Schofield sintió una punzada de pánico. No sería capaz de averiguar cómo hacer volar ese avión. No en dieciocho minutos.

Pero entonces, mientras miraba con más detenimiento la consola, Schofield comenzó a observar que no distaba mucho de las consolas de los Harriers que había pilotado en Bosnia. Después de todo, ese avión había sido construido por hombres. Así que, ¿por qué iba a ser diferente?

Schofield encontró el conmutador de encendido y lo apretó.

No ocurrió nada.

Combustible,
pensó
. Tengo que bombear el combustible.

Schofield buscó el botón de alimentación del combustible. Lo encontró y lo pulsó. A continuación, volvió a apretar el conmutador de encendido.

Nada ocurr…

¡¡¡Brummmmm!!!

Las turbinas gemelas del motor a reactor del
Silhouette
cobraron vida y Schofield sintió que le latía el corazón a mil por hora. El sonido de esos motores no se parecía a nada de lo que había escuchado antes.

Aceleró. Tenía que calentar los motores rápido.

Qué hora es
, pensó Schofield.

Las 10.45 p. m.

Quince minutos.

Siguió acelerando. Por lo general, la rutina de calentamiento llevaría más de veinte minutos. Schofield se concedió diez minutos.

Dios, vamos a ir muy justos.

Mientras Schofield aceleraba los motores, secciones enteras de las paredes de hielo de la caverna comenzaron a desmoronarse alrededor del avión. Tras cinco minutos de aceleramiento, Schofield buscó el interruptor para el despegue-aterrizaje vertical.

—¡Gant! ¿Dónde está el empuje dirigido? —En los cazas modernos (como el Harrier) capaces de despegar y aterrizar en vertical, el despegue y aterrizaje se lograba mediante empujes orientables o dirigidos.

—No hay ninguno —gritó Gant desde la plataforma de los misiles—. ¡Tiene retrorreactores! ¡Busque el botón que activa los retros!

Schofield lo buscó. Mientras lo hacía, sin embargo, se topó con otro botón. En él ponía: «Modo ocultamiento». Schofield frunció el ceño.

Qué demonios…

De repente, encontró el botón que estaba buscando: «Retros».

Lo pulsó.

El avión respondió al instante y comenzó a elevarse en el aire. Pero entonces, se detuvo bruscamente. Se produjo un chirrido detrás.

—¿Eh? —dijo Schofield.

Miró a través de la parte trasera de la cubierta transparente de la cabina y vio que las dos aletas de cola del
Silhouette
seguían incrustadas en la pared de hielo.

Schofield encontró el botón «Poscombustión». Lo pulsó.

Al instante, una ráfaga de calor salió de los propulsores gemelos situados en la cola del
Silhouette
y comenzó a derretir el hielo que mantenía la parte trasera del avión cautivo.

El hielo se derritió con rapidez y pronto las aletas de cola quedaron libres.

Schofield miró su reloj.

Las 10.53 p. m.

La caverna volvió a descender.

Vamos, no cedas aún. Necesito un par de minutos más. Solo un par de minutos más…

Schofield siguió calentando los motores. Miró su reloj cuando este marcó las 10.54 y, a continuación, las 10.55.

De acuerdo, es la hora. Vámonos.

Schofield pulsó el botón «Retros» y los ocho retrorreactores situados en la parte inferior de la enorme nave se encendieron al unísono, emitiendo largas bocanadas de humo blanco.

Esta vez el
Silhouette
se elevó del suelo y comenzó a flotar en el interior de la enorme caverna subterránea. La caverna retumbó y tembló. Del techo siguieron cayendo grandes trozos de hielo que impactaron en la parte trasera del avión negro.

Caos. Un caos absoluto.

Las 10.56 p. m.

Schofield miró a través de la cubierta tintada del
Silhouette
. Toda la caverna se estaba inclinando. Era como si la plataforma de hielo se estuviera desplazando hacia delante, moviéndose hacia el océano…

Se está separando de la masa continental,
pensó Schofield
.

—¿Qué está haciendo? —gritó Renshaw desde la plataforma de los misiles.

—¡Estoy esperando a que se vuelque! —le respondió Schofield.

De repente, Schofield escuchó a Gant gritar de dolor.

—¡Renshaw! ¡Ayúdela! ¡Presione la herida! ¡Kirsty! ¡Ven aquí! ¡Te necesito!

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