—Ya se lo he dicho. Abandone la isla antes de que sea demasiado tarde.
—No puedo... no puedo... a menos que Douglas...
Poirot suspiró... encogiéndose de hombros.
Hércules Poirot encontrábase sentado en la playa con Pamela Lyall. Ella le decía con cierta complacencia:
—¡El triángulo se robustece! Ayer noche estaban sentados uno a cada lado de ella... lanzándose miradas incendiarias. Chantry había bebido demasiado y estuvo insultando a Douglas Gold. Gold se portó muy bien. Conservó la calma. Valentina disfrutaba, desde luego. Runruneaba como lo que es... una tigresa devoradora de hombres. ¿Qué cree usted que ocurrirá?
Poirot movió la cabeza.
—Tengo miedo. Tengo mucho miedo...
—¡Oh, como todos nosotros! —replicó miss Lyall hipócritamente y agregó—: Este asunto pertenece a su especialidad. O puede que llegue a pertenecer. ¿No puede hacer nada?
—He hecho lo que he podido.
La señorita Lyall inclinóse hacia delante presa de curiosidad.
—¿Qué ha hecho usted?
—Aconsejar a la señora Gold que abandonara la isla antes de que fuera demasiado tarde.
—¡Oh...! ¿De modo que usted cree...? —se detuvo.
—¿Diga mademoiselle?
—¡De modo que eso es lo que usted cree que va a ocurrir! —repuso Pamela despacio—. Pero él no podría... nunca haría una cosa así... En realidad es tan agradable... Toda la culpa la tiene esa Valentina Chantry. Él no cometería... él no cometería —hizo una pausa, agregando en voz baja—: ¿Un asesinato? ¿No es ésa la palabra que tiene usted en el pensamiento?
—Lo está en otro pensamiento, mademoiselle. Se lo aseguro.
Pamela estremecióse.
—No lo creo —declaró.
El desarrollo de los acontecimientos de la noche del veintiocho de octubre fue clarísimo. Para empezar, hubo una escena entre los dos hombres... Gold y Chantry. Chantry fue elevando la voz y sus últimas palabras fueron oídos por cuatro personas... el cajero, el gerente, el general Barnes y Pamela Lyall.
—¡Maldito cerdo! Si usted y mi mujer piensan que van a burlarse de mí, están equivocados. Mientras viva, Valentina seguirá siendo mi esposa.
Y dicho esto salió del hotel con el rostro lívido de coraje.
Eso fue antes de cenar. Después de la cena, nadie supo cómo, tuvo lugar la reconciliación. Valentina le pidió a Marjorie Gold que la acompañara a dar un paseo bajo la luz de la luna. Pamela y Sara fueron con ellas, mientras Gold y Chantry jugaban al billar. Cuando terminaron la partida se reunieron en el vestíbulo con Hércules Poirot y el general Barnes.
Y por primera vez Chantry estaba sonriente y de buen humor.
—¿Qué tal la partida? —preguntó el general.
—¡Ese muchacho es demasiado bueno para mí! —replicó el comandante—. Ha empezado haciendo cuarenta y seis carambolas seguidas.
Douglas Gold repuso con modestia:
—Pura casualidad. Le aseguro que fue así. ¿Qué quiere tomar? Iré a buscar un camarero.
—Ginebra rosa, gracias.
—Bien. ¿Y usted, general?
—Gracias. Tomaré un whisky con seltz.
—Yo también. ¿Y usted, señor Poirot?
—Es usted muy amable. Yo quisiera un
sirop de cassis
.
—¿Un
sirop
... qué?
—
Sirop de cassis
. Es jarabe de grosellas negras.
—¡Oh, un licor! Ya. Supongo que lo tendrán; pero nunca lo había oído nombrar.
—Sí, lo tienen, pero no es un licor.
Douglas Gold dijo riendo:
—Me parece un gusto bastante raro... pero cada hombre con su veneno. Iré a encargarlo.
El comandante Chantry tomó asiento. A pesar de que su natural no era hablador ni sociable, era evidente que hacía cuanto le era posible por mostrarse cordial.
—Es curioso ver cómo uno se acostumbra a vivir sin noticias —comentó.
El general lanzó un gruñido.
—No puedo decir que el
Continental Daily Mail
, que llega con cuatro días de retraso, me sirva de mucho. Claro que me envían el
Times
y el
Punch
cada semana, pero tardan demasiado en llegar.
—Me pregunto si no tendremos elecciones generales por la cuestión de Palestina...
—Ha sido llevada pésimamente —declaró el general cuando Douglas Gold reaparecía seguido del camarero y las bebidas.
El general acababa de comenzar una anécdota de su carrera militar en la India durante el año mil novecientos cinco, y los dos ingleses le escuchaban cortésmente, aunque sin gran interés, en tanto que Hércules Poirot sorbía su
sirop de cassis
.
Al llegar al fin de la narración hubo un coro de risas más o menos sinceras.
En aquel momento apareció el grupo de señoras. Las cuatro venían del mejor humor, charlando y riendo.
—Tony querido, ha sido divino —exclamó Valentina dejándose caer en una silla junto a él—. La señora Gold ha tenido una idea maravillosa. ¡Debían haber venido todos ustedes!
Su esposo dijo:
—¿Quieren beber algo?
Y miró interrogadoramente a las señoras.
—Para mí, ginebra rosa, querido —dijo Valentina.
—Ginebra y cerveza de jengibre —pidió Pamela.
—Un sidecar —fue la elección de Sara.
—Bien —Chantry se puso en pie y entregó su ginebra rosa aún intacta a su esposa—. Toma ésta. Ya pediré otra para mí. ¿Y usted, señora Gold?
La señora Gold se estaba quitando el abrigo ayudada por su esposo y se volvió sonriente.
—¿Puedo tomar una naranjada, por favor?
—Lo que guste. Una naranjada.
Fue hacia la puerta y la señora Gold sonrió a su esposo.
—Ha sido delicioso, Douglas. Ojalá hubieras venido con nosotros.
—A mí también me hubiera gustado. Iremos otra noche, ¿verdad?
Se sonrieron.
Valentina Chantry alzó la copa de ginebra rosa y la vació de un trago.
—¡Oh! Lo necesitaba —suspiró.
Douglas Gold colocó el abrigo de Marjorie sobre una silla y al volver junto al grupo preguntó:
—Hola, ¿qué es lo que ocurre?
Valentina Chantry estaba reclinada en su silla con los labios amoratados y la mano puesta sobre el corazón.
—Me encuentro... muy rara... —musitó luchando por respirar.
Chantry volvía en aquel momento y apresuró el paso.
—Pero, Val, ¿qué te ocurre?
—No... no lo sé... La ginebra... tenía un sabor extraño.
¿La ginebra rosa?
Chantry giró en redondo con el rostro alterado y cogió a Douglas por un hombro.
—Era mi copa... Gold, ¿qué diablos había puesto en ella?
Douglas Gold contemplaba el rostro convulso de la esposa de Chantry, que ahora estaba palidísimo.
—Yo... yo... nunca...
Valentina Chantry se desplomó en su butaca.
El general Barnes exclamó:
—Traigan un médico... pronto.
Cinco minutos después Valentina Chantry había dejado de existir.
A la mañana siguiente no hubo baño. Pamela Lyall, muy pálida y con un sencillo traje oscuro, sorprendió a Hércules Poirot en el vestíbulo, para arrastrarlo al interior del salón.
—¡Es horrible! —le dijo—. ¡Horrible! ¡Usted lo dijo! ¡Usted lo previó! ¡Un crimen!
El detective inclinó la cabeza gravemente.
—¡Oh! —exclamó Pamela golpeando el suelo con el pie—. ¡Usted debió impedirlo como fuera! ¡Pudo haberlo impedido!
—¿Cómo? —quiso saber Hércules Poirot.
De momento quedó cortada.
—¿No podía haber acudido a alguien... a la policía...?
—¿Para decirles qué? ¿Qué es lo que uno puede decir... antes del hecho? ¿Que alguien lleva el crimen en su corazón? Le aseguro,
mon enfant
, que si un ser humano está decidido a matar a otro...
—Pudo haber avisado a la víctima —insistió Pamela.
—Algunas veces —replicó el detective— los avisos son inútiles.
—Pudo avisar al asesino... —dijo Pamela despacio—, demostrando que conocía sus intenciones.
Poirot asintió.
—Sí... ése es mejor plan. Pero incluso entonces hay que contar con el principal defecto de un criminal.
—¿Y cuál es?
—¡El orgullo! Un criminal nunca cree que su crimen puede fallar.
—Pero es absurdo... estúpido —exclamó Pamela—. ¡Ha sido un crimen infantil! Vaya, la policía arrestó en seguida a Douglas Gold.
—Sí —contestó Poirot—. Douglas Gold es un joven muy estúpido.
—¡Ya lo creo! Oí decir que encontraron el resto del veneno... que no sé cuál era...
—Estrofantina... un fuerte veneno que ataca al corazón.
—Y lo encontraron en el bolsillo de su chaqueta.
—Es bien cierto.
—¡Es una tontería increíble! —volvió a decir Pamela—. Tal vez tuviera intención de deshacerse de él más tarde... y la sorpresa de ver que la víctima era otra le paralizara. ¡Qué escena para una comedia! El amante poniendo estrofantina en el vaso del marido, y entonces, cuando está distraído, es la mujer quien se lo bebe... Piense en el momento terrible en que Douglas Gold comprendió que había matado a la mujer que amaba...
Ella se estremeció.
—Su triángulo. ¡El eterno Triángulo! ¿Quién hubiera pensado que terminaría así?
—Yo me lo temía —murmuró Poirot.
Pamela se volvió hacia él.
—Usted le previno... me refiero a la señora Gold. ¿Por qué no le advirtió también a él?
—¿Quiere decir por qué no advertí a Douglas Gold?
—No. Me refiero al comandante Chantry. Podría haberle dicho también que corría peligro... al fin y al cabo... él era el verdadero obstáculo. No me cabe la menor duda de que Douglas Gold confiaba en convencer a su esposa para que le concediera el divorcio... es una mujercita pobre de espíritu y está muy enamorada de él. Pero Chantry es una especie de demonio y estaba resuelto a no devolver a Valentina su libertad.
El detective se encogió de hombros.
—No hubiera servido de nada haber hablado con Chantry —dijo.
—Tal vez no —admitió Pamela—. Probablemente le hubiera dicho que sabía cuidar de sí mismo y que se fuera usted al diablo. Pero tengo la impresión de que podía haberse hecho algo.
—Yo pensé —replicó Poirot despacio— en tratar de persuadir a Valentina Chantry para que abandonara la isla, pero ella no hubiera creído mis palabras. Era demasiado estúpida para tomar en serio una cosa así.
Pouvre femme!
Su estupidez la ha matado.
—No creo que hubiera servido de nada el que hubiese abandonado la isla —dijo Pamela—. Él la hubiera seguido seguramente.
—¿Él?
—Douglas Gold.
—¿Usted cree que Douglas Gold se hubiera marchado tras ella? Oh, no, mademoiselle, está equivocada... completamente equivocada. Aún no ha comprendido la verdad de este caso. Si Valentina Chantry hubiera dejado la isla, su esposo se hubiese ido con ella.
Pamela le miró extrañada.
—Claro, es natural.
—Y entonces el crimen hubiera tenido lugar en otra parte... el asesinato de Valentina Chantry por su esposo.
Pamela se sobresaltó.
—¿Trata de decirme que fue el comandante Chantry... Tony Chantry... quien asesinó a Valentina?
—Sí. ¡Usted le vio hacerlo! Douglas Gold le trajo su copa y se sentó ante él. Cuando entraron las señoras todos miramos hacia la puerta; echó la estrofantina que tenía preparada en la ginebra rosa y muy cortésmente se la entregó a su esposa, que la tomó.
—¡Pero el paquetito de estrofantina fue encontrado en el bolsillo de Douglas Gold!
—Fue muy sencillo deslizarlo en su americana mientras todos rodeábamos a la moribunda.
Transcurrieron un par de minutos antes de que Pamela recobrara el aliento.
—¡Pero no entiendo ni jota! El triángulo... usted dijo...
Poirot, tras escuchar, movió la cabeza con energía.
—Dije que había un triángulo... sí. Pero usted imaginó el falso. ¡Fue usted víctima de una hábil interpretación! Usted pensó, como así se pretendía, que Tony Chantry y Douglas Gold estaban enamorados de Valentina Chantry. Usted creyó, como pretendían se creyera, que Douglas Gold, estando enamorado de Valentina Chantry, cuyo esposo habíase negado a divorciarse, dio el paso desesperado de administrar un fuerte veneno a Chantry, y que por un error fatal fue Valentina quien lo tomó. Todo esto es pura ilusión. Chantry había pensado deshacerse de su mujer. Desde el principio pude comprender que estaba harto de ella. Se casó por su dinero y ahora desea contraer matrimonio con otra mujer... y por ello planeó librarse de Valentina y conservar su dinero. Eso implicaba el crimen.
—¿Hay otra mujer?
—Sí, sí —replicó Poirot despacio—. La pequeña Marjorie Gold. ¡Desde luego, era el eterno triángulo! Pero usted lo vio equivocadamente. Ninguno de esos dos hombres estaban enamorados de Valentina Chantry. Fue su vanidad y la hábil puesta en escena de Marjorie Gold lo que le hizo pensarlo. La señora Gold es una mujer muy inteligente y en extremo atractiva en su estilo de
madona
modesta e insignificante. He conocido a cuatro criminales del mismo tipo. La señora Adams, que salió absuelta por la muerte de su esposo, pero todo el mundo sabe que lo mató. Mary Parker se deshizo de una tía, un novio y dos hermanos antes de que tuviera un descuido y fuese descubierta. Luego, la señora Rowden, que fue ahorcada. Y la señora Lecray, que escapó por un pelo. Esta mujer pertenece exactamente al mismo tipo. ¡La reconocí en el primer momento! ¡Ese tipo disfruta con el crimen como el pato en el agua! Y la verdad es que estaba muy bien planeado. Dígame, ¿qué pruebas tenía usted de que Douglas Gold estuviera enamorado de Valentina Chantry? Si lo piensa bien, comprenderá que sólo las confidencias de la señora Gold y los arranques de celos de Chantry. ¿No es cierto? ¿Lo comprende ahora?
—Es horrible —exclamó Pamela.
—Fueron una pareja muy lista —dijo Poirot con aire profesional—. Planearon «encontrarse» aquí y realizar su crimen. ¡Esa Marjorie Gold tiene la sangre fría de un diablo! Hubiera enviado a su pobre marido inocente al patíbulo sin el menor remordimiento.
Pamela exclamó:
—Pero ayer noche fue detenido y se lo llevó la policía.
—Ah —dijo Poirot—; pero después yo estuve hablando con la policía. Es cierto que no vi a Chantry en el momento de echar el veneno en la copa; yo, como todos los demás, estaba mirando a las señoras que entraban. Pero en el momento en que comprendí que Valentina Chantry había sido envenenada, no aparté los ojos de su esposo. Y de este modo pude verle deslizar el paquetito de estrofantina en el bolsillo de Douglas Gold... ¿comprende?