Asesinato en el Comité Central (25 page)

Read Asesinato en el Comité Central Online

Authors: Manuel Vázquez Montalbán

Tags: #Intriga, Policíaco

«La gestión democrática de los Ayuntamientos», cursillo del quince al treinta de octubre, bajo el patrocinio de la Ponencia de Cultura del Ayuntamiento de Madrid: «Política municipal y medios de comunicación», ponentes: Ana Segura y Ferrán Cartes, excursión a Chinchón, visita a los talleres del Boletín Oficial del Estado, mesa redonda sobre «Semiología urbana», doscientos diez alcaldes, concejales ponentes de cultura, rostros bicolores, desboinadas cabezas, manos de terrón, abogados en sus búcaros de palabras, ex curas concejales, ¿Escapá Azancot?, no sé si ha venido ¿el de la dulzaina? ¡Escapá Azancot! ¡Preséntese en la oficina de prensa! Caminaba de lado, sol en la cara, economía gestual de campesino, duro de oreja izquierda con inclinación compensatoria de torre de Pisa, perdone pero se me ha ido el santo al cielo tomando apuntes.

—Aquí le conocen por el de la dulzaina.

—Es que la toco.

—¿Y qué es eso?

—Es un instrumento de viento, como la chirimía pero más corto. Se toca en La Mancha desde siempre, aunque se dice que es de origen francés. Mi abuelo la tocaba y mi padre y un tío mío las hace. Estaba casi abandonado todo eso hasta la democracia. Pero como ahora todo el mundo saca señas de identidad hasta de debajo de las piedras, pues nosotros tenemos la dulzaina, ¿qué le parece?

—¿El partido apoya la reivindicación de la dulzaina?

—Pues no ha dicho que no. Y cada vez que los de la dirección pasan por mi pueblo un concierto de una hora no hay quien se lo quite.

—¿Se lleva usted la dulzaina a las reuniones del Comité Central?

—Escapa. ¿Los que hablan hoy también son de tu partido?

—Iban a ser del tuyo, que no tenéis quién sepa nada de nada. Ése es socialista. Están moscas porque hasta ahora todos los ponentes son comunistas y se quejan porque el alcalde de Madrid es socialista. ¿Sirve lo que dicen o no sirve? Eso es lo que hay que preguntar y no ponernos a discutir si son galgos o podencos.

—Creo que le hicieron un homenaje a Garrido el día del atentado.

—Estaba preparado un concierto de dulzaina en la Casa de Campo, pero Fernando no podía venir; entonces cogimos las dulzainas y nos fuimos al Continental. Poca cosa. Una canción y se acabó porque llegaba con retraso y estaban esperándole los camaradas del Comité Central. Le impusimos la dulzaina de honor y ya está. Dijo que tenía muy mal oído y que si él la tocara aún sonaría la dulzaina peor de lo que sonaba.

—¿Qué es la dulzaina de honor?

—Una insignia para el ojal de la solapa. Es una dulzaina chiquita. Se la hicimos roja para que no se quejara.

—¿Garrido se la puso?

—Se la puse yo y dije cuatro palabras.

—¿Han concedido muchas insignias de este tipo?

—Como ésta ninguna. En general son doradas o plateadas. Pero decidimos que para Garrido fuera roja, ¿no?

—¿Usted encargó una insignia especial para Garrido?

—No. Yo no. De hecho no se nos había ocurrido a nosotros la idea. Pero un día vino un camarada del Comité Central a explicar lo que se había hablado en la reunión. Aunque yo también soy del Central, pues prefiero que sea otro camarada quien venga al local del pueblo a explicar cómo ha ido. Vino un camarada y como siempre la cosa se fue hacia lo de la dulzaina. Tendría que oír esto Garrido. Pues por nosotros no queda. Y sería bonito que le hicierais socio de honor de esto para que la gente vea que el partido estimula la cultura popular. Pues socio de honor. Y le ponéis la dulzaina de honor. Ya está hecho. Y así nos fuimos calentando y el camarada se fue a Madrid con un modelo de insignia para encargar la especial para Garrido.

Carvalho tenía el estómago lleno de un vacío helado. Estaba ante la puerta del misterio y trataba de complicar las intenciones del alcalde campesino, como si no creyera lo simple que era la verdad, lo fácil que era llegar a ella. Y cuando hizo la pregunta que culminaba horas y horas de vuelos de moscardón o de libélula, de ave de rapiña o de ave de corral, le pareció extraña su propia voz.

—¿Quién fue el camarada que lanzó la idea y quedó encargado de gestionar la insignia especial?

—Esparza.

—¿Esparza Julve?

—Sí. Julvito. La cosa fue por los pelos porque no estuvo la insignia hasta el momento mismo en que se la pusimos en el hall del Continental. Se me había olvidado este detalle por culpa del lío que se armó después. Cada vez que vaya a La Mancha la llevaré puesta, dijo Garrido. Eso no tiene mérito, le dijo alguien, la dulzaina hay que llevarla en la capital. Y ahí quedó todo. Él siguió caminando hacia el salón de la reunión, mis paisanos se quedaron comentando la jugada y Esparza y yo fuimos tras los pasos de Garrido para no retrasar la reunión. Quién iba a decir que Garrido moriría con la dulzaina puesta. Escribiré un artículo para
Mundo Obrero
. Los paisanos no se lo van a creer.

—En el inventario de objetos encontrados en el cuerpo de Garrido no figura la insignia.

—Es una cosa tan pequeña. Debe haber pasado desapercibida.

—Está inventariado hasta el poso de hebras de tabaco rubio que había en los fondos de los bolsillos de la chaqueta.

—Pues no lo entiendo. Igual se le cayó cuando movimos el cuerpo. Hubo unos minutos de confusión hasta que los dos médicos miembros del Central dijeron que no se podía hacer nada. ¿Qué pinta la dulzaina en todo esto?

—Hay que tener en cuenta todos los detalles.

—Es que va a empezar la charla y no quiero perdérmela. El cursillo cuesta un ojo de la cara y yo no he nacido alcalde, ¿comprende? Lo que uno no sabe tiene que aprenderlo.

Carvalho dejó a su espalda el ronroneo de los cursillistas y quedó en una encrucijada de caminos que sólo él veía: ¿Fonseca? ¿Santos Pacheco? ¿Volver a por Esparza? ¿Juguetear con los matones que deberían estar esperándole a las puertas del Ayuntamiento?

—A la Puerta del Sol.

—Si está a dos pasos.

—Es que me he levantado cansado.

—Pues el gusto le va a costar doscientas calas.

—Hay gustos más caros.

—Y luego dirán que hay crisis.

—Me deja en la puerta misma de la Dirección General de Seguridad.

—Marchando una de Misión Imposible.

El taxista no le quitó ojo mediante el espejo retrovisor. Saludó con gravedad al ver que la propina se acercaba a las treinta pesetas. Carvalho saltó del taxi y trazó la distancia más corta entre la acera y el policía armado que montaba guardia.

—El señor Pérez Hinestrilla de la Montesa.

—Querrá decir Pérez-Montesa de la Hinestrilla.

—Uno que lleva chaleco.

—Son ganas de señalar.

43

¿Pato o pavo? Habría que decidirlo examinando más detenidamente si la definitiva calificación dependió del largo cuello trabajado por una aparatosa nuez de Adán o de la cabeza pequeña, con mucho morro y poca barbilla, culminada por un pelo cortado bajo la influencia de dos culturas opuestas por el vértice: el cepillo prusiano y el talado capilar punk. Pérez-Montesa de la Hinestrilla trató de pactar.

—Usted comprenderá que yo no puedo revelarle informaciones secretas sin saber el objetivo, sin saber la finalidad. Me pide los informes confidencialísimos que tenemos de los miembros del Comité Central del PCE. Muy bien. Yo se los doy y es una prueba de confianza, pero usted ha de darme otra prueba a cambio que me justifique ante mis superiores.

—¿Quiere que le diga el principal sospechoso?

—Sería justo.

—¿Me garantiza que no morirá un cuarto de hora después de yo haber dado su nombre?

—¿Qué insinúa?

—¿Tan difícil es entenderlo?

—Está usted hablando con un funcionario público, con un servidor de un gobierno democrático y con un demócrata de años. Yo fui accionista de Cuadernos para el Diálogo.

—Usted parece un buen chico, ¿pero está en condiciones de garantizarme lo que le pido? ¿Quiere asumir la responsabilidad de lanzar el nombre de un hombre para que me lo agujereen como si fuera un colador?

O era cólera o era forcejeo consigo mismo. Suspiró y se dio un golpe de castigo contra el respaldo de la alta silla de madera repujada.

—¿Por qué me pone en este brete?

Era cierto. Por qué le ponía ante un dilema moral que podía costarle una carrera, una brillante carrera, quién sabe, director general pronto, delegado del gobierno en algún ente autonómico, ministro a los cuarenta o cuarenta y cinco años y porque tenía facciones de príncipe débil aquel detective cínico utilizaba un chantaje moral que no hubiera utilizado con otro, ¿por qué conmigo?

—Usted ha sido miembro del Partido Comunista.

—Fue una chiquillada. Apenas unos meses. Ni sabía que aquello era el Partido Comunista. Yo creí que era un intento de volver a montar la FUE. ¿Qué universitario de mi edad no ha tenido ideas marxistas en algún momento de su vida? Y para todos o casi todos nos sirvió de vacuna. Pero no le debo nada al partido.

—Este asunto ya no es cuestión de partidos o de intermediarios más o menos poderosos. Hay gángsters por medio, auténticos profesionales del crimen político que quieren acabar el trabajo.

—¿A mí qué me importa? Al fin y al cabo es un asesino, estamos barajando la vida de un asesino.

Carvalho se encogió de hombros, pareció entregarse con gusto a la blandura del sillón Oxford y entornó los párpados como si quisiera imaginar o dormir. El del chaleco hablaba en voz alta, consigo mismo, con Carvalho, con el pasado, con el futuro, con la Humanidad.

—Usted será el primero en contárselo al partido.

—Le doy mi palabra que el partido no sabrá el papel que ha jugado usted en todo esto.

—No he jugado ningún papel ni pienso jugarlo. He de consultar a mis superiores o en cualquier caso con el comisario Fonseca.

Carvalho sonrió con toda la tristeza que pudo acumular en el rostro.

—Al menos he de decírselo al ministro.

Carvalho cabeceó como si medio quilo de tristeza se hubiera sumado a la que le convertía en un hombre vencido por la incomprensión y la insolidaridad.

—Al jefe de gobierno. ¿Tampoco confía en el jefe de gobierno?

—¿Usted cree que el jefe de gobierno va a mantener el secreto de un pacto entre él, usted y yo?

—Déjeme algún camino de salida. No puedo asumir toda la responsabilidad.

—Quiero que el jefe de gobierno se comprometa a que todo quede entre nosotros tres.

—Es una locura, pero lo intentaré.

Se sacó una agenda del bolsillo. Marcó tres números de un teléfono de un solo radial que permanecía como entronizado a cierta distancia del teléfono letrado conectado con la centralita.

—Extensión diez de…

La nuez de Adán se había vuelto loca de entusiasmo, decidida a batir el récord de subidas y bajadas por un cuello humano.

—Hola, presidente, majo. Sí, soy yo otra vez.

Cerró los ojos de deleite al comprobar el respeto con el que Carvalho valoraba tan alta franqueza.

—Mira. Hay posibilidades de acelerar el asunto y necesito tu permiso para que se vean informes confidenciales. Se exige que todo quede entre tú, yo y él. No, ése no. Tampoco. Ya sé que es difícil, pero no hay otra alternativa. Gracias por tu confianza.

Abrió un cajón y sacó una mano llena de kleenex que le sirvieron para secarse un sudor imaginario. Hizo una seña para que Carvalho le siguiera hasta una habitación lateral, apenas un sitio para poner los pies entre altos armarios amarronados en ocultación de todas las paredes. Sacó un llavero del bolsillo, manipuló una cerradura articulada. A la vista de Carvalho aparecieron cajones de zinc con claroscuros de óxidos y vejeces. El subdirector general escogió una caja, se la puso bajo un brazo delgado, perdido en la manga de la chaqueta, volvió a cerrar el cajón, el armario, regresó al despacho, situó la caja al borde de la mesa en dirección a Carvalho. El detective la cogió, volvió a su sofá, cruzó las piernas de manera que la caja quedara oculta para el del chaleco, sobre el improvisado facistol de las piernas cruzadas. Abrió la caja. Buscó una ficha. «Hijo de Emerenciano y Leonor. El padre minero, militante del Partido Comunista de España desde 1932. La madre activista secundaria en la cuenca minera hasta su detención en octubre de 1934. Amnistiada por el Frente Popular en febrero de 1936. Matrimonio en el Frente del Ebro en febrero de 1938. Exilio 1939. Nace Félix Esparza Julve en Tolón, enero de 1940. Actividades del padre en la Resistencia Francesa. Madre deportada con el niño hacia el Macizo Central. Las labores domésticas en casa de un alto oficial alemán los salvan de una deportación a campo de concentración. Al acabar la guerra el padre entra en España clandestinamente con el maquis. Detenido en los alrededores de Villafranca del Bierzo en 1947. Muere de tuberculosis en el penal de El Dueso en 1951. Estudios del hijo en el colegio Marcel Cachin de París financiado por el PCF. Campamentos de verano en la URSS y Rumania. Miembro de la delegación española en el Festival de la Juventud de Moscú de 1958. Estudios de ingeniero agropecuario en la Universidad Humboldt de Alemania Oriental. Rápido ascenso en el partido. Primera misión en España, trabajo subversivo, huelgas de Asturias en 1962. Detenido con nombre supuesto en Madrid en 1965. Estancia de ocho meses en Carabanchel. Sobreseimiento. Nueva detención caída del aparato del Partido en Ciudad Real, 1965. Condena de cuatro años de cárcel a cumplir en la prisión de Cáceres. Aplicación de la Libertad Condicional en 1967. Abandona aparentemente el aparato del partido y monta una sociedad agrícola de productos selectos. Se casa en 1968 con la hija de uno de los socios. Viajes de negocios principalmente a Bélgica y Holanda. Irregularidades de conducta en 1969. Primera separación matrimonial. Quiebra fraudulenta y marcha a Alemania. Contacto en Frankfurt. Sobreseimiento, quiebra fraudulenta y regreso a España. Consultar clave "Maguncia". Nuevo negocio de comercialización productos tropicales. Irregularidades de conducta. Separación matrimonial definitiva. Clave "Fieltro". Nueva vinculación al partido bajo el amparo de Santos Pacheco. Clave "Doblón". Capacitación ST 68, servicios Tornasol Salida. Paraguas.»

Es decir, se resumió Carvalho, alta capacitación, servicios especialísimos, protección sin límites. Y mientras se lo resumía a sí mismo captó una huidiza mirada de Pérez-Montesa de la Hinestrilla dirigida al techo, a Un ángulo concreto de la habitación. Carvalho escondió precipitadamente la carpeta entre las otras e intentó levantarse.

Other books

A Serial Killer in Nazi Berlin by Scott Andrew Selby
Killer Knots by Nancy J. Cohen
White Out by Michael W Clune
Pascale Duguay by Twice Ruined
Death of an Avid Reader by Frances Brody
The Bossman by Renee Rose
Famous by Langdon, Kate
The Queen's Secret by Victoria Lamb