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Authors: Javier Negrete

Tags: #Aventuras

Atlántida (3 page)

Una de las excusas para otorgar a Kosmos la licencia de construcción era que su mansión respetaba las antiguas tradiciones del Egeo. Nea Thera era un edificio diseñado al estilo minoico, como el palacio cretense de Cnosos: un laberinto de columnas rojas y azules que se ensanchaban en el capitel, terrados con cornisas que se sucedían en niveles escalonados siguiendo el accidentado relieve del islote y puertas coronadas por el doble cuerno minoico.

Existía otra razón incluso más fácil de entender: el dinero. Spyridon Kosmos no sólo financiaba las excavaciones, sino que había invertido grandes sumas de dinero en la reconstrucción de Santorini tras la erupción y el terremoto de 2012. En cierto modo, el anciano se había convertido en dueño del pequeño archipiélago.

Por eso podía hacer y deshacer a su antojo. Siempre con la inestimable ayuda de Telamón Sideris, director de las excavaciones y superior directo de Rena, que más que como un asalariado de Kosmos se comportaba como un auténtico esbirro.

Rena sabía de sobra que, si iba a perder su puesto, era por intervención directa de Sideris, pues el resto del equipo de arqueólogos estaba contento con su labor. Pero lo que más la torturaba ahora, mientras apuraba el cigarro contemplando la bahía, era la convicción de que Sideris le estaba ocultando algo. Aquel viejo zorro se guardaba un descubrimiento espectacular que no sacaría a la luz hasta que se librara de ella. Sólo así podría llevarse todo el mérito a solas.

Extractos de la entrevista emitida por la NNC (Net News Channel) el 28 de abril a las 03:00.

Entrevistador:
Tenemos con nosotros a los arqueólogos Telamón Sideris y Rena Christakos, director y subdirectora de las excavaciones de la ciudad minoica de Akrotiri, en Santorini. Buenas noches, profesores.

Sideris:
Buenas noches.

Rena:
Buenas noches.

Entrevistador:
¿Podrían explicarnos en pocas palabras qué era la cultura minoica y por qué tiene tanto interés para los occidentales del siglo XXI? Doctor Sideris…

Sideris:
Por caballerosidad, prefiero ceder la palabra a mi colega.

(Rena lo mira de reojo antes de contestar).

Rena:
La minoica fue una civilización muy próspera que se desarrolló en la isla de Creta y alcanzó su mayor esplendor entre los años 2000 y 1500 antes de Cristo. Pero no se limitó a Creta, sino que extendió su influencia a buena parte del Egeo y del Mediterráneo oriental, y se relacionó en igualdad de condiciones nada menos que con el poderoso país de Egipto.

Entrevistador:
Si apareció en Creta, ¿por qué no la llaman cultura cretense?

Sideris:
Es una tradición llamarla «minoica» porque, según los mitos griegos, en Creta reinó un soberano llamado Minos. Este Minos poseía una flota tan poderosa que dominaba los mares y recibía tributo de todas las islas y ciudades del Egeo.

Entrevistador:
¿No era ese mismo Minos el padre del Minotauro, el monstruo mitad hombre y mitad toro?

Sideris:
Eso no es del todo correcto. Se trata de una cuestión algo escabrosa…

Entrevistador:
Tranquilo, doctor Sideris. No estamos en horario infantil.

Sideris:
Verá, la esposa de Minos tuvo relaciones sexuales con un toro…

Entrevistador:
¡Prefiero no imaginarme cómo lo hizo!

Sideris:
Yo tampoco. El caso es que de esa unión nació el Minotauro. Así que no podemos decir que dicho monstruo fuera exactamente hijo de Minos…

Rena:
Aunque sí es cierto que fue el rey Minos quien hizo construir el Laberinto para encerrar al Minotauro.

Entrevistador:
¿Qué tenían de especial los minoicos para que nos interesen tanto hoy día?

Sideris:
En primer lugar, que influyeron muchísimo en Grecia. Los griegos de la Época Clásica debían a los minoicos mucho de su arte, su religión o sus mitos.

Entrevistador:
Y todos sabemos que Grecia es la cuna de Occidente…

Sideris:
Así es. Eso significa que, en realidad, buena parte de lo que somos hoy día se lo debemos a los minoicos. En Creta, y sobre todo en Santorini, estamos desenterrando las verdaderas raíces de Europa y de toda la civilización occidental.

Entrevistador:
Muy inspirador, doctor Sideris.

Rena:
Mi ilustre colega tiene un gran talento para las frases grandiosas. Pero, por bajarnos un poco de la retórica y ceñirnos a nuestros hallazgos arqueológicos, me gustaría añadir que la cultura material de los minoicos era increíblemente avanzada para la época.

Entrevistador:
¿Puede ponerme algún ejemplo?

Rena:
Claro. En sus palacios y en muchas de sus casas disfrutaban de agua corriente y de retretes, un lujo que después desapareció y sin el que hoy día no seríamos capaces de vivir.

Entrevistador
(riéndose): Yo, desde luego, no.

«Debería haber sido más diplomática con Sideris en aquella entrevista», pensó Rena. Al fin y al cabo, él era su superior.

«Para eso tendría que volver a nacer», se corrigió a sí misma. No soportaba a Sideris, la exasperaban su falsa galantería, su vanidad y su afán por arrogarse todos los méritos de un equipo de más de doscientas personas.

Y, sobre todo, la sacaba de quicio pensar que le estaba ocultando algo.

«Decidido», pensó, aplastando la colilla en el cenicero. Iba a entrar en las excavaciones y descubrir qué escondía Sideris.

Rena subió las escaleras que serpenteaban entre los apartamentos colgados sobre el acantilado, ciento cincuenta peldaños de dimensiones irregulares que quemaban las piernas de cualquiera. Al llegar arriba, respiró hondo y se masajeó los muslos. Tras un breve descanso, cruzó la carretera, entró en su coche y arrancó.

Por el camino se cruzó con dos motoristas que no llevaban casco; lo habitual entre los lugareños, incluso en pleno invierno. Como solía ocurrirle, se sintió un poco culpable por haber alquilado un coche en lugar de una moto. Iris Gudrundóttir, la joven islandesa miembro del equipo de vulcanología, solía reprocharle:

—¿No te parece absurdo usar una máquina que pesa más de una tonelada para transportar a una persona que no llega a sesenta kilos?

Rena ya no se veía con edad para acostumbrarse a conducir una moto. Además, con el viento que solía soplar en la isla, temía que cualquier racha la arrojara por un acantilado. Al menos, el coche que llevaba era eléctrico, tan silencioso que el ruido del aire en el exterior ahogaba el zumbido de su motor.

Cuando llegó al primer cruce, Rena tomó el camino de la derecha. Al cabo de un rato, la carretera se apartó de los acantilados y empezó a descender hacia la costa sur por un valle recubierto de capas de ceniza volcánica en las que la erosión había trazado diseños tan caprichosos como los dedos de un niño en la arena de la playa.

Cuando llegó a las excavaciones, Alex, el guardia que estaba de turno aquella noche, dejó la videoconsola y salió de la caseta.

Rena lo había calculado bien. Alex se llevaba bien con ella y, sobre todo, no soportaba a Sideris a raíz de una bronca que le había echado delante de veinte personas.

—¿Cómo es que viene a estas horas, doctora?

—Me he dejado unas notas. —«Y tengo que terminar un artículo muy importante esta misma noche», pensó en añadir; pero se dijo que dar demasiadas explicaciones a un subordinado haría menos verosímil su excusa.

—¿La acompaño? —preguntó Alex, desenganchándose del cinturón una gruesa linterna—. Es fácil tropezar ahí dentro y…

«Y romper algo», podría haber completado. Obviamente, no se atrevió a explicarle a una arqueóloga con treinta años de experiencia lo delicado que era el yacimiento.

—No hace falta —dijo Rena, encendiendo su propia linterna.

Rena tomó la antigua entrada, situada en el lado sur. Durante décadas, las excavaciones habían estado abiertas al público. Pero en 2005 se había producido un accidente un tanto esperpéntico. El yacimiento estaba protegido por un tejado de uralita sostenido sobre columnas de Dexion. Para minimizar el impacto visual sobre el medio ambiente, se decidió recubrir la uralita con una capa de tierra y musgo, de tal manera que desde las alturas que rodeaban el valle de Akrotiri las excavaciones resultaran prácticamente invisibles.

Para que el musgo se mantuviera verde, los operarios lo regaban de vez en cuando. La tierra se fue empapando hasta compactarse y aumentar de peso, y la carga debilitó poco a poco la estructura. Un fatídico día de septiembre un sector entero de techo se vino abajo. Un turista gales murió y seis personas resultaron heridas.

Desde entonces, los turistas no habían vuelto a entrar en las ruinas de Akrotiri. El mismo mes en que estaba previsto abrirlas al público, en abril de 2012, el volcán habló de nuevo y todos los planes cambiaron. Ahora la razón para cerrar las excavaciones a los turistas no era la seguridad, sino que los visitantes podían entorpecer el trabajo de los arqueólogos, que trabajaban durante todo el año, pese al viento, la lluvia o el frío.

Entrevistador:
Como nuestros espectadores sabrán, el año 2012 no fue el fin del mundo.

Rena:
¿Es que alguien lo esperaba en serio?

Entrevistador:
No obstante, Santorini sufrió una erupción volcánica acompañada de un fuerte terremoto. El yacimiento en el que ustedes trabajan sufrió importantes destrozos, ¿no es cierto?

Sideris:
Así es.

Entrevistador:
Según los informes de los expertos, es posible que en el futuro se produzca una erupción mucho más violenta. Dicha erupción podría dañar de forma irreparable las ruinas de Akrotiri. ¡Dañar unas ruinas! Suena paradójico, ¿verdad?

Sideris:
Sí, pero se trata de una amenaza muy real. Por eso, desde que el consorcio presidido por nuestro patrocinador, el señor Spyridon Kosmos, tuvo a bien nombrarme director de las excavaciones, he multiplicado por diez el ritmo de trabajo.

Entrevistador:
¡Por diez! Eso sí que es mejorar resultados.

Sideris:
Quiero desenterrar todos los edificios y obras de arte que pueda para fotografiarlos, estudiarlos y, en lo posible, trasladarlos a un lugar seguro antes de que se produzca la erupción.

Rena:
Aunque aquello que no
podamos
desenterrar seguirá bien protegido bajo una capa de unos cuantos metros de ceniza que, simplemente, será más gruesa. (Sideris mira de reojo a Rena y frunce el ceño, pero no dice nada).

Era la primera vez que Rena entraba de noche en la antigua ciudad. Un aquel silencio espectral, apenas iluminado por las luces de emergencia y el haz de su linterna, le pareció oír las voces de los niños que jugaban por los callejones, y sintió una mezcla de reverencia y temor.

Caminó entre casas de dos, tres y hasta cuatro pisos de altura que se levantaban arracimadas unas con otras. Las calles eran estrechas y tortuosas, construidas en aparente desorden. Sin embargo, ofrecían sombra en verano y en invierno sus ángulos cambiantes protegían de los ventarrones tan habituales en la isla. El empedrado estaba pulido por el paso de los viandantes, y bajo él corrían las alcantarillas que llevaban los residuos de los retretes privados a los pozos negros.

Todo el conjunto se había salvado gracias a la gran erupción de la Edad de Bronce. En circunstancias normales, los vecinos de Akrotiri habrían construido viviendas nuevas encima de las antiguas, borrando así las huellas del pasado. Pero el volcán hizo que los habitantes evacuaran la población y después enterró las casas bajo una espesa capa de cenizas, como una fotografía eternamente congelada.

Rena llegó a la calle que habían bautizado como «de los Caldereros» porque allí habían hallado calderos de cobre y de bronce. Algo raro en Akrotiri: antes de evacuar la ciudad, los habitantes se habían llevado prácticamente todos los objetos de valor, y eso incluía los enseres metálicos.

Sospechaba que era en esa zona donde Sideris había hecho algún hallazgo espectacular que quería ocultar hasta que llegara el mejor momento para sacarlo a la luz y colgarse todas las medallas. Desde hacía varias semanas, cada vez que Rena se acercaba a la calle de los Caldereros le salía al paso algún miembro de la cuadrilla personal de Sideris para consultarle dudas o hacerle comentarios intrascendentes. Era como si quisieran ganar tiempo para tapar algo.

En teoría, todo lo que había en el subsuelo de Akrotiri aparecía en las imágenes del radar de penetración terrestre. Pero, sin ser ninguna
hacker,
Rena sabía muy bien que las lecturas en 3D del radar se podían ocultar y cifrar, sustituyéndolas por otras para engañarla a ella y a la mayoría del equipo.

Para frustración de Rena, el aspecto que presentaban la calle y las casas era el mismo de todos los días. «Era evidente que no podía ser tan fácil», pensó.

Estaba planteándose dar media vuelta cuando se detuvo en seco. Sintió un vacío en el estómago y empezó a sudar frío.

Se miró los antebrazos. Tenía el vello erizado.

Bajo sus pies notó una vibración sorda, y después escuchó una grave trepidación, como si las tripas de la Tierra rugieran de hambre.
Brrrrmmmm…

Medio segundo después llegó el terremoto. El rugido se convirtió en un bramido ensordecedor y el suelo se sacudió como una cuna agitada por las manos de un gigante loco.

Rena recordó las instrucciones de su madre, que había vivido más de un temblor de tierra. «Si no te da tiempo a salir a la calle, ponte bajo el dintel de una puerta».

Ahora, la «calle» se hallaba debajo de un cielo de metal que en el pasado ya se había derrumbado con consecuencias letales. Rena prefirió correr hacia la derecha y refugiarse bajo la puerta de una casa, sin pensar que aquel dintel tenía tres mil quinientos años y seguramente no resistiría mucho.

Pero no fueron ni la pared ni la viga de madera del dintel las que cedieron, sino el suelo. Con un grito de terror, Rena se hundió bajo tierra.

Entrevistador:
Ustedes dos trabajan en las excavaciones de Akrotiri, a la que muchos han llamado «la Pompeya del Egeo». ¿Por qué esa comparación?

Rena:
Porque, al igual que Pompeya, la ciudad de Akrotiri quedó enterrada bajo las cenizas de un volcán hace tres mil quinientos años.

Sideris:
Sólo que la erupción de Santorini fue muchísimo más violenta que la del Vesubio. Su magnitud fue tal que precipitó el fin de la civilización minoica no sólo en Santorini, sino también en Creta, cien kilómetros al sur. En Egipto provocó las tinieblas que se mencionan en la Biblia, y a nivel global hizo bajar las temperaturas en todo el mundo.

Entrevistador:
Eso no nos vendría mal hoy día con el calentamiento…

Sideris:
Algunos expertos, entre los que me encuentro, postulan que esa tremenda catástrofe originó el mito de la Atlántida.

Entrevistador:
Eso es muy interesante. Pero seguro que usted tiene otra opinión, doctora Christakos. ¿Cree que Santorini pudo haber sido la Atlántida?

Rena:
Sólo en un sentido muy metafórico. Es cierto que el volcán hundió bajo las aguas más de media isla. Pero Santorini no era el centro de una auténtica civilización, sino una colonia de Creta.

Sideris:
Siento disentir, con todo respeto, de las opiniones de mi colega la doctora Christakos. Creo que en las excavaciones que dirijo encontraremos pruebas de que Santorini no era una simple colonia. Se trataba de una metrópoli por derecho propio que no dependía de Creta, sino que ejercía una gran influencia sobre ella. En mi opinión, Santorini era el verdadero corazón de la civilización minoica.

Rena:
Discrepo. También con todo respeto, por supuesto.

Sideris:
No esperaba menos de usted, mi querida Rena.

Rena:
Akrotiri, la ciudad que
ambos
excavamos, debió tener unos doce mil habitantes. Se trataba de una cifra respetable para la Edad de Bronce, pero estaba lejos de ser una urbe tan populosa como Cnosos. Yo sigo fiel a la ortodoxia: el núcleo de la civilización minoica se hallaba en Creta.

Sideris:
Mi querida Rena, da usted por supuesto que
sólo
había una ciudad en Santorini. Pero los espectadores han de saber que en el centro de la bahía se alzaba una isla coronada por un volcán.

Rena:
Aunque así fuera…

Sideris:
Estoy convencido de que en las laderas de ese volcán había otra ciudad mucho mayor que Akrotiri, y que era la auténtica capital de la isla. Pero todo eso se hundió bajo las aguas durante el gran cataclismo.

Entrevistador:
¿No hay restos de esa capital?

Rena:
No, no los hay.

Sideris: Todavía
no se han descubierto, lo que no significa que no existan. Gracias al generoso mecenazgo de nuestro patrocinador, el señor Spyridon Kosmos, el buque oceanográfico
Poseidón
está rastreando los fondos de la bahía en busca de vestigios de esa ciudad perdida.

Entrevistador:
¿Y creen ustedes que los hallarán?

Rena:
Nada me agradaría más que equivocarme, pero dudo que el
Poseidón
encuentre nada de interés.

Sideris:
Yo soy más optimista. La erupción del año 2012 ha elevado y removido el fondo de la bahía. Presiento que pronto encontraremos alguna sorpresa que ha permanecido oculta durante siglos.

Entrevistador:
¿Sorpresa que corroboraría su teoría de que Santorini era la auténtica Atlántida?

Sideris:
Prefiero no anticipar acontecimientos.

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