Azteca (169 page)

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Authors: Gary Jennings

Tags: #Histórico

Compadezco a esas otras naciones, aun a nuestros antiguos enemigos los texcalteca, que ahora se lamentan amargamente por haberles ayudado a ustedes, los hombres blancos, empujándolos a tomar El Único Mundo. Dije hace unos momentos que no podía ver el futuro, pero de cierta manera sí lo he hecho. He visto a Martín, el hijo de Malintzin, y a la creciente cantidad de niños y niñas que nacen, con un color de
chocólatl
aguado y baja calidad. Eso puede ser el futuro; no toda nuestra gente de El Único Mundo va a quedar exterminada, pero decaerán en una raza diluida, insípida en su debilidad, uniforme e inútil. Puede ser que esté equivocado, es más, me queda la esperanza de equivocarme, pero lo dudo. Debe de haber algunos pueblos en estas tierras, tan remotos o invencibles que puedan ser dejados en paz y que se multipliquen, y entonces…
¿aquin ixnentla? ¡Ayyo
, casi hasta me gustaría vivir para ver qué pasará! Mis ancestros no se sintieron avergonzados cuando los llamaron Gente de la Mala Hierba, pues aunque la mala hierba sea fea e indeseable, crece fuerte y fiera y es casi imposible de erradicar. No fue cortada sino hasta que la civilización de la Gente de la Mala Hierba creció y floreció, pues las flores son bellas, fragantes y deseables, pero perecen. Quizás en alguna otra parte de El Único Mundo existe o existirá otro pueblo como la Gente de la Mala Hierba y tal vez su
tonali
sea que crezcan y quizás sus hombres blancos no puedan abatirlos y tal vez alguna vez alcanzarán nuestra propia eminencia. Podría pasar eso y también que cuando ellos se pongan en camino, alguno de mis descendientes marchara con ellos. No tomo en cuenta las semillas que alguna vez pude haber dejado en las lejanas tierras del sur, pues la gente allí lleva mucho tiempo degenerada y nunca serán otra cosa, ni siquiera con mi posible infusión de sangre mexica entre ellos. Pero hacia el norte, bien, entre los muchos pueblos en que vagué está todavía el Aztlán. Y hace mucho tiempo que me di cuenta del significado de la invitación que me extendió aquel Orador Menor, quien también se llamaba Tliléctic-Mixtli. Él me dijo: «Debes venir otra vez al Aztlán, hermano, pues te vas a encontrar con una pequeña sorpresa», pero no fue sino hasta mucho después que me acordé que había dormido muchas noches con su hermana y sabía cuál era la sorpresa que me estaba esperando. Muchas veces me he preguntado: ¿niño o niña? Pero sé esto, que ya sea él o ella, no se quedará, temeroso o estúpido, en el Aztlán si sale otra migración de allí. Y le deseo todo éxito en el futuro a esa joven semilla. Pero estoy divagando otra vez y Su Ilustrísima se muestra impaciente. Entonces, si me da usted su permiso, Su Ilustrísima, me iré ahora. Me iré y me sentaré junto a Beu y seguiré diciéndole que la amo, pues quiero que ésas sean las últimas palabras que ella oiga cada noche antes de que se duerma y antes de que se duerma para siempre. Y cuando ella se duerma, yo me levantaré y saldré hacia la noche y caminaré por las calles vacías.

EXPLICIT

Crónica narrada por un indio anciano de la tribu comúnmente llamada azteca, como fue recopilada
verbatim ab origine
por:

FRAY GASPAR DE GAYANA J.

PRAY TORIBIO VEGA DE ARANJUEZ

FRAY JERÓNIMO MUÑOZ G.

FRAY DOMINGO VILLEGAS E YBARRA

ALONSO DE MOLINA,
interpres

En el día de la fiesta de San Juan Apóstol, 25 de julio, 1531 D.C.

I H S

S. C. C. M.

Santificada, Cesárea, Católica Majestad,

el Emperador Don Carlos, nuestro Señor Rey:

Muy Magistral Majestad, desde esta Ciudad de México, capital de la Nueva España, es este día de los Santos Inocentes, en el año de Nuestro Señor Jesucristo de mil quinientos treinta y uno, os saludo.

Perdonad, Señor, el largo intervalo entre nuestra última comunicación. Como el Capitán Sánchez Santoveña puede atestiguar, su carabela correo tardó mucho en llegar aquí, al encontrarse con vientos contrarios cerca de las Azores y una gran calma en las estáticas latitudes del Mar de los Sargazos. Por este motivo acabamos de recibir la carta de Vuestra Majestad, en la que nos da vuestras instrucciones para que nos hagamos cargo de que, «como una recompensa por sus servicios prestados a la Corona», nuestro cronista el azteca sea favorecido «con una casa cómoda para él y su mujer, con un pedazo de tierra laborable y una pensión adecuada para que puedan sustentarse hasta el final de sus días». Tengo la pena de informaros, Señor, que no podemos cumplir con eso, porque el indio ha muerto, y si su inválida viuda todavía vive no tenemos ni idea de dónde pueda estar. Ya que nos, anteriormente habíamos preguntado a Vuestra Majestad acerca de lo que deseaba que se hiciera con el azteca al terminar su trabajo y puesto que la única respuesta fue un silencio largo y ambiguo, quizás nos, podamos ser excusados por haber asumido que Vuestra Devota Majestad, compartía la creencia de este clérigo, expuesta con mucha frecuencia durante nuestra campaña en contra de las brujas de Navarra, de que «pasar por alto la herejía, es incitar la herejía».

Después de haber esperado un tiempo razonable para recibir alguna instrucción de Vos, o que expresarais vuestros deseos acerca de las disposiciones a tomar sobre este asunto, nos, tomamos una medida eminentemente justificada. Levantamos contra el azteca un cargo formal de herejía, así que fue sometido a juicio. Por supuesto, que si la carta de Vuestra Clemente Majestad hubiera llegado antes, habría constituido un tácito perdón real sobre las ofensas de ese hombre, y la acusación habría sido descartada. Sin embargo, Vuestra Majestad podría considerar que ¿no sería una indicación de la voluntad de Dios que los vientos del Mar Océano hayan retrasado el correo?

De cualquier modo, nos, recordamos bien el juramento hecho por nuestro Soberano que una vez declaró en nuestra presencia, que vos «estaréis dispuesto a poner a un lado vuestros dominios, amigos, sangre, vida y alma con tal de extinguir la herejía». Así es que nos, tenemos la confianza de que Vuestra Cruzada Majestad aprobará el que hayamos ayudado al Señor a librar al mundo de un favorito más del Adversario.

La Corte de la Inquisición fue convocada en nuestra sala de justicia el día de San Martín. Todo el protocolo y todas las formalidades fueron cuidadosamente y estrictamente observados. Estuvieron presentes además de nos, como Inquisidor Apostólico de Vuestra Majestad, nuestro vicario general actuando como Presidente de la Corte, nuestro Alguacil Mayor, nuestro Notario Apostólico y por supuesto el acusado. El proceso se llevó a efecto en la mañana de ese mismo día, puesto que nos, fuimos acusador y juez, y el acusado fue el único testigo a declarar, pues la única evidencia presentada fue una selección de las palabras citadas y extraídas de la crónica del acusado y transcritas por nuestros frailes.

De acuerdo con lo que él mismo admitió, el azteca abrazó el Cristianismo de una manera fortuita, por haber estado presente en una ceremonia de bautismo llevada a efecto por el Padre Bartolomé de Olmedo hace muchos años, y él se sometió a ello tan casualmente como durante toda su vida se sometió a cada oportunidad que tuvo para pecar. Pero sin tomar en consideración la actitud que haya asumido en aquel entonces —de frivolidad, de curiosidad o escepticismo— no hay manera de anular el Sacramento del Bautismo. El indio llamado Mixtli (entre otros muchos nombres) murió en el momento en que el Padre Bartolomé derramó sobre él las aguas bautismales, y en esos momentos él renació limpio de todo pecado original y de todos sus pecados anteriores en el
character indelibilis
de Juan Damasceno. No obstante, durante todos los años después de su conversión y confirmación en la Fe, Juan Damasceno cometió muchas y diversas iniquidades, de las cuales las más notorias fueron sus palabras de escarnio y desprecio hacia la Santa Iglesia, que disimuladamente o descaradamente expresó en el curso de su narración en su «historia azteca». Por eso, Juan Damasceno fue condenado y juzgado como hereje en tercera categoría: v.g.: uno que habiendo abrazado la Fe, habiendo abjurado de todos sus pecados anteriores, cae de nuevo dentro de sus errores nefandos.

Por razones políticas, nos, hemos omitido de la acusación de Juan Damasceno algunos de sus pecados corporales que cometió después de su conversión y que admitió sin ninguna contrición. Por ejemplo, si nosotros aceptamos que estaba «casado» (por la ley existente de esta gente), en el tiempo en que él cometió fornicación con la mujer que entonces era llamada Malinche, claramente es culpable del pecado mortal de adulterio. Sin embargo, nos, juzgamos muy imprudente llamar bajo
sub poena
a la ahora muy respetable y estimada Doña Marina Vda. de Jaramillo, para atestiguar en este juicio. Además, el propósito de la Inquisición no es tanto examinar las ofensas particulares del acusado, sino indagar su tendencia incorregible y su susceptibilidad hacia
fomes peccati
, para encender «la yesca del pecado». Así es que nosotros nos contentamos con no acusar a Juan Damasceno de cualquiera de sus inmoralidades carnales, sino sólo de sus
lapsi fidei
, que eran bastante numerosos. La evidencia se presentó en forma de letanía, con nuestro notario apostólico leyendo los pasajes seleccionados de la transcripción, sacada de las propias palabras del acusado y luego el juez respondía con la acusación adecuada: v.g.: «Profanación de la santidad de la Santa Iglesia». El notario leía alguna otra frase y el juez respondía: «Vilipendio y falta de respeto al clero». El notario leería otra vez y el juez volvería a responder: «Promulgación de doctrinas contrarias a los Santos Cánones de la Iglesia».

Y así seguía y a través de toda la lista oficial de cargos se hizo patente que el acusado era el autor de un libro obsceno, blasfemo y pernicioso, que ha prorrumpido en invectivas en contra de la Fe Cristiana, que ha incitado a la apostasía y propuesto la sedición y lesa majestad, que ha ridiculizado el estado monástico, que ha pronunciado palabras que ningún otro cristiano piadoso y súbdito leal de la Corona jamás pronunciaría ni oiría. A pesar de que todo esto son graves errores contra la Fe, al acusado se le dio la oportunidad de retractarse y de abjurar sus ofensas, aunque por supuesto ninguna retractación hubiera sido aceptada por la Corte, ya que todas sus observaciones herejes han sido tomadas y preservadas por escrito, lo que hace que cada cargo sea substancialmente en contra de él ya que la palabra impresa no se puede borrar. De cualquier forma, cuando el notario le leyó otra vez, uno por uno, los pasajes seleccionados de su narración como: v.g.: su observación idólatra de que «algún día mi crónica me servirá como una confesión a la bondadosa diosa La Que Come Suciedad», y le preguntaba después de cada frase: «Don Juan Damasceno, ¿es verdad que ésas son sus palabras?», él rápida e indiferentemente aceptaba que lo eran. No alegó nada en su defensa ni para mitigar sus ofensas, cuando el Presidente de la Corte le informó de la manera más solemne del castigo tan horrible al que se enfrentaría si era encontrado culpable, a lo que Juan Damasceno sólo hizo un comentario espontáneo:

«¿Eso quiere decir que no voy a ir al Cielo Cristiano?».

Se le dijo que en verdad ése sería su peor castigo, que podía estar seguro de que él no iría al Cielo. A lo cual, se sonrió provocando un sentimiento de horror en cada una de las almas que estaban en la Corte.

Nos, como Inquisidor Apostólico, estábamos obligados a advertirle sus derechos: aunque era imposible que se retractara de sus pecados, todavía podía confesarse y manifestar arrepentimiento, de esa manera sería recibido como penitente, reconciliado con la Iglesia y sujeto a la pena menor prescrita por los cánones de la ley civil,
viz
., condenado a pasar el resto de su vida trabajando en las galeras de Vuestra Majestad como prisionero. Nosotros también le recitamos la ley de conjuración: «Si vos os mostráis sinceramente afligido por vuestra obstinación culpable, nos, rezaremos para el Cielo os dé el don y el espíritu de arrepentimiento y contrición. No nos deis pena al persistir en vuestro error y herejía; ahorradnos el dolor de vernos obligados a invocar las justas pero severas leyes de la Inquisición».

Sin embargo, Juan Damasceno se mantuvo en su actitud obstinada, sin ceder a ninguna de nuestras persuasiones e incitaciones, sólo continuó sonriendo sombrío y murmurando algo acerca de que su destino había sido decretado por su «
tonali
» pagano, otra herejía más que suficiente. De ahí que el alguacil mayor lo llevó a su celda, mientras la Corte deliberaba sobre su juicio y por supuesto las pruebas fueron convincentes, así es que se pronunció el veredicto de que Juan Damasceno era culpable de herejía.

Como lo establecen las leyes del canon, al siguiente domingo su sentencia fue formalmente proclamada y publicada. Juan Damasceno fue sacado de su celda y conducido al centro de la gran plaza, en donde a todos los cristianos de la ciudad se les había ordenado ir y prestar atención. Así pues, había una gran multitud, que incluía además de los españoles e indios de nuestras varias congregaciones, a varios oidores de la Real Audiencia y a otros oficiales seculares de la Justicia Ordinaria y al provincial encargado de dar auto de fe. Juan Damasceno llegó llevando el saco de sambenito de los condenados y en su cabeza la corona de la infamia, hecha con las varas del corojo, y acompañado por Fray Gaspar de Gayana, quien cargaba una gran cruz.

Una plataforma muy elevada había sido erigida especialmente en la plaza, por nosotros los Inquisidores, y desde esa altura el Secretario del Santo Oficio leyó en voz alta a la multitud la lista oficial de las ofensas y de los cargos, y el juicio y veredicto de la Corte, todo lo cual fue repetido en náhuatl por nuestro intérprete Molina, para que fuera comprendido por los muchos indios que se hallaban presentes. Después nos, como Inquisidor Apostólico, dimos el
sermo generalis
de la sentencia, enviando al pecador condenado al brazo secular de castigo
debita animadversione
, y haciendo las recomendaciones rutinarias a esas autoridades para que ejercieran misericordia, al llevar a efecto el castigo.

«Nosotros nos encontramos en condiciones de declarar que Juan Damasceno es un hereje rebelde, así que lo pronunciamos como tal. Nosotros nos encontramos en condiciones de remitirlo, así que lo remitimos al brazo secular de la Justicia Ordinaria de esta ciudad, a quienes rogamos descargar la justicia sobre él, en una forma benigna».

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