Read Bill, héroe galáctico Online

Authors: Harry Harrison

Tags: #ciencia ficción

Bill, héroe galáctico (4 page)

SOLO PARA OFICIALES, decía.

—Largo —chirrió un PM, empujándolos con su porra electrónica. Se arrastraron alejándose.

El siguiente establecimiento admitía a hombres de todas las clases sociales, pero la entrada era de setenta y siete créditos, más de lo que tenían entre todos ellos. Después de esto, los SOLO PARA OFICIALES comenzaban de nuevo, hasta que terminaba el pavimento y todas las luces estaban tras ellos.

—¿Qué es eso? —preguntó Horroroso al oír el sonido de voces murmurando desde una cercana calle oscura; y mirando de cerca pudieron ver una línea de soldados que se extendía hasta perderse de vista en una distante esquina—. ¿Qué es esto?

—le preguntó al último de la cola.

—La casa de las fulanas de los soldados. Y no trates de colarte, chaval. A la cola, a la cola.

Se unieron a ella instantáneamente, y Bill quedó el último, pero no por mucho rato. Fueron avanzando lentamente, y otros soldados aparecieron y formaron cola tras ellos. La noche era fría, y tomó muchos tragos revitalizadores de su botella. Se oían pocas conversaciones, y hasta estas morían al irse aproximando a la puerta iluminada con luz roja. Se abría y cerraba a intervalos regulares, y uno a uno los amigos de Bill se introdujeron. Entonces llegó su turno, y la puerta empezó a abrirse, y él comenzó a adelantarse, y las sirenas comenzaron a chillar, y un enorme PM de gruesa tripa saltó entre Bill y la puerta.

—Llamada de emergencia. ¡De vuelta a la base! —ladró.

Bill aulló un estrangulado gruñido de frustración, y saltó hacia adelante. Pero un golpecito de la porra electrónica lo volvió con los demás. Se lo llevaron medio atontado entre la masa de cuerpos, mientras las sirenas gemían, y la aurora artificial en el cielo formaba las palabras: ¡A LAS ARMAS! en letras llameantes de dos centenares de kilómetros de largo cada una. Alguien extendió una mano, sosteniendo a Bill cuando comenzaba a caer bajo las botas púrpura. Era su compañero, Horroroso, que mostraba una sonrisa de satisfacción, y por ello lo odió y trató de golpearle. Pero antes de que pudiera alzar el puño se vieron introducidos en el vagón del monorraíl, lanzados a través de la noche y escupidos de vuelta en el Campo León Trotsky. Olvidó su irritación cuando las engarfiadas pezuñas de Deseomortal Drang lo arrancaron de la multitud.

—Empaquen los macutos —carraspeo—. Van a partir.

—No pueden hacernos eso… No hemos terminado nuestro entrenamiento.

—Pueden hacer lo que quieran, y normalmente lo hacen. Se acaba de combatir una gloriosa batalla espacial hasta su victoriosa conclusión. Y han habido cuatro millones de bajas, con una aproximación de algunos centenares de miles. Se necesitan reemplazos, y esos sois vosotros. Preparaos para embarcar en los transportes inmediatamente, o antes.

—No podemos… ¡No tenemos equipo espacial! La intendencia…

—Todo el personal de intendencia ya ha sido embarcado.

—La comida…

—Los cocineros y los pinches ya están en el espacio. Esta es una emergencia. Todo el personal no esencial está siendo enviado. Probablemente a su muerte —se acarició un colmillo, y los inundó con una horrible sonrisa—. Mientras, yo permaneceré aquí, en tranquila seguridad, para entrenar a vuestros reemplazos.

El tubo de llegada hizo un sonido apagado y, mientras abría la cápsula del mensaje y leía su contenido, su sonrisa se hizo lentamente pedazos.

—Me embarcan también a mí —dijo con voz hueca.

TRES

86.672.890 reclutas habían sido ya embarcados para el espacio desde el Campo León Trotsky, así que el proceso era automático y funcionaba perfectamente, aunque esta vez se estaba devorando a sí mismo, cómo una serpiente que se traga su propia cola. Bill y sus compañeros fueron el último grupo de reclutas enviado, y la serpiente comenzó a digerirse a sí misma justo tras ellos. Apenas se les hubo arrebatado su naciente barba y los hubieron despiojado en el despiojador ultrasónico, los barberos se lanzaron unos contra otros y en un amasijo de brazos, rizos de pelo, trozos de bigote, pedazos de carne y gotas de sangre, se afeitaron y cortaron el pelo unos a otros, y luego arrastraron al operador tras ellos en la cámara ultrasónica. Los enfermeros se inocularon a sí mismos inyecciones contra la fiebre de los cohetes y los constipados espaciales, los oficinistas se hicieron a sí mismos libretas de paga y los cargadores se empujaron a patadas unos a otros por las rampas que subían hasta los transbordadores. Los cohetes ardían, dejando columnas de fuego como lenguas escarlatas que lamieran las torres de lanzamiento, quemando las rampas en un bello espectáculo pirotécnico ya que los operadores de las rampas también estaban a bordo. Las naves rugieron y produjeron ecos en el cielo de la noche, dejando al Campo León Trotsky convertido en una silenciosa ciudad fantasma en la que pedazos de órdenes del día y listas de castigo se agitaban y volaban desde los tablones de anuncios, bailando a través de las abandonadas calles para chocar finalmente contra las ruidosas y encendidas ventanas del Club de Oficiales, en el que se estaba desarrollando una fenomenal borrachera, aunque hubiera muchas quejas puesto que los oficiales tenían que servirse a sí mismos.

Arriba y arriba subieron los transbordadores, hacia la gran flota de naves del espacio profundo que oscurecía las estrellas de encima, una nueva flota, la más poderosa que la galaxia hubiera visto jamás, de hecho tan nueva que las naves estaban aún siendo construidas. Los sopletes brillaban en cegadores puntos de luz, mientras los ribetes al rojo describían sus trayectorias planas por el espacio hasta los cestos que los esperaban. Los puntos de luz morían a medida que los monstruos de los mares espaciales eran completados, y se oían apagados chillidos en la longitud de onda de las radios de los trajes espaciales cuando los obreros, en lugar de ser devueltos a los astilleros, eran forzosamente reclutados al servicio de la nave que acababan de construir. Esto era una guerra total. Bill se tambaleó a lo largo del cimbreante tubo de plástico que conectaba el transbordador a un acorazado espacial, y dejó caer sus macutos frente a un suboficial que se sentaba tras un escritorio en la compuerta, del tamaño de un hangar. O trató de dejarlos caer, puesto que al no haber gravedad los macutos se quedaron en medio del aire, y cuando los empujó fue él quien se elevó. (Puesto que un cuerpo, cuando está cayendo libremente, se dice que está en caída libre, y cualquier cosa con peso no tiene peso, y por cada acción hay una igual pero opuesta reacción, o algo así) El suboficial miró hacia arriba, farfulló, y tiró de Bill, bajándolo a cubierta.

—No toleraré ninguno de esos trucos de novato espacial, soldado. ¿Nombre?

—Bill, con elle.

—Bil —murmuró el suboficial, chupando el plumín de su estilográfica. Y luego escribió el nombre en la lista de embarque con grandes letras de analfabeto—. La elle es tan solo para los oficiales, chalado… a ver si lo aprendes. ¿Cuál es tu clasificación?

—Recluta, sin cualificar, sin entrenar, con mareo espacial.

—Bueno, no vomites aquí. Para eso tienes tu recinto. Ahora eres un especialista en fusibles de sexta clase, sin cualificar. Quedas asignado al compartimiento 34 J89T-01. Muévete, y mantén ese saco de patatas sobre tu cabeza

No bien hubo encontrado Bill su compartimiento y lanzado los macutos sobre una litera, en donde flotaron a quince centímetros por encima de la colchoneta rellena de rocas, cuando Ansioso Beager entró, seguido de Caliente Brown y una multitud de extraños, algunos de los cuales llevaban sopletes y expresiones de irritación.

—¿Dónde está Horroroso y el resto del pelotón? —preguntó Bill.

Caliente se alzó de hombros y se ató a una litera para echar un sueñecito. Ansioso abrió una de las seis bolsas que siempre llevaba encima y sacó algunas botas para limpiar.

—¿Estáis salvados? —una voz profunda, vibrante de emoción, sonó en el otro extremo del compartimiento. Bill miró hacia allí, asombrado, y el enorme soldado que se encontraba allí apercibió el movimiento y apuntó hacia él un inmenso dedo

—. Tú, hermano, ¿estás salvado?

—Eso es bastante difícil de decir —murmuró Bill, inclinándose y rebuscando en su macuto, esperando a que el hombre se largase. Pero no lo hizo. En realidad, se acercó y se sentó en la litera de Bill. Bill trató de ignorarlo, pero esto era difícil, porque el soldado tenía más de un metro ochenta de altura, era musculoso y tenía una mandíbula de acero. Gozaba de una negra piel purpúrea que le hizo sentir un poco de envidia a Bill, ya que la suya tan solo era de un gris rosáceo. Como el uniforme de a bordo del soldado tenía casi la misma tonalidad de negro, parecía de una sola pieza, lo cual era muy efectivo con su abierta sonrisa y su aguda mirada. —Bienvenido a bordo del Fanny Girl —dijo, y con un amistoso apretón de manos desencajó la mayor parte de los huesos de los nudillos de Bill—. esta vieja nave de la flota comisionada hace casi una semana. Yo soy el reverendo especialista en fusibles de sexta clase Tembo, y veo por el grabado de tu macuto que te llamas Bill, y como somos compañeros, por favor, Bill, llámame Tembo. Y, ¿cuál es la condición de tu alma?

—No he tenido muchas oportunidades de pensar en eso últimamente…

—Pienso que no, puesto que vienes del entrenamiento de reclutas, y el atender a una capilla durante ese entrenamiento se castiga con una corte marcial. Pero todo eso ya pasó, y ahora puedes ser salvado. ¿Puedo preguntarte si eres de la fe…?

—Mi familia eran Zoroastrianos Fundamentalistas, así que supongo que…

—Supersticiones, muchacho. Vulgares supersticiones. Ha sido la mano del destino la que nos ha reunido en esta nave, para que tu alma tenga esta oportunidad de ser salvada del oscuro abismo. ¿Has oído hablar de la Tierra?

—Me gustan las comidas sencillas…

—Es un planeta, muchacho: la cuna de la raza humana. El hogar del que todos venimos, ¿comprendes? Un mundo verde y hermoso, una joya en el espacio.

Tembo había sacado un pequeño proyector de su bolsillo mientras hablaba, y una imagen multicolor apareció en la mampara, un planeta flotando artísticamente en el vacío, rodeado de blancas nubes. Repentinamente, fieros rayos surgieron de las nubes, y todo esto hirió e hirvió mientras grandes cicatrices aparecían el en el planeta de abajo. Del microscópico altavoz surgió débil sonido de los truenos—. Pero las guerras estallaron entre los hijos del hombre, y se golpearon unos a otros con las energías atómicas hasta que la misma Tierra gimió, y cuando los relámpagos finales enorme fue el holocausto se apagaron la muerte reinaba en el norte, la muerte reinaba en el oeste, la muerte reinaba en el este, muerte, muerte, muerte.

—¿Te das cuenta de lo que eso significa? —la voz de Tembo era elocuente en su sentimiento, y quedó suspendida por un instante a medio vuelo, esperando la respuesta a su pregunta catequista.

—No estoy seguro —dijo Bill, rebuscando sin objetivo en su macuto—. Yo vengo de Phigerinadon II, es un sitio tranquilo…

—¡La muerte no reinaba en el Sur! Y ¿por qué fue salvado el Sur?, te preguntarás. Y la respuesta es: porque fue deseo de Samedi que todos los falsos profetas y las falsas religiones y los falsos dioses fueran borrados del rostro de la Tierra de forma que tan solo quedase la verdadera fe. La Primera Iglesia Reformada Vudú…

Sonó el cráneo humano de tal generala, una aullante alarma calculada para producir una frecuencia resonante en se hallara en forma que el hueso vibrase como si la cabeza el interior de una tremenda campana, y los ojos se desenfocasen con cada sonido. Hubo un correteo hacia el corredor, en donde el horrible sonido no era tan intenso y en donde los suboficiales estaban esperando para llevarlos a sus puestos. Bill siguió a Ansioso Beager, subiendo por una aceitosa escalera hasta llegar a la compuerta en el piso de la sala de fusibles. Grandes hileras de fusibles se extendían por todos lados, mientras de la parte superior de las hileras surgían cables del grosor de un brazo que subían hasta el techo y desaparecían en él. Frente a las hileras, regularmente espaciados, se veían unos agujeros redondos de más de un palmo de diámetro.

—Mis frases iniciales serán breves: si alguno de vosotros me crea problemas, yo personalmente lo tiraré de cabeza por el más cercano conducto de fusibles —un grasiento índice apuntó a uno de los agujeros del piso, y reconocieron la voz de su nuevo dueño. Era más bajo y más ancho y más grueso de tripa que Deseomortal, pero existía una semejanza genérica que era inconfundible—. Soy el especialista en fusibles de primera clase Bilis. Os cogeré a vosotros, repugnantes y los echaré por el conducto de fusibles más cercano. Esta es una especialidad altamente especializada y eficientemente técnica, que usualmente se tarda un año en enseñar a un hombre inteligente, pero esto es la guerra, así que vais a aprenderlo a hacerlo ahora, o de lo contrario… Os haré una demostración. Tembo, al frente y al centro. Toma el tablero 19J—., está fuera de circuito ahora.

Tembo golpeó los tacones y se colocó en rígido firmes frente al tablero. Extendiéndose a ambos lados de él, se hallaban los fusibles, cilindros de cerámica blanca recubiertos en ambas extremidades por metal. Cada uno de un palmo de diámetro, un metro y medio de alto, y pesando treinta y cinco kilos. Había una banda roja rodeando el centro de cada fusible. El primera clase Bilis golpeó una de esas bandas.

—Cada fusible tiene una de estas bandas rojas que se llama una banda de fusibles y es de color rojo. Cuando el fusible se quema, esta banda se vuelve negra. No espero que os acordéis de todo eso ahora, pero está en vuestro manual, y os lo vais a saber al pie de la letra antes de que haya acabado con vosotros, o de lo contrario… Ahora os demostraré lo que pasará cuando se queme un fusible. Tembo: ¡ese es un fusible fundido! ¡Ar!

—¡Uggg! —chilló Tembo, y saltó sobre el fusible y lo cogió con ambas manos—. ¡Uggg! —dijo de nuevo, y lo arrancó de los bornes. Y de nuevo—. ¡Uggg! —cuando lo dejó caer por el conducto de fusibles. Entonces, aún ugggeando, sacó un fusible nuevo de las hileras de almacenamiento y lo colocó en su lugar, y con un uggg final se puso de nuevo firmes.

—Y así es cómo se hace: por tiempos, en la forma militar. Y lo vais a aprender, o de lo contrario… —sonó un apagado zumbido, atravesando el aire cómo un eructo mal contenido—. Eso es la llamada a rancho, así que os dejaré que vayáis, y mientras estéis comiendo pensad en todo lo que vais a tener que aprender. ¡Rompan filas!

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