Después de eso el viaje pasó sin más acontecimientos, particularmente ya que no podían notar cuando se estaban moviendo, no sabían cuando se detenían, y no tenían ni idea de donde estaban. Aunque estuvieron seguros de que habían llegado a algún lugar cuando se les ordenó retirar los atalajes de los fusibles. La tranquilidad duró tres guardias, y entonces sonó generala. Bill corrió con los demás, contento por primera vez desde que se había alistado. Todos los sacrificios, los duros momentos pasados, no serían en vano. Al fin iba a entrar en acción contra los sucios chingers.
Se colocaron en Primer Tiempo frente a las bancadas de fusibles, con los ojos clavados en las rojas banda de los fusibles, que se llamaban bandas de fusible. A través de las suelas de sus botas, Bill podía notar un débil y lejano temblor en la cubierta.
—¿Qué es eso? —le preguntó a Tembo por la comisura de los labios.
—Los motores, no el Dispositivo Hinchador. Motores atómicos. Significa que debemos estar maniobrando, haciendo algo.
—¿Pero qué?
—¡Vigilen las bandas de fusibles! —aulló el primera clase Bilis.
Bill estaba comenzando a sudar, y repentinamente se dio cuenta de que el calor estaba aumentando en forma molesta.
Tembo, sin apartar la vista de los fusibles, se desnudó, plegando cuidadosamente la ropa tras de sí.
—¿Podemos hacer eso? —preguntó Bill, desabrochándose el cuello—. ¿Qué es lo que pasa?
—Va contra las normas, pero uno tiene que desnudarse o cocerse. Desnúdate, hijo, o morirás sin haberte salvado. Debemos de estar a punto de entrar en acción, ya que han puesto los escudos. Diecisiete escudos de fuerza, un escudo electromagnético, un casco blindado doble y una delgada capa de gelatina pseudoviviente que fluye y cierra cualquier abertura. Con todo eso no hay la más mínima pérdida de energía desde la nave, ni forma alguna en que librarse de ella. Ni del calor. Con los motores en marcha y todo el mundo sudando, el calor puede llegar a ser bastante fuerte. Sobre todo cuando disparen los cañones.
La temperatura siguió alta, justo en la frontera de lo tolerable durante horas, mientras contemplaban las bandas de fusibles. En un momento, se oyó un débil sonido metálico que Bill notó más que oyó a través de sus pies desnudos sobre el caliente metal.
—¿Y qué fue eso?
—Disparo de torpedos.
—¿Contra qué?
Tembo se alzó simplemente de hombros como toda respuesta, y no apartó su vigilante mirada de las bandas de los fusibles. Bill se agitó en una mezcla de frustración, aburrimiento, agotamiento por el calor y fatiga durante otra hora, hasta que sonó el fin de la alarma y un hálito de aire fresco llegó por los ventiladores. Para cuando se hubo revestido de nuevo en su uniforme, Tembo había desaparecido, y él se arrastró cansinamente hasta su camarote. En el tablero de anuncios del corredor había un nuevo anuncio multicopiado, y se inclinó para leer su mensaje.
DE: Capitán Zekial
A: Todo el personal
ASUNTO: Reciente encuentro
El 23—.1—.956 esta nave ha participado en la destrucción mediante torpedos atómicos de la instalación enemiga 17KL—.45, y junto con las otras naves de la flotilla llamada Muleta Roja ha cumplido su misión, por lo que se autoriza consecuentemente a que el personal de esta nave adhiera un Núcleo Atómico al pasador de la Medalla de Unidad de Combate en Servicio Activo, o bien, si esta es su primera misión de este tipo, se les autoriza para usar la Medalla de Servicio Activo.
NOTA: Se ha observado a ciertos miembros del personal con sus Núcleos Atómicos invertidos, y esto está mal, y es un crimen merecedor de consejo de guerra, punible con la muerte.
Tras la heroica destrucción de 17KL—.45, pasaron semanas de entrenamientos y pruebas para restaurar a los cansados veteranos del combate a su habitual condición física. Pero en el transcurso de estos deprimentes meses sonó una llamada por los altavoces, una que Bill jamás había oído antes, un sonido metálico como el de barras de acero golpeadas unas contra otras en el interior de un tambor metálico lleno de canicas. No significaba nada para él o para los otros nuevos soldados, pero hizo que Tembo saltase de su litera para iniciar una rápida Danza de la Maldición Mortal con un raudo acompañamiento de tam-tam efectuado sobre la tapa de su taquilla.
—¿Ya te has vuelto loco? —preguntó apagadamente Bill desde donde estaba despatarrado, leyendo un desvencijado ejemplar de un libro de historietas denominado Asombrosas y realmente repugnantes aventuras sexuales (con efectos sonoros incorporados). Un desgarrador aullido estaba surgiendo de la página que contemplaba.
—¿No lo conoces? —preguntó Tembo—. ¡No lo conoces! Ese es el toque de correo, muchacho, el más grato de los sonidos escuchados en el espacio.
El resto de la guardia lo pasaron corriendo y esperando, haciendo cola y todo lo demás. La entrega del correo se efectuaba con la máxima ineficiencia posible, pero finalmente, a pesar de todas las barreras , se distribuyó el correo, y Bill recibió una preciosa postal espacial de su madre. En un lado de la postal se veía una fotografía de la refinería Estrépito, S. A., situada justo al lado de su pueblo, y esto solo ya fue bastante como para producirle un nudo en la garganta.
Luego, en el pequeño cuadrado en el que se permitía inscribir el mensaje, los patéticos trazos de su madre habían escrito: «Mala cosecha, adeudados, la robomula tiene las glándulas sobrecargadas, espero que tú estés igual —Cariños, mamá.» No obstante, era un mensaje de casa, y lo leyó y lo volvió a leer mientras hacían cola para la comida. Tembo, delante suyo, también tenía una postal, llena de ángeles e iglesias, que es lo que uno podía esperar, y Bill se quedó anonadado cuando vio que Tembo leía la postal por última vez y luego la sumergía en su jarra de la comida.
—¿Por qué haces eso? —le preguntó asombrado.
—¿Para qué otra cosa sirve el correo? —zumbó Tembo, metiendo aún más la postal—. Mira ahora.
Ante la asombrada mirada de Bill, la postal estaba comenzando a hincharse. La superficie blanca se rompió y se desprendió en pequeñas motas, mientras el marrón interior crecía y crecía hasta llenar la jarra y hacerse de un par de centímetros de grueso. Tembo sacó la goteante tablilla y le dio un gran bocado en un extremo.
—Chocolate deshidratado —dijo con la boca llena ¡Bueno! Prueba el tuyo.
Antes de que acabase de hablar, Bill ya había metido su postal en el líquido, y estaba contemplando arrobado como crecía. El mensaje se disolvió, pero en lugar de una masa marrón la suya era blanca.
—Dulce… o quizá pan —dijo, tratando de no babear.
La masa blanca se estaba hinchando, apretándose contra los lados de la jarra, saliendo por la parte superior. Bill tomó el extremo y lo alzó con una mano mientras crecía. Subió y subió hasta que hubo absorbido hasta la última gota de líquido, y Bill tuvo entre sus manos extendidas una hilera de gruesas letras unidas de cerca de dos metros de largo: VOTAD POR HONESTO GEEK EL AMIGO DE LOS SOLDADOS, decían. Bill se inclinó y le dio un tremendo bocado a la T. Se atraganto y escupió los húmedos trozos al suelo.
—Cartón —dijo huecamente—. Madre siempre compra saldos. Hasta cuando se trata de chocolate deshidratado… —buscó en su jarra algo con lo que sacarse el sabor a periódico viejo de la boca, pero estaba vacía.
En algún lugar, muy arriba en el escalafón del poder, se tomó una decisión, se resolvió un problema, y se dio una orden. De las pequeñas cosas nacen las grandes: La cagada de un pajarilla cae sobre la ladera cubierta de nieve de una montaña, rueda, recoge nieve, se hace más y más grande, gigante y más gigante, hasta que es una atronadora masa de nieve y hielo, una avalancha, una aterradora masa de muerte rodante que arrasa todo un poblado. De pequeños comienzos… ¿quién sabe qué comienzo tuvo esto? Tal vez los dioses lo sepan, pero se están riendo. Tal vez la altiva y emperingotada esposa de algún Alto Ministro vio una alhaja que deseaba y con astuta y cortante lengua exacerbó al calzonazos de su marido hasta que, para tener algo de paz, le prometió regalársela, y entonces buscó el dinero para comprarla. Tal vez fuera así como llegase a oídos del Emperador la insinuación sobre una nueva campaña en el 77sub7avo sector, tranquilo des de hacía años, pues una victoria allí, o hasta un empate, si es que producía las suficientes muertes, significaría una medalla, una recompensa, algo de dinero. Y así la avaricia de una mujer, como la cagada de un pajarilla, puso en marcha la bola de nieve de la guerra, reuniendo poderosas flotas, nave a nave, cómo una roca en un estanque que produce ondas hasta que la más apartada de las gotas es alcanzada por su movimiento…
—Vamos a entrar en acción —dijo Tembo mientras olisqueaba su jarra de comida—. Están cargando el rancho con estimulantes, reductores del dolor, salitre y antibióticos.
—¿Es por eso por lo que están siempre tocando música patriótica? —gritó Bill, para poderse hacer oír entre el constante rugido de los pífanos y tambores que surgía de los altavoces. Tembo asintió.
—Queda poco tiempo para que seas salvado, para que asegures tu lugar en las legiones de Samedi…
—¿Por qué no hablas con Caliente Brown? —aulló Bill ¡Ya me salen los tam-tams por los oídos! Cada vez que miro a una pared veo ángeles flotando en nubes. ¡Deja de molestarme! Dedícate a Caliente… cualquiera que haga lo que él hace con los thoats probablemente se unirá a tu manada de vudú en un segundo.
—He hablado con Brown acerca de su alma, pero ese tema aún está dudoso. Nunca me contesta, así que no estoy seguro de si me escucha o no. Pero tú eres diferente, hijo mío. Tu demuestras irritación, lo cual indica que sientes dudas. Y la duda es el primer paso hacia la fe…
La música se cortó en medio de un compás, y durante tres segundos hubo un estallido de silencio que terminó abruptamente.
—Atención. Atención todos… Estén atentos… En unos momentos conectaremos con la nave almirante para escuchar un informe del almirante… Atentos todos. —la voz fue cortada por el toque de generala, pero siguió de nuevo cuando hubo terminado el repugnante sonido —¡…y ahora nos encontramos en el puente de ese gigantesco conquistador de las rutas espaciales, el superacorazado de treinta kilómetros de largo, poderosamente blindado, mayestáticamente armado, denominado La reina de las hadas…! Los hombres de guardia se están haciendo ahora a un lado, y acercándose a mí en un simple uniforme de platino trenzado llega el Gran Almirante de la Flota, el Muy Honorable Lord Arqueóptero. ¡Admirable! ¿Podría dedicarnos un momento, Su Excelencia?
—La siguiente voz que oirán será…
La siguiente voz fue un estallido de música mientras los técnicos en fusibles vigilaban sus bandas de fusible, pero la siguiente voz después de esto tuvo todas las ricas tonalidades adenoidales que siempre se asociaban con los Pares del Imperio.
—Chicos… ¡vamos a entrar en acción! Esta, la más poderosa flota que jamás haya visto la galaxia, se está dirigiendo en línea recta hacia el enemigo para dar el golpe devastador que puede decidir esta guerra. En mi tanque de operaciones situado frente a mí veo una miríada de puntitos de luz, extendiéndose tan lejos como abarca la vista, y cada punto de luz ¡y os digo que son como agujeros en una manta!, no es una nave, ni un escuadrón… ¡sino una flota entera! Estamos barriéndolo todo, acercándonos…
El sonido de un tam-tam llenó el aire, y en la banda del fusible que Bill estaba vigilando aparecieron un par de puertas doradas abriéndose.
—¡Tembo! —chilló—. ¡¿Quieres apagar eso?! ¡Quiero oír lo de la batalla!
—Memeces grabadas —sorbió Tembo—. Mejor será que gastes los pocos momentos de tu vida que quizá te queden en buscar la salvación. Esto que oyes no es ningún almirante, sino una grabación. Ya la he oído cinco veces antes; y tan solo la ponen para dar moral antes de lo que están seguros que va a ser una batalla con elevadas pérdidas. Esto nunca fue un almirante, sino que lo sacaron de un viejo programa de televisión…
—¡Yuppiii! —aulló Bill, saltando hacia adelante. El fusible que estaba contemplando se había cuarteado con una brillante descarga en los bornes, y en el mismo instante la banda del fusible se había quemado y pasado del rojo al negro—. ¡Uggg! —gruñó, y luego, ¡Uggg!, ¡Uggg!, ¡Uggg! —en rápida sucesión, quemándose las palmas con el fusible aún caliente, dejándolo caer sobre su pie, y finalmente logrando meterlo por el conducto de fusibles. Cuando se dio la vuelta, Tembo ya había colocado un fusible nuevo en los bornes vacíos.
—Ese era mi fusible… No tenías que haber… —había lágrimas en sus ojos.
—Lo siento. Pero según las reglas tengo que ayudar si estoy libre.
—Bueno, al menos hemos entrado en acción —dijo Bill, de vuelta a su posición, y tratando de darse masajes a su dolido pie.
—No, aún no, aún hace demasiado frío. Eso fue tan solo una avería en los fusibles, uno puede distinguirlo por la descarga en los bornes. Ocurre a veces cuando los fusibles son viejos.
—.…armadas masivas tripuladas por heroicos soldados…
—Podríamos haber estado en combate —bufó Bill.
—.…el atronar de las descargas atómicas y las brillantes estelas de los torpedos al ataque…
—Creo que ya estamos ahora. Parece que hace más calor, ¿no, Bill? Mejor será que nos desnudemos; si realmente hay una batalla, quizá luego no nos sea posible.
—¡Vamos, vamos, en pelotas! —aulló el primera clase Bilis, saltando cómo una gacela por entre las hileras de fusibles, vestido tan solo con un par de sucios calcetines y con sus galones y la insignia de su especialidad tatuados. Se oyó un súbito chisporroteo en el aire, y Bill notó como los muñones de su rapado cabello se le ponían de punta.
—¿Qué es eso? —gimoteó.
—Una descarga secundaria de la bancada de fusibles —señaló Tembo—. Lo que sucede es secreto, pero he oído decir que significa que uno de los escudos defensivos está siendo atacado con radiaciones, y que al irse sobrecargando sube a lo largo del espectro hasta el verde, hasta el azul, hasta el ultravioleta, para pasar finalmente al negro y desmoronarse el escudo.
—Eso suena bastante raro.
—Ya te he dicho que es tan solo un rumor. Todo eso es secreto…
—¡¡Ya está!!
Un tremendo bang hendió el húmedo aire de la sala de fusibles, y una bancada de estos se arqueó, humeó y se ennegreció. Uno de ellos se partió en dos, desparramando en todas direcciones pequeños fragmentos como metralla. Los especialistas en fusibles saltaron, aferraron los fusibles, deslizaron repuestos con manos sudorosas, apenas si viéndose por entre las nauseabundas humaredas. Los fusibles fueron conectados, y hubo un momento de silencio, interrumpido tan solo por el dolorido sonar de una pantalla de comunicaciones.