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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Bitterblue (58 page)

Los hermanos Tilda y Teddy se encontraban en el gabinete de la biblioteca y miraban las interminables hileras de libros. En los rostros de ambos se reflejaba admiración por el valor de lo que contemplaban.

—¿Se ha quedado Bren en la imprenta? —les preguntó Bitterblue.

—Nos pareció imprudente dejar la casa sin vigilancia, majestad —respondió Tilda.

—¿Y mi guardia lenita?

—Uno se quedó para proteger a Bren, majestad, y el otro nos ha acompañado.

—Me pone nerviosa que tengan que separarse —comentó Bitterblue—. Voy a ver si podemos prescindir de uno o dos hombres más para vosotros. ¿Tenéis alguna noticia para mí?

—Son malas, majestad —contestó Teddy, serio—. Esta mañana temprano ha ardido un almacén. Estaba vacío, así que no ha habido víctimas, pero tampoco nadie vio cómo empezó.

—Supongo que querrán que creamos que ha sido fortuito, una coincidencia —dijo Bitterblue con frustración—. Y por supuesto, no se reflejaba en el informe que me pasaron por la mañana. Ya no sé qué hacer, de verdad —añadió, un tanto desanimada—, aparte de enviar a la guardia monmarda de patrulla por las calles más a menudo. Lo que pasa es que, desde que el capitán Smit desapareció, la suspicacia me hace desconfiar de ese cuerpo de seguridad. Smit falta desde hace mes y medio, ¿sabéis? Sigo recibiendo informes de su actuación en las refinerías que no consigo aceptar como reales. Darby dice que es la letra de Smit, pero tampoco Darby me inspira mucha confianza últimamente. Oh —dijo, y se frotó la frente—. Quizá lo que pasa es que he perdido la cabeza.

—Podríamos investigar si el capitán Smit se encuentra realmente en las refinerías, majestad —ofreció Tilda al tiempo que daba un codazo a su hermano—, ¿no es cierto, Teddy?

El semblante de Teddy se animó.

—Sí que podríamos —confirmó—. Puede que nos lleve unas semanas, pero lo haremos, majestad.

—Gracias. Hablando de otra cosa, ¿alguno de vosotros sabe hacer matrices de tipos para imprenta?

—A Bren le encanta hacer ese trabajo, majestad —respondió Tilda.

Bitterblue le tendió a Tilda una página en la que había dibujado los treinta y dos símbolos del alfabeto valense.

—Pídele que haga matrices para estos tipos, por favor.

La traducción de Deceso del primer volumen iba a paso de tortuga, y tanta referencia a incendios ponía muy nerviosa a Bitterblue. ¿Y si perdían, de una u otra forma, los otros treinta y cuatro volúmenes antes de que Deceso empezara con ellos?

—Es preciso que se impriman los diarios de Leck —dijo—. No se lo digáis a nadie.

A la mañana siguiente, Bitterblue salió de su dormitorio frotándose los ojos soñolientos. En la sala de estar, Helda preparaba la mesa para el desayuno.

—Hava acaba de marcharse, majestad —informó sin dejar de colocar platos—. Ha tenido éxito en lo que otros fracasaron. Ha seguido a Raposa hasta su guarida nocturna.

—Guarida —repitió Bitterblue, que fue a arrodillarse delante de la chimenea. Bañada por el brillo de la lumbre, se colocó la espada para que no le estorbara y respiró hondo. Costaba trabajo despertarse cuando la nieve no paraba de caer y el sol nunca llegaba a sus ventanas—. No es una palabra muy cordial. ¿Sabes, Helda? He estado pensando detenidamente algunas cosas. ¿No será la guarida de Raposa, por casualidad, una cueva?

—Lo es, majestad —confirmó el ama de llaves, huraña—. Raposa vive en una cueva al otro lado del río.

—¿Y Fantasma y Gris también viven en una cueva?

—Sí. Una coincidencia interesante, ¿verdad? La cueva de Raposa se encuentra al otro extremo del Puente Invernal. ¿Puede creer que sube al puente trepando por los pilares desde donde empiezan debajo de los muelles?

—Tiene narices. ¿Por qué no utiliza una vía normal? ¿Por qué no cruza el río en barca?

—Solo cabe suponer que lo hace como prevención a la posibilidad de que la sigan, majestad. Es difícil ver a una persona vestida con ropa oscura que trepa por los pilares de un puente de noche, aunque sea un puente hecho de espejos. Ni que decir tiene que, en cuanto Hava comprendió lo que hacía Raposa, volvió sobre sus pasos y corrió por el puente hacia el otro extremo, pero Raposa se movía muy deprisa y se adelantó demasiado. Cruzó el puente, se deslizó con rapidez y agilidad por los pilares, y, desde su posición elevada, Hava la vio desaparecer en una arboleda.

—Entonces, ¿cómo sabe Hava lo de la cueva?

—Porque siguió a la siguiente persona que cruzó el puente, majestad.

Bitterblue notó algo en el tono de Helda que le produjo cierta desazón.

—¿Y esa persona era…? —preguntó.

—Zafiro, majestad. Condujo a Hava directamente a la arboleda y después hasta un afloramiento rocoso guardado por hombres con espadas. Hava no puede estar segura, por supuesto, pero cree que es una cueva y que también fue allí adonde se dirigió Raposa.

—Dime que él no entró —pidió Bitterblue—. Dime que no ha estado trabajando para ellos todo el tiempo.

—No, majestad —se apresuró a contestar Helda—. ¡Majestad, tranquilícese! —El ama de llaves se acercó a Bitterblue, se arrodilló a su lado y le agarró las manos con fuerza—. Zafiro no entró ni anunció su presencia a los guardias. Se ocultó y estuvo husmeando, como si inspeccionara el lugar.

Bitterblue apoyó la cabeza en el hombro de Helda unos instantes y respiró con normalidad, con alivio.

—Condúcelo a un sitio discreto para que pueda hablar con él, por favor —pidió al ama de llaves.

A mediodía, una nota cifrada de Helda informó a Bitterblue de que Zaf esperaba en sus aposentos.

—¿Dónde encaja el término «discreto» en esto? —preguntó, entrando de sopetón en la salita. Helda se encontraba sentada a la mesa y comía su almuerzo con tranquilidad. Zaf, de pie delante del sofá, llevaba gorro, abrigo, guantes y un cinturón muy ancho que tenía anillas; recordó haberlo visto con ese cinturón en la plataforma. No paraba de patear el suelo, y era evidente que tenía frío—. ¿Cuántos lo han visto?

—Entró por esa ventana, majestad —señaló Helda—. Da al jardín y al río, y los dos están vacíos en este momento.

Al ver las cuerdas, fue hacia la ventana en cuestión para examinar la plataforma. Hasta ese instante no se había dado cuenta de lo estrecha que era; se balanceaba con el aire y golpeaba contra la pared del castillo.

—¿Dónde está Raposa? —preguntó con los puños apretados.

—Desaparece a la hora de comer, majestad —respondió Zaf.

—¿Cómo sabes que no desaparece en algún sitio desde donde puede ver mis ventanas?

—No lo sé. —Zaf se encogió de hombros—. Lo tendré en cuenta dependiendo de lo que ocurra a continuación.

—¿Y qué esperas que puede ocurrir?

—Que me pida que la tire de la plataforma de un empujón, majestad.

Era un alivio que hablara con insolencia, aun cuando se dirigiera a ella por el título; le daba un terreno conocido en el que se sentía segura.

—Raposa es Gris, ¿a que sí? Mi criada y espía graceling de ojos grises es la nieta, la nieta —remarcó, al repetir la palabra— de Fantasma.

—Eso parece, majestad —contestó lisa y llanamente Zaf—. Y lo que su asustadiza chica que se convierte en cosas probablemente no sabe, a pesar de sus maravillosas habilidades, es que anoche encontré un sitio desde el que, al poner la oreja pegada al suelo, pude oír a hurtadillas la conversación de Raposa y Fantasma. La corona está en la cueva, no me cabe duda. Junto con un montón más de pertenencias reales que son el producto de desvalijamientos, a juzgar por lo que dijeron.

—¿Cómo te diste cuenta de que Hava te seguía?

Zaf resopló con desdén.

—Había una enorme gárgola en el Puente Invernal —contestó—. Ese puente de espejos desaparece en el cielo, y no tiene gárgolas de piedra. Sabía que usted había ordenado que se vigilara a Raposa. Así es como le seguí el rastro, yendo tras sus perseguidores. Raposa desaparecía una y otra vez debajo de los muelles. Sus espías, majestad, renunciaban a seguirla, pero yo soy más tenaz. Hace unas cuantas noches hice caso a una corazonada que resultó ser acertada, y la localicé en el puente.

—¿Te han visto, Zaf? Por lo que cuentas, no parece que hayas tomado muchas precauciones.

—No lo sé. Y no importa. Raposa no se fía de mí y es lo bastante lista para pensar que no confío en ella. No es así como vamos a ganar este juego.

Poniéndose de pie en silencio, Bitterblue abarcó con la mirada a Zaf y se embebió en los dulces ojos purpúreos que no encajaban con sus modales bruscos; trató de comprenderlo. Experimentó, inoportunamente, una emoción que nunca sentía salvo cuando lo tocaba.

—Entonces, ¿esto es un juego, Zaf? —preguntó—. ¿Colgarte de las paredes del castillo a diario con una persona que podría destrozarte la vida? ¿Seguirla por las noches dondequiera que vaya? ¿Cuándo pensabas contármelo?

—Cómo me gustaría que no fuera la reina y viniera conmigo cuando salgo —dijo, con una extraña y repentina timidez salida de la nada—. Posee el instinto y la intuición inherentes al tipo de trabajo que hago. Lo sabe, ¿verdad?

Bitterblue se había quedado sin habla. Por el contrario, Helda no sufría la misma carencia.

—Ojito, joven —dijo mientras daba un paso hacia él con cara de pocos amigos—. Tenga cuidado con lo que le dice a su majestad o se llevará una sorpresa al salir por la ventana. Volando. Hasta ahora lo único que ha hecho ha sido causarle problemas.

—Sea como sea —continuó Zaf, que echó una ojeada a Helda con cautela—, esta noche voy a robar la corona.

Bitterblue dio un respingo y recobró el habla de golpe.

—¿Qué? ¿Cómo?

—La entrada principal de la cueva está guardada siempre por tres hombres, pero creo que hay otro acceso, porque hay un guardia que se sienta siempre a cierta distancia de la entrada principal, en una hondonada donde hay montones de rocas apiladas.

—Pero, Zaf, ¿basas tus deducciones y tu plan de ataque únicamente en la posición de un guardia? ¿No has visto esa otra entrada?

—Planean hacerle chantaje —la atajó Zaf—. Quieren el derecho de elegir a dedo a un nuevo jefe de prisiones, tres jueces nuevos en la Corte Suprema y que la guardia monmarda esté asignada al distrito este, o harán público que la reina tiene una aventura con un plebeyo lenita que es ladrón y que le robó la corona durante una cita.

Bitterblue se quedó sin habla otra vez.

—Esto es culpa mía —musitó en un susurro apenas audible—. Le permití que viera demasiado de cuanto estaba pasando.

—Soy yo quien propició que esto ocurriera, majestad —intervino Helda—. Soy la que la introdujo en el cuerpo de servicio. Me gustaba su gracia de no tener miedo sin ser temeraria. Era tan útil en las tareas delicadas, como encaramarse a las ventanas, y tenía tantas aptitudes para espiar…

—Creo que ambas olvidan que ella es una profesional —dijo Zaf—. Se situó cerca de usted hace ya tiempo, ¿no es verdad? Su familia lleva robando cosas de este castillo desde siempre; la colocaron cerca de usted. Y yo les facilité el trabajo. Cuando robé la corona, fue pan comido, y para colmo se la llevé directamente a ellas. Es consciente de eso, ¿verdad? Le entregué un trofeo mayor de lo que jamás habría soñado robar en persona. Apuesto que conoce hasta el último rincón del castillo, cada puerta secreta. Apuesto que ha sabido cómo deambular por el laberinto de Leck desde el principio. Esas llaves que le trinqué del bolsillo es probable que fueran un tesoro familiar… Apuesto que su familia las tiene desde que Leck murió y todo el mundo se puso a limpiar a fondo el castillo de sus cosas. Es una profesional, como el resto de su familia, pero más insidiosa que ellos, porque no le tiene miedo a nada. Dudo que tenga conciencia.

—Qué interesante —comentó Bitterblue—. ¿Crees que la conciencia requiere temor para existir?

—Lo que creo es que no pueden hacerle chantaje sin la corona —dijo Zaf—. Que es por lo que voy a robarla esta noche.

—Con ayuda de mi guardia lenita de las puertas, querrás decir.

—No —replicó con brusquedad—. Si le sobran guardias, mándelos a la imprenta. Puedo hacerlo yo solo, sin jaleo.

—¿Cuántos hombres protegen la cueva, Zaf? —espetó ella.

—Vale, de acuerdo. Llevaré a Teddy, Bren y Tilda. Sabemos cómo hacer este tipo de cosas y confiamos los unos en los otros. No nos lo haga más difícil.

—Así que Teddy, Bren y Tilda —masculló Bitterblue—. Todo eso de negocios de familia muy unida. Qué envidia me da.

—Usted y su tío gobiernan medio mundo —contestó él con un resoplido. Entonces se zambulló detrás de un sillón cuando las puertas de fuera chirriaron al abrirse.

—Es Giddon —informó Bitterblue mientras el noble entraba en la salita.

Cuando Zaf asomó por detrás del sillón, Giddon adoptó un gesto inexpresivo.

—Esperaré hasta que se marche, majestad —manifestó.

—Estupendo —dijo Zaf con sarcasmo—. Entonces haré mi gran salida de escena. ¿No debería darme algo como si lo hubiera robado, por si acaso Raposa me ve saliendo por la ventana y necesito una excusa?

Helda fue hacia la mesa, recogió un tenedor de plata y regresó junto a Zaf, dándole con el cubierto en el pecho.

—Sé que no está a la altura de sus expolios habituales —dijo con severidad.

—Estupendo —repitió Zaf al aceptar el tenedor—. Gracias, Helda, de eso estoy seguro.

—Zaf, ten cuidado —dijo Bitterblue.

—No se preocupe, majestad. —Durante unos instantes su mirada se quedó prendida en la de ella—. Le traeré la corona por la mañana. Lo prometo.

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