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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Bitterblue (61 page)

—Guárdate, Bitterblue. Libérate de esto.

Dicho esto se agarró al parapeto, se encaramó al borde y cayó al vacío.

Capítulo 39

Y
acía a gran altura, por encima de una impetuosa corriente de agua.

A lo mejor había fingido. A lo mejor se había marchado mientras ella tenía los ojos cerrados; había cambiado de opinión y había regresado a casa.

No. No había fingido. Ella no había cerrado los ojos un solo momento. Lo había visto.

Era preciso que se marchara de ese puente. De eso estaba muy segura. Pero no podía andar, porque el puente era demasiado alto para caminar por él. ¿Y si se quedaba allí? ¿Y si se aferraba al recuerdo de una montaña muy fría, al cuerpo de Katsa dándole calor, a los brazos de Katsa asiéndola con fuerza a la tierra?

Podía gatear. O arrastrarse. «No hay nada malo ni vergonzoso en arrastrarse si uno no puede caminar». Había oído decir eso a alguien una vez. Alguien…

—Eh.

La voz que sonaba por encima de ella le resultaba familiar.

—Eh, ¿qué hace? ¿Está herida?

La persona a la que pertenecía la voz la tocaba con las manos y retiraba la nieve acumulada sobre ella.

—Eh, ¿puede levantarse?

Bitterblue negó con la cabeza.

—¿Es por las alturas, Chispas? ¿Puedes hablar?

Sí. No. Bitterblue movió de nuevo la cabeza para negar.

—Me estás asustando —dijo él—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí fuera? Te voy a llevar en brazos.

—No —consiguió decir, porque levantarla en brazos era estar demasiado alto.

—Dime cuánto es cuatrocientos setenta y seis por cuatrocientos setenta y siete, ¿vale?

Zaf la alzó en brazos, recogió también la espada y la llevó a la torre del puente levadizo mientras Bitterblue se agarraba a él con todas sus fuerzas e intentaba hallar el resultado de ese cálculo.

Dentro hacía una temperatura agradable. Había braseros. Cuando él la soltó en la silla, Bitterblue le asió un brazo, sin querer soltarlo.

—Chispas —dijo él, ahora de rodillas delante de ella mientras le quitaba los guantes y el gorro y le tocaba las manos y la cara—, esto no es un desmayo por el frío, y me da la impresión de que más bien es vértigo por miedo a las alturas. La última vez que tuviste esta reacción, al menos te quedaban fuerzas para mover la lengua y maldecirme.

Bitterblue le agarraba el brazo con tanta fuerza que creyó que se le romperían los dedos. Y entonces él la rodeó con el otro brazo y la estrechó contra sí. Ella transfirió la fuerza con que le asía el brazo al torso de Zaf y lo abrazó también. Temblando.

—Dime qué ha pasado —le preguntó Zaf.

Lo intentó. Lo intentó de verdad. Le fue imposible.

—Susúrramelo al oído.

La oreja de Zaf estaba caliente en contraste con la frialdad de su nariz. El pendiente de oro del lóbulo era firme y reconfortante contra sus labios. Cuatro palabras. Solo hacían falta cuatro palabras y él lo entendería.

—Thiel —musitó—. Saltó del puente.

Él reaccionó a la noticia en silencio, luego exhaló, y a continuación se estremeció. Después se movió, se levantó y rebulló hasta que estuvo sentado en la silla, con ella en el regazo y abrazándola con fuerza mientras Bitterblue temblaba.

Se despertó cuando él la acostaba sobre mantas extendidas en el suelo.

—Quédate conmigo —pidió—. No te vayas.

Zaf se tumbó a su lado y la rodeó con los brazos. Se quedó dormida.

Volvió a despertarse al sonido de unas voces que hablaban bajo. Manos cariñosas. Gente inclinándose sobre ella con los abrigos cubiertos de nieve.

—Se pondrá bien —dijo Raffin.

La voz de Zaf dijo algo sobre la nieve.

—Quizá deberían quedarse aquí —añadió.

La voz de Po respondió algo sobre caballos, y algo de que era muy peligroso atraer la atención. ¡La voz de Po! Po la tenía abrazada y le besaba la cara.

—Cuida de ella —dijo—. La estaré esperando al pie del puente, cuando la tormenta haya pasado.

Entonces volvió a estar sola con Zaf.

—¿Po? —llamó mientras se giraba, confusa.

—Ha estado aquí —contestó Zaf.

—Zaf, ¿me perdonas? —preguntó, localizando el rostro de él en la penumbra.

—¡Chist! —Zaf le acarició el pelo, las coletas sueltas—. Sí, majestad. Ya la perdoné hace tiempo.

—¿Por qué lloras?

—Por muchas cosas —contestó él.

Bitterblue le limpió las lágrimas. Se quedó dormida.

Despertó de una pesadilla de estar cayendo al vacío. Cinérea, ella, huesos, todos, todo… Todo caía. Despertó con un grito y sacudiéndose, y al principio se sorprendió y después se quedó anonadada al descubrir que Zaf estaba acostado a su lado y la abrazaba, la consolaba… Porque esta vez estaba realmente despierta y, junto con Zaf, todas las otras verdades del mundo de vigilia volvieron de golpe a su mente. Así pues, se aferró a él para ahuyentarlas, se apretó contra él. Sintió el cuerpo de Zaf contra ella a todo lo largo; sintió sus manos. Oyó el susurro de su voz y dejó que le acariciara los oídos y la piel. Lo besó. Y cuando él respondió a sus besos, lo besó más.

—¿Estás segura de que deseas esto? —susurró él cuando fue evidente lo que estaba pasando—. ¿Estás segura de estar segura?

—Sí. ¿Y tú? —respondió en otro susurro.

Lo que había pasado la hizo volver a ser ella. Porque Zaf le recordó lo que era la confianza, su capacidad para consolar, su buena disposición a ser amada. Así que después, cuando el dolor del recuerdo volvió de golpe, fuerte e implacable, tuvo fuerza para soportar eso y a un amigo que la abrazaba mientras sollozaba.

Lloró por la parte de su alma que había estado aferrada a Thiel y que había caído con él al agua, la parte de sí misma que le había arrancado al saltar. Lloró por su fracaso al intentar salvarlo. Sobre todo, lloró por lo que había sido la vida de Thiel.

—Se acabaron las pesadillas —susurró Zaf—. Sueña algo que te reconforte.

—Quiero creer que fue feliz a veces.

—Chispas, estoy convencido de ello.

Le vino a la memoria la imagen de la habitación de Thiel, austera y desolada.

—Jamás lo vi alegre. No sé de nada con lo que disfrutara.

—¿A quién amaba?

La pregunta la dejó sin aliento.

—A mi madre —musitó—. Y a mí.

—Sueña con ese amor.

Soñó con su boda. No veía con quién se estaba casando porque esa persona nunca entró en escena, y tampoco importaba. Lo importante era que sonaba música interpretada por todos los instrumentos musicales del castillo, y la música hacía feliz a todos, y ella bailaba con su madre y con Thiel.

Era muy temprano por la mañana cuando el estómago la despertó por el hambre. Abrió los ojos a la luz y al extraño consuelo del sueño. Luego, el recuerdo. Todo de nuevo: el dolor, Thiel resistiéndose a sus peticiones, Thiel empujándola, el llanto, la pena. Zaf. La nieve había dejado de caer y el cielo azul resplandecía a través de tres pequeños ventanucos redondos. Zaf dormía a su lado.

No era justo el aspecto tan inocente que tenía estando dormido. Tampoco era justa esa reciente contusión alrededor del ojo ni el color purpúreo que se notaba a través de los tatuajes lenitas en los brazos. Ella no había reparado en esas magulladuras el día anterior, en la penumbra; y, desde luego, él no había dado la menor señal de que lo molestaran, como si no las tuviera.

Qué leal y qué dulce había sido con ella; y sin que ella se lo pidiera. Tan presto para amar como lo era para la ira; tan presto para la calidez como para la necedad; y tenía una ternura que nunca habría imaginado en él. Se preguntó si una podía amar a alguien a quien no entendía.

Zaf parpadeó y abrió los ojos, suaves iris púrpuras brillaron sobre ella. Al verla, sonrió.

«Sueña algo bonito, como los bebés», y lo había soñado. «Sueña con ese amor».

—¿Zaf?

—Dime.

—Creo que sé cuál es tu gracia.

Era un don para los sueños. Eran tan extraños y lo dejaban a uno con una sensación tan irreal que ¿cómo iba uno a darse cuenta de la peculiaridad de su naturaleza cuando los mismos sueños se desarrollaban de un modo tan extraño?

La gracia de otorgar sueños era un don bellísimo para alguien a quien le eran muy preciados y no solía tenerlos. Se lo dijo así mientras se ceñía las correas de los cuchillos y él trataba de convencerla de que se quedara un poco más.

—Tenemos que experimentar —arguyó Zaf—. Hemos de probar si es verdad. ¿Y si puedo darte un sueño con solo desearlo, sin decir palabra? ¿Y si puedo darte un sueño muy pormenorizado, como a Teddy con calcetines rosas y sosteniendo un pato? Aquí tengo comida, ¿sabes? Debes de estar hambrienta. Quédate y come algo.

—No voy a comerme la comida que tú necesitas —declaró Bitterblue mientras se ponía el vestido—. Además, si no aparezco se preocuparán por mí, Zaf.

—¿Crees que podría darte sueños malos?

—No me cabe la menor duda. Te vas a quedar aquí ahora que ha amanecido, ¿verdad?

—Mi hermana está enferma.

—Lo sé. Y me han dicho que se pondrá bien. He enviado a Madlen para que se ocupe de ella. En cuanto tenga alguna noticia, mandaré a alguien que te ponga al corriente; lo prometo. Entiendes que debes quedarte aquí, ¿a que sí? No te arriesgarás a que alguien te vea, ¿verdad?

—Me voy a volver loco de aburrimiento en esta habitación, ¿no crees? —Zaf suspiró, luego apartó la manta a un lado y alargó la mano hacia su ropa.

—Espera —dijo Bitterblue.

—¿Qué? —preguntó él, con una mirada irritada—. ¿Qué pasa…?

Bitterblue no había visto nunca a un hombre desnudo. Decidió que el universo le debía unos minutos, solo unos pocos, para satisfacer su curiosidad. Así que se acercó y se arrodilló a su lado, lo cual bastó para que él dejara de protestar.

—Te daré un sueño —le susurró Zaf al oído—. Un sueño maravilloso. Pero no te lo voy a decir.

—¿Un experimento? —preguntó ella con un atisbo de sonrisa.

—Un experimento, Chispas.

Bitterblue sabía que andar por el puente sería más o menos horrible, así que se obligó a caminar con rapidez hasta el centro, tan lejos del borde como era posible. El viento había encalmado en algún momento a lo largo de la noche y la nieve se había acumulado, algo que era de agradecer. Abrirse paso entre ella la distraía lo bastante para no pensar dónde estaba.

También ayudaba saber que Zaf vigilaba desde la torre del puente levadizo y saldría a plena luz del día para acudir en su ayuda si se paraba o si sufría un ataque de pánico o se caía. Ocultaría el miedo y seguiría adelante; sí, una vez puesta a ello, aunque estuviera aterrada podía continuar.

Después de lo que le pareció toda una vida, se encontró en la escalera, y allí dejó de importarle lo que viera Zaf. A gatas, se acercó a los escalones y los evaluó. La nieve se había amontonado de forma irregular a través de los peldaños. Al pie de la escalera había una persona; una capucha ocultaba la cara y el pelo, pero se la retiró hacia atrás. Po.

Bitterblue se sentó en el escalón de arriba y se puso a gritar.

Po subió hacia ella, se sentó a su lado, en la parte exterior del escalón, y la rodeó con el brazo. Qué alivio no tener que hablar ni explicar nada. Qué alivio para ella recordarlo y que él lo supiera.

—No es culpa tuya, cariño.

No, Po. Vale ya… No
.

—De acuerdo, lo siento.

Lo que hizo fue quitarle el gorro a Bitterblue, recogerle el cabello suelto y volver a ponerle el gorro de forma que no se le viera el pelo. Luego le subió el cuello del abrigo y le encasquetó más el gorro. Por último, se puso de pie al borde y bajaron así, sin dejar de rodearla con el brazo; después la condujo por los callejones vacíos hasta una puerta estrecha que había en un muro.

Al otro lado de esa puerta se extendía un túnel muy largo, muy oscuro y muy húmedo.

Cuando por fin llegaron al final del túnel y la luz se coló por la rendija que tenía en la parte inferior de una puerta, Po habló:

—Aguarda un momento. Hay demasiada gente ahora mismo.

—¿Vamos a salir al corredor este? —preguntó Bitterblue.

—Sí, y cruzaremos al pasadizo secreto que sube hacia los aposentos de tu padre.

—¿Por qué vamos a hurtadillas?

—Para que todo el mundo crea que regresaste al castillo ayer, nos contaste lo de Thiel y has estado en tus aposentos desde entonces —le explicó Po.

—Y que así nadie recuerde la existencia de la torre del puente levadizo —conjeturó.

—En efecto.

—O se pregunte cómo sabíais todos vosotros lo de Thiel.

—Sí.

—¿Se lo habéis dicho ya a los demás?

—Ajá.

Oh, gracias. Gracias por ahorrarme tener que hacerlo yo
.

—Muy bien, en marcha —dijo Po—. Deprisa.

Los recibió la luz brillante al salir al pasillo. Cruzaron hacia un tapiz de un gato montés de pelaje verde, detrás del cual pasaron a través de otra puerta y de nuevo a la oscuridad porque no llevaban farol, así que Po tuvo que advertirle mientras subían el tortuoso pasadizo cada vez que había un escalón.

Por fin salieron por detrás de otro pesado tapiz a los aposentos de Leck. Bitterblue subió la escalera de caracol a trompicones. Al llegar arriba, Po tocó con los nudillos. Se oyó el chasquido de la cerradura al girar una llave. Cuando se abrió la puerta, Bitterblue cayó en los brazos amorosos de Helda, que la esperaban.

Capítulo 40

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