Bitterblue (63 page)

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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

—Gracias, majestad —dijo Holt, que lloraba otra vez—. Gracias por confiarme esta tarea.

Entonces Bitterblue miró las caras de los dos consejeros que le quedaban, Rood y Darby, y supo que lo que iba a hacer a continuación no iba a facilitarle las cosas, sino todo lo contrario.

—Subid conmigo a mi despacho —les dijo a los dos.

—Sentaos —indicó Bitterblue.

Darby y Rood se dejaron caer en las sillas como hombres derrotados. Rood seguía llorando, y Darby estaba sudoroso y temblaba. Estaban desolados, como ella, que detestaba tener que hacer esto.

—He dicho abajo que creo que poca gente estaba en la cúpula de esta cadena de mando —empezó—. Pero vosotros dos lo estabais, ¿no es cierto?

Ninguno respondió. Bitterblue empezaba a hartarse de que no le respondieran.

—Lo organizasteis desde el principio, ¿verdad? En realidad, lo que significa toda esa innovación con visión de futuro es la supresión del pasado. Danzhol, antes de que yo lo matase, insinuó que el propósito de los fueros de ciudades era evitar que escarbara en la verdad de lo que ocurría en mis ciudades, y me reí de él, pero ese es exactamente el propósito que tenían, ¿no es cierto? Barrer el pasado debajo de la alfombra y fingir que es posible hacer borrón y cuenta nueva, empezar de cero. También lo eran los indultos generales para todos los crímenes cometidos durante el reinado de Leck. Y la carencia de educación en las escuelas, porque es más fácil controlar lo que es notorio cuando la gente no sabe leer. Y, lo peor de todo, la selección específica de cualquiera que trabajara contra vosotros para quitarlo de en medio. ¿Cierto? —Respiró hondo antes de concluir—. Caballeros. ¿Es eso todo o me he dejado algo? Responded —ordenó, cortante.

—Sí, majestad —susurró Rood—. Eso y saturar a su majestad con documentos para que se quedara en la torre y se sintiera demasiado abrumada para sentir curiosidad.

Bitterblue lo miró sin salir de su asombro.

—Me diréis cómo funcionaba y quién más estaba involucrado, además de los hombres de abajo. Y me diréis si había alguien más al frente de esto.

—Nosotros éramos los que estábamos al frente, majestad —susurró Rood de nuevo—. Sus cuatro consejeros. Dábamos las órdenes. Pero hay otros que han estado muy involucrados.

—Thiel y Runnemood eran más culpables que nosotros —intervino Darby—. Fue idea suya. Majestad, dijo que nos perdonaba. Dijo que testificaría a nuestro favor si había juicios, pero ahora está muy furiosa.

—¡Darby! —gritó Bitterblue con exasperación—. ¡Por supuesto que estoy furiosa! ¡Me habéis mentido, me habéis manipulado! ¡Se seleccionó a mis amigos para matarlos! ¡Una de mis amigas está postrada en cama porque intentasteis quemarle la imprenta!

—No queríamos hacerle daño, majestad —protestó Rood, desesperado—. Estaba imprimiendo libros y enseñando a la gente a leer. Tenía papeles, y moldes de tipos con unos símbolos extraños que nos asustaban y nos confundían.

—¿Y por eso le prendisteis fuego? ¿Eso es también parte de vuestro método? ¿Destruir cualquier cosa que no entendéis?

Ninguno de los dos dijo nada. En realidad, era como si ninguno de ellos estuviera presente allí, en las sillas.

—¿Y el capitán Smit? —espetó—. ¿Hay alguna posibilidad de que vuelva a verlo?

—El capitán quería decirle a usted la verdad, majestad —musitó Rood—. Mentirle a usted a la cara le estaba causando una enorme tensión. Thiel pensó que estaba soportando una gran carga, ¿comprende?

—¿Cómo habéis llegado a considerar con tanta indiferencia la vida o la muerte de personas? —increpó, fuera de sí.

—Es más fácil de lo que podría imaginar, majestad —contestó Rood—. Solo hace falta no pensarlo, evitar los sentimientos y comprender que ser indiferente con lo que le pase a la gente es todo cuanto se le da bien hacer a uno.

Treinta y cinco años. Bitterblue no estaba segura de que alguna vez fuera capaz de comprender lo que había sido para ellos. No era justo que, casi una década después de su muerte, Leck siguiera matando gente; que Leck siguiera atormentando a los mismos que había atormentado; que la gente cometiera actos atroces con tal de borrar otros actos atroces que ya habían cometido.

—¿E Ivan, el ingeniero loco? ¿Qué le ocurrió? —preguntó.

—Runnemood pensó que estaba llamando mucho la atención sobre sí mismo y, por ende, sobre el estado de la ciudad, majestad —susurró Rood—. Usted misma protestó por su incompetencia.

—¿Y Danzhol?

—Oh. —Rood respiró hondo—. No sabemos qué le pasó a Danzhol, majestad. Leck tenía unos pocos amigos especiales que lo visitaban y que, sin saber cómo, acababan en el hospital; Danzhol había sido uno de ellos. Eso lo sabíamos, por supuesto, pero ignorábamos que se hubiese vuelto loco e intentara raptarla a cambio de dinero. Thiel se sintió muy avergonzado después, porque Danzhol le había preguntado con anterioridad cuánto os valoraba la administración, majestad, y Thiel pensó, mirando atrás, que quizá debería haber imaginado el propósito de esa pregunta.

—¿Danzhol planeaba pediros rescate para que volviera con vosotros?

—Eso creemos, majestad. Ningún otro grupo habría pagado tanto para que regresara.

—¿Cómo puedes decir eso cuando os estabais esmerando en hacer de mí una inútil? —gritó.

—¡No habríais sido inútil, majestad, una vez que hubiésemos erradicado todo lo que había ocurrido! —declaró Rood—. ¡Usted era nuestra esperanza! Quizá tendríamos que haber mantenido a Danzhol más cerca e involucrarlo más en la represión. Podríamos haberle nombrado juez o ministro. Tal vez entonces no se habría vuelto loco.

—Eso parece poco probable —contestó Bitterblue con incredulidad—. Nada de lo que dices tiene lógica. Yo tenía razón cuando pensaba que Runnemood era el que estaba menos chiflado de todos vosotros; al menos él entendía que vuestro plan no funcionaría mientras yo siguiera viva. Testificaré a vuestro favor —continuó—. Testificaré explicando el daño que Leck os hizo y el modo en que Thiel y Runnemood pudieron coaccionaros. Haré cuanto esté en mi mano, y me aseguraré de que se os trate con imparcialidad. Pero los dos sabéis que, en vuestro caso, no es cuestión de «si» hay un juicio o no. Los dos tenéis que ser juzgados. Se ha asesinado a gente. Yo misma estuve a punto de morir estrangulada.

—Todo eso fue cosa de Runnemood —intervino Darby, frenético—. Fue demasiado lejos.

—Todos habéis ido demasiado lejos —manifestó Bitterblue—. Darby, entra en razón. Todos habéis sobrepasado los límites de lo tolerable, y sabes que no puedo dejaros libres. ¿Cómo iba a hacer algo así? ¿Liberar a los consejeros protectores de la reina que conspiraron para matar ciudadanos inocentes y que utilizaron todos los recursos de su administración para lograr su propósito? Seréis encarcelados, los dos, como cualquier otro que haya estado muy involucrado. Permaneceréis en prisión hasta que, después de hacer una criba, haya seleccionado personas fiables para que investiguen vuestros delitos, y magistrados que gocen de mi confianza para juzgaros con equidad y comprensión por todo lo que habéis sufrido. Si se os declara inocentes y se os pone de nuevo bajo mi custodia, respetaré la resolución del tribunal. Pero yo jamás os otorgaré mi perdón.

Rood enterró la cara en las manos.

—No sé cómo nos vimos atrapados todos en esto —susurró—. No lo entiendo. Aún no consigo comprender qué ocurrió.

Bitterblue sentía como si sus palabras estuvieran saliendo de un núcleo profundo, hueco, despiadado y estúpido, pero las pronunció, a pesar de todo:

—Bien. Ahora quiero que los dos escribáis para mí cómo funcionaba ese colectivo que dirigíais, qué se hacía y quién más estaba involucrado. Rood, tú te quedas aquí, en mi escritorio —dijo mientras le tendía pluma y papel—. Darby, tú trabajarás allí —dijo, señalando la escribanía de Thiel—. Informes por separado. Cuidad que sean coincidentes.

No hubo alivio en hacer tan patente su desconfianza. No hubo alegría en despojarse de dos personas cuyas mentes había necesitado y de las que había dependido para dirigir esas oficinas. Y qué horrible mandarlos a prisión. Un hombre que tenía familia y, en algún rincón dentro de sí, un alma afable; y otro hombre que ni siquiera podía encontrar escapatoria en el sueño.

Cuando hubieron acabado, ordenó a miembros de la guardia real que los escoltaran a prisión.

A continuación mandó llamar a Giddon.

—Majestad, no tiene buen aspecto —dijo cuando entró—. Bitterblue.

Cruzó el despacho en dos zancadas, se agachó junto a ella y la tomó por los brazos.

—Si me toca —dijo, con los ojos cerrados y los dientes apretados—, perderé los estribos, y no pueden verme en ese estado.

—Agárrese a mí y respire despacio. No va a perder los estribos. Lo que ocurre es que está sometida a una gran tensión. Cuénteme qué pasa.

—Me estoy enfrentando… —empezó, y se quedó callada. Cerró las manos alrededor de los antebrazos de Giddon e hizo una lenta inspiración—. Me estoy enfrentando a una catastrófica escasez de personal. Acabo de mandar a la cárcel a Darby y a Rood. Y mire esos papeles.

Señaló las páginas que había en el escritorio llenas de garabatos de Darby y Rood. Cuatro de los ocho jueces de la Corte Suprema habían estado involucrados en la eliminación de los hechos acaecidos en el reinado de Leck, condenando a gente inocente y a gente a la que había que callar. También había estado Smit, por supuesto, y el jefe de prisiones. Asimismo, había estado el ministro de calzadas y cartografía, el ministro de tributos, varios lores y el jefe de la guardia monmarda en Porto Mon. Eran tantos los miembros de la guardia monmarda que habían aprendido a hacer la vista gorda que a Rood y Darby les habría sido imposible incluir los nombres en la lista. Y luego estaban la hez de la gentuza, los criminales y los descarriados de la ciudad a los que se había pagado u obligado a llevar a cabo los actos de violencia.

—Está bien —dijo Giddon—. Eso es malo. Pero este reino está lleno de gente, ¿sabe? Ahora mismo se siente sola, pero va a reunir un equipo realmente magnífico. ¿Sabe que Helda se ha pasado todo el día haciendo listas?

—Giddon —dijo, medio atragantada por una risa un tanto histérica—. Me siento sola porque lo estoy. La gente no deja de traicionarme y de abandonarme.

Y de pronto dejó de tener importancia perder el control durante dos minutos y apoyarse en el hombro de Giddon hasta que se le pasara el mareo, porque él era alguien en quien confiaba y no se lo contaría a nadie, y se le daba bien sostenerla en sus firmes y fuertes brazos.

Cuando empezó a respirar de forma más regular y se limpió los ojos y la nariz en el pañuelo que él le tendía, en lugar de hacerlo en su camisa, le dio las gracias.

—No hay de qué —contestó él—. Dígame qué puedo hacer para ayudarla.

—¿Dispone de dos horas para dedicarme, Giddon? Ahora.

Él echó una ojeada al reloj.

—Dispongo de tres. Hasta las dos en punto.

—Raffin, Bann y Po… ¿He de asumir que están ocupados?

—Lo están, majestad, pero dejarán sus ocupaciones a un lado por usted.

—No, no importa. ¿Irá a buscar a Teddy, a Madlen y a Hava, y los traerá a todos aquí, con Helda?

—Por supuesto.

—Y pida a Helda que me traiga sus listas. Usted empiece a pensar en hacerme una suya.

—Conozco a un montón de buenos monmardos que le serían útiles.

—Por eso lo mandé llamar a usted. Mientras yo he estado perdiendo el tiempo yendo de aquí para allá estos últimos meses y organizando líos, usted ha estado conociendo a mi pueblo y descubriendo cosas.

—Majestad, sea justa consigo misma. Yo he estado organizando una conspiración, mientras que usted ha sido el objetivo de otra. Es más fácil planear que ser el blanco contra el que se fraguan los planes, créame. Y de ahora en adelante, eso es lo que va a hacer.

Sus palabras habían sido reconfortantes, pero difíciles de creer después de que se hubiera ido.

Volvió con Teddy, Madlen, Hava y Helda antes de lo que Bitterblue esperaba. Teddy parecía un poco enfadado y también se frotaba el trasero.

—Qué rapidez —dijo Bitterblue mientras señalaba las sillas—. ¿Te encuentras bien, Teddy?

—Lord Giddon me puso encima de un caballo, majestad, y, hasta ahora, nunca había tenido mucha relación con caballos —contestó.

—Teddy, ya te he dicho que no soy un lord ya —le corrigió Giddon—. Parece que todo el mundo está decidido a olvidarse de ese detalle.

—Tengo entumecido el trasero —se quejó Teddy.

Bitterblue no habría podido explicarlo pero, de nuevo, teniendo gente allí, todo parecía menos desalentador. Quizás era el recuerdo de ese mundo que existía fuera del castillo, donde la vida seguía pasando y el trasero se le entumecía a Teddy, tanto si Thiel se había arrojado al río desde un puente como si no.

—Majestad, cuando esta conversación acabe, todas sus preocupaciones habrán desaparecido —afirmó Helda.

Bueno, eso era ridículo. Todo cuanto la preocupaba volvió de nuevo a su mente como una avalancha.

—Hay miles de cosas que esta conversación no cambiará —contestó.

—Lo que quería decir, majestad, es que ninguno de nosotros alberga la menor duda de que usted será capaz de organizar una buena administración —aclaró Helda con suavidad.

—Bien —dijo Bitterblue, tratando de creer que eso era cierto—. Tengo algunas ideas, así que podríamos ponernos a la tarea. Madlen y Hava —se dirigió a las dos—, no espero que vosotras tengáis muchas opiniones respecto a cómo debería dirigirse mi administración. A no ser, claro, que queráis dar alguna. Os he pedido que os reunieseis con nosotros porque sois dos de las pocas personas que gozan de mi confianza y porque ambas conocéis o habéis observado a un montón de personas o habéis trabajado con ellas. Necesito gente —repitió Bitterblue—. Es lo que más necesito. Cualquier recomendación que vosotras dos queráis hacer será bienvenida.

»Bien —continuó, procurando que no se notara la cortedad que le causaba exponer sus ideas en voz alta—. Me gustaría añadir unos pocos ministerios nuevos a fin de que podamos tener equipos completos dedicados a trabajar exclusivamente en temas que han estado desatendidos, o más bien abandonados por completo. Quiero volver a empezar de cero construyendo un ministerio de educación. Y deberíamos tener un ministerio de registro histórico, pero si vamos a seguir buscando la verdad de lo que ocurrió, habremos de estar preparados para ser sutiles y ser discretos con lo que se descubra. Tenemos que hablar más sobre el mejor modo de hacerlo, ¿no os parece? ¿Y qué opináis de un ministerio de salud mental? —preguntó—. ¿Ha existido una cosa así alguna vez? ¿Y un ministerio de indemnizaciones?

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