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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Bitterblue (66 page)

«Ciencias —pensó Bitterblue—. Ciencias de verdad. Me gustaría esa clase de progreso para mi reino, de un modo sensato, sin quimeras». De repente, quiso más a Po y su estúpido papel planeador porque estaba basado en la realidad.

Entonces Madlen entró en el cuarto de lectura. En primer lugar, fue hacia lady Fuego, besó la mano de la mujer y murmuró algo en su lenguaje. Luego rodeó la mesa hacia Bitterblue y cayó de hinojos ante ella.

—Majestad —dijo, inclinada la cabeza, con voz enronquecida—. Espero que me perdone por engañarla. No me ha gustado hacerlo. Ni un solo momento me ha gustado, y confío en que me permita seguir siendo su sanadora.

Bitterblue entendió entonces algo sobre cómo una persona podía mentir y decir la verdad al mismo tiempo. Madlen se había puesto en evidencia, pero los cuidados que la mujer le había dado a su cuerpo y a su corazón habían sido genuinos.

—Madlen, qué alivio. Estaba preparándome para la terrible posibilidad de haberte perdido.

La charla continuó. El concepto del mundo que tenía Bitterblue nunca había sido tan extenso como en aquellos momentos, y se sentía un poco mareada.

Los valenses describieron lo que había sido para ellos el descubrimiento de un mundo al oeste. Los Vals sabían lo que era la guerra, y el rey valense no sentía el menor deseo de verse envuelto en una. Así pues, al descubrir la tierra de los siete reinos en la que demasiados de los monarcas que gobernaban eran belicosos, los valenses habían optado por la exploración en secreto, en lugar de darse a conocer de inmediato.

También exploraban hacia el este.

—Los pikkianos tienen una flota grande —explicó Katsa—. Asimismo, los valenses han ido incrementando el número de naves de su flota poco a poco. Han estado explorando su litoral y sus aguas costeras, Bitterblue.

Habían llevado mapas, y una mujer achaparrada y de aspecto severo llamada Midya hizo todo lo posible para explicárselos. Los mapas mostraban amplias extensiones de tierra y de agua y, al norte, de hielo innavegable.

—Midya es una famosa navegante exploradora, Bitterblue —le indicó Katsa.

—¿Eso significa que es pikkiana o valense?

—La madre de Midya es valense y su padre era pikkiano —aclaró Katsa—. En teoría es valense, porque nació en ese país. Me han dicho que son frecuentes las uniones entre habitantes de ambas naciones, sobre todo en las últimas décadas.

Mezcla entre países. Bitterblue miró a las personas que estaban alrededor de la mesa y que habían entrado juntas en su cuarto de lectura de la biblioteca. Monmardos, terramedienses, lenitas, valenses, pikkianos. Graceling y… lo que quiera que fuera lady Fuego.

—Lady Fuego es lo que se llama un «monstruo» —aclaró Katsa en voz baja.

—Monstruo —repitió Bitterblue—.
Ozhaleegh
.

Todos los que hablaban valense en torno a la mesa alzaron la vista y la miraron de hito en hito.

—Les pido disculpas —dijo Bitterblue al tiempo que se ponía de pie y se alejaba de la mesa un tramo bastante grande. Encontró un lugar oscuro detrás de unas estanterías y se sentó en la alfombra, en un rincón.

Sabía lo que pasaría. Po iría a buscarla o mandaría que fuera a quienquiera que su percepción le indicara que era la persona adecuada. Sin embargo no serviría de nada, porque nadie era adecuado. Nadie que estuviera vivo, en cualquier caso. No quería llorar en el hombro de cualquier persona viva ni que le dijeran palabras reconfortantes. Quería estar en otro mundo, en un prado con flores silvestres, o en un bosque de árboles blancos, sin enterarse de las cosas terribles que ocurrían a su alrededor; una joven panadera que tenía una madre costurera. ¿Podía volver a tener eso? ¿Podía tenerlo de verdad?

La persona que apareció fue lady Fuego. Bitterblue se sorprendió de que Po la enviara a ella. Hasta que, al mirar a la dama, se preguntó si tal vez había sido ella misma quien la había llamado.

Fuego se sentó delante de ella. De repente Bitterblue estaba asustada, aterrada de esa mujer hermosa, mayor, a la que le crujían las rodillas, vestida con ropas marrones; aterrada del cabello inverosímil que le caía alrededor de los hombros; aterrada de lo mucho que deseaba mirar el rostro de la mujer y ver a su propia madre. De pronto fue consciente de por qué se había sentido fascinada por Fuego desde el primer momento: porque el amor que sentía cuando miraba el rostro de Fuego era el amor que había sentido antaño por su madre. Y eso no estaba bien. Su madre había merecido ese amor y su madre había sufrido, luchado y muerto por ello. Esta mujer no había hecho nada salvo entrar en el patio mayor.

—Me ha drogado con un sentimiento falso hacia usted —susurró Bitterblue—. Ese es su poder.

Le llegó una voz dentro de su cabeza. No eran palabras, pero entendía perfectamente lo que transmitía:

Sus sentimientos son reales. Pero no hacia mí
.

—¡Los siento por usted!

Fíjese mejor, Bitterblue. Ama intensamente, y carga con la tristeza de una reina. Cuando estoy cerca, mi presencia la abruma por todo lo que experimenta… Pero yo solo soy la música, Bitterblue, o el tapiz o la escultura. Provoco que sus emociones afloren, pero no las siente por mí
.

Bitterblue se echó a llorar otra vez. Fuego acercó su propia manga de tela marrón guarnecida con piel para enjugarle las lágrimas. Coligiendo la ternura de ese rostro, permitiéndose sumergirse en ella, Bitterblue se conectó, durante un instante, a esa singular criatura que había acudido a su llamada y había sido amable cuando ella se había mostrado desagradable.

—Si quiere —susurró—, puede entrar en mi mente y ver lo que hay en ella. Y robarlo, y cambiarlo a lo que quiera que desee. Porque puede hacerlo, ¿verdad?

Sí. Aunque con usted no sería fácil, porque es fuerte. Usted no lo sabe, pero su recibimiento hostil le granjeó nuestro afecto, Bitterblue. Confiábamos en que fuese fuerte
.

—¿Está diciendo que no quiere apoderarse de nuestra mente, la mía y las de mis súbditos?

No es ese el motivo por el que estoy aquí
.

—¿Me haría un favor si se lo pidiera?

Eso depende de lo que sea
.

—Mi madre decía que yo era lo bastante fuerte para… —Bitterblue empezó a temblar—. Yo tenía diez años y Leck nos perseguía. Ella se arrodilló en mitad de un campo nevado, me dio un cuchillo y dijo que era lo bastante fuerte para sobrevivir a lo que se avecinaba. Dijo que tenía el corazón y la mente de una reina. —Bitterblue volvió la cara para no mirar a Fuego, solo un instante, porque lo estaba pasando mal; admitir esa verdad en voz alta costaba mucho—. Quiero tener el corazón y la mente de una reina —musitó—. Lo deseo más que nada. Pero solo finjo. No consigo sentirlo dentro de mí.

Fuego la observó en silencio.

Quiere que yo busque si está en su interior
.

—Solo quiero que me lo diga —contestó Bitterblue—. Si está ahí, será un gran consuelo saberlo.

Ya puedo decirle que sí está
.

—¿De verdad? —musitó Bitterblue.

Reina Bitterblue, ¿quiere que comparta con usted la sensación de su fortaleza?

Fuego tomó su mente de modo que era como si Bitterblue estuviese en su propio dormitorio, dolorida por el llanto y la pena.

—Eso no da la sensación de fortaleza —dijo.

Espere. Tenga paciencia
, dijo Fuego, todavía arrodillada a su lado, en la biblioteca.

Se encontraba en su dormitorio, dolorida por el llanto y la pena. Estaba asustada, convencida de no estar capacitada para la tarea que le aguardaba. Se avergonzaba de sus errores. Era pequeña y estaba cansada de que la abandonaran. Y furiosa con la gente que se iba, se iba y se iba. Y dolida por causa de un hombre que estaba en un puente, que la traicionaba y después la abandonaba, y por un chico en un puente que ella, de algún modo, sabía que sería el siguiente en abandonarla.

Entonces algo empezó a cambiar en la habitación. Los sentimientos no cambiaron, pero Bitterblue los rodeaba de alguna forma. Era más grande que los sentimientos, los sujetaba en un abrazo, y les murmuraba palabras amables para consolarlos. Ella era la habitación. La habitación estaba viva, el dorado de las paredes resplandecía de vida, las estrellas escarlatas y doradas del techo eran reales. Ella era más grande que la habitación; era el pasillo y la sala de estar y los aposentos de Helda. Helda se encontraba allí, cansada, preocupada y padeciendo un poco de artritis en las manos que tejían, y Bitterblue la abrazaba y la consolaba también, y le aliviaba el dolor de las manos. Y creció. Era los pasillos exteriores, donde abrazaba a su guardia lenita de las puertas. Era las oficinas y la torre, y abrazaba a todos los hombres que estaban deshechos, asustados y solos. Era los niveles inferiores y los patios más pequeños, la Corte Suprema, la biblioteca, donde se hallaban muchos de sus amigos ahora; había gente reunida de otras tierras desconocidas. ¡Lo más sorprendente, descubrir nuevas tierras! Y esas gentes se encontraban ahora en la biblioteca, y Bitterblue era lo bastante grande para abarcar semejante maravilla. Y para abrazar a los amigos que había entre esas gentes, sentir la complejidad de los sentimientos de los unos hacia los otros; Katsa y Po, Katsa y Giddon, Raffin y Bann, Giddon y Po. La complejidad de sus propios sentimientos. Era el patio mayor, donde el agua resonaba y la nieve caía en el techo de cristal. Era la galería de arte, donde Hava se ocultaba y la obra de Belagavia permanecía como la prueba de algo que había trascendido a la crueldad de su padre. Era las cocinas, que zumbaban con el runrún constante de la eficacia; y las cuadras, donde el sol invernal bruñía la madera y los caballos relinchaban con los pelos del copete sobre los ojos; y las salas de prácticas, donde los hombres sudaban; y la armería, y la herrería, y el patio de artesanos donde la gente trabajaba; y ella sostenía a todas esas personas en sus brazos. Era el recinto y el terreno que lo sustentaba, las murallas y los puentes, donde se escondía Zafiro y donde Thiel le había partido el corazón.

Se vio a sí misma pequeña, caída, llorando y deshecha en el puente. Percibía a todas y cada una de las personas del castillo, de la ciudad. Era capaz de sostenerlos a todos en los brazos, de consolarlos. Era enorme, un venero de emociones, y sabia. Alargó la mano hacia la personita del puente y abrazó el corazón roto de esa muchacha.

Quinta parte
El ministerio de historias y verdad

(finales de diciembre y enero)

Capítulo 43

H
abida cuenta de que era tan poco lo que en el mundo se prestaba a la claridad, resultaba relajante hacer listas de tareas que era preciso llevar a cabo y después elegir a una persona a quien encomendar cada una de ellas. Era reconfortante reunirse con esa persona y comprender, por fin, por qué Helda o Teddy o Giddon se la habían recomendado. Y era alentador comentar la tarea con dicha persona y después acabar la reunión con la sensación de que quizá la ejecución de esa tarea no estaba entre las cinco empresas más irrealizables del mundo. Sabía que no podían serlo todas, porque había bastante más que cinco tareas.

Hava la había sorprendido al hacerle unas cuantas recomendaciones pertinentes para el personal. El nuevo jefe de prisiones, por ejemplo, era una mujer a la que Hava había visto trabajando en los muelles de la plata, una graceling monmarda llamada Goldie que se había criado en un barco lenita y había llegado a ser capitán de la prisión naval en Burgo de Ror. A su regreso a Monmar tras la muerte de Leck, había descubierto que la guardia monmarda no daba empleo a mujeres, de nada, para ningún tipo de trabajo, y menos aún para dirigir prisiones. El don de Goldie era nada menos que el canto.

—Mi nueva jefa de prisiones es un pájaro cantor —masculló para sí Bitterblue, en su despacho—. Qué absurdo.

Pero no lo era menos que las mujeres no pudieran trabajar en la guardia monmarda. Podía ser que aceptar lo uno tuviera por consecuencia el cambio en lo otro. Sería un cambio interesante. Contó con el consejo de los valenses en ese asunto, ya que había mujeres en su ejército desde hacía décadas.

—Me siento un poco mejor respecto al tema de Elestia ahora que has hecho una alianza con los valenses, Bitterblue —comentó Po, que estaba tendido en el sofá—. Al menos en cuanto al peligro de que estalle una guerra. Son una potencia militar importante. Te respaldarán si surgen problemas.

—¿Significa eso que ya ha quedado atrás la certidumbre de que podrían atacarme en cualquier momento?

—No. La existencia del Consejo te pone en peligro.

—Soy una reina, Po —replicó—. Nunca estaré a salvo. Asimismo, en lo tocante a la guerra, los valenses no quieren verse implicados en una.

—Los valenses mantuvieron en secreto su existencia. Ahora se comportan como vecinos. Y has cautivado a su mentalista, cosa que nunca resulta fácil de conseguir.

—No puede ser tan difícil si Katsa logró cautivarte a ti.

—¿Es que no me consideras cautivadora? —preguntó Katsa desde el suelo de la sala de estar, donde se había sentado con la espalda recostada en el sofá—. Muévete —le dijo a Po al tiempo que le empujaba las piernas.

—Vaya, ¿tanto te cuesta pedir las cosas con amabilidad? —preguntó su primo a Katsa.

—Llevo pidiéndotelo con amabilidad diez segundos por lo menos, y tú no me has hecho ni caso. Muévete. Quiero sentarme.

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