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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Bitterblue (68 page)

No había visto a Zaf desde la noche en el puente, y él se marchaba con los valenses al día siguiente, por la mañana. En consecuencia, nada más anochecer, Bitterblue corrió a través de la ciudad nevada en dirección a la imprenta.

Fue Teddy quien le abrió la puerta; sonriente, hizo una reverencia y fue a buscar a Zaf. Bitterblue se quedó esperando en la tienda, temblorosa. La fachada y parte del techo, que habían ardido, estaban cubiertos con tablones toscos que no eran herméticos. Hacía mucho frío en la habitación y olía a quemado; faltaba casi todo el mobiliario.

Zaf entró en silencio y se quedó plantado allí, con las manos metidas en los bolsillos, sin decir nada. La miraba con cierta timidez.

—Te vas mañana —dijo Bitterblue.

—Sí.

—Zaf, necesito hacerte una pregunta.

—Adelante.

Bitterblue se obligó a mirarlo a los ojos.

—Si no tuvieras problemas por el asunto de la corona, ¿querrías irte de todos modos?

La pregunta hizo que la expresión dulce de su mirada se hiciera más patente.

—Sí —contestó.

Había sabido de antemano la respuesta que él daría a su pregunta, pero eso no implicaba que oír la corroboración dejara de ser doloroso.

—Me toca a mí —dijo él—. ¿Renunciarías a ser reina por mí?

—Por supuesto que no.

—Ahí tienes. Nos hemos hecho la misma pregunta el uno al otro.

—No, no es cierto.

—Lo es en lo que cuenta. Tú me has pedido que me quede y yo te he pedido que vengas conmigo.

Dándole vueltas a ese planteamiento, Bitterblue se acercó y le tendió la mano. Zaf se la dio y, durante un instante, Bitterblue jugó con sus anillos y sintió la calidez de la piel en contraste con la fría habitación. Entonces, siguiendo los dictados de su cuerpo, lo besó; solo para ver qué pasaba. Lo que pasó fue que él empezó a besarla a su vez. Las lágrimas le corrieron por las mejillas a Bitterblue.

—Es una de las primeras cosas que me dijiste sobre ti —susurró—. Que te marcharías.

—Mi intención era hacerlo antes —respondió él, también en un susurro—. Quise hacerlo cuando las cosas empezaron a embrollarse con la corona, para ponerme a salvo. Pero entonces no pude. Todavía estábamos luchando.

—Me alegro de que no lo hicieras.

—¿Funcionó el sueño?

—Con él camino por la cima del mundo y no tengo miedo. Es un sueño maravilloso, Zaf.

—Dime qué otros sueños deseas tener.

Deseaba miles.

—Haz que sueñe que nos separamos como amigos —pidió.

—Eso es una realidad —dijo él.

Era tarde cuando Bitterblue regresó al castillo. En sus aposentos, sostuvo en las manos la corona falsa, pensativa. Acto seguido, fue a buscar a Katsa.

—¿Querrás formar equipo con Po para cierto asunto que me atañe? Tengo una petición muy especial que haceros.

Más tarde aún, Giddon fue a buscarla.

—¿Ha funcionado? —preguntó Bitterblue mientras se dirigían a los aposentos de Katsa.

—Sí.

—¿Y todos están bien?

—No se alarme cuando vea a Po. Lo del ojo morado ha sido Celaje, no a causa de lo otro.

—Oh, no. ¿Dónde está Celaje? ¿Cree que debería hablar con él?

Giddon se frotó la barba antes de contestar:

—Ha decidido unirse al grupo que viaja a Los Vals. Como embajador de Lenidia.

—¿Qué? ¿Se marcha? ¡Pero si acaba de llegar!

—Creo que tiene el corazón tan dolido como lo está el ojo de Po.

—Me gustaría que la gente dejara de pegar a mi primo —susurró Bitterblue.

—Sí, bueno. Yo espero que Celaje esté siguiendo mi pauta: puñetazo a Po, emprender un largo viaje, sentirse mejor, regresar y hacer las paces.

—En fin, al menos tenemos la corona —dijo Bitterblue.

En la habitación de Katsa, Po, sentado en la cama, empapado y envuelto en mantas, parecía un lastimoso montón de algas. Katsa se encontraba en el centro de la habitación y se sacudía el agua del pelo a la par que retorcía la ropa encima de la delicada alfombra; su aspecto era el de alguien que hubiese acabado de ganar una prueba de natación. La voz de Bann llegaba del cuarto de baño, donde se oía correr el agua para llenar la tina. Raffin estaba sentado a la mesa e intentaba limpiar la corona aplicando una solución misteriosa de un frasquito, que después frotaba con algo que a Bitterblue le parecían unos calcetines.

—¿Dónde dejasteis la corona falsa? —preguntó Bitterblue.

—Bastante más cerca de la orilla —contestó Katsa—. Por la mañana montaremos todo un espectáculo para sacarla.

Y Zaf podría marcharse de Monmar sin acusaciones contra él. Porque Bitterblue no estaba segura de si entregar una corona falsa a los señores de los bajos fondos, robársela después y después arrojarla al río era un delito o no. Como tal delito, a decir verdad, no parecía gran cosa. Al menos no era traición. Zaf podría volver algún día y no lo ahorcarían.

El día había empezado con Celaje entrando en su despacho, aunque Bitterblue tenía la impresión de que eso había ocurrido siglos atrás. Pasaba lo mismo todos los días; estaba tan atareada que caía rendida en la cama.

En el momento en que Celaje entró al despacho, ella estaba leyendo un informe de Deceso, y ya se encontraba acostada en la cama, de noche, cuando por fin reanudó la lectura.

En la parte que acabo de traducir, mata a Belagavia, como venía amenazando desde hacía tiempo. La mata porque, en un momento en que la pilla desprevenida, la ve con una niña que según ella llevaba muerta varios años. La niña desaparece de la habitación cuando las sorprende, majestad, cosa que no es de sorprender puesto que hemos de suponer que esa niña es Hava. Belagavia se niega a hacerla aparecer. Furioso con ella por haberle mentido respecto a la niña, Leck se lleva a Belagavia al hospital y la mata con mucha más presteza de la habitual, tras lo cual va a su dormitorio e intenta destruir sus obras con pintura. Durante días y semanas busca en vano a la niña. Al mismo tiempo, el deseo de estar a solas con usted va en aumento. Empieza a escribir sobre moldearla en una reina perfecta y comenta que las dos, Cinérea y usted, cada vez se muestran menos dóciles. Escribe sobre el placer anticipado que le proporciona ser paciente.

Esta es la clase de información íntima y dolorosa con la que no la abrumaría por regla general, majestad, salvo porque las implicaciones, cuando uno considera todo el conjunto, parecen importantes, y pensé que a usted le gustaría saberlo. Recordará, majestad, que Belagavia y la reina Cinérea fueron dos de las víctimas que Leck afirmaba haber «reservado para él». Y su obsesión con esa niña es chocante, ¿verdad?

Lo era. Pero a Bitterblue no la sorprendía porque era algo que ella también había empezado a preguntarse. De hecho, ya se lo había preguntado a Hava una vez, pero las habían interrumpido antes de que la joven hubiera tenido ocasión de contestar.

Bitterblue salió de la cama otra vez y se puso una bata.

En la galería de arte, sentada en el suelo con Hava, trató de tranquilizar a la muchacha, que estaba muy asustada.

—No quería que usted lo supiera, majestad —susurró Hava—. Jamás se lo dije a nadie. Nunca tuve intención de hacerlo.

—Ya no tienes que llamarme por el título —musitó Bitterblue.

—Permítamelo, por favor. Me aterra que otros se enteren. Me aterra que usted u otras personas, sean quienes sean, empiecen a pensar en mí como su heredera. ¡Moriría antes que convertirme en reina!

—Discurriremos alguna disposición legal para que nunca lo seas, Hava, te lo prometo.

—Es que no podría, majestad —insistió Hava, entrecortada la voz por el pánico—. ¡Se lo juro, no podría!

—Hava —Bitterblue le tomó la mano y se la apretó con fuerza—. Te juro que eso no pasará.

—Tampoco quiero que me traten como a una princesa, majestad. No soportaría el agobio de la gente, siempre pendiente de lo que haces. Quiero vivir en la galería de arte, donde no me vea nadie. Yo… —Las lágrimas empezaron a deslizarse por la cara de Hava—. Majestad, espero que entienda que nada de esto es personal. Haría cualquier cosa por usted. Es solo que…

—Es algo demasiado grande y todo pasa muy deprisa —acabó por ella Bitterblue.

—Sí, majestad —sollozó Hava. Titiló una vez adquiriendo la forma de una escultura y luego volvió a ser una joven llorosa—. Tendría que irme —sollozó—. Tendría que esconderme para siempre.

—Pues no se lo diremos a nadie —propuso Bitterblue—. ¿De acuerdo? Haremos jurar a Deceso que guardará el asunto en secreto. Desenmarañaremos despacio todo este enredo, ¿te parece? No te apremiaré, y serás tú quien decida lo que quieres. Puede que no se lo digamos nunca a nadie. ¿Te das cuenta de que nada ha cambiado salvo que lo sabemos nosotras, Hava? —Bitterblue respiró hondo para frenar el impulso de abrazar a la muchacha—. Hava, por favor. Por favor, no te vayas.

Hava lloró un poco más apoyada en la mano de Bitterblue.

—Yo tampoco quiero alejarme de usted, majestad. Me quedaré —accedió después la muchacha.

De nuevo en la cama, Bitterblue intentó dormirse. Tenía que levantarse pronto para despedir a los valenses y los pikkianos. Tenía que encontrar a Celaje para hacerle entrar en razón. La esperaba otro día de reuniones y decisiones, pero no conseguía conciliar el sueño. Dentro de sí atesoraba una palabra, pero la timidez le impedía decirla en voz alta.

Por fin se atrevió a susurrarla. Una vez.

—Hermana.

—¿Crees que señala las horas valenses? —sugirió Po dos días después. Estaba tumbado cuan largo era en uno de los sofás de Bitterblue y hacía equilibrios con el reloj de quince horas de Zaf apoyado en la yema del dedo; de vez en cuando, intentaba hacerlo en la punta de la nariz—. Me encanta este objeto. El sonido del mecanismo interior me tranquiliza.

Zaf le había dado a Po el reloj como regalo de despedida y en agradecimiento por salvarle el cuello.

—Sería una forma divertida de marcar la hora, ¿no crees? —comentó Bitterblue—. El primer cuarto de hora sería la hora tal y doce minutos y medio. Ah, por cierto: ese objeto es una propiedad robada.

—Dime, ¿no crees que la razón de todo cuanto hacía Leck era esa? ¿Imitar a Los Vals? —sugirió Po.

—Tal vez ese reloj no es más que otra de sus imitaciones chapuceras —sugirió Giddon.

—Giddon, ¿qué hará usted después de lo de Elestia?

—Bueno —empezó el hombre, y una leve sombra le nubló el semblante.

Bitterblue sabía a qué lugar quería ir Giddon después de Elestia, y se preguntó si el Consejo se plantearía hacer un proyecto encaminado a tal fin. También se preguntó si sería una buena idea ir a ver algo que ya no existía.

—Supongo que depende de donde mi presencia sea requerida —respondió él.

—Si no lo necesitan a usted con urgencia en ningún sitio, o si está indeciso, o si, tal vez, está pensando en visitar Los Vals… ¿Se plantearía volver aquí antes, durante un tiempo?

—Sí —respondió él sin vacilación—. Si no se me necesita en otro sitio, volveré para quedarme aquí un tiempo.

—Eso me reconforta —dijo en voz baja Bitterblue—. Gracias.

Sus amigos se marchaban. En cuestión de días se dirigirían a Elestia, y esta vez era para entrar en acción; los revolucionarios y unos cuantos nobles elestinos selectos habían acordado actuar juntos, pillar por sorpresa al rey y cambiar la vida del pueblo elestino. Bitterblue estaba contenta de contar con la armada de su tío al sur y de tener a sus nuevos y extraños amigos al este. Sabía que tendría que ser paciente, esperar y ver qué ocurría. También sabía que habría de confiar en sus amigos y no darle vueltas a la idea de que estarían metidos en una guerra. Bann, su viejo compañero de prácticas. Po, que pedía demasiado de sí mismo y ahora estaba dolido por el enfrentamiento con un hermano. Katsa, que se desmoronaría si le ocurriera algo a Po. Giddon. Reaccionó con sobresalto por la rapidez con que las lágrimas le humedecían los ojos al pensar que Giddon se iba.

Raffin se quedaba en Monmar como enlace, lo cual era un consuelo para el corazón de Bitterblue, aunque el príncipe tendía a sumirse en largos silencios y a observar, malhumorado, plantas que crecían en macetas. Lo había encontrado en el jardín trasero esa mañana, de rodillas en la nieve, mientras cortaba trocitos de vivaces muertas.

—¿Sabía usted que en Nordicia han decidido que no quieren tener rey? —le preguntó el príncipe, alzando la vista hacia ella.

—¿Qué? ¿No quieren a ningún rey?

—Exacto. El comité de nobles seguirá gobernando por votación, junto con otro comité de igual poder que está compuesto por representantes electos por el pueblo.

—¿Quiere decir que será una especie de… república aristocrática y democrática? —inquirió Bitterblue, que recordó los términos leídos en el libro sobre monarquía y tiranía.

—Algo por el estilo, sí.

—Fascinante. ¿Sabía usted que en Los Vals un hombre puede contraer matrimonio con otro hombre y una mujer tomar por esposa a otra? Fuego me lo dijo.

—Mmmmm… —Raffin enfocó la mirada en ella, sereno—. ¿Es eso cierto?

—Lo es. Y el propio rey está casado con una mujer por cuyas venas no corre una sola gota de sangre noble.

Raffin se quedó en silencio un momento al tiempo que hurgaba en la nieve con un palo. Bitterblue dedicó esos instantes a contemplar la escultura de Belagavia y miró los ojos de su madre, tan vivos en apariencia. Tocó el pañuelo que llevaba puesto y hacerlo le dio fuerza.

—Así no son las cosas en Terramedia —dijo por fin Raffin.

—No. Pero las cosas son como son en Terramedia para que el rey haga lo que guste.

Crujiéndole las rodillas, Raffin se puso de pie y se acercó a ella.

—Mi padre tiene una salud de hierro —dijo el príncipe.

—Oh, Raffin. ¿Puedo darle un abrazo?

Era muy duro decir adiós.

—¿Crees que alguna vez seré capaz de escribirte letras con bordados para que las toques con los dedos cuando estés ausente, Po? —le preguntó Bitterblue.

Él esbozó una leve sonrisa.

—Katsa me escribe notas raspando letras en madera de tanto en tanto, cuando está desesperada. Aunque ¿no tendrías que aprender a bordar para hacer eso?

—Ahí está la cosa —contestó Bitterblue, que le sonrió y lo abrazó.

—Volveré —le dijo su primo—. Te lo he prometido, ¿recuerdas?

—Yo también regresaré —intervino Katsa—. Va siendo hora de que vuelva a dar lecciones aquí, Bitterblue.

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