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Authors: Paul Watzlawick

3) Lo que hace que la reestructuración sea un instrumento tan eficaz de cambio es el hecho de que, una vez que percibimos la pertenencia alternativa de un miembro a otra clase, no podemos volver tan fácilmente a la trampa y la angustia representadas por el previo punto de vista acerca de su «realidad». Una vez que nos ha explicado alguien la solución del problema de los nueve puntos, resulta imposible que retornemos a nuestra anterior ignorancia y sobre todo a nuestra anterior desesperanza acerca de una posibilidad de solución.

Parece ser que el primero que llamó la atención sobre esto — si bien dentro de un contexto referido a los juegos y a la percepción de reglas — fue también Wittgenstein. En sus Observaciones acerca de los
fundamentos de las Matemáticas
escribe lo siguiente:

«Supongamos... que el juego es tal que cualquiera que lo comienza puede ganar siempre mediante un determinado y sencillo truco. Pero nadie se ha dado aún cuenta de ello y por tanto el juego continúa siendo un juego. Si ahora hay alguien que llama la atención sobre dicho truco, el juego deja de serlo. ¿Cómo he de considerar esto, para aclarármelo a mí mismo? —Ya que afirmo que "el juego deja de serlo", y no "y ahora vemos que no se trataba de un juego".
Ello significa que el otro no nos llamó la atención hacía, algo, sino que nos enseñó un juego diferente, en lugar del nuestro. Pero ¿cómo puede el nuevo juego dejar obsoleto al juego anterior? Ahora vemos algo diferente y no podemos ya continuar jugando ingenuamente.
Por una parte, el juego consistía en nuestras acciones (nuestro juego) en el tablero, y estas acciones las podría continuar realizando ahora igual que antes. Pero por otra parte era esencial para el juego que intentase ciegamente ganar, y ahora no puedo ya obrar de este modo» (104).

No es de sorprender que conclusiones muy similares surjan eventualmente en la teoría matemática de los juegos, ya que el saber acerca de las reglas, como acabamos de ver, desempeña un papel decisivo en el resultado de un juego. Partiendo de premisas similares, Howard ha presentado un modelo basado en la teoría de los juegos relativo a lo que él designa como
«axioma existencialista»
(46) mostrando que

«si una persona llega a "conocer" una teoría sobre su comportamiento, ya no sigue obligado por ella, sino que es libre para desobedecerla» (47), y así: «... un sujeto que adopta conscientemente decisiones puede siempre elegir desobedecer a cualquier teoría que prediga su comportamiento. Podemos afirmar que puede siempre transcender tal teoría. Se trata ciertamente de un punto de vista realista. Queremos señalar que entre las teorías socioeconómicas la teoría marxista, por ejemplo, falló al menos parcialmente porque ciertos miembros de la clase dominante, al darse cuenta de ella, comprendieron que estaba en su propio interés desobedecerla» (48).

Ashby, refiriéndose al mismo tema en su Introducción a la Cibernética escribe lo siguiente:

«Si el lector siente que estos estudios son algo abstractos y desprovistos de aplicaciones, ha de reflexionar sobre el hecho de que las teorías de los juegos y la cibernética constituyen sencillamente los fundamentos de la teoría de "cómo salirse con la suya". Pocos temas pueden ser más ricos en aplicaciones que éste» (14).

Hasta aquí nos hemos referido al fondo teórico de la restructuración, pasemos ahora a algunos ejemplos prácticos:

«Un día de mucho viento, un sujeto se precipitó sobre mí al volver la esquina de un edificio y chocó fuertemente conmigo cuando yo estaba pugnando contra el viento. Antes de que pudiese recuperar su equilibrio para hablarme, yo miré despacio mi reloj y cortésmente, como si me hubiese preguntado la hora, le dije: "Son exactamente las dos y diez" aun cuando eran entonces cerca de las cuatro de la tarde, y me marché. Media manzana más allá me volví, viendo cómo continuaba mirándome, asombrado y confuso por lo que le dije» (4).

Así describe Erickson el suceso que le condujo a desarrollar un insólito método de inducción hipnótica que designó más adelante como
«técnica de la confusión».
¿Qué es lo que había ocurrido? Al chocar ambos, se había producido un contexto en el que la reacción obligada más obvia habría sido el disculparse mutuamente. La respuesta dada por el doctor Erickson determina de modo súbito e inesperado el mismo contexto de una manera muy distinta, es decir, de un modo que habría sido socialmente apropiado si el otro hubiese preguntado la hora, pero incluso así habría extrañado, debido a la patente falta de exactitud de la información, en contraste con el modo cortés y solícito como se daba la respuesta. El resultado fue una confusión, no paliada por cualquier información subsiguiente que reorganizase las piezas del rompecabezas para formar un nuevo cuadro de referencia que resultara inteligible. Como señala Erickson, la necesidad de superar la confusión, dando con otro cuadro de referencia, hace que el sujeto esté particularmente dispuesto y deseoso de echar mano a la primera información concreta que se le proporcione. La confusión inicial, al preparar así el terreno para una reestructuración, se convierte entonces en una etapa importante en el proceso de llevar a cabo el cambio 2 y de enseñar así
«a la mosca el camino que conduce fuera del atrapamoscas»
.

Puede afirmarse, en general, que tal reestructuración es implícita en toda labor hipnótica llevada a cabo con éxito; en efecto, la capacidad para reestructurar cuanto un sujeto hace (o no hace), como demostración de que el trance hipnótico se está profundizando, es lo que distingue a un buen hipnotizador. Por ejemplo el poder inducir una levitación de la mano indica claramente que el sujeto está entrando en trance. Pero si la mano no se mueve y permanece inerte, ello puede ser reestructurado en el sentido de que el sujeto está ya tan profundamente relajado como para entrar en niveles más profundos de la hipnosis. Si una mano levitada comienza de nuevo a descender, este movimiento puede ser reestructurado como demostración de que la relajación está aumentando y de que en el momento en que la mano vuelva a posarse de nuevo sobre el brazo del sillón, el trance hipnótico será doblemente más profundo que anteriormente. Si por cualquier razón un sujeto amenaza interrumpir la inducción por reírse, se le puede cumplimentar por el hecho de que incluso en un trance hipnótico no pierda su sentido del humor; si el sujeto afirma que no estaba en trance, esto puede ser reestructurado diciendo que se trata de una prueba de que en la hipnosis no puede suceder nada en contra de la voluntad del sujeto. Así pues, cada una de estas múltiples intervenciones posibles se halla al servicio de preparar, inducir o reforzar la relajación hipnótica.

Mas como hemos mostrado en las páginas precedentes, la reestructuración no precisa tener nada que ver con la hipnosis. Erickson (29) se vio enfrentado en cierta ocasión con una de esas situaciones interpersonales, al parecer sin salida, en la que cada uno de ambos participantes exige que sea el otro quien tenga que ceder. En el caso de esta pareja, ambos cónyuges se enzarzaban invariablemente en una discusión cuando se preparaban a volver a casa en su coche tras una reunión social. Ambos reclamaban el derecho de conducir el coche y ambos alegaban que el otro había tomado demasiado alcohol como para conducir. Ninguno de los dos estaba dispuesto a dejarse «derrotar» por el otro. Erickson sugirió que uno de ellos condujese hasta una manzana de su casa y que luego ocupase el otro el volante hasta la casa. Con este arreglo aparentemente pueril, se resolvió el problema.

En el capítulo VI hemos hecho ya mención de la frigidez y de la paradoja representada por la orden de
«¡sé espontáneo!»
, habitualmente introducida en la situación por ambos participantes. En tanto el problema sea considerado como un síntoma fisiológico y/o emocional, esta misma base conceptual impide la solución. El síntoma constituye entonces algo que no hay modo de controlar, o bien algo que hay que superar mediante un esfuerzo de voluntad, y el empleo de la fuerza de voluntad conduce entonces a una intensificación del problema. Una reestructuración llevada a cabo con éxito deberá extraer el problema de su definición de «síntoma», transfiriéndolo a otra que no implique la imposibilidad de modificación. Desde luego, no ha de tratarse de otra definición cualquiera, sino de una que vaya de acuerdo con el modo de pensar y de considerar la realidad por parte del sujeto. Así por ejemplo, dudamos que pueda lograrse ningún efecto terapéutico mediante la tradicional definición de la frigidez como la cúspide de iceberg de la hostilidad femenina contra el varón. Esto sirve tan sólo para sustituir alguna clase de alteración mental (por ejemplo, un trastorno emocional) por una forma de hostilidad, y tan sólo puede servir para dar lugar a sentimientos de culpa y para agravar la situación conflictiva entre los cónyuges. Sobre todo, si la hostilidad está de hecho implicada, puede ser utilizada para reestructurar el problema presentándolo como producido por la hiperprotección de la mujer con respecto al varón: ¿es que ella tiene quizás miedo de que él no sepa cómo enfrentarse con el impacto de su sexualidad desinhibida? ¿Está ella segura de que él no experimentará un shock? ¿Qué sucedería si él se convirtiese en impotente? Dadas todas estas incertidumbres ¿no es mucho mejor para ella proteger su ego y hacerle creer al cónyuge que es ella misma y no él quien tiene un problema sexual? Si esta reestructuración del problema es presentada ante ambos esposos, el terapeuta puede dirigirse luego al marido y afirmar que, por otra parte, no parece ser él la clase de hombre que necesite forzosamente de tal protección. Ya que (suponiendo siempre que ella sienta hostilidad) proteger al marido a expensas suyas es la última cosa que la mujer estaría dispuesta a hacer, esta reestructuración del problema utiliza su hostilidad como un incentivo para demostrar a su marido (y al psicoterapeuta) que ella no tiene intención de protegerle y de asumir el papel de paciente. Al mismo tiempo provoca la virilidad del marido y le induce a sostener que no precisa de la protección de la mujer y que le agradaría que ella renunciara a su inhibición.

Una modalidad similar de reestructuración puede utilizarse con respecto al frecuente conflicto entre una esposa regañona y un esposo que se retrae en actitud pasivo-agresiva. El comportamiento de ella puede definirse como siendo, por una parte, perfectamente comprensible ante el silencio punitivo de su marido, pero por otra posee el inconveniente de hacerle aparecer a él como demasiado bueno para cualquier observador exterior. Ello es debido a que éste comparará ingenuamente el comportamiento de él con el de ella y verá solamente la tranquila y amable paciencia de él, su indulgencia, el hecho de que parezca actuar tan normalmente a pesar de la sumamente tensa situación que tiene que soportar de nuevo todas las noches en su hogar, etc. Es precisamente la necedad de esta reestructuración del comportamiento de la mujer lo que dará lugar a que ella cese de «realzarle» a los ojos de los demás, a expensas suyas; pero en el momento en que ella cese en este comportamiento él se retraerá menos y nada es más convincente, en último término, que el éxito.

Estos ejemplos están encaminados a demostrar que una acertada reestructuración situacional precisa tomar en cuenta los puntos de vista, las expectativas, los motivos y las premisas, es decir, toda la trama conceptual, de aquellos cuyos problemas han de ser modificados. Tomar lo que el paciente nos aporta, es una de las reglas básicas de Erickson para la solución de problemas interhumanos. Se halla en acentuado contraste con las enseñanzas de la mayoría de las escuelas psicoterápicas, las cuales, o bien tienden a aplicar mecánicamente un mismo procedimiento a los pacientes más diversos, o bien consideran necesario enseñarle al paciente un nuevo lenguaje, hacerle comenzar a pensar en términos de este nuevo lenguaje, e intentar luego llevar a cabo un cambio mediante comunicaciones en dicho lenguaje. En contraste con esto, la reestructuración presupone que el psicoterapeuta aprenda el lenguaje del paciente, lo cual puede ser realizado mucho más fácil y económicamente que viceversa. En este modo de aproximación, son las auténticas resistencias al cambio las que pueden ser utilizadas para lograrlo. Esta forma de resolver problemas es similar, en más de un aspecto, a la filosofía y a la técnica del judo, en el que el ataque del adversario no es contrarrestado con una fuerza por lo menos igual, sino que más bien es aceptado y amplificado, cediéndose al mismo y adaptándose a él. Esto no lo espera el adversario, quien está desarrollando un juego de fuerza contra fuerza, es decir, de «más de lo mismo», y con arreglo a las normas de su juego anticipa un contraataque y no un modo diferente de jugar. La reestructuración, para utilizar una vez más las palabras de Wittgenstein, no llama la atención hacia nada, no da lugar a introspección comprensiva, sino que enseña un fuego diferente, haciendo así obsoleto el anterior. El otro «ve ahora algo diferente y no puede ya continuar jugando ingenuamente» Así por ejemplo, el pesimista está habitualmente enzarzado en un «juego» interpersonal en el que procura primeramente sonsacar a los demás sus puntos de vista optimistas, y en cuanto lo ha logrado hace contrastar dicho optimismo con su acentuado pesimismo, pudiendo entonces los demás insistir en «más de lo mismo», es decir, en su optimismo, o bien eventualmente ceder al pesimismo del otro, en cuyo caso el pesimista ha «ganado» otro round si bien en detrimento propio. Este patrón de comportamiento cambia drásticamente en el momento en que otra persona se muestra más pesimista que el propio pesimista. Su interacción, entonces, no es ya un caso de plus qa change, plus c'est la meme chose, ya que un miembro del grupo (pesimismo) no se combina con su recíproco o contrario (optimismo), manteniendo así la invariabilidad del grupo a base de la propiedad d de grupo, sino que se produce un cambio 2 mediante la introducción de una «regla de combinación » completamente nueva. Para llevar esto a cabo se utiliza el propio «lenguaje» del pesimista, es decir, su pesimismo.

Desde luego, todo esto no queda limitado exclusivamente a la psicoterapia; los solucionadores de problemas, dotados de imaginación, y los negociadores hábiles han utilizado siempre estas técnicas. Así por ejemplo, ya en 1597 escribía Francis Bacon en su ensayo
De la negociación
:

«Si queréis manejar a un hombre, habéis de conocer primeramente su naturaleza o sus modos, para así manipularlo; o sus fines, y así persuadirle; o su debilidad y desventajas, para amedrentarle; o bien a aquellos que tienen influencia sobre él, para así gobernarle. Al enfrentarnos con personas arteras, hemos de considerar asimismo sus finalidades, para interpretar sus discursos, siendo preferible decirles lo menos posible y aquello que menos esperan.»

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