Ciudad de los ángeles caídos (35 page)

—Kaelie —dijo Clary poco a poco, reconociendo al hada que trabajaba como camarera en Taki’s y que los había atendido más de una vez cuando había ido a comer allí con los Lightwood. Una chispa le recordó que había oído alguna indirecta acerca de que había tenido en su día un pequeño romance con Jace, pero aquel hecho le parecía tan menor en comparación con todo lo demás, que ni siquiera se planteó darle importancia—. No te había visto... ¿Conoces a Luke?

—No me confundas con una invitada —dijo Kaelie, con la fina mano trazando en el aire un despreocupado gesto de indiferencia—. Mi señora me envía a buscarte, no para asistir a ningún festejo. —Miró con curiosidad por encima del hombro, sus ojos completamente azules brillando—. Aunque no sabía que tu madre iba a casarse con un hombre lobo.

Clary enarcó las cejas.

—¿Y?

Kaelie la miró de arriba abajo con una expresión divertida.

—Mi señora me dijo que, a pesar de tu pequeño tamaño, eras bastante dura de pelar. En la Corte te menospreciarían por ser tan bajita.

—No estamos en la Corte —dijo Clary—. Y tampoco estamos en Taki’s, lo que significa que eres tú la que has venido a mí, lo que significa también que dispones de cinco segundos para contarme qué quiere la reina seelie. La verdad es que no es muy de mi agrado, y no estoy de humor para sus jueguecitos.

Kaelie señaló el cuello de Clary con un dedo rematado con una uña verde.

—Mi señora me ha dicho que te pregunte por qué llevas el anillo de los Morgenstern. ¿Es en reconocimiento a tu padre?

Clary se llevó la mano al cuello.

—Es por Jace... porque Jace me lo regaló —dijo sin poder evitarlo, y a continuación se maldijo en silencio. No era muy inteligente contarle más de lo conveniente a la reina seelie.

—Pero él no es un Morgenstern —dijo Kaelie—, sino un Herondale, y ellos tienen su propio anillo. Un motivo con garzas, no de luceros del alba. ¿Y no crees que a Jace le queda mejor eso, una alma que remonta el vuelo como un pájaro, mejor que caer como Lucifer?

—Kaelie —dijo Clary entre dientes—. ¿Qué quiere la reina seelie?

El hada se echó a reír.

—Simplemente darte esto. —Tenía algo en la mano, un diminuto colgante de plata en forma de campanilla, con un pequeño gancho en el extremo para poder colgarse de una cadena. Cuando Kaelie movió la mano, la campanilla sonó, suave y dulce como la lluvia.

Clary se echó hacia atrás.

—No quiero regalos de tu señora —dijo—, pues vienen cargados de mentiras y expectativas. No quiero deberle nada a la reina.

—No es un regalo —dijo Kaelie con impaciencia—. Sirve para invocarla. La reina te perdona por tu anterior terquedad. Y cree que muy pronto vas a necesitar su ayuda. Está dispuesta a ofrecértela si decides pedírsela. Basta con que toques la campanita y aparecerá un sirviente de la Corte que te conducirá hasta ella.

Clary negó con la cabeza.

—No pienso tocarla.

Kaelie se encogió de hombros.

—En ese caso, no te cuesta nada aceptarla.

Y como si estuviera en un sueño, Clary contempló su mano abriéndose y sus dedos cerniéndose sobre el objeto.

—Harías cualquier cosa por salvarlo —dijo Kaelie, con la voz tan fina y dulce como el tañido de la campana—, te cueste lo que te cueste, independientemente de la deuda que puedas contraer con el Infierno o el Cielo, ¿verdad?

En la cabeza de Clary resonó el recuerdo de unas voces.
«¿Te paraste alguna vez a pensar qué falsedades podía haber en la historia que tu madre te contó, qué objetivo perseguía al contarlas? ¿Piensas de verdad que conoces todos y cada uno de los secretos de tu pasado
?

»Madame Dorotea le dijo a Jace que se enamoraría de la persona errónea
.

»No es que sea imposible salvarlo. Pero será difícil

La campanilla sonó cuando Clary la cogió y la encerró en la palma de su mano. Kaelie sonrió, sus ojos azules brillaban como cuentas de cristal.

—Sabia decisión —dijo.

Clary dudó. Pero antes de que pudiera devolver la campana a la chica hada, oyó que alguien la llamaba. Al volverse, vio a su madre abriéndose paso entre la gente en dirección a ella. Se volvió rápidamente y no la sorprendió descubrir que Kaelie se había esfumado, que había desaparecido entre el gentío igual que la niebla se evapora bajo el sol matutino.

—Clary —dijo Jocelyn al llegar a su lado—. Estaba buscándote y Luke te ha encontrado por fin, aquí sola. ¿Va todo bien?

«Aquí sola.» Clary se preguntó qué tipo de
glamour
habría utilizado Kaelie; su madre tendría que ser capaz de ver a través de la mayoría de encantos.

—Estoy bien, mamá.

—¿Dónde está Simon? Creí que iba a venir.

Era normal que mencionase ante todo a Simon, pensó Clary, y no a Jace. Aun cuando supuestamente Jace tenía que asistir a la fiesta, además en calidad de novio de Clary, y tendría que estar ya allí.

—Mamá —dijo, e hizo una pausa—. ¿Crees que alguna vez llegará a gustarte Jace?

La verde mirada de Jocelyn se dulcificó.

—Ya me he dado cuenta de que no está aquí, Clary. Pero simplemente no sabía si querrías hablar del tema.

—Me refiero —prosiguió Clary con tenacidad— a si piensas que Jace podría hacer algo para conseguir ser de tu agrado.

—Sí —dijo Jocelyn—. Podría hacerte feliz. —Acarició la cara de Clary y ésta cerró con fuerza su mano, sintiendo la campana contra su piel.

—Me hace feliz —dijo Clary—. Pero no puede controlarlo todo, mamá. Suceden otras cosas que... —Buscó torpemente las palabras. ¿Cómo explicar que no era Jace lo que la hacía infeliz, sino lo que le sucedía, sin revelar de qué se trataba?

—Le quieres tanto —dijo con delicadeza Jocelyn—, que me da incluso miedo. Siempre he querido protegerte.

—Y mira cómo te ha salido —empezó a decir Clary, aunque aflojó en seguida el tono. No era el momento de echarle la culpa de nada a su madre ni de pelear con ella, en absoluto. Luke estaba mirándolas desde la puerta, con el rostro radiante de amor y ansiedad—. Si lo conocieses —dijo, sin apenas esperanza—. Aunque supongo que todo el mundo dice lo mismo sobre su novio.

—Tienes razón —replicó Jocelyn, sorprendiéndola—. No lo conozco, la verdad es que no. Lo he visto, y me recuerda un poco a su madre. No sé por qué... No se parece a ella, exceptuando que ella también era muy guapa, y que tenía asimismo esa terrible vulnerabilidad que él posee...

—¿Vulnerabilidad? —dijo Clary, atónita. Jamás se le había ocurrido que nadie, excepto ella, pudiera considerar a Jace una persona vulnerable.

—Oh, sí —dijo Jocelyn—. Quería odiarla por haber apartado a Stephen de Amatis, pero resultaba imposible no querer proteger a Céline. Jace tiene un poco de eso. —Se quedó por un instante perdida en sus pensamientos—. O tal vez sea que el mundo rompe muy fácilmente las cosas bonitas. —Bajó la cabeza—. Pero no importa. Son recuerdos y tengo que enfrentarme a ellos, pero son mis recuerdos. Jace no tiene por qué soportar su peso. Pero voy a decirte una cosa. Si no te quisiese como te quiere (y eso lo lleva escrito en la cara cuando te mira), no lo toleraría ni un instante en mi presencia. Ten esto en cuenta cuando te enfades conmigo.

Con una sonrisa y una caricia en la mejilla, le dio a entender a Clary que no estaba enfadada y dio media vuelta para regresar con Luke, no sin antes pedirle a Clary que socializase un poco con los invitados. Clary hizo un gesto de asentimiento y no dijo nada. Se quedó mirando a su madre y notando que la campanilla le abrasaba la palma de la mano, como la punta de una cerilla encendida.

Los alrededores de la Fundición eran una zona ocupada básicamente por almacenes y galerías de arte, el tipo de barrio que se vaciaba por la noche, por lo que Simon y Jordan encontraron aparcamiento en seguida. Cuando Simon saltó de la furgoneta, vio que Jordan ya estaba en la acera, observándolo con mirada crítica.

Simon se había marchado de casa sin coger ropa de vestir —no tenía nada más elegante que una cazadora que en su día perteneció a su padre—, por lo que Jordan y él se habían pasado la tarde dando vueltas por el East Village en busca de algo decente que ponerse. Al final habían encontrado un viejo traje de Zegna en una tienda de artículos de empeño llamada El Amor Salva la Situación especializada en botas brillantes de plataforma y pañuelos de Pucci de los años sesenta. Simon se imaginó que Magnus debía de comprarse la ropa en un lugar de ese estilo.

—¿Qué? —dijo, tirando tímidamente de las mangas de la chaqueta. Le iba un poco pequeña, aunque Jordan le había dicho que si no se la abrochaba, nadie se fijaría en ello—. ¿Tan mal estoy?

Jordan se encogió de hombros.

—No romperás ningún espejo —dijo—. Sólo estaba preguntándome si ibas armado. ¿Quieres alguna cosa? ¿Un cuchillo, quizá? —Abrió un poco su chaqueta y Simon vio un destello alargado y metálico destacando por encima del forro de la prenda.

—No me extraña que Jace y tú os llevéis tan bien. Sois un par de locos arsenales andantes. —Simon movió la cabeza de un lado a otro con desgana y echó a andar en dirección a la entrada de la Fundición. Estaba en la acera de enfrente, una amplia marquesina dorada que protegía un rectángulo de la acera que había sido decorado con una alfombra granate estampada en dorado con la imagen de un lobo. A Simon le hizo gracia el detalle.

Isabelle estaba apoyada en una de las columnas que sostenían la marquesina. Llevaba el pelo recogido en un moño alto y un vestido largo de color rojo con un corte lateral que dejaba a la vista la práctica totalidad de la pierna. Espirales doradas cubrían su brazo derecho. Parecían brazaletes, pero Simon sabía que en realidad era su látigo de oro blanco. Iba cubierta de Marcas. Se enroscaban en sus brazos, rodeaban su cuello como si fuesen un collar y decoraban su pecho, visible en su mayor parte, gracias al vertiginoso escote del vestido. Simon se esforzó en no mirar.

—Hola, Isabelle —dijo.

Jordan, a su lado, se esforzaba también en no mirar.

—Hummm —dijo—. Hola, soy Jordan.

—Nos conocemos —dijo Isabelle con frialdad, ignorando la mano que Jordan le tendía—. Maia ha estado intentando olvidar tus facciones. Con bastante éxito, además.

Jordan puso cara de preocupación.

—¿Está aquí? ¿Está bien?

—Está aquí —confirmó Isabelle—. Aunque cómo se encuentre no te importa en absoluto...

—Tengo cierto sentido de la responsabilidad —dijo Jordan.

—¿Y dónde guardas ese sentido? ¿En tus pantalones, tal vez?

Jordan estaba indignado.

Isabelle agitó con indiferencia su mano decorada.

—Mira, lo que hayas hecho en el pasado, pasado está. Sé que ahora eres un
Praetor Lupus
y le he explicado a Maia lo que eso significa. Está dispuesta a aceptar tu presencia aquí y a ignorarte. Pero no conseguirás nada más. No la molestes, no intentes hablar con ella, ni la mires siquiera, o te doblaré por la mitad tantas veces que acabarás pareciendo un pequeño hombre lobo de papiroflexia.

Simon resopló.

—Y tú deja de reír —dijo Isabelle, señalándolo—. Tampoco quiere hablar contigo. Y a pesar de que esta noche está increíblemente sexy (si a mí me fueran las tías iría directa a por ella), ninguno de los dos tiene permiso para hablar con Maia. ¿Entendido?

Asintieron los dos, bajando la vista como un par de colegiales que acabaran de recibir una advertencia por mala conducta.

Isabelle se separó de la columna.

—Estupendo. Entremos.

15

BEATI BELLICOSI

El interior de la Fundición estaba lleno de guirnaldas de brillantes luces multicolores. Algunos invitados habían empezado ya a sentarse, pero la mayoría deambulaba por el local con copas de champán rebosantes de burbujeante líquido dorado. Los camareros —que, por lo que vio Simon, eran también hombres lobo; el personal que atendía la fiesta estaba integrado en su totalidad por miembros de la manada de Luke— pululaban entre los invitados sirviendo copas aflautadas de champán. Simon declinó la oferta de más de una. Desde su experiencia en la fiesta de Magnus, no consideraba seguro beber nada que no hubiera preparado él personalmente.

Maia estaba de pie junto a uno de los pilares de ladrillo, hablando y riendo con dos hombres lobo. Llevaba un vestido ceñido de seda naranja que destacaba su piel oscura, y su cabello parecía un halo salvaje de rizos castaños claros enmarcando su rostro. En cuanto vio llegar a Simon y a Jordan, dio media vuelta. La parte posterior del vestido formaba una pronunciada «V» que dejaba al descubierto su espalda, incluyendo el tatuaje de una mariposa que adornaba la zona lumbar.

—Me parece que no lo tenía cuando salía conmigo —dijo Jordan—. El tatuaje ese, quiero decir.

Simon miró a Jordan. Contemplaba a su antigua novia con un deseo tan evidente que, de seguir así, acabaría provocando a Isabelle y recibiendo un puñetazo en la cara.

—Vamos —dijo, poniéndole a Jordan la mano en la espalda y dándole un empujoncito—. Vamos a ver dónde nos corresponde sentarnos.

Isabelle, que había estado observándolos por encima del hombro, esbozó una sonrisa gatuna.

—Buena idea.

Avanzaron entre la multitud hasta la zona donde estaban dispuestas las mesas y descubrieron que la suya estaba ya medio llena. Clary ocupaba uno de los asientos y tenía la mirada clavada en una copa de champán llena de lo que probablemente era ginger-ale. A su lado estaban Alec y Magnus, ambos con los trajes oscuros que habían llevado a su llegada de Viena. Magnus jugueteaba con los flecos de su larga bufanda blanca. Alec, de brazos cruzados, tenía la mirada ferozmente perdida en la distancia.

Clary, al ver a Simon y a Jordan, se puso en pie de un salto, con una clara expresión de alivio en su cara. Dio la vuelta a la mesa para saludar a Simon, que vio que Clary llevaba un sencillo vestido de seda de color marfil y sandalias planas doradas. Sin tacones que le dieran altura, parecía diminuta. Llevaba el anillo de los Morgenstern colgado al cuello, la plata brillando en el extremo de la cadena que lo sujetaba. Clary se puso de puntillas para darle un abrazo y le murmuró:

—Me parece que Alec y Magnus están peleados.

—Eso parece —murmuró también él para responderle—. ¿Dónde está tu novio?

Al oír la pregunta, Clary deshizo el abrazo.

—Vendrá más tarde. —Se volvió—. Hola, Kyle.

Él sonrió con incomodidad.

—Me llamo Jordan, en realidad.

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