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Authors: Eduard Pascual

Tags: #Policíaco

Códex 10 (5 page)

Al volante de su Nissan camuflado, Montagut llamó por teléfono a Rabassedas y le encargó que volviera al trabajo junto con algún agente. Lo puso al corriente de las últimas averiguaciones y la marcha del operativo no planificado. El cabo debía estar preparado para actuar en menos de treinta minutos si era requerido para ello. Montagut se sentía satisfecho de sus hombres, que jamás decían que no ante un trabajo policial de nula planificación. Más sosegado, y atento al cambio de posición que se producía en el seguimiento a petición de Sonia, llamó al jefe de la comisaría y lo puso en antecedentes de los avances en la investigación del asesinato del pobre Antonio Priego. Con un poco de suerte, tendrían el caso resuelto aquella misma noche.

* * *

Se habían turnado en el seguimiento del muchacho varias veces hasta que, por fin, decidió pararse en el estacionamiento público del supermercado Intermarche, ubicado a la entrada de Castelló d’Empúries. Era una zona poco iluminada junto a una parcela de pino mediterráneo, con mucha maleza en el suelo. Sonia estacionó su motocicleta lejos del punto en el que se había detenido el chico, entre unos coches que la cubrían por completo, no tenía al menor a la vista. Montagut detuvo el Nissan a unos cien metros de Jordi Vilanova. De Flores, ni rastro.

—Códex 10 de Códex 1 —llamó el sargento por la radio policial.

—Aquí es. —Flores susurraba por la radio del Nissan del sargento Montagut.

—¿Dónde estás? No te veo.

—Estoy buscando caracoles a escasos metros del pimpollo. A las diez de tu posición, sargento. Si afinas la vista, verás el SEAT aparcado en la rampa de acceso a la casa de la izquierda de los pinos.

—¿Y qué haces ahí? ¡Te va a ver!

—Confía en mí, sargento, es lo más arrastrado que me vas a ver en toda tu carrera. ¿Códex 11 está bien? No la veo por ningún lado.

—Estoy bien, al otro lado del súper —respondió Sonia.

—Atención, chicos: llega un coche. Códex 10, el canal está abierto para ti.

—Gracias, sargento, veré de qué puedo enterarme. Este es el
nano
con el que se ha visto esta tarde.

Montagut se dio cuenta de que los chicos discutían. Eran dos bultos oscuros perfilados en la sombra del bosque; dos chaquetas
bomber
que ocultaban exageradamente a unos escuálidos adolescentes. Jordi Vilanova gesticulaba con paciencia hacia su compañero, se giró varias veces y movió los brazos con suficiencia. Posó las manos en los hombros del conductor del FIAT y éste se las apartó para tomar el peso de la conversación. El sargento no tenía ni idea de comunicación no verbal, pero estaba claro que el motivo de la discusión era la visita de Vilanova a la comisaría hacía menos de una hora.

—Códex 1 de Códex 20.

—Adelante Rabassedas.

—Le informo de que esta unidad Códex está operativa y a sus órdenes.

—Gracias, Códex 20. Sitúense en la carretera de Roses, rotonda de Vilatenim, y esperen nuevas órdenes.

—Recibido. En dos minutos al punto.

Montagut vio que la situación entre los dos muchachos se relajaba. El recién llegado parecía comprender las explicaciones de Vilanova. Ambos subieron al FIAT Tempra y partieron en dirección a Roses. La motocicleta de Vilanova quedó allí estacionada. En ese momento la voz de Flores volvió a sonar levemente en los
walkies
de la policía:

—Van a buscar la barra de hierro con la que el amigo de Vilanova golpeó al mecánico. Han estado discutiendo sobre el lugar donde la escondió el conductor del FIAT después de pegar el palo. Creo que se limitó a tirarla por ahí, sin precisar nada. Vilanova lo ha convencido para recuperarla y tirarla al mar. No los perdáis ahora, sargento, yo tardaré un par de minutos en volver al coche.

El sargento Montagut alertó a la unidad de investigación de la comisaría de Roses y solicitó un vehículo por la posible necesidad de efectivos. El FIAT Tempra se detuvo un par de kilómetros más allá, en un camino de tierra que llevaba a un camping de costa en el núcleo turístico de Santa Margarita. Sonia pasó de largo con la moto y se perdió en la carretera. El sargento paró su coche en el arcén, puso los cuatro intermitentes de señalización de peligro, salió del vehículo y levantó el capó. Estaba a suficiente distancia para pasar desapercibido como un conductor cualquiera que había padecido una avería. Los chicos estaban fuera del FIAT; andaban de un lado a otro entre la vegetación de cañas y matojos.

—A todas las unidades —llamó el sargento—. Buscan algo entre la vegetación.

—Códex 1 de Códex 10. Estoy en un punto de cruce en la misma carretera; me paro. Tú dirás qué hacemos, sargento.

—Acércate, Flores. Están a escasos cien metros de mi posición; me verás parado en el arcén. Entras en el camino, los sobrepasas y cruzas el vehículo. Yo saldré detrás de ti y me cruzaré en la entrada. Códex 11 y Códex 20 pueden acercarse al punto. Vamos a detenerlos, chicos, pero no quiero luces ni sirenas hasta que estén entre los dos coches. Un momento…

El SEAT de Flores pasó como una exhalación cuando el sargento pronunciaba las últimas palabras. Antes de que hubiera llegado al camino en el que estaban los chicos, el FIAT Tempra tomó de nuevo la carretera en dirección a Figueres. En algún momento de descuido, los muchachos habían entrado en su coche y se largaban del lugar ante el pasmo de los investigadores. El sargento vio llegar, de frente, la motocicleta de Sonia, y cómo Flores continuaba recto y pasaba de largo como si nada para no levantar sospechas. Él se encogió bajo el capó cuando el FIAT pasó a su altura. Cerró la tapa y se introdujo en el vehículo.

—Sonia —llamó Montagut por el
walkie
—, no lo pierdas.

—Descuide, sargento.

—Enseguida estamos detrás de ti.

—Entramos en Empuriabrava.

—Códex 1 de Códex 20.

—Un momento, Códex 20. Códex 10 de Códex 1.

—Adelante para Códex 10.

—Quédate en el punto en que ellos estaban parados. Yo no los he visto cargar nada en las manos. A ver qué encuentras, no te muevas de ahí hasta que te digamos algo. Vamos a detenerlos; nos la jugamos, chicos.

—Recibido.

Los agentes de investigación de Roses se comunicaron por teléfono con Montagut, y éste les informó de la posición de Flores. Tal vez los chicos no hubieran encontrado lo que buscaban y ellos tuvieran más suerte. Para detener a esos dos renacuajos se bastaban ellos cuatro.

Sonia comunicó que el FIAT se detenía y estacionaba en los Arcos de Empuriabrava, una zona turística repleta de bares de copas. Montagut paró en doble fila unos metros antes. Por el retrovisor del Nissan vio llegar a Rabassedas con Quim. «Perfecto», pensó el sargento. Les hizo un gesto con la mano para que aguardaran dentro del vehículo, salió de su coche y se dirigió a ellos. Rabassedas bajó la ventanilla.

—Está bien chicos, ahora acercaos al pub Chapman; están ahí. A vosotros no os conocen, así que entráis separados; primero uno y unos segundos después el otro. Los sospechosos no deben salir del local hasta que entre yo. Tenedlos controlados porque es posible que cuando me vean a mí o a Sonia traten de escapar. Hasta que no entremos nosotros no se hace nada, ¿entendido? —Ambos investigadores asintieron con la cabeza—. ¿Alguna pregunta?

—Ninguna —contestaron casi al unísono.

—Pues venga —Montagut se despidió de ellos al tiempo que comunicaba con Sonia—. Códex 11 de Códex 1.

—Adelante, sargento.

—Sonia, voy a adelantar el coche para bloquear la salida del de ellos, nunca se sabe. Acércate hasta mi posición, a pie, por favor.

Francesc Montagut oyó un carraspeo por el auricular de su
walkie
. Era la señal de que Rabassedas y Quim estaban dentro del local. Después les oyó pedir una cerveza a cada uno. Hubo un tiempo de pocos segundos entre una petición y la otra; con toda seguridad, cubrían ya la salida del local. El sargento entendió que la solicitud de consumición se debía a que los sospechosos tomaban algo y no cabía sospechar que se fueran a marchar inmediatamente.

Sonia llegó hasta el Nissan del sargento desde la acera contraria. No se quitó el casco hasta estar en el asiento junto a Montagut.

—Códex 20 de Códex 1 —llamó Montagut a Rabassedas—. ¿Disponemos de, digamos, 15 minutos?

Un carraspeo en el auricular confirmaba que disponían de ese tiempo.

—Códex 10 de Códex 1.

—No hay nada, si es que ésa es tu pregunta, Monti.

—Sigue buscando, Flores.

—Tranqui, sargento, ya está aquí la caballería de Roses, entre los tres cubriremos más espacio.

—Rabassedas, ¿llevan alguna bolsa, macuto o algún otro objeto que les sirva para esconder la presunta barra que les ha oído mencionar Flores?

Dos carraspeos.

—No llevan nada. Sonia, mira en el FIAT a ver si se ve alguna cosa.

Montagut trataba de ubicar el arma del crimen, porque era la única cosa que podrían utilizar de verdad en contra de los chavales. Observaba a Sonia, que pegaba la cara en los cristales del FIAT. La mossa se desplazó hasta llegar al maletero, y el sargento la vio forcejear con la cerradura. En algún momento, la tapa trasera del FIAT se abrió y, un instante después, se volvió a cerrar. Los minutos pasaban sin que sucediera nada. La radio estaba muda.

—¿Dónde has aprendido a hacer eso? —preguntó el sargento cuando ella volvió a sentarse junto a él en el Nissan.

—Oh, estaba abierto, sólo he tenido que apretar el pulsador de la cerradura y, fíjate por dónde, no estaba cerrada con llave.

—¡Maldita sea! Flores no sólo te ha enseñado a cometer un delito, también te ha enseñado a escurrir el bulto conmigo.

Montagut sonreía al tiempo que fruncía el entrecejo con un ligero movimiento de cabeza. Desaprobaba el acto como quien regaña a un niño. Sonia se puso colorada.

—Ahí no hay nada, Monti.

—Oye, tío… —Rabassedas llamaba la atención de alguien en el bar y había pulsado el botón de comunicación de la radio, que llevaba escondido en su mano—. ¿Me puedes decir la hora?

El sargento Montagut reconoció la voz de Vilanova, que respondía al policía. Montagut y Sonia salieron del Nissan y subieron a la acera.

—¿Qué hora?

Todos oían en sus respectivos auriculares cómo Rabassedas intentaba ganar tiempo. El sargento y la mossa cubrieron en unas pocas zancadas el espacio que les separaba de la puerta del pub. Entraron de golpe y sorprendieron a todo el mundo. Rabassedas cogió la mano con la que Jordi Vilanova le mostraba su reloj de pulsera. Quim sacó la placa y se acreditó con un grito. A la voz de autoridad policial de Quim se unió la de Sonia. Rabassedas retorció el brazo del menor y lo obligó a tumbarse en el suelo. Narcís Palet miró a todos lados, buscando por dónde escapar. Los tres policías se acercaron a Narcís con la velocidad del rayo y lo redujeron como si fuera un muñeco de trapo descosido y sin relleno.

—¡La tenemos!

La voz les había llegado a todos los agentes al mismo tiempo, pero cada cual lo había interpretado según estaban las cosas en el local. Montagut tardó unos segundos en reconocer la voz metálica de Flores, que seguía gritando por la radio:

—¡La tengo, Monti! ¡Tengo la barra!

El sargento Montagut cerró los ojos y masculló un agradecimiento al cielo mientras sus hombres se llevaban a los detenidos a los coches policiales.

* * *

—Señoría, soy el sargento Montagut. Buenas noches, lamento molestarla a estas horas —dijo el sargento por teléfono—. Sólo quería informarle de dos detenciones en relación al asesinato del señor Antonio Priego. No, señoría. Sí, han sido detenidos cuando intentaban recuperar el arma del crimen, pero eso no quiere decir que uno de los dos sea el que utilizara el arma. Hay un menor encartado en estas diligencias, señoría. Diecisiete años. Creemos que el grado de participación del menor no va más allá del encubrimiento. Estoy de acuerdo con usted. Lo entiendo perfectamente, señoría, pero creemos que hay que agotar todas las posibilidades de que disponemos para recuperar el máximo número de indicios. Lo que le propongo es esperar a mañana y, a primera hora, realizar una diligencia de entrada y registro en el domicilio del presunto autor material de la muerte. No, señoría, al parecer el menor ni siquiera llegó a estar presente en el momento del robo. De momento, el mayor de edad niega todo conocimiento sobre los hechos. Tendremos que averiguarlo, por eso le pido que, antes de escucharlos en declaración, registremos los domicilios. Gracias, señoría, las peticiones estarán a punto, nos vemos a primera hora.

—¿Qué dice? —preguntó el cabo Flores, sentado junto a Rabassedas, Quim y Sonia en el despacho del jefe de la Unidad.

—Tenéis que escribir dos peticiones de entrada y registro en el domicilio de los dos detenidos. ¿Quién lo hace?

—Yo una, sargento —se adelantó Rabassedas.

—Yo me pongo con la otra. Ellos —Flores señaló a Sonia y Quim— ya pueden irse, no hace falta que nos quedemos todos. Y por nosotros —ahora se refería a Rabassedas y a él mismo—, tú también puedes irte a casa.

—¿Estáis seguros de que no necesitáis nada? —preguntó Montagut.

—Seguro, venga, a casa —ordenó paternalmente Flores—. Esto lo hacemos el colega y yo con la punta del…

—Vale, vale, nos vamos. A las ocho de la mañana todos aquí como un clavo —puntualizó el jefe, que cubrió a los presentes con un gesto.

—Puedo quedarme a ayudar —dijo Sonia.

—Yo me largo, a mí no me pilláis —rio Quim. Cogió su chaqueta y salió del despacho junto al sargento.

—Sonia, a casa, chiquilla —ordenó Flores.

—Quiero ayudar.

—No tienes nada que hacer hasta mañana por la mañana, vete a casa —insistió él.

—Entonces quiero aprender, me quedo.

Flores se encogió de hombros sin percatarse de que Rabassedas los miraba divertido.

—Como quieras.

Ya no se la quitó de encima hasta que se despidieron una hora más tarde en el aparcamiento público frente a la comisaría.

* * *

El resultado de la diligencia de entrada y registro en el domicilio de Jordi Vilanova, en la que se buscó la ropa y el calzado que utilizaba el menor el día del asesinato del mecánico, alejó la sospecha de su participación en el crimen. En sus manifestaciones posteriores, se declaró inocente del cargo de asesinato e inculpó a su amigo Narcís de haber perpetrado un robo que él había sugerido en clave de broma, sin intención real de cometerlo.

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