Read Cometas en el cielo Online
Authors: Khaled Hosseini
El general sonrió y le apretó la mano. Luego se volvió hacia mí y me preguntó:
—¿Cómo estás, Amir
jan
? ¿Necesitas alguna cosa?
Aquella manera de mirarme, la bondad de sus ojos...
—No, gracias, general
sahib
. Estoy... —Se me hizo un nudo en la garganta y me eché a llorar, de modo que salí precipitadamente de la habitación.
Lloré en el pasillo, junto a la caja de luces para ver radiografías donde la noche anterior había visto la cara del asesino.
Se abrió la puerta de la habitación de Baba y apareció Soraya, que se acercó a mí. Vestía pantalones vaqueros y una camiseta de color gris. Llevaba el pelo suelto. Deseé poder consolarme entre sus brazos.
—Lo siento mucho, Amir —dijo—. Todos sabíamos que algo iba mal, pero no teníamos ni idea de que fuera esto.
Me sequé los ojos con la manga.
—Mi padre no quería que lo supiese nadie.
—¿Necesitas algo?
—No. —Intenté sonreír. Me dio la mano. Nuestro primer roce. La cogí. Me la acerqué a la cara. A mis ojos. La solté—. Será mejor que entres. O tu padre vendrá a por mí. —Ella sonrió, asintió con la cabeza y se volvió para irse—. ¿Soraya?
—¿Sí?
—Estoy muy contento de que hayas venido. Significa... el mundo entero para mí.
A Baba le dieron el alta dos días después. Un especialista en radioterapia habló con él sobre la posibilidad de someterse a tratamiento, pero Baba se negó.
Hablaron conmigo para que intentara convencerlo. Sin embargo, yo había visto aquella mirada en la cara de Baba. Les di las gracias, firmé todos los formularios y me llevé a mi padre a casa en mi Ford Torino.
Aquella noche, Baba se tumbó en el sofá tapado con una manta de lana. Le preparé té caliente y almendras tostadas. Le pasé los brazos por la espalda y lo incorporé con una facilidad excesiva. Bajo mis dedos, su omoplato parecía el ala de un pajarillo. Tiré de la manta para cubrirle de nuevo el pecho, donde se le marcaban las costillas a través de una piel fina y amarillenta.
—¿Puedo hacer algo más por ti, Baba?
—No,
bachem
. Gracias.
Me senté a su lado.
—Entonces me pregunto si podrías hacer tú algo por mí. Si es que no estás demasiado agotado.
—¿De qué se trata?
—Quiero que vayas de
khastegari
. Quiero que le pidas al general Taheri la mano de su hija.
La boca seca de Baba esbozó una sonrisa. Una mancha verde en una hoja marchita.
—¿Estás seguro?
—Más que nunca.
—¿Te lo has pensado bien?
—
Balay
, Baba.
—Entonces pásame el teléfono. Y mi agenda.
Pestañeé.
—¿Ahora?
—¿Cuándo si no?
Sonreí.
—De acuerdo.
Le pasé el teléfono y la pequeña agenda negra donde Baba tenía apuntados los números de sus amigos afganos. Buscó el de los Taheri. Marcó. Se llevó el auricular al oído. El corazón me hacía piruetas en el pecho.
—¿Jamila
jan
?
Salaam alaykum
—dijo. Se presentó. Hizo una pausa—. Estoy mucho mejor, gracias. Fue muy amable por vuestra parte ir a verme. —Permaneció un rato escuchando. Asintió con la cabeza—. Lo recordaré. Gracias. ¿Se encuentra en casa el general
sahib
? —Pausa—. Gracias. —Me lanzó una mirada rápida. Por algún motivo desconocido, a mí me apetecía reír. O gritar. Me acerqué el puño a la boca y lo mordí. Baba se rió ligeramente a través de la nariz—. General
sahib
,
Salaam alaykum
... Sí, mucho, muchísimo mejor...
Balay
... Eres muy amable. General
sahib
, te llamo para saber si puedo ir mañana a visitaros a ti y a Kanum Taheri. Es por un asunto honorable... Sí... A las once me va bien. Hasta entonces.
Khoda hafez
.
Colgó. Nos miramos el uno al otro. Yo no podía parar de reír. Y Baba tampoco.
Baba se mojó el pelo y se lo peinó hacia atrás. Lo ayudé a ponerse una camisa blanca limpia y le hice el nudo de la corbata, percatándome con ello de los cinco centímetros de espacio existentes entre el botón del cuello de la camisa y el cuello de Baba. Pensé en todos los espacios vacíos que Baba dejaría atrás cuando se fuera y me obligué a pensar en otra cosa. No se había ido. Aún no. Y aquél era un día para tener buenos pensamientos. La chaqueta del traje marrón, la que llevaba el día de mi graduación, le quedaba enorme... Gran parte de Baba había desaparecido y ya no volvería a aparecer nunca más. Tuve que enrollarle las mangas. Me agaché para abrocharle los cordones de los zapatos.
Los Taheri vivían en una casa de una sola planta en una de las zonas residenciales de Fremont donde se había asentado un gran número de afganos. Tenía ventanas con alféizar, tejado inclinado y un porche delantero lleno de macetas con geranios. En la acera estaba aparcado el furgón gris del general.
Ayudé a Baba a salir del Ford y volví a sentarme al volante. Él se inclinó junto a la ventanilla del pasajero.
—Ve a casa, te llamaré dentro de una hora.
—De acuerdo, Baba —dije—. Buena suerte.
Sonrió.
Arranqué el coche. Por el espejo retrovisor vi a Baba cojeando en dirección a la casa de los Taheri dispuesto a cumplir un último deber paternal.
Mientras esperaba la llamada de Baba medí con pasos el salón de nuestro apartamento. Quince pasos de largo. Diez pasos y medio de ancho. ¿Y si el general decía que no? Tal vez yo no le gustara... No podía dejar de entrar en la cocina para mirar el reloj del horno.
El teléfono sonó justo antes de comer. Era Baba.
—¿Y bien?
—El general ha aceptado.
Di un resoplido. Me senté. Me temblaban las manos.
—¿Sí?
—Sí, pero primero Soraya
jan
quiere hablar contigo. Te la paso, está en su habitación.
—De acuerdo.
Baba dijo algo a alguien y oí que colgaba.
—¿Amir? —dijo la voz de Soraya.
—
Salaam
.
—Mi padre ha dicho que sí.
—Lo sé —repliqué. Cambié el auricular de mano. Estaba sonriendo—. Me siento tan feliz que no sé qué decir.
—Yo también estoy feliz, Amir. No... no puedo creer que esté sucediendo esto.
Me eché a reír.
—Lo sé.
—Escucha, quiero decirte una cosa. Algo que tienes que saber antes...
—No me importa lo que sea.
—Debes saberlo. No quiero que empecemos con secretos. Y prefiero que te enteres por mí.
—Si te sientes mejor así, dímelo. Pero no cambiará nada.
Se produjo una prolongada pausa.
—Cuando vivíamos en Virginia, me escapé con un hombre afgano. Yo tenía entonces dieciocho años... Era rebelde..., una estúpida, y... él estaba metido en drogas... Vivimos juntos durante casi un mes. Todos los afganos de Virginia hablaron de ello.
»
Padar
acabó encontrándonos. Apareció en la puerta y... me obligó a regresar a casa. Me puse histérica. Grité. Vociferé. Le dije que lo odiaba...
»Regresé a casa y... —estaba llorando—. Perdóname. —Oí que dejaba el auricular. Se sonó—. Lo siento —prosiguió con voz ronca—. Cuando volví a casa, me encontré con que mi madre había sufrido un ataque, tenía el lado derecho de la cara paralizado y... me sentí culpable. No se lo merecía.
»Padar preparó nuestro traslado a California poco después.
Siguió un silencio.
—¿Cómo estáis ahora tú y tu padre? —le pregunté.
—Siempre hemos tenido nuestras diferencias, y todavía las tenemos, pero le agradezco que viniera a por mí aquel día. Creo de verdad que me salvó. —Hizo una pausa—. Bueno, ¿te molesta lo que te he contado?
—Un poco —contesté.
Le debía la verdad. No podía mentirle y decirle que mi orgullo, mi
iftikhar
, no estaba en absoluto dolido por el hecho de que hubiera estado con un hombre mientras yo nunca me había llevado a una mujer a la cama. Me molestaba un poco, pero había reflexionado sobre ello antes de pedirle a Baba que fuera de
khastegari
. Y la pregunta que acudía siempre a mi cabeza era la siguiente: ¿cómo puedo yo, de entre todas las personas del mundo, castigar a alguien por su pasado?
—¿Te molesta lo bastante como para que cambies de idea?
—No, Soraya. Ni mucho menos. Nada de lo que has dicho cambia nada. Quiero que nos casemos.
Ella estalló en lágrimas.
La envidiaba. Su secreto estaba fuera. Lo había dicho. Le había hecho frente. Abrí la boca y estuve a punto de explicarle cómo había traicionado a Hassan, mentido y destruido una relación de cuarenta años entre Baba y Alí. Pero no lo hice. Sospechaba que había muchos aspectos en los que Soraya Taheri era mucho mejor persona que yo. La valentía era tan sólo uno de ellos.
Cuando a la tarde siguiente llegamos a casa de los Taheri para el
lafz
, la ceremonia del compromiso, tuve que aparcar el Ford en la acera de enfrente, pues la suya estaba ya atestada de coches. Yo llevaba el traje azul marino que me había comprado el día anterior, después de acompañar a Baba a casa, finalizado el
khastegari
. Me ajusté el nudo de la corbata en el retrovisor.
—Estás
khoshteep
—dijo Baba—. Muy guapo.
—Gracias, Baba. ¿Te encuentras bien? ¿Te sientes con fuerzas?
—¿Con fuerzas? Es el día más feliz de mi vida, Amir —dijo con una sonrisa cansada.
Desde la puerta se oían las conversaciones, las risas y la música afgana de fondo. Me pareció que se trataba de un
ghazal
clásico interpretado por Ustad Sarahang. Toqué el timbre. Una cara se asomó entre las cortinas del recibidor y desapareció de inmediato.
—¡Ya están aquí! —oí que anunciaba una voz femenina.
El parloteo se interrumpió y alguien apagó la música.
Kanum Taheri abrió la puerta.
—
Salaam alaykum
—gritó. Vi que se había hecho la permanente y lucía para la ocasión un elegante vestido negro hasta los tobillos. Se le humedecieron los ojos en cuanto puse el pie en el vestíbulo—. Apenas has entrado en casa y ya estoy llorando, Amir
jan
—dijo. Le estampé un beso en la mano, como Baba me había enseñado la noche anterior.
Nos condujo por un pasillo totalmente iluminado hasta el salón. De las paredes de paneles de madera colgaban fotografías de gente que se convertiría en mi nueva familia: una joven Kanum Taheri con el cabello rizado y el general, con las cataratas del Niágara como telón de fondo; Kanum Taheri, con un vestido sin costuras, y el general, con chaqueta ceñida con grandes solapas y corbatín, luciendo la totalidad de su pelo negro; Soraya a punto de subir a una montaña rusa de madera, saludando con la mano y sonriente, y con el sol centelleando en los hierros plateados que llevaba en los dientes. Una fotografía del general, uniformado de pies a cabeza, dando la mano al rey Hussein de Jordania. Un retrato del sha Zahir.
El salón estaba ocupado por cerca de dos docenas de invitados sentados en sillas colocadas junto a la pared. Todo el mundo se puso en pie en cuanto Baba entró. Dimos la vuelta a la habitación, Baba delante, lentamente, y yo detrás de él, estrechando manos y saludando a los invitados. El general, siempre con su traje gris, y Baba se abrazaron y se dieron amables golpecitos en la espalda.
Intercambiaron sus «
salaams
» en voz baja y en tono respetuoso.
El general me saludó y luego se separó de mí a la distancia de un brazo, como diciendo: «Ésta es la manera correcta, la manera afgana de hacerlo,
bachem
.» A continuación, nos dimos tres besos en la mejilla.
Tomamos asiento en la abarrotada estancia. Baba y yo, el uno junto al otro, enfrente del general y su esposa. La respiración de Baba era algo irregular y a cada paso se secaba el sudor de la frente y la cabeza con el pañuelo. Se dio cuenta de que yo estaba mirándolo y consiguió esbozar una sonrisa forzada.
—Estoy bien —murmuró.
Siguiendo la tradición, Soraya no estaba presente.
Después de unos momentos de charla frívola, el general tosió para aclararse la garganta. El salón se quedó en silencio y todo el mundo bajó la vista en señal de respeto. El general miró a Baba.
Baba tosió también. Cuando empezó, no podía terminar las frases sin detenerse a respirar.
—General
sahib
, Kanum Jamila
jan
..., con gran humildad mi hijo y yo... hemos venido hoy a vuestra casa. Sois... gente honorable..., de familias distinguidas y con reputación y... un linaje orgulloso. Sólo vengo con un supremo
ihtiram
... y mis mayores respetos para vosotros, los nombres de vuestras familias y el recuerdo... de vuestros antepasados. —Dejó de hablar. Cogió aire. Se secó la frente—. Amir
jan
es mi único hijo..., mi único varón, y ha sido un buen hijo para mí. Espero que demuestre... ser merecedor de vuestra bondad. Os pido que nos honréis a Amir
jan
y a mí... y aceptéis a mi hijo en el seno de vuestra familia.
El general asintió educadamente.
—Nos honra dar la bienvenida a nuestra familia al hijo de un hombre como tú —dijo—. Tu reputación te precede. En Kabul yo era un humilde admirador tuyo y sigo siéndolo. Nos sentimos honrados de que tu familia y la mía se unan.
»En cuanto a ti, Amir
jan
, te doy la bienvenida a mi casa como a un hijo, como al esposo de mi hija, que es el
noor
de mis ojos. Tu dolor será nuestro dolor, tu alegría la nuestra. Espero que llegues a considerarnos a Khala Jamila y a mí como unos segundos padres, y rezo por tu felicidad y la de nuestra encantadora Soraya. Ambos tenéis nuestras bendiciones.
Todo el mundo aplaudió y después las cabezas se volvieron en dirección al pasillo. Llegaba el momento que yo había estado esperando.
Soraya apareció vestida con un maravilloso vestido tradicional afgano de color vino. Era de manga larga y llevaba adornos dorados. Baba me cogió la mano y me la apretó. Kanum Taheri lloraba a lágrima viva. Soraya se aproximó lentamente, seguida por una procesión de mujeres jóvenes de su familia.
Le besó a mi padre las manos. Por fin se sentó a mi lado, sin levantar la vista.
Los aplausos crecieron.
• • •
Conforme a la tradición, la familia de Soraya debía celebrar la fiesta de compromiso, el
Shirini-khori
, o ceremonia de «comer los dulces». Luego vendría un período de compromiso que se prolongaría durante unos cuantos meses y finalmente llegaría la boda, que pagaríamos Baba y yo.