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Authors: Kathryn Stockett

Tags: #Narrativa

Criadas y señoras (53 page)

—De acuerdo, pero luego nos vamos a casa.

Tres Alabama Slammers más tarde, se anuncian los ganadores de la subasta a sobre cerrado. Susie Pernell se sube al estrado mientras la gente pulula entre las mesas fumando y bebiendo, baila las canciones de Glenn Miller y Frankie Valli o protesta por los agudos pitidos del micrófono. Se leen los nombres y los ganadores reciben sus artículos con la emoción de a quien le ha tocado la lotería, cuando en realidad han pagado tres, cuatro o cinco veces el valor de los productos que se llevan: manteles y camisones con puntillas hechas a mano adquiridos con altas pujas; extraños cubiertos de plata, que siempre tienen mucho éxito, como aparatos para servir los huevos rellenos, para quitarle el pimiento a las aceitunas rellenas, para romper los muslos de los pichones... Después llegan los postres: bizcochos, bandejas de praliné y
nougat
y, por supuesto, la tarta de Minny.

—... y la ganadora de la mundialmente famosa tarta de chocolate y crema de Minny Jackson es... ¡Hilly Holbrook!

En esta ocasión hay más aplausos de lo habitual, no sólo porque Minny sea famosa por sus recetas, sino porque el nombre de Hilly provoca aplausos cada vez que se pronuncia.

Hilly abandona la conversación en la que estaba inmiscuida y se vuelve.

—¿Cómo? ¿Han dicho mi nombre? ¡Pero si no he pujado por nada!

«Como siempre, maldita tacaña», piensa Skeeter, sentada sola en una mesa apartada.

—Hilly, acabas de ganar la tarta de Minny Jackson. ¡Enhorabuena! —dice una mujer a su izquierda.

Hilly escruta las caras del salón con el ceño fruncido.

Minny, al oír que pronuncian su nombre y el de Hilly en la misma frase, se pone alerta. Tiene una taza de café sucia en una mano y una pesada bandeja de plata en la otra, pero se queda paralizada, sin atreverse a dar un paso adelante.

Hilly la localiza con la mirada, pero tampoco se mueve, sólo sonríe ligeramente.

—Vaya, parece que alguien ha pujado en mi nombre por esa tarta. ¡Qué amable!

Sigue sin apartar los ojos de Minny, quien, al darse cuenta, apila el resto de tazas en la bandeja y sale hacia la cocina a toda velocidad.

—¡Enhorabuena, Hilly! No sabía que te gustaran tanto las tartas de Minny —dice con voz chillona Celia, que ha aparecido por detrás de Hilly sin que ésta se diera cuenta. Al acercarse, tropieza con una silla y se escuchan risitas a su alrededor. Hilly permanece quieta, observando cómo avanza hacia ella.

—Celia, ¿se trata de una broma?

Skeeter se aproxima un poco. Está aburrida de esta velada tan predecible y cansada de ver los rostros avergonzados de antiguas amigas temerosas de acercarse a hablar con ella. Celia es lo único interesante que hay en este salón.

—Hilly —dice Celia, mientras la toma del brazo—, llevo toda la noche intentando hablar contigo. Creo que ha habido un malentendido entre nosotras y si me dejas que te lo explique...

—¿Qué haces? ¡Déjame en paz! —dice Hilly rechinando los dientes.

Mueve la cabeza e intenta apartarse de su lado, pero Celia le tira de la manga del vestido.

—¡No, espera! No te marches, escúchame...

Hilly pega un tirón, pero Celia la retiene por el brazo. Hay un momento de fricción entre ambas, Hilly intentando escapar y Celia sujetándola, y de repente un sonido de tela que se rasga corta el ambiente.

Celia observa sorprendida el trozo de tela roja que se le ha quedado en la mano. Acaba de arrancar el puño caoba del vestido de Hilly.

Hilly se mira el brazo y se toca la muñeca desnuda.

—Pero ¿qué intentas hacerme? —bufa entre dientes—. Esa maldita negra que tienes de criada lo ha planeado todo, ¿verdad? Sé lo que te ha contado y lo que has estado chismorreando con todo el mundo esta noche...

Un grupo de gente se ha reunido a su alrededor, y escucha y mira a Hilly con gestos de preocupación.

—¿Chismorreando? No sé a qué te...

Hilly agarra a Celia por el brazo y le grita:

—¿A quién se lo has contado?

—Bueno, sí, Minny me dijo por qué no quieres ser mi amiga...

Susie Pernell sube la voz para anunciar más ganadores por el micrófono, forzando a Celia a hablar más alto.

—Sé que piensas que Johnny y yo tuvimos una historia a tus espaldas... —grita.

En la parte delantera de la sala, se escuchan risas y más aplausos por algún comentario. Justo cuando Susie Pernell se calla para mirar sus notas, Celia exclama en voz alta:

—¡Pero me quedé embarazada después de que rompierais!

El eco de estas palabras retumba en las paredes del salón. Por unos segundos, todo el mundo permanece en silencio.

Las mujeres que están cerca de ellas arrugan la nariz y algunas se echan a reír.

—La mujer de Johnny está borracha —comenta alguien.

Celia mira a su alrededor, secándose el sudor que resbala por su maquillada frente.

—No te culpo porque pienses mal de mí, es normal si crees que Johnny te engañó conmigo.

—Johnny nunca sería capaz de...

—Y siento haberte felicitado, pensaba que te ilusionaría ganar esa tarta.

Hilly se agacha y recoge del suelo un botón de su vestido. Después se acerca a Celia para que nadie pueda oírla.

—Puedes decirle a tu negra que si le cuenta a alguien más lo de la tarta, lo pagará caro. Te crees que eres muy simpática pujando por mí para la tarta, ¿verdad? ¿Qué te figuras, que sobornándome voy a admitirte en la Liga de Damas?

—¿Qué?

—Dime ahora mismo a quién más le has contado lo de...

—Yo no he hablado con nadie sobre tartas, ¿qué...?

—¡Mentirosa! —exclama Hilly, pero rápidamente recupera la compostura y sonríe—. Ahí viene Johnny. ¡Johnny! Creo que tu mujercita necesita que la atiendas un poco.

Hilly dirige la vista a las mujeres que hay a su alrededor, compartiendo con ellas su broma.

—Celia, ¿qué pasa? —pregunta Johnny.

Celia le mira con gesto extrañado, y luego hace lo mismo con Hilly.

—No entiendo nada. Me acaba de llamar mentirosa y ahora me acusa de haber pujado en su nombre por la tarta y...

Se calla, mira a su alrededor como si no reconociera a nadie. Las lágrimas asoman a sus ojos. De repente, suelta un quejido, se dobla y vomita sobre la alfombra.

—¡Oh, mierda! —dice Johnny, llevándosela hacia la pared.

Celia aparta el brazo de Johnny y echa a correr hacia los aseos. Su marido sale detrás de ella.

Hilly tiene los puños cerrados de la tensión. Su rostro se pone de color carmesí, casi del mismo tono que su vestido. Da unos pasos y agarra a un camarero del brazo.

—¡Tú! Limpia eso antes de que empiece a oler.

Al momento un grupo de mujeres con cara de circunstancias la rodean, le hacen preguntas y estiran los brazos como si intentaran protegerla.

—Me habían dicho que Celia estaba enganchada a la bebida, pero no sabía que también se dedicara a inventarse cosas —le cuenta Hilly a una de las Susies. Es un rumor que ya intentó difundir sobre Minny por si acaso la historia de la tarta salía a la luz—. ¿Cómo llaman a este tipo de gente?

—¿Mentirosos compulsivos?

—¡Eso es! Una mentirosa compulsiva. —Hilly camina con las mujeres a su lado—. Celia le obligó a casarse con ella haciéndole creer que se había quedado embarazada. Supongo que ya entonces era una mentirosa compulsiva.

Después de que Celia y Johnny se hayan ido, la fiesta va decayendo poco a poco. Las mujeres de la Liga de Damas parecen agotadas y cansadas de tanto sonreír. Se habla de la subasta, de que las canguros de los niños tienen que volver a casa, pero sobre todo se habla de Celia Foote y su vomitona en plena fiesta.

A medianoche, cuando la sala está casi vacía, Hilly sube al estrado y ojea los sobres de las pujas. Mueve los labios mientras calcula la recaudación, pero sigue con la vista perdida, moviendo la cabeza. Mira al suelo y maldice porque tiene que empezar a contar de nuevo.

—Hilly, me voy a tu casa.

Hilly levanta la vista de sus papeles. Es su madre, Miss Walter, que parece más frágil que de costumbre con esa ropa formal. Lleva un vestido largo azul cielo con cuentas de 1943. Una orquídea blanca se marchita a la altura de su clavícula. A su lado, una mujer de color la acompaña.

—Mamá, no se te ocurra sacar nada del frigorífico cuando llegues a casa, no quiero que me tengas toda la noche despierta con tus dolores de estómago. Te vas directamente a la cama, ¿entendido?

—¿No puedo comerme un trocito de la tarta de Minny?

Hilly mira enfadada a su madre.

—Esa tarta está en la basura.

—Pero ¿por qué la has tirado? ¡Si la gané para ti!

Hilly se queda callada un momento, asimilando la noticia.

—¿Qué? ¿Tú pujaste por esa tarta en mi nombre?

—Puede que no me acuerde de mi nombre ni de en qué país vivo, pero tú y esa tarta sois dos cosas de las que nunca me olvidaré.

—Serás... ¡Vieja inútil!

Hilly tira los papeles que estaba revisando, esparciéndolos por el suelo.

Miss Walter se da la vuelta y avanza con dificultad hacia la puerta, agarrada del brazo de la mujer de color.

—Lo que son las cosas, Bessie... —dice—. Mi hija ya se ha vuelto a cabrear conmigo.

Minny

Capítulo 26

El sábado por la mañana me levanto cansada y con el cuerpo molido. Entro en la cocina y me encuentro a Sugar contando los veinticinco dólares que ganó anoche trabajando en la Gala Benéfica. Suena el teléfono y mi hija se lanza sobre el aparato como un rayo. ¡Vaya! Parece que Sugar se ha echado novio y no quiere que su mamita se entere.

—Sí,
señó,
ahora se pone —dice Sugar, pasándome el auricular.

—¿Diga?

—Minny, soy Johnny Foote. Te llamo desde el coto de caza. Quería contarte que Celia está bastante disgustada. Anoche lo pasó mal en la fiesta.

—Sí,
señó,
ya lo suponía.

—Vaya, así que te enteraste —suspira—. Bueno, cuídala un poco esta semana, por favor, Minny. Voy a estar unos días fuera y... no sé. Si ves que no se le pasa, llámame y vuelvo antes si hace falta.

—Descuide,
señó,
me encargaré de ella. Ya verá cómo se pone bien.

No vi con mis propios ojos lo que sucedió en la fiesta, pero me lo contaron mientras fregaba en la cocina. Todos los camareros no hablaban de otra cosa.


¿T'has enterao?
—me dijo Fanny—. Esa
mujé
de rosa
pa
la que trabajas
s'ha emborráchao
como un indio en día de paga.

Levanté la vista del fregadero y vi a Sugar acercarse a mí con los brazos en jarras.

—Es
verdá,
mamá. Acaba de
vomitá
en medio de la sala, con
tol
mundo mirando.

Sugar se dio la vuelta y empezó a carcajearse con las otras. No vio venir el tortazo que se llevó. La espuma que tenía en las manos saltó por los aires.

—¡Cierra el pico, Sugar! —le grité, llevándomela a una esquina—. No quiero
volvé
a oírte
hablá
mal de esa
mujé.
Gracias a ella
pués comé
y comprarte ropa.
¿Entendío?

Sugar asintió con la cabeza y seguí fregando, pero pude oír cómo murmuraba a mis espaldas:


Pos
tú te metes con ella
tol
rato.

Me di la vuelta y la apunté con el dedo:

—Mira, bonita, yo tengo derecho a hacerlo porque me lo gano
tos
los días trabajando
pa
esa maldita loca.

El lunes, cuando llego al trabajo, me encuentro a Miss Celia tirada en la cama con el rostro cubierto por las sábanas.


Güenos
días, Miss Celia —la saludo, pero ella me da la espalda sin mirarme.

A la hora de almorzar, le llevo una bandeja de bocadillos de jamón a la cama.

—No tengo apetito —me dice, tapándose la cara con la almohada.

Me quedo de pie mirándola. Parece una momia envuelta en las sábanas.

—¿Qué piensa
hacé?
¿Pasarse
tol
día ahí
tirá?
—le pregunto, aunque ya la he visto hacerlo un montón de veces.

Sin embargo, en esta ocasión las cosas son diferentes. No lleva potingues en la cara ni sonríe como siempre.

—Por favor, déjame sola.

Intento convencerla de que lo que tiene que hacer es levantarse, ponerse su maldita ropa y olvidarse de todo, pero da tanta lástima ahí tumbada que me callo. Además, no soy su psicóloga ni me paga para eso.

El martes por la mañana, Miss Celia sigue en la cama. La bandeja de ayer descansa en el suelo, y los bocadillos están intactos. Lleva ese camisón zarrapastroso que se trajo del condado de Túnica, uno a cuadros azules con el volante del cuello deshilachado y manchas en el pecho, que parecen de carbón.

—Vamos, Miss Celia, déjeme
cambiá
esas sábanas. Por cierto, el serial está a punto de
empezá.
Parece que Miss Julia las va a
pasá
canutas, no se va a
creé
lo que hizo esa tonta con el
doctó
Bigmouth en el capítulo de ayer.

No reacciona ni se levanta.

Más tarde, le llevo una bandeja con un trozo de pastel de pollo, aunque lo que me gustaría es decirle que se animara y bajase a comer a la cocina.

—A ver, Miss Celia. Sé que lo que le sucedió en la Gala fue horrible, pero no
pué
pasarse el resto de su vida
tirá
en esa cama lamentándose.

Miss Celia se levanta, va al baño y cierra la puerta por dentro.

Aprovecho para hacer la cama. Cuando termino, recojo todos los pañuelos mojados con lágrimas y los vasos vacíos de la mesita de noche. Veo un taco de correo. ¡Por lo menos se ha levantado a mirar el buzón! Lo aparto para quitar el polvo a la mesita y entonces me fijo en un papel con las letras H. W. H. bien grandes en el encabezamiento. Antes de ser consciente de a quién pertenecen esas iniciales, ya he leído toda la carta:

Estimada Celia:

Las miembros de la Liga de Damas hemos decidido que, como compensación por el vestido que usted me rompió, haga una donación de no menos de doscientos dólares para nuestras campañas benéficas. Por otra parte, le rogamos que en el futuro se abstenga de ofrecerse como voluntaria para colaborar en cualquier actividad de nuestra asociación, pues su nombre ha sido incluido en nuestra lista de personas no gratas. Agradeceremos su comprensión al respecto.

Sírvase remitir el cheque a la Liga de Damas, Delegación de Jackson.

Atentamente,

Hilly Holbrook Presidenta y Consejera de Finanzas

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