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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Cronicas del castillo de Brass (11 page)

—¿Cómo? —gruñó el conde Brass—. ¿Tengo un doble?

Hawkmoon rió de nuevo, pero Bowgentle mantuvo su expresión de seriedad.

—No exactamente, conde Brass. Pienso que, en este mundo, vos seríais el doble… y yo también. Creo que éste no es nuestro mundo, y el pasado que recordamos no es el mismo que recuerda el amigo Hawkmoon. Somos intrusos, aunque la culpa no sea nuestra. Traídos aquí para matar al duque Dorian. ¿Por qué no mata el barón Kalan al duque Dorian, salvo por motivos de perversa venganza? ¿Por qué ha de utilizarnos?

—A causa de las repercusiones, si vuestra teoría es correcta —intervino Rinal—. Sus acciones deben colisionar con otras acciones, contrarias a sus intereses. Si mata a Hawkmoon, algo le ocurrirá. Dará lugar a una cadena de acontecimientos diferente de la cadena de acontecimientos que se creará si uno de vosotros le mata.

—De todos modos, habrá contemplado la posibilidad de que sus engaños no nos persuadieran de matar a Hawkmoon.

—No lo creo —dijo Rinal—. Me parece que al barón Kalan se le han torcido las cosas. Por eso insistió en convenceros de que matarais a Hawkmoon, aun a sabiendas de vuestras suspicacias. Habrá forjado un plan basado en que Hawkmoon sería asesinado en la Kamarg. Por eso está cada vez más histérico. Es indudable que ha ultimado otros planes, que está en peligro si Hawkmoon continúa con vida. Eso explica que sólo se haya desembarazado de vuestros compañeros que le atacaron sin vacilar. Es vulnerable. Deberíais descubrir en dónde reside dicha vulnerabilidad.

Hawkmoon se encogió de hombros.

—¿Qué posibilidades tenemos de descubrirla, si ni siquiera sabemos dónde se esconde el barón Kalan?

—Encontrarle no es imposible —musitó Rinal—. Inventamos ciertos artilugios mientras aprendíamos a trasladar nuestra ciudad de dimensión en dimensión; sensores y similares, capaces de explorar las diversas capas del multiverso. Tendremos que ponerlos a punto. Sólo hemos utilizado una sonda para observar esta zona de la Tierra, mientras nosotros permanecíamos ocultos en otra dimensión. Tardaremos cierto tiempo en activar las otras. ¿Os sería de ayuda?

—Sí —respondió Hawkmoon.

—¿Significa eso que tendremos alguna oportunidad de ponerle las manos encima a Kalan? —gruñó el conde Brass.

Bowgentle apoyó una mano sobre el hombro del que sería, años más tarde, su mejor amigo.

—Sois impetuoso, conde. Las máquinas de Rinal sólo pueden escudriñar estas dimensiones. Otro asunto muy distinto será, a mi entender, viajar por ellas.

Rinal inclinó su estrecha cabeza.

—Es verdad. Sin embargo, vamos a ver si podemos encontrar al barón Kalan del Imperio Oscuro. Es muy probable que fracasemos, porque hay una infinidad de dimensiones, sólo en esta Tierra.

Rinal y su gente pasaron casi todo el día siguiente ocupados en sus máquinas. Hawkmoon, Bowgentle y el conde Brass durmieron, reponiendo las fuerzas que habían dilapidado en el viaje a Soryandum y la lucha contra la bestia metálica.

Por la noche, Rinal entró flotando por la ventana. Los rayos del sol poniente parecían irradiar de su cuerpo opaco.

—Los artilugios están preparados —anunció—. ¿Queréis venir? Vamos a escudriñar las dimensiones.

El conde Brass se puso en pie de un salto.

—Allí vamos.

Los otros se levantaron cuando dos compañeros de Rinal entraron en la habitación y les transportaron en brazos hacia el piso de arriba, donde había agrupadas una serie de máquinas que jamás habían visto. Al igual que el artilugio de cristal empleado para desplazar a otra dimensión el castillo de Brass, eran joyas antes que máquinas, y algunas de estas joyas eran casi tan altas como un hombre. Ante cada una de las máquinas flotaba un ser fantasmal que manipulaba joyas más pequeñas, no muy diferentes de la pequeña pirámide que Hawkmoon había visto en las manos del barón Kalan.

Un millar de imágenes aparecían en las pantallas a medida que las sondas examinaban las dimensiones del multiverso. Mostraban escenas extrañas que parecían tener escasa relación con las Tierras que Hawkmoon conocía.

Por fin, horas más tarde, Hawkmoon gritó:

—¡Mirad! ¡Una máscara de animal!

El operador manipuló una serie de cristales, con la intención de fijar la imagen que había destellado tan fugazmente en la pantalla, pero se había desvanecido.

Las sondas reemprendieron la búsqueda. Hawkmoon creyó en dos ocasiones ver escenas que revelaban el paradero de Kalan, pero las escenas se perdieron las dos veces.

Y al final, por pura casualidad, vieron una resplandeciente pirámide blanca, indudablemente aquella en la que había viajado el barón Kalan.

Los sensores recibieron una señal muy fuerte, porque la pirámide estaba a punto de finalizar su regreso. A su base, esperó Hawkmoon.

—Es fácil seguirla. Mirad.

Hawkmoon, Bowgentle y el conde Brass se apretaron alrededor de la pantalla, que siguió a la pirámide lechosa hasta que se detuvo y se volvió transparente, revelando el rostro odioso del barón Kalan de Vitall. Sin saber que era observado por aquellos a quienes anhelaba destruir, salió de la pirámide y entró en una habitación amplia, tenebrosa y sucia, que bien podía ser una copia de su antiguo laboratorio en Londra. Repasó unas notas con el ceño fruncido. Apareció otra figura y le habló, aunque los tres amigos no oyeron nada. La figura iba ataviada a la antigua usanza del Imperio Oscuro; una enorme máscara, de aspecto engorroso, cubría su cabeza. La máscara era de metal, esmaltada en diferentes colores, e imitaba la forma de una serpiente.

Hawkmoon recordó que era la máscara de la Orden de la Serpiente, la orden a la que habían pertenecido todos los hechiceros y brujos de Granbretán. Mientras observaban la escena, el hombre de la máscara tendió otra máscara a Kalan, que se la puso a toda prisa, pues ningún granbretano de su especie podía soportar que un cofrade le viera sin máscara.

La máscara de Kalan también tenía forma de serpiente, pero más recargada que la de su criado.

Hawkmoon se acarició el mentón y se preguntó por qué percibía algo erróneo en la escena. Echó en falta la presencia de D'Averc, más familiarizado con las costumbres secretas del Imperio Oscuro, que habría despejado sus dudas.

Y entonces, Hawkmoon comprendió que aquellas máscaras eran más toscas que las que había visto en Londra, incluidas las que llevaban los sirvientes más humildes. El acabado de las máscaras, su diseño, no eran de la misma calidad. ¿Y por qué iban a serlo?

Las sondas siguieron a Kalan cuando salió del laboratorio y se internó en sinuosos pasillos, muy parecidos a los que comunicaban los edificios de Londra. Pero también estos pasillos eran sutilmente diferentes. El revestido de la piedra era muy pobre, las tallas y murales obra de artistas muy inferiores. Esto no habría sido tolerado en Londra, donde, pese a sus inclinaciones perversas, los señores del Imperio Oscuro habían exigido la mejor calidad, hasta en los más ínfimos detalles.

En este caso, los detalles escaseaban. Todo parecía la copia de un cuadro.

La escena fluctuó cuando Kalan entró en otra estancia, donde le aguardaban más enmascarados. Esta estancia también le resultó familiar, aunque tosca, como todo lo demás.

El conde Brass echó rayos y centellas.

—¿Cuándo podemos ir ahí? Es nuestro enemigo. ¡Demos buena cuenta de él ahora mismo!

—No es tan fácil viajar por las dimensiones —dijo Rinal—. Además, aún no hemos localizado con toda exactitud el lugar que estamos viendo.

Hawkmoon sonrió al conde Brass.

—Tened paciencia, señor.

Este conde Brass era más impetuoso que el hombre a quien Hawkmoon había conocido. La razón estribaba, sin duda, en que era veinte años más joven. O tal vez, como Rinal había insinuado, no era el mismo hombre, sino uno muy parecido, de otra dimensión. De todos modos, pensó Hawkmoon, este conde Brass le gustaba, viniera de donde viniera.

—Nuestra sonda falla —dijo el ser fantasmal que controlaba la pantalla—. La dimensión que estamos examinando debe encontrarse a muchas capas de distancia.

Rinal asintió.

—Sí, muchísimas. En un lugar que ni siquiera nuestros aventureros antepasados exploraron. Nos costará encontrar una puerta.

—Kalan encontró una —señaló Hawkmoon.

Rinal dibujó la sombra de una sonrisa.

—¿Por accidente o a sabiendas, amigo Hawkmoon?

—A sabiendas, por supuesto. ¿En qué otro lugar habría encontrado otra Londra?

—Se pueden construir nuevas ciudades —adujo Rinal.

—Sí —dijo Bowgentle—, y también nuevas realidades.

6. Otra víctima

Los tres hombres aguardaron ansiosamente, mientras Rinal y su pueblo examinaban la posibilidad de viajar a la dimensión donde el barón Kalan se ocultaba.

—Como este nuevo culto se ha implantado en la Londra auténtica, deduzco que Kalan ha ido a visitar en secreto a sus partidarios. Eso explica el rumor de que algunos señores del Imperio Oscuro aún viven en Londra —musitó Hawkmoon—. Nuestra única oportunidad consistiría en ir a Londra y buscar a Kalan cuando realice su siguiente visita. La pregunta es si tendremos tiempo.

El conde Brass meneó la cabeza.

—Ese Kalan… Desea a toda costa lograr sus propósitos. No entiendo por qué está tan histérico, si puede manipular a su antojo todas las dimensiones del tiempo y el espacio. Y aunque en teoría puede manipularnos a su voluntad, no lo hace. Me pregunto por qué somos tan cruciales para sus planes.

Hawkmoon se encogió de hombros.

—Quizá no lo seamos. No sería el primer señor del Imperio Oscuro en perjudicar sus propios intereses por culpa de su sed de venganza.

Les narró la historia del barón Meliadus.

Bowgentle paseaba entre los instrumentos de cristal y trataba de comprender los principios de su funcionamiento, pero se rindió. Todos estaban inactivos, mientras el pueblo fantasma, en otra parte del edificio, atacaba el problema de diseñar una máquina que viajara entre las dimensiones. La posibilidad de adaptar el ingenio de cristal que transportaba su ciudad había sido desechada, pues necesitaban conservar la máquina por si algún peligro les amenazaba.

—Bien —dijo Bowgentle, mientras se rascaba la cabeza—, no entiendo nada. ¡Lo único que puedo aseguraros es que esas máquinas funcionan!

El conde Brass se agitó en su armadura. Se acercó a la ventana y escudriñó la fría noche.

—La impaciencia me corroe —dijo—. Voy a respirar un poco de aire fresco. ¿Qué váis a hacer vosotros dos?

Hawkmoon meneó la cabeza.

—Prefiero descansar.

—Yo os acompañaré —dijo Bowgentle al conde Brass—. ¿Cómo salimos?

—Llama a Rinal —dijo Hawkmoon—. Os oirá.

Así obraron, pero se sintieron algo incómodos cuando el pueblo fantasma, en apariencia tan frágil, les bajó al suelo. Hawkmoon se acomodó en una esquina de la habitación y durmió.

Sin embargo, se vio turbado por sueños extraños e inquietantes, en los cuales sus amigos se convertían en enemigos y los enemigos en amigos, los vivos en muertos y los muertos en vivos. Por fin, se despertó sudando, y descubrió que Rinal estaba de pie ante él.

—La máquina está dispuesta —anunció el ser fantasmal, pero temo que no es perfecta. Lo único que puede hacer es perseguir a vuestra pirámide. En cuanto la pirámide vuelva a materializarse en este mundo nuestra pirámide la seguirá, adondequiera que vaya. Es imposible dirigirla; sólo puede seguir a la pirámide. Por tanto, corréis el peligro de quedar atrapados en otra dimensión indefinidamente.

—Es un riesgo que prefiero aceptar —dijo Hawkmoon— mejor que las pesadillas que me atormentan, despierto o dormido. ¿Dónde están el conde Brass y Bowgentle?

—Por aquí cerca, hablando y paseando por las calles de Soryandum. ¿Les digo que deseáis verles?

—Sí —dijo Hawkmoon, mientras se frotaba los ojos—. Será mejor que diseñemos nuestra estrategia lo antes posible. Tengo el presentimiento de que no tardaremos en ver a Kalan.

Se estiró y bostezó. Dormir no le había servido de nada. Hasta tenía la sensación de estar más cansado que antes.

Cambió de idea.

—No, quizá sea mejor que salga a hablar con ellos. El aire me reanimará.

—Como gustéis. Os bajaré.

Rinal flotó hacia Hawkmoon.

—¿Dónde está la máquina que mencionasteis? —preguntó Hawkmoon, mientras Rinal le conducía hacia la ventana.

—¿La esfera para viajar por las dimensiones? Abajo, en nuestro laboratorio. ¿Queréis verla esta noche?

—Creo que sí. Tengo la sensación de que Kalan está a punto de reaparecer.

—Muy bien. Os la traeré en breve. Los controles son muy sencillos. De hecho, apenas se les puede llamar controles, puesto que el objetivo de la esfera es convertirse en la esclava de otra máquina. Sin embargo, comprendo que estéis ansioso por verla. Id a hablar con vuestros amigos.

El ser fantasmal, prácticamente invisible en la calle iluminada por la luna, se alejó. Hawkmoon fue en busca del conde Brass y Bowgentle.

Caminó por las calles invadidas de malas hierbas, entre edificios en ruinas por los cuales se filtraba la luz de la luna. Se embebió de la paz de la noche y su cabeza empezó a despejarse. El aire era suave y frío.

Por fin, oyó voces más adelante y ya estaba a punto de llamarles, cuando se dio cuenta de que no había dos voces, sino tres. Se deslizó a toda prisa hacia ellas, protegido por las sombras, hasta subirse a una columna truncada, desde la cual observó la plazoleta donde estaban el conde Brass y Bowgentle. El conde Brass parecía petrificado, como si le hubieran hipnotizado, y Bowgentle discutía en voz baja con un hombre que estaba sentado en el aire, frente a él, con las piernas cruzadas; el contorno de la pirámide apenas brillaba, como si Kalan procurara no llamar la atención.

—¿Qué sabéis vos de tales asuntos? —preguntó el barón Kalan—. ¡Vos, que apenas sois real!

—Es posible, pero sospecho que vuestra realidad tampoco es muy firme, ¿verdad? ¿Por qué no podéis matar a Hawkmoon vos mismo? Por culpa de las repercusiones, ¿eh? ¿Habéis considerado las posibilidades derivadas de tal acción? ¿Son poco agradables?

—¡Silencio, títere, o también regresaréis al limbo! —gritó el barón Kalan—. Os ofrezco la vida plena si destruís a Hawkmoon…, o convencéis al conde Brass de que lo haga.

—¿Por qué no le habéis enviado al limbo hace pocos minutos, cuando os atacó? ¿Es por que queréis que uno de nosotros mate a Hawkmoon, y ya sólo contáis con dos para esa faena?

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