Cronicas del castillo de Brass (25 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

—Cabe la posibilidad, pues, de que los invasores pronto empiecen a pelearse entre sí —murmuró Jahry-a-Conel.

El gato le había comunicado todo cuanto había visto, de alguna forma misteriosa. Jhary acarició su cabeza redonda y el minino ronroneó.

Había amanecido. Katinka van Bak sacó tres caballos de la cueva. Dos eran fuertes y excelentes corceles. El tercero era el jamelgo amarillo de Jhary. A estas alturas, Ilian ya se había acostumbrado a la sensación de familiaridad que le asaltaba cuando veía cosas que, en su opinión, no podía haber visto nunca. Montó en un corcel, se acomodó en la silla, inspeccionó las armas que había encontrado en las fundas de la silla: la espada y la lanza de peculiar extremo rubí en lugar de punta.

Sin pensarlo, cogió la lanza por la mitad. Palpó una joya encastada en el mango. Sabía que si apretaba la joya surgiría una llama destructora del extremo rubí. Se encogió —de hombros con filosofía, contenta de llevar un arma tan poderosa como las que poseían muchos guerreros de Ymryl. Observó que Katinka van Bak tenía un arma similar, si bien Jhary se conformaba con la lanza, escudo y espada tradicionales.

—¿Creéis que existen esos dioses en los que Ymryl deposita tanta fe, Jhary? —preguntó Katinka mientras se internaban en el inmenso bosque.

—Existieron en un tiempo…, o existirán. Sospecho que existen cuando los hombres necesitan que existan, pero podría equivocarme. De todos modos, tened por seguro, Katinka van Bak, que cuando existen son extremadamente poderosos.

Kantinka Van Bak asintió.

—¿Y por qué no ayudan a Ymryl?

—Es posible que lo hagan sin que se dé cuenta.

Jhary aspiró una profunda bocanada de aire. Contempló con admiración los enormes capullos, la variedad de verdes y pardos de los árboles.

—A menudo —continuó—, estos dioses no pueden penetrar en los mundos humanos por sus propios medios, y han de valerse de intermediarios como Ymryl. Sospecho que tan sólo un poderoso hechizo lograría que Arioco entrara.

—Y este señor del Imperio Oscuro, el barón Kalan, sin duda, ¿carece de la habilidad necesaria?

—En su esfera, creo que es más que suficiente, pero si no cree en Arioco… no le sirve de nada a Ymryl. Es una suerte para nosotros.

—Pensar que seres dotados de más poderes que Ymryl y su chusma invadan Garathorm es desazonador —dijo Ilian.

Si bien los vagos recuerdos que acudían a su mente de vez en cuando ya no la perturbaban, se había sumido en un sombrío silencio desde que recordó su traición. Nunca había visto el cadáver de Bradne, su hermano, aunque había oído que poco quedaba de él cuando los jinetes de Ymryl volvieron con él a la ciudad, porque Katinka van Bak lo había rescatado antes de que Ymryl pudiera regodearse en el horror de Ilian.

Ymryl había previsto las consecuencias. Ilian, atormentada por su traición, habría accedido a todas sus demandas. Se habría entregado a él, casi con agradecimiento, como forma de expiar su culpa. Ilian silbó entre dientes al recordar sus sentimientos. Bien, al menos había logrado frustrar las expectativas de Ymryl.

Magro consuelo, pensó Ilian con cinismo, pero no se sentiría mejor ahora aunque se hubiera acostado con Ymryl. La entrega no la habría absuelto, tan sólo apaciguado su histerismo momentáneo. Jamás podría tranquilizar su conciencia, pese a que sus amigos no la culpaban de lo que había hecho, pero emplearía el odio que sentía en una buena causa. Estaba decidida a destruir a Ymryl y a sus compinches, aún al precio de su propia destrucción. Eso era lo que deseaba. No moriría antes de acabar con Ymryl.

—Hemos de aceptar la posibilidad de que vuestros compatriotas se oculten de nosotros —dijo Katinta Van Bak—. Los que aún luchan contra Ymryl habrán adoptado grandes precauciones, sospechosos de que cualquiera pueda ser un traidor.

—Y en especial yo —dijo con amargura Ilian.

—Quizá no sepan que vuestro hermano fue capturado… —sugirió Jhary—, o desconozcan las circunstancias que condujeron a su captura…

Ni siquiera él creía en sus propias palabras.

—Ymryl se habrá asegurado de que todo el mundo lo sepa —dijo Katinta Van Bak—. Eso es lo que yo hubiera hecho en su lugar, y seguro que adornó los hechos con la peor de las interpretaciones. Demostrado que la última heredera legítima es una traidora, la moral de los rebeldes se debilitará y causarán menos problemas a Ymryl. Yo también conquisté ciudades en mis buenos tiempos, y no dudo de que Ymryl se haya apoderado de otras antes de Virinthorm. Si no os pudo utilizar de una manera, Ilian, os habrá utilizado de otra.

—Cualquier interpretación de mi traición nunca será peor que la verdad, Katinka van Bak —dijo Ilian de Virinthorm.

La aludida calló. Se humedeció los labios y clavó las espuelas en los ijares de su caballo.

Durante la mayor parte del día avanzaron por el espeso bosque. Y cuanto más se internaban, más oscuridad encontraban; una oscuridad fría verde, apacible, preñada de intensos aromas. Estaban al noroeste de la ciudad y se alejaban más que se acercaban a Virinthorm. Katinka van Bak tenía el presentimiento de saber donde encontrarían a algunos de los supervivientes de Garathorm.

Por fin, desembocaron en un claro iluminado por el sol. Parpadearon por efecto de la brillante luz y Katintka Van Bak señaló al otro lado del claro.

Ilian distinguió sombras oscuras bajo los árboles. Formas melladas. Y recordó.

—Claro —exclamó—. ¡Tikaxil! Ymril no sabe nada de la ciudad antigua.

Tikaxil había existido mucho antes que Garathorm. Fue una bulliciosa ciudad comercial, cuna de los antepasados de Ilian. Una ciudad amurallada. Las murallas se construyeron con gigantescos bosques de madera dura, disponiendo un bloque sobre otro. La mayoría de tales bloques ya habían desaparecido, podridos por completo, pero quedaban algunos fragmentos, así como una o dos casas de madera negra que, si bien rodeadas de gruesas enredaderas y ramas bajas, se mantenían prácticamente igual que en el momento de su edificación.

Los tres se detuvieron en mitad del claro y desmontaron, mirando con cautela a su alrededor. Grandes ramas de árbol se agitaron sobre sus cabezas y sombras moteadas se deslizaron por la hierba.

Ilian interpretó que las sombras móviles eran figuras. Cabía la posibilidad de que fueran los hombres de Ymril, y no sus compatriotas, quienes estuvieran acampados aquí…, si es que alguien había acampado. No apartó la mano de la lanza flamígera, dispuesta a repeler un ataque.

Katinka van Bak habló en voz alta.

—Si sois amigos nuestros, nos reconoceréis. Sabréis que hemos venido a unirnos a vosotros contra Ymril.

—Aquí no hay nadie —dijo Jhary-a-Conel. Desmontó del jamelgo y echó un vistazo en derredor suyo—. Es un lugar estupendo para pasar la noche.

—Mirad: ésta es vuestra reina, Ilian, hija de Pyran. ¿Recordáis cuando empuñó la espada flamígera y se enfrentó al ejército de Ymryl? Y yo soy Katinta Van Bak, enemiga de Ymryl, como bien sabéis. Éste es Jhary-a-Conel. Sin su ayuda, vuestra reina no estaría aquí ahora.

—Habláis a los pájaros y a las ardillas, Katinka van Bak —se burló Jhary-a-Conel—. Aquí no hay nadie de Garathorm.

Aún no había acabado la frase cuando las redes cayeron y les envolvieron. La mejor demostración de su larga experiencia fue que no se debatieron, sino que, con toda calma, intentaron desenvainar las espadas, para cortar las redes y liberarse. Sin embargo, tanto Katinka como Ilian aún no habían desmontado. Ilian trató de liberarse a mandobles, pero su caballo relinchaba y piafaba, aterrorizado. Sólo Jhary había desmontado y consiguió reptar por debajo de una red. Ya empuñaba la espada cuando una pandilla de hombres y mujeres, todos armados, surgieron de las murallas derruidas y se precipitaron sobre ellos.

Los brazos de Ilian se enredaban cada vez más en las duras fibras de la red y, mientras se debatía, resbaló de la silla y cayó a tierra.

Alguien le propinó una patada en el estómago. Gimió de dolor y oyó que alguien mascullaba insultos contra ella, aunque no comprendió lo que decía.

Era obvio que Katinka van Bak se había equivocado al juzgar la situación. Aquellas personas no eran amigas.

4. Pacto

—¡Pandilla de imbéciles! —dijo con desprecio Katinka van Bak—. No os merecéis la oportunidad que os ofrecemos. Vuestras acciones sirven de maravilla a los planes de Ymryl. ¿No comprendéis que estáis haciendo exactamente lo que él quiere?

—¡Silencio!

El joven de la cicatriz en el mentón la traspasó con la mirada. Ilian levantó la cabeza y la agitó un poco para liberar los mechones de cabello pegoteados a su rostro sudado.

—¿Por qué razonáis con ellos, Katinka? Desde su punto de vista, tienen razón.

Les habían mantenido colgados de los brazos durante tres días, y sólo les habían bajado para que comieran e hicieran sus necesidades. A pesar del dolor, no era nada comparado con lo que Ilian había padecido en las mazmorras de Ymryl. Apenas era consciente de las incomodidades, y eso que sus captores habían concentrado sus atenciones en ella.

Había recibido varias patadas después de la primera. La habían escupido, abofeteado, insultado. No significaba nada para ella. Era lo que se merecía.

—Si nos destruyen, ellos correrán la misma suerte —dijo en voz baja Jhary-a-Conel, que tampoco parecía sentir el dolor.

Por lo visto, había dormido casi todo el tiempo. El gatito blanco y negro había desaparecido.

El joven miró a Katinka van Bak y después a Jhary.

—En cualquier caso, estamos condenados —dijo—. Los sabuesos de Ymryl no tardarán en olfatear nuestro rastro.

—A eso me refería —replicó Katinka.

Ilian miró hacia las ruinas de la ciudad antigua. Atraídos por el sonido de las voces, los demás se acercaron al árbol del cual colgaban los tres prisioneros. Ilian reconoció muchos de los rostros. Eran los jóvenes con los que había pasado tantos ratos en los viejos tiempos. Eran los guerreros entrenados, los que habían resistido más tiempo a Ymryl, así como algunos ciudadanos que habían conseguido huir de Virinthorm o que no se encontraban en la ciudad cuando Ymryl la conquistó. Y ni uno solo dejaba de detestarla con el odio que se dedica a los que, después de haber sido admirados, se han revelado como seres deleznables.

—Ni uno de vosotros habría ocultado la información que Ilian proporcionó a Ymryl —dijo Katinka—. Si no entendéis eso, significa que sabéis poca cosa de la vida. No sois realistas, guerreros. Somos la única oportunidad que tenéis de vencer a Ymryl. Desecharnos equivale a desechar vuestra mejor posibilidad. Olvidad vuestro odio a Ilian, al menos hasta que hayamos expulsado a Ymryl. ¡Contáis con escasos recursos, amigos míos, para rechazar los mejores!

El joven de la cicatriz se llamaba Mysenal de Hinn y era pariente lejano de Ilian. En otros tiempos se había sentido atraído por ella, como tantos otros jóvenes de la corte. Mysenal frunció el ceño.

—Vuestras palabras son sensatas, Katinka van Bak, y nos aconsejasteis bien en el pasado. Sin embargo, ¿cómo podremos saber que no estáis utilizando esas palabras sensatas para engañarnos? Es posible que hayáis hecho un trato con Ymril para traicionarnos.

—Debéis recordar que soy Katinka van Bak. Jamás haría algo semejante.

—La reina Ilian traicionó a su propio hermano —recordó Mysenal.

Ilian cerró los ojos. Ahora sí experimentó dolor, pero no por las cuerdas que casi segaban sus muñecas.

—Después de ser sometida a tormentos abominables —señaló Katinka, impaciente—. Como vos habríais hecho, tal vez. ¿Tenéis alguna idea de la habilidad de Ymryl en esas materias?

—Alguna —admitió Mysenal—, pero…

—Y si fuéramos aliados de Ymryl, ¿por qué habríamos acudido solos? Si hubiéramos conocido el emplazamiento de vuestro campamento, nos habríamos limitado a decírselo. Habría enviado un ejército a cogeros por sorpresa y destruiros…

—Por sorpresa, ni hablar. Tenemos guardias apostados en las ramas altas en dos kilómetros a la redonda. Habríamos huido. Supimos que os acercábais y tuvimos tiempo de prepararos la bienvenida, ¿no?

—Sí, pero mis argumentaciones continúan siendo válidas.

Mysenal de Hinn suspiró.

—Algunos de nosotros preferiríamos vengarnos de esa traidora antes que luchar contra Ymryl. Algunos de nosotros pensamos que deberíamos establecernos aquí, confiando en que Ymryl se olvide de nuestra existencia.

—No os olvidará. Está aburrido. Cazaros le divertirá. Se ha limitado a tolerar vuestra presencia porque pensaba que los conquistadores del oeste se aprestaban a atacar Virinthorm. Por eso concentra casi todas sus fuerzas en la ciudad. No obstante, ahora sabe que no le amenaza un peligro inminente desde occidente. Se acordará de vosotros.

—¿Los invasores se pelean entre ellos?

El tono de Mysenal demostró mayor interés.

—Aún no, pero es inevitable. Veo que comprendéis las implicaciones de ese dato. Es lo que hemos venido a deciros, entre otras cosas.

—¡Si se pelean entre sí, tenemos una buena oportunidad de expulsar a los que conquistaron Virinthorm! —Mysenal se acarició la cicatriz—. Sí. —Volvió a fruncir el ceño—. Claro que esta información podría ser parte de vuestra treta para engañarnos…

—Os concedo que es una explicación muy rebuscada —dijo Jhary-a-Conel, cansado—. ¿Por qué no aceptáis que hemos venido a ayudaros a derrotar a Ymryl? Es la explicación más plausible.

—Yo les creo.

Era una chica quien había hablado. Lyfeth, una antigua amiga de Ilian, que había sido amante de su hermano.

Las palabras de Lyfeth convencieron a los demás. Al fin y al cabo, era quien tenía más motivos para odiar a Ilian.

—Creo que deberíamos bajarles, al menos de momento, y escuchar todo cuanto tengan que decirnos. Recordad que Katinka van Bak fue la persona que organizó una pequeña resistencia contra Ymryl. Y no tenemos nada contra su otro acompañante, Jhary-a-Conel. También podría ser que…, que Ilian —le costó pronunciar el nombre— quisiera expiar su traición. Tal vez yo también habría traicionado a Bradne si me hubieran sometido a los tormentos que Katinka van Bak ha descrito. En un tiempo fue amiga mía. La tenía en gran consideración, como todos. Ocupó con dignidad el lugar de su padre. Sí, creo que estoy dispuesta a confiar en ella, con ciertas reticencias.

Lyfeth avanzó hacia donde Ilian colgaba.

Ilian dejó caer la cabeza y cerró los ojos, incapaz de mirar a Lyfeth.

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