Cronicas del castillo de Brass (3 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

—Sois vos la engañada, señora —gruñó Czernik.

Los senescales avanzaron de nuevo. Esta vez, Hawkmoon no impidió que sacaran al viejo del anfiteatro.

El festejo resultó enturbiado por el incidente. Los invitados de Hawkmoon estaban demasiado turbados para comentarlo, y el interés de la muchedumbre ya no se concentraba en los toros ni en los toreros, que evolucionaban con destreza sobre la arena y trataban de coger las cintas de los cuernos.

A continuación, se celebró un banquete en el castillo de Brass. Habían sido invitados todos los dignatarios locales de la Kamarg, así como los embajadores, pero faltaron cuatro o cinco de los primeros. Hawkmoon comió poco y bebió más de lo normal en él. Se esforzó en sacudirse el mal humor provocado por las extrañas palabras de Czernik, pero le costaba sonreír, incluso cuando sus hijos bajaron a saludarle y los presentó a sus invitados. Pronunciaba cada frase a costa de un tremendo esfuerzo, y la conversación no era fluida, ni siquiera entre los invitados. Muchos embajadores se excusaron y se acostaron pronto. Al cabo de poco rato, sólo quedaron en el salón del banquete Hawkmoon y Yisselda, sentados a la cabecera de la mesa, mientras los criados se llevaban los restos de la cena.

—¿Qué puede haber visto? —dijo por fin Yisselda, cuando los criados salieron—. ¿Qué pudo haber oído, Dorian?

Hawkmoon se encogió de hombros.

—Nos lo dijo: el fantasma de tu padre…

—¿Un baragón más definido que otros?

—Describió a tu padre. Su caballo. Su armadura. Su cara.

—Pero estaba bebido, y hoy también.

—Dijo que otras personas habían visto al conde Brass y escuchado de sus labios la misma historia.

—Es ese caso, es un complot. Fraguado por algunos de tus enemigos, acaso un señor del Imperio Oscuro superviviente, que se disfraza y se pinta la cara para parecerse a mi padre.

—Tal vez, pero Czernik habría descubierto la superchería. Conocía al conde Brass desde hacía muchos años.

—Sí, y le conocía bien —admitió Yisselda.

Hawkmoon se levantó poco a poco de su asiento y caminó hacia el hogar, sobre el cual colgaba la indumentaria guerrera del conde Brass. La miró, extendió un dedo para tocarla. Meneó la cabeza.

—Debo descubrir por mí mismo qué es este "fantasma". ¿Por qué querrá alguien desacreditarme de esta forma? ¿Quién puede ser mi enemigo?

—¿El propio Czernik? Tal vez le desagrade tu presencia en el castillo de Brass.

—Czernik es viejo, casi senil. Es incapaz de inventar una historia tan complicada. ¿Y no se ha preguntado por qué le conde Brass se queda en los pantanos, quejándose de mí? Ése no es el estilo del conde Brass. Ya habría venido al castillo, a darme cuenta de su contencioso.

—Hablas como si creyeras a Czernik.

Hawkmoon suspiró.

—Debo saber más. He de encontrar a Czernik e interrogarle…

—Enviaré a uno de los sirvientes a la ciudad.

—No, yo iré a la ciudad en persona y le buscaré.

—¿Estás seguro…?

—Es mi deber. —La besó—. Esta noche pondré fin al asunto. Es injusto ser atormentados por fantasmas que ni siquiera hemos visto.

Se ciñó a los hombros una gruesa capa de seda azul oscuro, besó una vez más a Yisselda, salió al patio y ordenó que prepararan su caballo con cuernos. Pocos minutos después salió del castillo y se internó en la ruta sinuosa que conducía a la ciudad. Brillaban pocas luces en Aigues-Mortes, aunque había una feria en la ciudad. Era evidente que el incidente ocurrido en la plaza de toros había afectado a los ciudadanos tanto como a Hawkmoon y sus invitados. El viento empezó a soplar cuando Hawkmoon llegó a las calles; el seco mistral de la Kamarg, que los lugareños llamaban el Viento de la Vida, pues se creía que había salvado a su país durante el Milenio Trágico.

Sólo podía encontrar a Czernik en una de las tabernas que había en la parte norte de la ciudad. Hawkmoon cabalgó hacia el barrio, dejando que el caballo fuera al paso, pues no le apetecía repetir la escena de la tarde. No quería volver a escuchar las mentiras de Czernik; eran mentiras que deshonraban a todo el mundo, incluido al conde Brass, a quien Czernik afirmaba amar.

La inmensa mayoría de las tabernas distribuidas en la zona norte de la ciudad eran de madera, y sólo se había empleado la piedra blanca de la Kamarg en los cimientos. La madera estaba pintada de muchos colores y en las más ambiciosas de las tabernas se habían pintado escenas enteras en las fachadas. Varias escenas conmemoraban hazañas del propio Hawkmoon y otras recordaban gestas del conde Brass antes de salvar a la Kamarg, porque el conde Brass había combatido en todas las batallas famosas de su tiempo (en muchos casos, provocadas por él). De hecho, no pocas tabernas recibían el nombre de batallas en que había participado el conde Brass, así como el de los cuatro héroes que habían servido al Bastón Rúnico. Una taberna se llamaba "La Campaña Magiar", mientras otra se autodenominaba "La Batalla de Cannes". Entre otras, se contaban "El Fuerte de Balancia", "Nueve quedaron en pie" y "La Bandera Empapada de Sangre", todas referidas a hazañas del conde Brass. Czernik, si no se había desplomado de bruces en alguna cuneta, estaría en alguna de ellas.

Hawkmoon entró en la más cercana, "El Amuleto Rojo" (llamada así por la mítica joya que en otro tiempo había colgado de su cuello), y encontró el lugar lleno de soldados, a muchos de los cuales reconoció. Todos estaban bastante borrachos, y sujetaban enormes jarras de vino y cerveza. Casi todos tenían cicatrices en la cara o los miembros. Sus risas eran ásperas, aunque no ruidosas. Tan sólo sus cánticos eran ensordecedores. Su compañía agradó a Hawkmoon, que saludó a muchos de los que conocía. Se acercó a un eslavo manco (que también había servido bajo las órdenes del conde Brass) y le saludó con auténtico placer.

—¡Josef Vedla! Buenas noches, capitán. ¿Cómo va todo?

Vedla parpadeó y trató de sonreír.

—Buenas noches, mi señor. Hace muchos meses que no se os veía por nuestras tabernas.

Bajó la vista y concentró su atención en el contenido de su copa.

—¿Queréis compartir conmigo un pellejo de vino joven? Me han dicho que este año es singularmente bueno. Tal vez algunos de nuestros viejos amigos querrán…

—No, gracias, mi señor. —Vedla se levantó—. Ya he bebido bastante.

Se ciñó la capa torpemente con su única mano.

Hawkmoon se dejó de rodeos.

—Josef Vedla, ¿creéis que Czernik se encontró al conde Brass en los marjales?

—Debo irme.

Vedla se encaminó hacia la puerta.

—Alto, capitán Vedla.

Vedla se detuvo, a regañadientes, y se volvió con lentitud hacia Hawkmoon.

—¿Creéis que el conde Brass dijo que yo había traicionado nuestra causa, que tendí una trampa al conde?

—Si sólo se tratara de Czernik, no lo creería. Chochea y sólo se acuerda de su juventud, cuando cabalgaba con el conde Brass. Tal vez no creería a ningún veterano, dijera lo que dijera… Todos lamentamos todavía la pérdida del conde Brass y nos gustaría tenerle de vuelta entre nosotros.

—Y yo también.

Vedla suspiró.

—Os creo, mi señor, aunque pocos lo hacen ya. La mayoría dudan, al menos…

—¿Quién más ha visto a este fantasma?

—Varios mercaderes, que regresaban de noche por las carreteras del pantano. Un cazador de toros. Incluso un guardia de servicio en una torre del este afirma haber divisado su figura a lo lejos. Una figura que reconoció, sin lugar a dudas, como la del conde Brass.

—¿Sabéis dónde está Czernik ahora?

—Probablemente en "La Travesía del Dniéper", al final del callejón. Es donde suele dilapidar su pensión.

Salieron a la calle adoquinada.

—Capitán Vedla —dijo Hawkmoon—, ¿me creéis capaz de traicionar al conde Brass?

Vedla se frotó su agrietada nariz.

—No. Casi nadie lo cree. Cuesta pensar en vos como en un traidor, duque de Koln, pero las habladurías son consistentes. Todo el mundo que se ha tropezado con ese…, ese fantasma, cuenta la misma historia.

—Pero no es propio del conde Brass, vivo o muerto, vagar por las afueras de las ciudades, proclamando sus quejas. Si quisiera vengarse de mí, ¿no creéis que iría directamente a mi encuentro?

—Sí. El conde Brass no era un hombre vacilante. Aún así —el capitán Vedla sonrió levemente—, también sabemos que los fantasmas actúan según las costumbres de los fantasmas.

—¿Creéis en fantasmas, pues?

—Yo no creo en nada. Y creo en todo. El mundo me ha enseñado esta lección. Pensad en los acontecimientos relacionados con el Bastón Rúnico… ¿Puede creer un hombre normal que sucedieron en realidad?

Hawkmoon no pudo por menos que devolver la sonrisa a Vedla.

—Entiendo vuestro comentario. Bien, buenas noches, capitán.

—Buenas noches, mi señor.

Josef Vedla se marchó en dirección contraria, mientras Hawkmoon guiaba a su caballo calle abajo, hasta que vio el letrero de la taberna llamada "La Travesía del Dniéper". La pintura había saltado y la taberna se veía hundida, como si hubieran quitado alguna de sus vigas centrales. Su aspecto era poco halagüeño y el olor que brotaba de su interior era una mezcla de vino agrio, excrementos animales, grasa y vómitos. Era el lugar ideal para un borracho: podía comprar olvido a un precio irrisorio.

El local estaba vacío cuando Hawkmoon asomó la cabeza por la puerta y entró. Algunos tizones y velas iluminaban la sala. El suelo sucio, los bancos y mesas mugrientos, la piel cuarteada de los pellejos de vino, diseminados por todas partes, las jarras de madera y arcilla astilladas, los hombres y mujeres andrajosos casi derrumbados sobre las mesas o tirados en los rincones, todo contribuyó a reforzar la primera impresión de Hawkmoon. La gente no visitaba "La Travesía del Dniéper" por motivos sociales. Iban a emborracharse lo más rápido posible.

Un hombrecillo sucio, con una orla de grasiento cabello negro alrededor de la calva, se desgajó de las tinieblas y sonrió a Hawkmoon.

—¿Cerveza, mi señor? ¿Vino de calidad?

—Czernik —contestó Hawkoom—. ¿Está aquí?

—Sí. —El hombrecilló señaló con el pulgar una puerta que ostentaba el letrero de "Excusado"—. Está ahí, dejando sitio para más. No tardará en salir. ¿Le llamo?

—No.

Hawkmoon paseó la vista en derredor suyo y se sentó en un banco que juzgó más limpio que los demás.

—Le esperaré.

—¿Deseáis una copa de víno para apaciguar la espera?

—Muy bien.

Hawkmoon no tocó el vino y esperó a que Czernik apareciera. Por fin, el veterano salió tambaleándose y se dirigió hacia la barra sin más dilación.

—Otra botella —masculló.

Tanteó sus ropas, como si buscara la bolsa. No había visto a Hawkmoon.

Dorian se levantó.

—¿Czernik?

El viejo se giró en redondo y estuvo a punto de caer. Su mano buscó una espada que, mucho tiempo atrás, había vendido para pagarse la bebida.

—¿Habéis venido a matarme, traidor? —Entornó sus ojos hinchados, de odio y temor—. Voy a morir por decir la verdad. Si el conde Brass estuviera aquí… ¿Sabéis cómo se llama este lugar?

—La Travesía del Dniéper.

—Sí. Combatimos codo con codo, el conde Brass y yo, en La Travesía del Dniéper. Contra el ejército del príncipe Ruchtof, contra sus cosacos. El río iba tan cargado de cadáveres que su curso se alteró para siempre. Al final, todos los hombres del príncipe Ruchtof murieron, y de nuestro bando sólo quedamos con vida el conde Brass y yo.

—Conozco la gesta.

—Por lo tanto, sabéis que soy valiente. Que no os temo. Matadme, si tal es vuestro deseo, pero no conseguiréis silenciar al conde Brass.

—No he venido a silenciarte, Czernik, sino a escucharte. Descríbeme otra vez lo que has visto y oído.

Czernik lanzó una mirada suspicaz a Hawkmoon.

—Ya os lo he dicho esta tarde.

—Me gustaría escucharlo de nuevo, eliminando las acusaciones de tu cosecha. Repíteme, tal como las recuerdes, las palabras que el conde Brass te dirigió.

Czernik se encogió de hombros.

—Dijo que codiciasteis sus tierras y su hija desde que llegasteis a la Kamarg. Dijo que habíais cometido innumerables traiciones mucho antes de conoceros. Dijo que combatisteis en Colonia contra el Imperio Oscuro, que después os unisteis a los Señores de las Bestias, a pesar de que habían asesinado a vuestro propio padre. Después, os levantasteis contra el Imperio cuando creísteis que erais lo bastante fuerte, pero os derrotaron y os llevaron encadenado a Londra donde, a cambio de vuestra vida, participasteis en una conspiración contra el conde Brass. Una vez libre, os dirigisteis a la Kamarg y pensasteis que sería más fácil traicionar de nuevo a vuestros amos del Imperio. Y así fue. Después utilizasteis a vuestros amigos (el conde Brass, Oladahn, Bowgentle y D'Averc) para derrotar al Imperio, y cuando ya no os fueron útiles, preparasteis su muerte en la batalla de Londra.

—Una historia muy convincente —dijo Hawkmoon, sombrío—. Se adapta muy bien a los hechos, aunque olvida los detalles que justifican mis acciones. Una invención muy inteligente.

—¿Estáis diciendo que el conde Brass miente?

—Estoy diciendo que lo que viste en los pantanos, fantasma o mortal, no fue el conde Brass. Sé que digo la verdad, Czernik, porque no pesan traiciones sobre mi conciencia. El conde Brass sabía la verdad. ¿Por qué iba a mentir después de muerto?

—Conocí al conde Brass y os conozco a vos. Sé que el conde Brass no diría mentiras. Todos sabemos que era un astuto diplomático, pero siempre era sincero con sus amigos.

—Por lo tanto, no viste al conde Brass.

—Vi al conde Brass. A su fantasma. Tal como era cuando cabalgué a su lado, empuñando su estandarte cuando combatimos contra la Liga de los Ocho de Italia, dos años antes de que llegáramos a la Karmag. Sé que el conde Brass…

Hawkmoon frunció el ceño.

—¿Cuál era su mensaje?

—Os espera cada noche en los pantanos, para vengarse de vos.

Hawkmoon respiró hondo. Ciñó el cinturón de la espada a su cadera.

—En ese caso, iré a verle esta noche.

Czernik miró con curiosidad a Hawkmoon.

—¿No tenéis miedo?

—En absoluto. Sé que no viste al conde Brass. ¿Por qué he de temer a un impostor?

—Tal vez no recordáis que le traicionasteis —sugirió Czernik—. Quizá todo fue debido a la joya que, tiempo ha, llevabais en vuestra frente. Es posible que la joya os impulsara a cometer tales afrentas, y que una vez liberado de ella os olvidarais de todos vuestros ardides.

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