Cronicas del castillo de Brass (35 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

—Conozco la frase, pero nada más. Mi mala memoria, que me salva de muchas penas, me ha vuelto a jugar una mala pasada…

—Ah. —Sepiriz frunció el ceño—. En tal caso, quizá no deberíamos hablar de ello…

—Hablad, os lo suplico —dijo Hawkmoon—, porque la frase significa mucho para mí.

—La Ley y el Caos están enzarzados en una gran guerra, disputada en todos los planos de la Tierra, una guerra en que la humanidad está mezclada sin querer. Vos, como Campeón de la humanidad, lucháis en cada una de vuestras manifestaciones al lado de la Ley, aunque existen opiniones encontradas a ese respecto. —Sepiriz suspiró—. Sin embargo, la Ley y el Caos se están agotando. Algunos piensan que están perdiendo la capacidad de mantener el Equilibrio Cósmico, y cuando el Equilibrio desaparezca, toda existencia perecerá. Otros creen que el Equilibrio y los dioses están condenados, que el momento de la Conjunción del Millón de Esferas ha llegado. No he contado nada de esto a Elric, en mi mundo natal, porque su confusión es grande. No sé hasta qué punto puedo contaros algo, Hawkmoon. La moralidad de realizar conjeturas sobre problemas tan monumentales me preocupa. De todos modos, si Elric destruye el Cuerno del Destino…

—Y Corum libera a Kwll… —añadió Aleryon.

—Y Erekose va a Tanelorn… —dijo la Señora del Cáliz.

—… el resultado será un desajuste cósmico de incalculables proporciones. Nuestra sabiduría es insuficiente. Casi tenemos miedo de actuar; nada nos indica el camino a seguir. Nadie nos dice cuál sería el mejor camino a seguir…

—Nadie, salvo el capitán —dijo Abaris de los Magos.

—¿Y cómo saber si trabaja en beneficio propio? ¿Cómo saber si es tan altruista como aparenta? —preguntó Lamsar el Ermitaño, en tono de perplejidad—. No sabemos nada de él. Acaba de aparecer en los Quince Planos.

—¿El capitán? —preguntó Hawkmoon—. ¿Es un ser que irradia oscuridad?

Describió al ser que había visto en el puente y, después, en este mundo.

Sepiriz meneó la cabeza.

—Algunos de nosotros hemos vislumbrado a este ser, pero también es misterioso. Por eso estamos tan inseguros… Tantos seres diferentes que vienen al multiverso y no sabemos nada de ellos. Nuestra sabiduría es insuficiente…

—Sólo el capitán posee confianza —indicó Amergin—. Debéis ir a su encuentro. Nosotros no podemos ayudarle. —Dirigió una mirada penetrante al globo brillante—. ¿Se está apagando la luz de la esfera pequeña?

Hawkmoon examinó la esfera y comprobó que Amergin tenía razón.

—¿Es eso importante? —preguntó.

—Significa que nuestro tiempo se acaba —contestó Sepiriz—. Seremos llamados de vuelta a nuestros mundos, a nuestras épocas. Nunca más podremos reunirnos de esta forma.

—Explicadme más cosas sobre la Conjunción del Millón de Esferas —pidió Hawkmoon.

—Buscad Tanelorn —dijo la Señora del Cáliz.

—Alejaos de la Espada Negra —previno Lamsar el Ermitaño.

—Regresad hacia el océano —aconsejó el Caballero Negro y Amarillo—. Tomad pasaje en el Bajel Negro.

—¿Y el Bastón Rúnico? —preguntó Hawkmoon—. ¿He de continuar a su servicio?

—Sólo si os sirve a vos —dijo el Caballero Negro y Amarillo.

La luz de la esfera casi se había pagado y los siete montaron sobre sus caballos; se habían transformado en sombras.

—¡Mis hijos! —gritó Hawkmoon—. ¿Dónde están?

—En Tanelorn —respondió la Señora del Cáliz—. Esperan volver a nacer.

—¡Explicaos ! —suplicó Hawkmoon—. ¡Explicaos, señora!

Pero su sombra fue la primera en desaparecer con el último rayo de luz de la esfera. Al poco, sólo quedó el gigante negro Sepiriz, y su voz era casi inaudible.

—Envidio vuestra grandeza, Campeón Eterno, pero no envidio vuestra lucha.

—¡No es suficiente! —gritó Hawkmoon a las tinieblas—. ¡No es suficiente! ¡Necesito saber más !

Jhary apoyó una mano en su hombro.

—Venid, duque Dorian. Sólo averiguaremos más cosas si obedecemos las instrucciones. Volvamos al océano.

Jhary desapareció de repente y Hawkmoon se quedó solo.

—¿Jhary-a-Conel? ¿Jhary?

Hawkmoon se lanzó a correr, en medio de la noche, en medio del silencio. Su boca se movía para emitir un grito que no surgía, sus ojos ardían de lágrimas que no brotaban, y sus oídos sólo captaban los latidos de su corazón, que batía como un tambor funerario.

5. En la orilla

Había amanecido y la niebla colgaba sobre el mar, se derramaba sobre la tierra rocosa; luces grisáceas parpadeaban en la niebla, y los acantilados que se alzaban detrás de Hawkmoon eran siniestros. No había dormido. Se sentía como un fantasma en un mundo de fantasmas. Le habían abandonado, y no había llorado. Tenía los ojos clavados en la niebla, sus manos heladas se aferraban al pomo de la espada, aliento blanquecino escapaba de su nariz y labios, y aguardaba como un cazador aguarda a su presa, sin hacer el menor ruido para captar cualquier nimio sonido que traicionara la llegada de su objetivo. Como la único posibilidad que le quedaba era seguir el consejo de los siete sabios con quienes había hablado la noche anterior, esperó al barco que, según dijeron, iba a venir. Esperó, indiferente a que viniera o no, pero seguro de que lo haría.

Un punto rojo brilló sobre su cabeza. Al principio pensó que era el sol, pero el tono rubí le desengañó. Alguna estrella que brillaba en un firmamento extraño, pensó. La luz roja tiñó la niebla de rosa. Al mismo tiempo, oyó un chapoteo rítmico que procedía del agua y supo que un barco se aproximaba. Oyó que caía un ancla, el murmullo de voces, el sonido de una polea y el ruido de un bote al ser bajado. Devolvió su atención a la estrella roja, pero sólo quedaba su luz. La niebla se abrió. Divisó a lo lejos un barco de altos palos; las cubiertas de proa y popa estaban mucho más altas que la principal. Brillaban faroles a babor y a estribor; subían y bajaban al compás de las olas. Las velas estaban recogidas, el mástil y las barandillas ricamente tallados, y el estilo le resultó por completo extraño.

—Por favor…

Hawkmoon miró a su izquierda y vio al ser. El aura negra bailaba a su alrededor, sus ojos llameantes le amenazaban.

—Ya me estáis irritando —dijo Hawkmoon—. No tengo tiempo para ti.

—La espada…

—Ve a buscar una espada, y después me sentiré muy complacido de luchar contigo, si eso es lo que deseas.

Hablaba en un tono confiado que no estaba a la altura del miedo que le embargaba. Rehusó mirar a la figura.

—El barco… —dijo el ser—. Yo…

—¿Cómo?

—Dejadme ir con vos —dijo el ser—. Puedo ayudaros. Necesitaréis ayuda.

—Pero no la tuya —replicó Hawkmoon, que desvió la vista hacia el agua y distinguió el bote que le enviaban.

Un hombre con armadura se erguía en el bote. Su armadura, en lugar de servir para el propósito práctico de protegerle de armas enemigas, seguía ciertas reglas geométricas. Su enorme casco picudo ocultaba casi toda su cara, pero dejaba al descubierto sus ojos azules y una rizada barba dorada.

—¿Sir Hawkmoon? —La voz del hombre era alegre, cordial—. Soy Brut, un caballero de Lashmar. Creo que nos hemos empeñado en una búsqueda común.

—¿Una búsqueda?

Hawkmoon reparó en que la figura oscura había desaparecido.

—Tanelorn.

—Sí. Voy en busca de Tanelorn.

—En ese caso, encontraréis aliados a bordo de la nave.

—¿Qué es esa nave? ¿Adónde se dirige?

—Sólo lo saben quienes navegan en ella.

—¿Hay alguien a bordo llamado "Capitán"?

—Sí, nuestro capitán. Está a bordo.

Brut bajó del bote y lo sujetó para prevenir los movimientos bruscos de las olas. Los remeros se volvieron y miraron a Hawkmoon. Sus rostros eran curtidos, los rostros de hombres que habían luchado en más de una batalla. El guerrero Hawkmoon reconocía a un guerrero en cuanto le veía.

—¿Quiénes son ésos?

—Nuestros camaradas.

—¿Qué les convierte en camaradas?

—¿Cómo? —Brut sonrió de buena gana, pese a la trascendencia de sus palabras—. Todos estamos condenados, señor.

Por alguna razón, esta afirmación tranquilizó a Hawkmoon en lugar de preocuparle. Rió, dio un paso adelante y saltó al bote con la ayuda de Brut.

—¿Alguno de estos condenados busca Tanelorn?

—Nunca he oído hablar de otros.

Brut palmeó la espalda de Hawkmoon. Las olas sacudían el bote y los guerreros volvieron a doblar la espalda, dieron la vuelta y remaron hacia el barco; su pulida madera captó algo de la luz rubí que brillaba en lo alto. Hawkmoon admiró sus líneas, su alta y curva proa.

—Este barco no pertenece a ninguna flota que yo haya visto —comentó.

—Es que no pertenece a ninguna flota, sir Hawkmoon.

Hawkmoon miró hacia atrás, pero la tierra había desaparecido. Sólo perduraba la niebla habitual.

—¿Cómo llegasteis a esa orilla? —preguntó Brut.

—¿No lo sabéis? Pensaba que sí. Esperaba respuestas a mis preguntas. Me dijeron que esperara a un barco. Me perdí… Me arrebataron de mi mundo y de mis seres queridos mediante un ser que me odia y afirma amarme.

—¿Un dios?

—Un dios sin los atributos de costumbre, en tal caso —replicó con sequedad Hawkmoon.

—Corren rumores de que los dioses están perdiendo sus atributos más impresionantes dijo Brut de Lashmar—. Sus poderes se están debilitando.

—¿En este mundo?

—Esto no es un "mundo" —dijo Brut, casi sorprendido.

El bote llegó al barco y Hawkmoon vio que habían dispuesto una escalerilla para ellos. Brut aferró la parte inferior y le indicó por señas que subiera. Sin hacer caso de la cautela, que le azuzaba a reflexionar antes de subir a bordo, Hawkmoon empezó a trepar. Se oyó un grito desde arriba. Se lanzaron pescantes para izar el bote.

Una ola se estrelló contra el barco y lo sacudió con estruendo. Hawkmoon subió poco a poco. Oyó el ruido de una vela al rasgarse, el crujido de un cabestrante al girar. Levantó los ojos, pero un repentino destello de la estrella roja, que una brecha en las nubes había dejado al descubierto, le cegó.

—Maldita estrella —gritó—. ¿Cuál es, Brut de Lashmar? ¿La seguís?

—No —respondió el soldado rubio. Su voz adquirió de súbito un tono menos afable—. Ella nos sigue.

Libro segundo.
Navegando entre los mundos: navegando hacia Tanelorn…
1. Guerreros a la espera

Hawkmoon miró en derredor suyo mientras Brut de Lashmar se reunía con él en la cubierta. Se había levantado viento y la enorme vela negra empezaba a hincharse. Era un viento conocido, Hawkmoon lo recordaba de una ocasión anterior, como mínimo, cuando el conde Brass y él habían luchado contra Kalan, Taragorm y sus esbirros en las cavernas subterráneas de Londra, cuando la mismísima esencia del Tiempo y el Espacio se había desestructurado, gracias a los esfuerzos combinados de los dos hechiceros más poderosos del Imperio Oscuro. Sin embargo, pese a que el viento no le resultaba extraño, a Hawkmoon le desagradó sentirlo sobre su piel y se quedó más tranquilo cuando Brut le guió hacia el camarote de popa y abrió la puerta. Un agradable calor le dio la bienvenida. Un gran farol que colgaba de cuatro cadenas de plata se balanceaba en el centro de la estancia, y su luz, difuminada por un cristal gris rojizo, bañaba el espacio relativamente grande del camarote. Bajo el farol había una pesada mesa, cuyas patas estaban fijas a las tablas. Varias sillas labradas de gran tamaño estaban clavadas alrededor de la mesa y algunas se veían ocupadas, mientras otros hombres permanecían de pie. Todos miraron con curiosidad a Hawkmoon cuando entró.

—Éste es Dorian Hawkmoon, duque de Colonia —dijo Brut—. Me reuniré con mis compañeros en mi camarote. Pronto os llamare, Hawkmoon, porque debemos presentar nuestros respetos al capitán.

—¿Sabe quién soy? ¿Sabe que he subido a bordo?

—Por supuesto. El capitán elige sus tripulaciones con mucho cuidado.

Brut rió y sus carcajadas encontraron eco en los demás hombres, duros y hoscos, que ocupaban la cabina.

Hawkmoon dirigió su atención a uno de los hombres que estaban de pie, un guerrero de facciones inusuales, que llevaba una armadura de confección tan delicada que casi parecía etérea. Llevaba sobre el ojo derecho un parche de brocado y en la mano izquierda una guante de acero plateado, en opinión de Hawkmoon, aunque en el fondo sabía que estaba equivocado. La cara puntiaguda, las cejas finas y rasgadas, el ojo púrpura de pupila amarilla, y el cabello transparente del guerrero delataban bien a las claras su pertenencia a una raza que apenas guardaba relación con la de Hawkmoon. No obstante, Hawkmoon experimentó hacia él una afinidad fuerte, magnética y también aterradora.

—Soy el príncipe Corum de la Túnica Escarlata— dijo el guerrero, dando un paso adelante—. Vos sois Hawkmoon del Bastón Rúnico, ¿verdad?

—¿Me conocéis?

—Os he visto a menudo. En visiones, señor… En sueños. ¿No me conocéis?

—No… —Pero Hawkmoon sí conocía al príncipe Corum. Y también le había visto en sueños—. Debo admitir que… sí, os conozco.

El príncipe Corum sonrió con tristeza.

—¿Cuánto tiempo lleváis a bordo de esta nave? —preguntó Hawkmoon.

Tomó asiento en una silla y aceptó un vaso de vino que le tendió un guerrero.

—¿Quién sabe? —dijo Corum—. Un día, un siglo. Es un barco onírico. Subí a bordo con la idea de que me conduciría al pasado. Lo único que recuerdo antes de abordar el barco fue que me mataron, traicionado por alguien a quien amaba. Después, me encontré en una orilla brumosa, convencido de que mi alma había ido al limbo, y este barco me llamó. Como no tenía otra cosa que hacer, acepté la invitación. Desde entonces, otros han subido. Me han dicho que falta una persona para completar el pasaje. Supongo que nos dirigimos en busca de ese último pasajero.

—¿Y nuestro destino?

Corum bebió de su copa.

—He oído hablar de Tanelorn, pero el capitán no me ha dicho nada de eso. Quizá el nombre se pronuncia con esperanza. No tengo pruebas tangibles de que nos dirijamos a un destino concreto.

—En tal caso, Brut de Lashmar me está engañando.

—Engañándose a sí mismo, para ser más exactos —dijo Corum—, pero tal vez Tanelorn sea nuestro punto de destino. Creo recordar que he estado allí una vez.

—¿Y encontrasteis la paz?

—Brevemente, creo.

—¿Vuestra memoria flaquea?

—No es peor que la memoria de todos aquellos que navegamos en el Bajel Negro.

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