Cronicas del castillo de Brass (30 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

—¡De todas formas, acepto su existencia! —bufó Katinka van Bak—. Le he oído. Le he olido.

—Bien —dijo Ilian en tono conciliador—, debemos continuar nuestra lucha contra Ymryl, aunque esté perdida de antemano. ¿Mantenemos nuestra estrategia defensiva o, por el contrario, atacamos?

—Ya da igual —dijo Jhary-a-Conel—, pero sería más noble morir atacando, ¿no? —sonrió para sí—. A pesar de que he asumido mi destino, la muerte nunca es bienvenida.

Desmontaron y avanzaron entre los árboles. Se movían con sigilo y empuñaban las lanzas flamígeras que habían cogido a los guerreros muertos del Imperio Oscuro.

Jhary, que les guiaba, se detuvo, levantó la mano mientras observaba entre las hojas y arrugó la nariz.

Vieron el campamento de Ymryl. Lo había instalado junto al mismo límite de la ciudad. Vieron a Ymryl y a su cuerno amarillo, que colgaba sobre su pecho desnudo. Sólo llevaba pantalones de seda e iba descalzo. Tenía los brazos cargados de brazaletes de cuero incrustados de joyas y un ancho cinturón de cuero ceñía su cintura. De él colgaban su pesada espada, el puñal de hoja ancha y un arma capaz de disparar diminutos dardos a gran distancia. Su mata desordenada de cabello amarillo caía sobre su cara, y sus dientes desiguales centellearon cuando dirigió una sonrisa nerviosa a su nuevo aliado.

Su aliado medía casi tres metros de alto y dos de ancho. Su piel era oscura y escamosa. Iba desnudo, era hermafrodita y tenía un par de alas correosas dobladas sobre la espalda. Daba la impresión de que le costaba desplazarse. Devoró con avidez los restos de un soldado de Ymryl.

Pero lo peor era su cara. Una cara que cambiaba sin cesar. En un momento dado era repulsiva y bestial, y al siguiente se convertía en la de un hermoso mancebo. Sólo los ojos, henchidos de dolor, no cambiaban. De vez en cuando, sin embargo, pasaba por ellos un destello de inteligencia, pero casi todo el tiempo eran crueles, feroces, primitivos.

La voz de Ymryl tembló, pero su tono era triunfal.

—Me ayudaréis, ¿verdad, lord Arioco? Ése fue el trato que hicimos…

—Sí, el trato —gruñó el demonio—. He hecho tantos. Y tantos se han arrepentido después…

—Yo os sigo siendo leal, mi señor.

—Yo mismo sufro las consecuencias de un ataque. Poderosas fuerzas me asedian en muchos planos, en muchas épocas. Los hombres desestructuran el multiverso. ¡El equilibrio ya no existe! ¡El equilibrio ya no existe! El caos se derrumba y la Ley ya no…

Arioco parecía hablar para sí, no para Ymryl.

—¿Y vuestro poder? —preguntó Ymryl, vacilante—. Aún lo conserváis, ¿no?

—Sí, casi todo. Oh, sí, puedo echaros una mano, Ymryl, hasta cuando sea necesario.

—¿Qué queréis decir, mi señor?

Arioco masticó la carne del último hueso y lo arrojó lejos. Se echó a tierra y dirigió la mirada hacia el centro de la ciudad.

Ilian sintió un escalofrío cuando adoptó un rostro gordo, carnoso, mofletudo, de dientes podridos. Los labios se movieron cuando Arioco murmuró para sí.

—Es una cuestión de perspectiva, Corum… Obedeceremos a nuestros caprichos… —Arioco frunció el ceño—. Ah, Elric, el más adorado de mis esclavos… Todo da vueltas… Todo da vueltas… ¿Qué significa? —Y las facciones se convirtieron en las de un apuesto joven—. Los planos se cruzan, la balanza se inclina, las viejas batallas se perdieron en la noche de los tiempos, las buenas costumbres se pierden. ¿Es verdad que los dioses mueren? ¿Pueden morir los dioses?

A pesar de que detestaba al monstruo, Ilian experimentó una extraña punzada de conmiseración por Arioco cuando escuchó sus palabras.

—¿Cómo atacaremos, gran Arioco? —Imryl se acercó a su amo sobrenatural—. ¿Nos guiaréis?

—¿Guiaros? Mi trabajo no es guiar mortales a la batalla. ¡Ay! —Arioco lanzó un aullido agónico—. ¡No puedo quedarme aquí!

—¡Debes hacerlo, Arioco! ¡Recuerda nuestro trato!

—Sí, Ymryl, nuestro trato. Te di el cuerno, hermano del cuerno del Destino. Y hay tan pocos leales a los Señores del Caos, tan pocos mundos en que aún sobrevivamos…

—¿No daréis el poder?

El rostro de Arioco adoptó su primitiva forma demoníaca. Arioco gruñó, toda inteligencia desapareció de sus rasgos. Respiró hondo con gran estruendo, su cuerpo cambió de color, aumentó de tamaño, lanzó llamaradas rojas y amarillas, como si un horno rugiera en su interior.

—Reúne fuerzas —susurró Jhary-a-Conel, acercando los labios a los oídos de Ilian—. Debemos atacar ahora. Ahora, Ilian.

Saltó hacia adelante y su lanza flamígera vomitó un chorro de luz rubí. Se abalanzó sobre las filas del poderoso ejército y cuatro guerreros cayeron antes de que nadie advirtiera la presencia de un enemigo entre ellos. Otros guerreros de Ilian cayeron de los árboles y siguieron el ejemplo de Jhary-a-Conel. Katinka van Bak, Yisselda de Brass, Lyfeth de Ghant, Mysenal de Hinn, todos se precipitaron hacia una muerte cierta. Ilian se preguntó por qué se rezagaba.

Vio que Ymryl lanzaba un grito de advertencia a Arioco, vio que Arioco extendía el brazo y tocaba a Ymryl. El cuerpo de Ymryl se iluminó, como si ardiera en el mismo fuego sepultado en el interior de Arioco.

Ymryl chilló, sacó su espada y se lanzó hacia los guerreros de Ilian.

Fue entonces cuando Ilian saltó, interponiéndose entre su gente e Ymryl.

Ymryl estaba poseído. Su forma irradiaba una monstruosa energía como si Arioco hubiera tomado posesión de aquel cuerpo mortal. Incluso los ojos de Ymryl eran los ojos bestiales de Arioco. Rugió. Avanzó hacia Ilian y su gran espada remolinéo en el aire.

—Por fin, Ilian. Esta vez morirás. ¡Esta vez sí!

Ilian trató de parar el golpe, pero Ymryl había adquirido tal fuerza que la espada rebotó contra su propio cuerpo. Se tambaleó hacia atrás y esquivó por poco el siguiente mandoble. Ymryl luchaba con ferocidad demencial. Ilian sabía que debía matarla.

Y detrás de Ymryl, Arioco había crecido hasta alcanzar inmensas proporciones. Su cuerpo no paraba de retorcerse y aumentar de tamaño, pero cada vez contenía menos sustancia. El rostro se alteraba constantemente, a cada segundo que pasaba, y la mujer oyó una débil voz:

—¡La balanza! ¡La balanza! ¡Oscila! ¡Se dobla! ¡Se funde! ¡Es la condena de los dioses! Oh, estos seres insignificantes… Estos hombres…

Arioco desapareció y sólo quedó Ymryl, pero poseído por el terrible poder de Arioco.

La lluvia de golpes obligó a Ilian a retroceder. Le dolían los brazos, las piernas y la espalda. Tenía miedo. No quería que Ymryl le matara.

Oyó otro sonido. ¿Era un aullido de triunfo? ¿Significaba que todos sus camaradas ya habían muerto, que los soldados de Ymryl habían acabado con ellos?

¿Era ella la última superviviente de Garathorm?

Cayó al suelo cuando un terrorífico golpe de Ymryl le arrebató la espada de la mano. Otro golpe partió su casco. Ymryl echó atrás el brazo para asestar el mandoble definitivo.

4. La piedra-alma

Ilian intentó mirar a los ojos de Ymryl mientras moría, aquellos ojos que ya no eran los suyos, sino los de Arioco.

Pero de repente su luz se desvaneció. Ymryl miró a su alrededor, asombrado.

—¿Todo ha terminado, pues? —le oyó decir Ilian—. ¿Volvemos a casa?

Daba la impresión de que veía un paisaje muy distinto al de Garathorm. Y sonreía.

Ilian extendió la mano y aferró el pomo de su espada. La clavó con todas sus fuerzas en Ymryl y vio que brotaba un chorro de sangre, que una expresión de estupor aparecía en su cara, que iba desapareciendo poco a poco, al igual que Arioco había desaparecido ante él.

Ilian, aturdida, se incorporó, sin saber si había matado a Ymryl. Ahora, ya nunca lo sabría.

Katinka van Bak yacía muy cerca. Tenía una gran herida roja en el cuerpo. Estaba blanca, como si se hubiera quedado sin sangre. Jadeaba. Ilian se acercó a ella.

—Me contaron la historia de la espada de Hawkmoon —dijo Katinka—. La llamaban la Espada del Amanecer. Tenía la facultad de convocar a guerreros de otros planos, de otras épocas. ¿Pudo convocar otra espada a Ymryl?

Apenas sabía lo que estaba diciendo.

Jhary-a-Conel, sostenido por Yisselda de Brass, surgió cojeante del polvo levantado por la batalla. Tenía un corte poco profundo en la pierna.

—De modo que, a fin de cuentas, nos habéis salvado, Ilian —dijo—. ¡Como lo habría hecho el Campeón Eterno! —Sonrió—. Aunque no lo hace siempre, debo admitirlo…

—¡Os he salvado! No, soy incapaz de explicarlo. ¡Ymryl se evaporó!

—Matasteis a Kalan. Fue Kalan quien moldeó las circunstancias que permitieron a Ymryl y los demás acceder a Garathorm. Muerto Kalan la brecha del multiverso ha empezado a cerrarse. Al mismo tiempo, devuelve a Ymryl y los suyos a sus respectivas épocas. Estoy seguro que ésa es la explicación. Vivimos tiempos extraños, Ilian de Garathorm. Casi tan extraños para mí como para ti. Estoy acostumbrado a que los dioses hagan su voluntad…, pero Arioco está condenador. Me pregunto si los dioses mueren en todos los planos.

—Nunca han existido dioses en Garathorm— contestó Ilian.

Se inclinó para examinar la herida de Katinka van Bak, confiando en que no fuera tan grave como aparentaba, pero aún era peor. Katinka van Bak estaba agonizando.

—¿Todos han desaparecido, pues? —preguntó Yisselda, sin darse cuenta todavía de que su amiga estaba mortalmente herida.

—Todos…, incluidos los cadáveres —dijo Jhary. Rebuscó en la bolsa de su cinturón—. Esto la ayudará —explicó—. Una poción que calma el dolor.

Ilian acercó el frasco a los labios de Katinta, pero la mujer meneó la cabeza.

—No —dijo—, me dormirá. Quiero permanecer despierta el poco tiempo que me queda. Además, he de volver a casa.

—¿A casa? ¿A Virinthorm? —preguntó Ilian en voz baja.

—No, a mi verdadero hogar. Al otro lado de las Montañas Búlgaras. —Katinka buscó con la vista a Jhary-a-Conel—. ¿Queréis llevarme allí Jhary?

—Hemos de improvisar una camilla. —Llamó a Lyfeth, que acababa de llegar—. ¿Podéis pedir a vuestra gente que prepare una camilla?

—¿Seguís todos con vida? —preguntó Ilian con aire ausente—. ¿Cómo es posible? Pensaba que habíais ido a reuniros con vuestros muertos…

—¡El pueblo marino! —exclamó Lyfeth, mientras se marchaba para preparar la camilla—. ¿No les habéis visto?

—¿El pueblo marino? Tenía toda la atención puesta en aquel demonio…

—Cuando Jhary se precipitó hacia el campamento, vimos sus banderas. Por eso decidimos atacar en aquel momento. ¡Mirad!

Lyfeth señaló hacia los árboles.

Ilian sonrió complacida cuando vio a los guerreros, armados con grandes arpones submarinos y montados sobre enormes animales parecidos a focas. Había visto en muy pocas ocasiones al pueblo marino, pero sabía que eran seres orgullosos y fuertes, que cazaban ballenas a lomos de sus animales anfibios.

Mientras Yisselda vendaba las heridas de Katinka van Bak, Ilian se acercó al rey Treshon, su caudillo.

El rey desmontó y ejecutó una elegante reverencia.

—Mi señora —dijo—. Mi reina. —Aunque de avanzada edad, aún se mantenía en forma, y los músculos destacaban en su cuerpo bronceado. Vestía una cota de mallas sin mangas y una falda de piel, como todos sus guerreros—. Ahora, Garathorm vivirá de nuevo.

—¿Sabíais que íbamos a librar la batalla?

—No. Nuestros espías vigilaban a Arnald de Grovent, el que se convirtió en caudillo de los que conquistaron nuestras ciudades. Cuando nos pusimos en marcha, decidimos que era el momento propicio para atacar a Ymryl, pues estaban divididos y peleaban entre sí.

—¡Igual que nosotros! dijo Ilian—. Ha sido una suerte para todos que nos decidiéramos por la misma estrategia.

—Alguien nos aconsejó bien.

—¿Quién?

—Aquel joven. —El rey Treshon señaló a Jhary-a-Conel, que estaba sentado al lado de Katinka van Bak y conversaba con ella en voz baja—. Vino a vernos hace un mes y diseñó el plan que seguimos.

Ilian sonrió.

—Sabe mucho, ese joven.

—Sí, mi señora.

Ilian hundió la mano en la bolsa del cinturón y palpó los duros rebordes de la joya negra. Después de despedirse del rey Treshon, volvió junto a Jhary-a-Conel con aire pensativo.

—Me dijisteis que pusiera la joya a buen recaudo. —La sacó de la bolsa y la sostuvo en alto—. Aquí está.

—Me alegro de que continúe con nosotros —dijo Jhary—. Temía que regresara al lugar donde yace el cuerpo de Kalan.

—Jhary-a-Conel, planeasteis casi todo cuanto acaba de ocurrir, ¿verdad?

—¿Planearlo? No, soy un simple servidor. Hago lo que es debido.

Jhary estaba pálido. Ilian observó que temblaba.

—¿Qué ocurre? ¿Sufrís una herida más grave de lo que pensábamos?

—No, pero las fuerzas que se llevaron a Ymryl y Arioco de vuestro mundo también exigen que yo parta, al parecer. Hemos de regresar a la cueva enseguida.

—¿Qué cueva?

Donde nos encontramos por primera vez. —Jhary se levantó y corrió hacia su caballo amarillo—. Montad en lo primero que encontréis. Que dos de vuestros guerreros carguen con la litera de Katinka. Que Yissel-da de Brass os acompañe. ¡Rápido, a la cueva!

Salió al galope.

Ilian comprobó que la camilla estaba casi preparada. Contó a Yisselda lo que Jhary había dicho y fueron a buscar monturas.

—¿Por qué sigo en este mundo? —Yisselda frunció el ceño—. ¿No tendría que haber regresado al mundo en que Kalan me retenía prisionera?

—¿No sentís nada, como si algo tirara de vos?

—Nada.

Ilian, guiada por un impulso, besó a Yisselda en la mejilla.

—Adiós —dijo.

Yisselda se quedó sorprendida.

—¿No vendréis con nosotros a la cueva?

—Os acompaño, pero tenía ganas de despedirme. Ignoro por qué.

Una gran paz descendió sobre ella. Tocó una vez más la piedra negra y sonrió.

Cuando llegaron, Jhary se encontraba de pie frente a la entrada de la cueva. Parecía más débil que antes. Apretaba contra su pecho al gatito blanco y negro.

—Pensé que no ibais a llegar nunca. Estupendo.

Lyfeth de Ghant y Mysenal de Hinn habían insistido en cargar con la litera de Katinka. Se dispusieron a entrarla en la cueva, pero Jhary se lo impidió.

—Lo siento, pero debéis esperar aquí. Si Ilian no regresa, deberéis elegir a otro gobernante en su lugar.

—¿Un nuevo gobernante? ¿Qué pretendéis hacerle? —Mysenal saltó hacia adelante y se llevó la mano a la espada—. ¿Qué daños puede sufrir en esa cueva?

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