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Authors: Nicholas Sparks

Maria emplazó una mano afectuosa en el hombro de Ben.

—¡Cómo has crecido, Ben! ¡Ya eres un hombrecito! Y tú estás tan bella y radiante como un día de primavera, Beth.

—Gracias, Maria —respondió Beth—. ¿Cómo estás?

—Igual que siempre. Con mucho trabajo. ¿Y tú? ¿Sigues dando clases?

—Sí, sigo con las clases —confirmó. Un momento más tarde, la expresión de Maria adoptó un aire de seriedad, y Beth fue capaz de predecir la siguiente pregunta. En los pueblos pequeños no existían secretos.

—¿Cómo está Nana?

—Oh, mejor. Ahora ya sale de casa.

—Ya, he oído que se ha ido a pasar unos días con su hermana.

—¿Y cómo lo sabes? —Beth no pudo ocultar su sorpresa.

—La gente habla, y yo tengo oídos. —Se encogió de hombros. Por primera vez, Maria pareció fijarse en Logan—. ¿Y quién es este chico?

—Te presento a mi amigo Logan Thibault —anunció Beth, deseando no ruborizarse.

—¿Eres nuevo en el pueblo? No te había visto antes. —Lo escrutó descaradamente de la cabeza a los pies, sin poder ocultar su inmensa curiosidad.

—Acabo de llegar.

—Bueno, estás con dos de mis clientes favoritos, así que eres bienvenido. —Les hizo una seña con la mano para que la siguieran—. Seguidme. Os buscaré un sitio en una de las mesas del fondo.

La mujer se abrió paso entre la gente y depositó los menús sobre la mesa al tiempo que los tres tomaban asiento.

—¿Os pongo una ronda de té dulce?

—Perfecto, gracias —convino Beth. Tan pronto como Maria se alejó apresuradamente hacia la cocina, miró a Logan—. Prepara el mejor té dulce de la localidad. Espero que no te importe.

—En absoluto.

—¿Me das unas monedas, mamá? —le pidió Ben—. Quiero jugar con los videojuegos.

—Lo suponía —dijo Beth, mientras asía el bolso—. He cogido unas cuantas de la jarra de monedas de la cocina antes de salir de casa. Que te diviertas. ¡Ah! Y no salgas a la calle con ningún desconocido.

—¡Mamá, por favor, que tengo diez años, y no cinco! —contestó Ben con exasperación.

Ella lo observó mientras se alejaba hacia la sección de los videojuegos, sorprendida por su respuesta. A veces Ben hablaba como si ya estuviera en el instituto.

—Este sitio tiene carácter —comentó Logan.

—Y además la comida es excelente. Preparan unas pizzas al estilo norteamericano deliciosas. ¿De qué la quieres?

Logan se rascó la barbilla.

—Hummm… De anchoas y con mucho ajo.

Beth arrugó la nariz.

—¿De veras?

—No, solo bromeaba. No sé. No me importa. ¿Qué me recomiendas?

—A Ben le gusta con salami.

—Entonces me pido una con salami.

Ella lo miró con ojitos divertidos.

—¿Te habían dicho antes que eres un tipo muy fácil de complacer?

—He de admitir que hacía mucho que no me lo decían. Pero ya sabes que me he pasado varios meses sin apenas hablar con nadie, durante mi viaje desde Colorado.

—¿Te sentías solo?

—No, con
Zeus
no. Es un excelente compañero.

—Pero no puede contribuir a la conversación.

—No, pero tampoco se quejaba de la caminata. La mayoría de la gente se habría quejado.

—Yo no. Ya lo sabes. —Beth se apartó un mechón de pelo del hombro.

Logan no dijo nada.

—Lo digo en serio —protestó ella—. Podría atravesar todo el país andando sin problemas.

Logan no dijo nada.

—Vale, de acuerdo. Quizá me habría quejado una o dos veces.

Él rio antes de echar un vistazo al restaurante.

—¿A cuánta gente conoces?

Ella también echó un rápido vistazo y se quedó pensativa unos segundos.

—Prácticamente los conozco a todos de vista, de tantos años en el pueblo, pero que conozca bien… diría que a unos treinta.

Logan consideró que eso equivalía a casi la mitad de la gente que había allí.

—¿Y cómo te sientes?

—¿Te refieres a cómo se siente uno en un lugar donde todo el mundo se conoce? Supongo que depende de cuántos errores hayas cometido, ya que de eso es de lo que la gente suele hablar. Aventuras amorosas, despidos laborales, abuso de alcohol o drogas, accidentes de tráfico. Pero, por otro lado, si eres como yo, una persona tan pura como la nieve recién caída del cielo, no resulta duro.

Él sonrió maliciosamente.

—Debe de ser muy agradable ser tú.

—¡Ya lo creo! De verdad, te aseguro que tienes mucha suerte de estar sentado en mi mesa.

—De eso no me cabe la menor duda.

Maria sirvió las bebidas. Mientras se alejaba nuevamente, enarcó ambas cejas con discreción para indicarle a Beth que le gustaba la pinta de Logan y que esperaba que más tarde le contara lo que había entre ellos.

Beth tomó un sorbo de té. Logan la imitó.

—¿Qué te parece?

—Definitivamente dulce —comentó Logan—. Y delicioso.

Beth asintió antes de limpiar la condensación de la parte exterior del vaso con una servilleta de papel. Luego hizo una bola con la servilleta y la dejó a un lado de la mesa.

—¿Cuánto tiempo piensas quedarte en Hampton? —se interesó.

—¿A qué te refieres?

—No eres de aquí, tienes un título universitario, estás realizando un trabajo que la mayoría de la gente no quiere hacer, y encima cobrando una miseria. Creo que mi pregunta es lógica.

—No tengo planes para cambiar de empleo —respondió.

—Eso no es lo que te he preguntado. Te he preguntado cuánto tiempo piensas quedarte en Hampton. De verdad.

Su tono no dejaba lugar a ninguna evasiva, y a Logan no le costó nada imaginarla poniendo orden en una clase con veinte niños alborotados.

—¿De verdad? No lo sé. En los últimos cinco años he aprendido a no dar nada por sentado.

—Te entiendo, pero, de todos modos, no has contestado a mi pregunta.

Logan pareció darse cuenta de la nota de decepción en su voz y buscó una respuesta más acertada.

—¿Qué te parece si te digo que de momento me gusta estar aquí? Me gusta mi trabajo, creo que Nana es una persona excepcional, me encanta pasar el rato con Ben. De momento, no tengo ninguna intención de irme de Hampton. ¿He contestado ahora a tu pregunta?

Beth sintió una enorme alegría a medida que él hablaba y la miraba fijamente a los ojos. Se inclinó hacia él, con una sonrisa burlona en los labios.

—Me parece que te has dejado algo importante en la lista de cosas que te gustan.

—¿De veras?

—Sí. Yo. —Ella estudió su cara para ver la reacción, y se le elevaron las comisuras de los labios hacia arriba con una sonrisita picara.

—Tienes razón. He olvidado citarte —contestó él, sin poder ocultar una leve sonrisa.

—No lo creo. Me parece que lo has hecho a propósito.

—¿Me estás diciendo que soy tímido?

—Inténtalo otra vez.

Logan sacudió la cabeza.

—Ahora me he bloqueado.

Beth le guiñó el ojo.

—Venga, te daré una oportunidad para que recapacites sobre esa lista otra vez, a ver qué se te ocurre. Te lo volveré a preguntar más tarde, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. ¿Cuándo?

Ella rodeó su vaso con ambas manos, sintiéndose increíblemente nerviosa por lo que iba a decir a continuación.

—¿Tienes planes para el sábado por la noche?

Si Logan se quedó sorprendido ante tal pregunta, no lo demostró.

—No, no tengo planes para el sábado. —Alzó el vaso de té helado y tomó un sorbo muy largo, sin apartar los ojos de ella.

Ninguno de los dos se dio cuenta de que Ben había regresado a la mesa.

—¿Todavía no habéis pedido las pizzas?

Tumbada en la cama aquella noche, Beth se quedó contemplando el techo mientras se preguntaba: «¿Se puede saber en qué diantre estabas pensando?».

Había numerosas razones para evitar lo que había hecho. Apenas sabía nada respecto a él ni sobre su pasado. Logan todavía le ocultaba la razón por la que había ido a Hampton, lo que no solo significaba que no se fiaba de ella, sino que ella tampoco podía acabar de fiarse de él. Y además él trabajaba en la residencia canina, bajo las órdenes de Nana y cerca, muy cerca desde su casa. ¿Qué pasaría si lo suyo no funcionaba? ¿Y si él tenía… expectativas que ella no deseaba cumplir? ¿Aparecería nuevamente el lunes por la mañana? ¿Se quedaría Nana otra vez sola frente al negocio? ¿Tendría que abandonar su trabajo como maestra para ayudar a Nana en la residencia canina?

Aquella relación podía traerle un montón de problemas, y cuanto más pensaba en ello, más se convencía de que había cometido un grave error. Y sin embargo…, se sentía cansada de estar sola. Quería a Ben y a Nana, pero aquellas horas que había compartido con Logan en los últimos días le habían hecho recordar todo lo que se estaba perdiendo. Le gustaban los paseos que daban después de cenar, la forma en que él la miraba y, especialmente, cómo se comportaba con Ben.

Además, no le costaba nada imaginarse una vida junto a Logan. Sabía que aún no lo conocía lo suficiente, pero no podía negar su intuición.

¿Podía ser el hombre de sus sueños?

No se atrevía a ir tan lejos. Ni siquiera habían salido a cenar solos. Resultaba fácil idealizar a alguien a quien apenas se conocía.

Beth se sentó en la cama, alisó la almohada varias veces y luego volvió a tumbarse. Bueno, saldrían una vez y ya verían qué pasaba a continuación. Ella albergaba esperanzas, no podía negarlo, pero tampoco quería hacerse demasiadas ilusiones. Le gustaba Logan, pero era consciente de que no lo amaba. Al menos por el momento.

Thibault

El sábado por la noche Thibault esperaba sentado en el sofá, preguntándose si estaba haciendo lo correcto.

En otro lugar y en otra época de su vida, no se lo habría pensado dos veces. Ciertamente se sentía atraído por Elizabeth. Le gustaba su franqueza y su inteligencia, su irónico sentido del humor y, por supuesto, su aspecto físico. No lograba entender cómo era posible que hubiera permanecido soltera durante tanto tiempo.

Pero no estaba ni en otro lugar ni en otra época de su vida, y en aquella situación nada era normal. Había llevado la foto encima durante más de cinco años. Había recorrido el país en busca de ella. Había llegado a Hampton y había aceptado un trabajo que le permitía estar a su lado. Se había hecho amigo de su abuela, de su hijo, y luego de ella. Ahora, en apenas unos diez minutos, saldría a cenar por primera vez a solas con ella.

Thibault había ido a Hampton por una razón. Lo había aceptado tan pronto como partió de Colorado. Había aceptado que Victor tenía razón. Todavía no estaba seguro, sin embargo, de que salir con ella —estrechar su amistad— fuera lo más apropiado. Aunque tampoco estaba seguro de que no lo fuera.

Lo único que sabía era que le hacía ilusión salir con ella. El día anterior había estado reflexionando sobre la cuestión mientras iba a recoger a Nana en coche. Durante la primera media hora del camino de vuelta a Hampton, Nana se había dedicado a parlotear animadamente sobre un sinfín de temas, desde política hasta de la salud de su hermana, antes de girarse hacia él con una sonrisa de satisfacción:

—Así que vas a salir con la nieta de tu jefa, ¿eh?

Thibault se puso tenso en el asiento.

—Te lo ha dicho.

—Claro que me lo ha dicho. Pero aunque no lo hubiera hecho, sabía que pasaría. ¿Dos jóvenes atractivos y solteros? Desde el mismo instante en que te contraté, sabía que pasaría.

Thibault no dijo nada, y cuando Nana volvió a hablar, su voz adoptó un tono melancólico.

—Beth es tan dulce como una sandía madura. A veces me preocupa.

—Lo sé —respondió Thibault.

El tema quedó zanjado en ese punto, pero él supo que gozaba del beneplácito de Nana, y sabía que eso era importante, dado el lugar que esta ocupaba en la vida de Elizabeth.

Ahora, cuando empezaba a atardecer, vio el coche de Elizabeth que se acercaba por la carretera, la suspensión delantera del automóvil botando ligeramente sobre los baches. Ella no le había revelado adonde iban, simplemente le había dicho que se vistiera de un modo informal. Thibault salió al porche cuando el coche se detuvo frente a la casa.
Zeus
lo siguió, con una perceptible curiosidad. Cuando Elizabeth salió del automóvil y su silueta quedó iluminada por la tenue luz del porche, la contempló sin pestañear.

Al igual que él, llevaba unos pantalones vaqueros, pero la blusa de color beis resaltaba el bello tono bronceado de su piel. Su melena de color miel reposaba sobre la línea del cuello de la blusa sin mangas, y Thibault se fijó en que se había puesto un poco de rímel. Elizabeth ofrecía un aspecto natural y seductor a la vez.

Zeus
bajó los peldaños del porche alegremente, moviendo la cola y gimoteando, y se colocó a su lado.

—Hola,
Zeus
. Me echabas de menos, ¿eh? Solo ha sido un día. —Beth le acarició el lomo, y el perro gimoteó lastimeramente antes de lamerle las manos—. ¡Tú sí que sabes cómo recibir a los amigos! —lo halagó. Luego alzó la vista hacia Logan—. ¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¿Llego tarde?

Él intentó contestar con un tono relajado.

—Estoy bien. Y llegas justo a tiempo. Me alegro de que hayas encontrado la casa.

—¿Pensabas que no lo conseguiría?

—No es fácil llegar hasta aquí.

—Te aseguro que si has vivido toda la vida en el pueblo, no es tan difícil. —Señaló hacia la casa—. Así que este es tu hogar, dulce hogar, ¿eh?

—Sí.

—Parece agradable —comentó ella, examinando el exterior de la casa.

—¿Es lo que esperabas?

—Más o menos. Una estructura sólida. Vigorosa. Un poco apartada del mundo.

Él aceptó el doble sentido de su descripción con una sonrisa, luego se giró hacia
Zeus
y le ordenó que se quedara en el porche. Acto seguido, bajó los peldaños para acercarse a ella.

—¿Estará bien aquí fuera?

—Sí. No se moverá.

—Pero seguramente tardaremos en volver.

—Lo sé.

—Pobrecito.

—Sé que te parece cruel. Pero los perros no tienen una buena percepción del tiempo. Dentro de un minuto no recordará nada más excepto la orden de que no se mueva. Aunque no sepa el motivo de esa orden.

—¿Cómo es que sabes tantas cosas sobre perros y sobre su adiestramiento? —inquirió Elizabeth, llena de curiosidad.

—Por un montón de libros.

—¿Los has leído?

—Sí. ¿Acaso te sorprende? —se extrañó Logan.

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